Empezando por el antirrealismo, es verdad, como dice Bunge, que la ciencia da por supuesta (o “postula”) la objetividad de los referentes de sus conceptos y proposiciones, y que no admite que todos ellos sean, en verdad, objeto de la psicología (como interpreta Bunge que hace el psicologismo o el fenomenismo). Pero es que la objetividad que postula la ciencia no equivale, de ninguna manera, a la realidad, que es lo que está en juego en las discusiones filosóficas y metafísicas, por ejemplo, en la discusión de si realismo o no-realismo. La ciencia, ni quiere ni puede meterse en el problema de la representación (¿qué es realmente real? ¿Es real lo que nos representamos?) La disputa entre el realismo y el antirrealismo es una disputa extracientíficas, trascendental, filosófica. Empieza cuando termina toda ciencia (es decir, toda proposición asequible al método empírico-pragmático). La prueba es que cualquier respuesta que se diese a esa cuestión de la representación, dejaría a la ciencia exactamente igual que estaba. Para ella es indiferente si se la cree tratando con cosas reales o con “meros fenómenos”, siempre y cuando no haya ningún posible acceso científico-natural (es decir, empírico-pragmático) a lo que está más allá de los meros fenómenos. Las cuestiones ontológicas no son ni científicas ni meras postulaciones de los científicos. (Y, sin embargo, no son cuestiones ociosas, aunque los ignorantes quieran ignorarlas. Pero esto es asunto de otro momento).
Digamos que lo que hace Bunge, en su defensa del realismo, es, por una parte, confundir una cuestión filosófica (concretamente trascendental, y, más concretamente, gnoseológica), que no se puede dirimir con el método científico; y, por otra, limitarse a postular lo que la ciencia postula, sin añadir un argumento, como si la ciencia (igual que en Quine y su naturalización de la epistemología) se auto-justificase. Lo que no es el caso.
Imagen: Mario Bunge, por Sciammarella
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