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viernes, 10 de diciembre de 2010

Reinhart Grossmann y la batalla por el mundo. Ontólogos contra naturalistas

Entre los cada vez más libros que tratan de Ontología (que incluso se titulan así), y que hace tiempo han dejado de hacerlo en términos de lenguaje y han asumido el lema (que daba título al libro de J. Heil parodiando a Quine:) Desde un punto de vista ontológico, el libro de Reinhart Grossmann, La existencia del mundo. Introducción a la Ontología, ha sido traducido al castellano (por Juan José García Norro y Rogelio Robira) y editado por Tecnos. Como otros libros de su especie, vuelve a abordar, como si estuviesen tan frescos, los asuntos más tradicionales y hasta “escolásticos” de esa extraña parte del saber que es la ontología, tales como el problema de los universales, la existencia de las relaciones, la existencia de la existencia (y de la no-existencia), etc. El libro de Grossman se atreve, incluso, a defender una posición no-naturalista (sino “ontologista”, según la terminología –algo desafortunada, creo yo- del autor) en el problema de la existencia de las propiedades abstractas. Según él, el Mundo es algo mucho más amplio que el universo físico al que pretenden reducirlo los filósofos naturalistas (la versión moderna del materialismo).



La ontología, empieza diciendo Grossmann en el primer capítulo ("El descubrimiento del mundo: el ser atemporal"), busca las categorías y leyes del mundo. Categorizar es clasificar entidades en general. Por ejemplo, Platón, según Grossmann (asumiendo una interpretación demasiado tópica y, a mi parecer, mal encaminada, de Platón) clasificó todo en dos grandes categorías: cosas individuales, que están localizadas espacio-temporalmente y cambian, y propiedades, que son inespaciales, atemporales e inmutables. La relación entre cosas y propiedades es la Ejemplificación: las cosas individuales ejemplifican propiedades.
El naturalismo, en cambio, sostiene que las propiedades son también entidades espaciales y temporales, porque todo lo real está localizado espacial y temporalmente. La cuestión más importante de la Ontología, cree Grossmann, es esa: ¿hay cosas abstractas?
Esto enfrenta a Ontólogos contra Naturalistas (Olímpicos contra Gigantes, según decía el Extranjero en El Sofista de Platón).

Esta cuestión, matiza Grossmann, no es la misma que la de si hay universales. Son cuestiones diferentes a) si existen universales y b) si las propiedades son abstractas. Un naturalista (que es el que responde negativamente a la cuestión b) puede ser realista de los universales.

La batalla por el mundo se da, pues, entre ontólogos y naturalistas: ¿Hay cosas atemporales e inespaciales? Es decir, ¿son abstractas las propiedades (porque damos por hecho que existen propiedades)? Desde luego, las propiedades no pueden ser sustancias primeras en el sentido aristotélico, es decir, concretos, localizados espacio-temporalmente. Pero ¿existen? El Naturalismo lo niega (apelando, por lo general, al principio de economía). Pero Grossmann cree que el Naturalismo está equivocado. A esto dedica el segundo capítulo, “la batalla por el mundo: los universales”.

El principal argumento contra el Naturalismo es, sostiene Grossmann, el siguiente (según mi reconstrucción a partir del texto):

  • O bien los individuos de la misma especie comparten algo, o bien no comparten realmente nada.
  • Si no compartiesen nada, todas nuestras clasificaciones serían arbitrarias.
  • Así que, si queremos salvar el conocimiento, hay que aceptar que, de alguna manera, los individuos comparten algo.
  • Si comparten algo, ese algo tiene que ser algo distinto a las cosas concretas que lo ejemplifiquen.
  • Y eso, o sea, las propiedades que comparten los individuos, deben ser entidades objetivas, pero no individuables espacio-temporalmente, es decir, deben ser no-particulares, sino abstractas.

La presunta solución conceptualista (según la cual las propiedades están sólo en la mente) no soluciona nada, porque, si realmente clasifican la realidad, las propiedades deben ser objetivas.

Después de exponer este argumento principal, Grossmann se dedica a rechazar algunas propuestas de solución “naturalista”, es decir, que intente prescindir de entidades abstractas como son las Propiedades.

No es verdad que la blancura esté donde están las cosas blancas: éstas ejemplifican la blancura, pero ninguna de ellas, ni su suma, son la blancura.

Lo mismo puede decirse de las relaciones: no están localizadas. Armstrong, aunque acepta que las relaciones no están localizadas, sostiene que no están fuera del espacio y del tiempo, sino que, precisamente, es parte de la esencia del espacio y el tiempo el que las relaciones no estén localizadas en ellos (o sea, espacial y temporalmente). Pero esto, cree Grossmann, es conceder lo que afirma el ontólogo: que las relaciones existen y no están localizadas espacial ni temporalmente. Además, existen relaciones no espaciales ni temporales. Tampoco los hechos están localizados.

Según la teoría de las instancias (defendida, especialmente, por D. Williams) lo blanco se divide en instancias localizadas de blanco. La blancura de A, se argumenta, no puede ser la misma que la de B, justamente porque es la de A. Así que la de B tiene que ser otra. Este argumento, argumenta Grossmann, es tan inválido como el que pretendiese que uno no puede ser hijo de María porque lo es de Tomás. Las propiedades no pueden repartirse espacialmente, pero esto no les impide “repartirse” lógica y ontológicamente, es decir, ser ejemplificadas múltiplemente sin perder su unidad.

Otros pretenden defender el naturalismo apoyándose en la teoría de que una entidad es sólo un haz, un manojo de propiedades. Pero, aunque fuese así, eso no impediría que esas propiedades fuesen abstractas.

Otros defienden la localización espacio-temporal de la blancura diciendo que, puesto que vemos lo blanco, lo blanco debe estar localizado. Este argumento, responde Grossmann, se apoya en el error epistemológico de ignorar que toda experiencia implica un juicio. No vemos lo blanco, vemos “que esto es blanco” (o “que hay blancura”, etc.). Ver es ya juzgar.

Algunos pretenden que lo Blanco no es más que la palabra ‘blanco’. Este nominalismo es, para Grossmann, completamente falso. Lo blanco existía antes de que existiese la palabra para designarlo. Además, incluso el término ‘blanco’ es un objeto abstracto, del que son instancias cada uno de los eventos naturales que ejemplifican esa palabra ‘blanco’.

Otros pretenden explicar las propiedades mediante la Semejanza entre las cosas naturales. Ya Russell refutó esto. Supongamos que, de dos cosas blancas, hay dos nuevas instancias. Entre esos pares de cosas semejantes ¿la semejanza es universal, o no? O se acepta un universal (blanco) o se cae en un regreso infinito.

El nominalismo aduce este problema: ¿cómo se genera lo universal? La respuesta empirista (lockeana), nos recuerda Grossmann, consiste en decir que convertimos los términos en universales al separar las condiciones espacio-temporales (o sea, por abstracción). Pero esta respuesta ya supone que hay algo, la blancura, que es separable del objeto espacio-temporal que la ejemplifica. O sea, la teoría de la abstracción concede, tácitamente, el ontologismo de las propiedades.

Por otra parte, insiste Grossmann, decir que los universales están en la mente, es falso. Cuando decimos que Platón es un humano no pretendemos predicar de él un concepto, sino una propiedad real y objetiva.

Es completamente erróneo, también, confundir, como hace Berkeley, la idea con la imagen. Claro que nadie puede imaginarse una figura que sea al mismo tiempo acutángula y rectángula… luego no existe el triángulo abstracto, infiere Berkeley. Esto es dar por supuesto, equivocadamente, que las ideas son lo mismo que las imágenes que las acompañan. Sin embargo, en otro momento, Berkeley dice, simplemente: “uno puede considerar una figura meramente como triangular”. Y aquí, dice Grossman, se acaba la batalla, se olvida de su antirrealismo, de su imaginismo.

Hasta aquí llega la defensa que hace Grossmann de su posición “ontologista” o anti-naturalista, y que le ocupa los dos primeros capítulos del libro.

Siempre que uno presencia una discusión similar, se pregunta qué hay que entender (o que entiende el autor) por “existir”. Grossmann tiene algo que ofrecer al respecto, pero será en otro capítulo, en el cuarto. Antes, en el capítulo tres, se va a dedicar a exponer su lista de categorías ontológicas. Resumiré y comentaré todo eso en próximas entradas.

Desde luego, Grossmann maneja (al menos implícitamente: no recuerdo ahora si lo hace explícito en algún momento) cierto criterio de existencia, para defender que existen las propiedades (y otras categorías). Tenemos que afirmar que existe todo aquello que hemos de reconocer para explicar el hecho de que conocemos científica y racionalmente las cosas, y que podemos “separar” conceptualmente. Grossmann no acepta ningún tipo de conceptualismo o de realismo moderado, posiciones en las que cierta noción, ineliminable teóricamente, sea considerada pseudo-existente (“ente de razón”, por más que sea “con fundamento en las cosas”). Se podría decir que la posición de Grossmann es “poco sutil”, comparada con las de algunos escolásticos. Quizá, en cambio, se podría decir que es una posición clara, sin subterfugios conceptuales o “sutilezas” “escolásticas”. En todo caso, remite inexorablemente (como en tantos otros –véase, por ejemplo, el discutido argumento de ineminabilidad de entidades matemáticas, atribuido a Quine y a Putnam-) al axioma eleata y platónico de que “lo que se piensa tiene que ser lo mismo que lo que es”. Es muy interesante que “ontólogos” (como Grossman) y naturalistas (como Quine) compartan el mismo criterio ontológico (por poco sutil que pueda parecerle a otros), porque eso hace que su discusión sea una verdadera confrontación o “lucha” (por el mundo).

Más descorazonador resulta, sin embargo, recordar que todo esto ya lo expusieron, como todo lujo de detalles y a lo largo de muchas páginas, no sólo los escolásticos, sino otros, más modernos (aunque, también, quizá, más ingenuos) como Husserl.

Curiosamente (al menos puede resultar curioso o paradójico para quien no esté muy habituado a leer a pensadores de “mundos” separados por océanos) los filósofos analíticos son más sensibles a estas discusiones ontológicas que los pensadores fenomenológico-hermeneúticos, quienes todo esto lo ven ya como totalmente superado, incluso prekantiano, y, por supuesto, ahistórico, o sea, inconsciente. (Pero ¿hay en la filosofía continental-hermeneútica algún lugar para la verdad objetiva (esa noción que tiene sus “épocas” y, por tanto, sus múltiples sentidos irreducibles); hay lugar en la filosofía hermeneútica para la argumentación lógica y no-retórica (esa manera de pensar que es una de las formas más “pobres” de metafísica…?))

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