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martes, 1 de noviembre de 2011

Platitzsche, alfa y omega de la filosofía


Hablando de Nietzsche con Héctor (el famoso científico troyano) y con Masgüel (el famoso héroe escocés) me he acordado de un diálogo en el limbo, que inventé hace tiempo, y que pongo en el blog de mis alumnos de Historia de la Filosofía, cuando acabamos con Nietzsche. Me permito publicarlo aquí:


Una tarde que andaba solo por el monte vi y oí dialogar a dos imágenes, que me parecieron las de Platón y Nietzsche. Se pararon cerca de mí, sin notar mi presencia, y miraron hacia la ciudad, al pie de la montaña, donde las gentes comerciaban, y reían y lloraban.

Nietzsche.- Míralos. Con sus afanes de siempre. Viven como amodorrados.

Platón.- Desde luego.

N.- ¡Pocos tienen la triste necesidad que tú y yo, la de pensar!

P.- ¿Necesidad, dices? ¿No será Libertad?

N.- Más valdría vivir, y no pensar.

P.- Y ¿qué es vivir sino pensar? ¡Nada!

N.- Y todo.

P.- ¿Les envidias?

N.- No, ellos ni piensan ni viven. Tú, aunque no existes, por lo menos piensas, y yo… Tú y yo somos un principio y un final. A mí me hubiera gustado ser ya otro principio, el de sólo vivir, pero he tenido la misión de ser sólo su anuncio…

P.- ¿De verdad crees eso? Siempre que te he oído decir algo así, pensaba que lo decías para consumo del vulgo.

N.- Quizás sea así. Si te digo la verdad, nunca he distinguido bien qué digo con convicción y qué digo en broma.

P.- Mejor así. Quien no vive en la ironía, vive… o malvive en la ignorancia. Pero, contéstame, ¿quién crees que viene después de quién, tú de mí o yo de ti?

N.- ¿¡Lo preguntas en serio!? Sabes que lo que tú hiciste, eso que llaman Metafísica, ya no puede volver. Yo sólo he puesto el punto final que estaba pidiendo a gritos.

P.- ¡A veces me sorprende tu ingenuidad! Creo que eres esclavo del mismo error que has combatido a veces, o sea, la creencia en una historia que va hacia algún lado, en un futuro… dentro de un tiempo lineal… ¿No dices tú que todo se repite?

N.- ¿Me vas a decir que tú crees en el círculo, en el eterno retorno?

P.- No, eso es cosa de dioses.., si te refieres al eterno presente mismo; o de piedras, si te refieres al eterno otro… A los que, como tú o yo, estamos a medio camino entre los dioses y las piedras, entre lo Mismo y lo Otro, nos cuadra mejor una espiral. Todo se repite, pero no exactamente igual. Tú y yo somos puntos del mismo ciclo, pero los más alejados, y por eso los más cercanos, si trazas un corte en la espiral. ¿Sabes que en mi época hubo alguien muy parecido a ti?

N.- ¿A quién te refieres?

P.- A Calicles. Muchas de las cosas que dices las repetía él: que si el valor de las cosas lo decide la voluntad del más fuerte, que si la filosofía es cosa de enfermos, que momifica cuanto toca… ¡Sí! Amaba la vida…

N.- ¿Y crees que tú le refutaste?

P.- No, yo no, lo hizo Sócrates antes que yo.

N.- ¡Sócrates! ¿Fue un santo, o un santurrón, un héroe o un cobarde?

P.- Sócrates fue el hombre más exigente, y el más valiente. Tú y yo no le llegamos a las rodillas. ¿No decías que hay que vivir? Compara tu vida o la mía con la suya: tú y yo somos sólo pensadores: él era un vividor.

N.- También fue quien más se engañó a sí mismo.

P.- ¿Crees que inventó lo que quería creer?

N.- Eso es: era su forma de hacerse más fuerte que Calicles, por ejemplo. Pero para eso tenía que envenenar la vida.

P.- Esa objeción ya la contestó el propio Sócrates: si el fuerte se deja dominar, eso es lo que le corresponde. ¿No dices tú eso del pueblo, de la masa obrera?

N.- Pero es muy triste que los que son simple rebaño se hayan hecho con el poder.

P.- Amigo, eres una de las mentes más sensibles a la tragedia humana, al dolor, a la angustia, no me cabe duda… No hay más que oírte hablar. Y, ¿no es ese el problema para los filósofos?

N.- Sí. Lo que nos diferencia es las respuestas que damos.

P.- Muy bien. Sócrates se dio perfecta cuenta de que la dignidad y exigencia que hay en nosotros es incompatible con la muerte. Sólo quien se menosprecia puede creerse mortal. Si el hombre es esto que vemos, que se puede destruir tan fácilmente, no tiene ningún valor. Pero cada uno sabe que él tiene un valor infinito.

N.- Eso lo cree la rana de sí misma.

P.- Y con razón. Tú, en cambio, te dices a ti mismo y nos dices que la dignidad y la valentía consisten en reconocer y querer que todo pasa, que nada es. Sólo en esa aceptación de lo totalmente cambiante estaría la libertad. Pero no sé si así te liberas hasta de ti mismo y te quedas en pura nada.

N.- ¿Y qué? Mejor ser nada que creer ser algo.

P.- ¿Has leído mi Parménides?

N.- De joven. Te confieso que toda mi vida lo he evitado, diciéndome a mí mismo que sólo era un galimatías de una cabeza griega tan grande como la tuya.

P.- Tú has dicho a veces que tu filosofía es la contraria a la del viejo Parménides. Él dijo que todo es Uno, eterno, inmóvil; tú, que todo es Múltiple, cambiante, pasajero…

N.- Sí. He dicho que vivimos en una época protagórica: uno es la medida de todo. Tal vez tenías razón en que yo vine también antes de Sócrates…

P.- ¡Así que eres un hijo de la burguesía ilustrada, un enfermo!

N.- Esa broma es demasiado, ¿no crees?

P.- Perdóname, es una ironía. Decía: Parménides y tú sois contrarios ¿no? Entonces ¿qué vamos a hacer con vosotros? ¿Prescindimos de uno de los dos, del Uno o del Otro?

N.- O de los dos. Pero si prescindís de mí, os quedáis sin enemigo, ¡y entonces sí que estaríais ya del todo secos y tiesos!

P.- Tal vez. Y ¿qué pasa si prescindimos del viejo Parménides? Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…

N.- Exacto.

P.- Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees. Sin lo Uno, sin lo Inmóvil, todo tu pensamiento se queda en la sombra total. ¡Ya sí que podríamos dedicarnos sólo a lo que tú llamas "vivir"! Es más, no tendríamos más remedio: nada de pensar. Sólo a hacer nuestra santa voluntad, aquí y ahora mismo.

N.- Como dioses.

P.- O como piedras, más bien, porque eso es vivir sin consciencia, ser una piedra, un muerto. Los que vivimos en la mezcla (como tú o yo), no podemos prescindir de lo Uno y lo Otro, de lo Mismo y lo Diferente, de lo Eterno y lo Cambiante. Sin uno de esos polos, se acaba el tiempo, la vida y todo. Parménides y tú sois dos polos, que se implican mutuamente. Sin lo múltiple y cambiante, lo Uno y eterno no se manifiesta; sin lo Uno, lo múltiple es inconcebible.

N.- Total, que somos pura contradicción. Y eso es lo que digo yo, al fin y al cabo.

P.- No estaría mal que tú y yo estemos diciendo lo mismo. Pero falta un detalle. ¿Sabes por qué puse mi sabiduría en la boca de Parménides, y no en la de Protágoras o Calicles?

N.- Porque tu corazoncito está con lo inmóvil y momio.

P.- Tiene que ver con lo que entiendo por Amor, y Vida. Lo europeos de ahora no sabéis amar. Sois un poco sucios y románticos. Si se os toca se queda uno pegajoso.

N.- Parece que vas a decir algo que suene bien.

P.- El amor es asimetría, tendencia desigual, tensión inclinada hacia arriba. No es ese revoltijo de lo uno y lo otro revolcándose en unas sábanas. El amor es hijo de lo Uno y lo Múltiple, de lo Mismo y lo Diferente, pero su tendencia es siempre hacia lo Uno y lo Mismo, porque en eso es en lo que hay vida y Acción pura. En lo Otro y diferente lo que hay es caos y muerte, nada.

N.- Has estado a punto de embrujarme otra vez. La metafísica siempre será seductora. Pero me niego a entregarme. No conseguiréis que me meta en la secta. Prefiero mi soledad en la nada que vuestro paraíso lleno de sonrisas de sacerdotes.

P.- Dicho así, casi me embrujas tú a mí. Pero no, no me convence que me juntes con los sacerdotes. Estoy de acuerdo contigo en que no hay ser más sucio sobre la tierra, y que sus culpas, pecados y penas son pura sed de venganza y debilidad. Así que sigo con lo mío, mi misticismo racional.

N.- Allá tú. Mejor para mí: sin enemigos se me plantearía un gran problema. Quizás tendría que… ponerme a vivir.

P.- No te preocupes, que eso no va a pasar. Olvídate, te lo aconsejo, de esa patraña de que eres el final de nada. Cambiarán algo las palabras, pero mientras haya hombres o algo que se le parezca, habrá la dialéctica de lo Uno y lo Otro, siempre en contradicción y siempre unidos; pero habrá también la solución del Amor, que ve en lo Otro una carencia de unidad, y busca lo uno sin descanso, allí donde ve algo bello.

N.- ¿Bajamos?

P.- Vamos.

N.- ¿Qué les diremos a las gentes?

P.- Tú diles, una vez más, que Dios es, en realidad, el Hombre. Yo seguiré diciéndoles que el Hombre es, en realidad, Dios.

N.- ¡Sí! ¡Así podrán seguir diciendo que somos unos puros chalados!

P.- Pero a la vez no podrán prescindir de nosotros. Somos su conciencia.

N.- ¡Qué vanidoso eres! Eso también lo comparto contigo.

(Y siguieron su paseo, bajando la ladera, mientras se hacía de noche).

2 comentarios:

  1. Menos mal que Nietzsche era filólogo, porque Platón, de alemán, ni media palabra.

    "N.- ¿Y qué? Mejor ser nada que creer ser algo."

    Eso es lo más antinietzscheano que se pueda poner en boca de Nietzsche. En la entrada anterior mencionabas "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral". Tecnos publicó la obra junto con al breve ensayo de Hans Vaihinger "La voluntad de ficción en Nietzsche". Imagino que lo has leído. Enfatiza el Nietzsche ficcionalista. Aquél que escribía: "Mi filosofía es un platonismo invertido; Cuanto más se aleja de la realidad verdadera, se torna más pura, más bella y mejor. Vivir en la ilusión como el ideal."

    "Tú has escrito: si eliminamos el mundo verdadero, no nos quedamos con el aparente…"

    Pero eso no significa que te quedes sin mundo. Lo que desaparece es la dicotomía apariencia/realidad. Ese es el momento en que, para Nietzsche, cesa la metafísica ("Mediodía, instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; Incipit Zarathustra").

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  2. Masgüel,
    ¿de dónde has sacado tú que Platón no sabía alemán?

    Claro que Nietzsche no quería decir que eliminando la dicotomía de mundos te quedas sin ninguno. Él creía (equivocadamente) que uno puede eliminar el mundo verdadero de las ideas y seguir viviendo, tan ancho (realmente, sí, se iría ensanchando hasta desintegrarse...) Por eso Platón (el del limbo, quiero decir) le dice a continuación a N: Y has dicho, quizás, más verdad de la que crees..

    Ahora bien, la frase ¿Y qué? Mejor ser nada que creer ser algo. Es la esencia de Nietzsche. Porque, supongamos que lo que uno descubre, si tira del hilo de la verdad, es que nada tiene sentido, o incluso que nada es nada de nada... Mientras que un débil preferiría la ficción religioso-metafísica, N diría: más vale la verdad de que todo es nada. Esto era lo primero: la aceptación del nihilismo. N ponía el amor a la verdad-aunque-duela por encima de todo consuelo (creer-ser-algo). Ahora bien, el muy iluso creyó que en la carencia de sentido de todo había una gran ocasión para que "nostros" se lo diésemos. Si no hay sentido, podemos inventarlo. ahora ya no dependemos de cómo es la realidad, sino de cómo queremos que sea. Muy bonito... si no fuera porque el "nosotros" tampoco debería de existir, y porque querer sin tener esencia es más difícil que ser un dos impar.

    Nietzsche creyó que negando toda idea, convirtiendo todo ser en devenir, "redimíamos" el mundo, y lo dejábamos libre para nuestra santa voluntad. La verdad es que desaparecíamos nosotros mismos y quedaba la pura nada y el puro sinsentido, cuyas heces ideológicas seguimos apurando (bueno, seguís, porque yo ya estoy definitivamente a salvo).

    Fíjate en el escandaloso absurdo de la frase que citas del Ocaso: final del error más largo; punto culminante de la humanidad; Incipit Zarathustra",
    cuando resulta, según Nietzsche, que no existe la Verdad (¿cómo entonces existe el error), y todavía existe menos la Humanidad. (Todo esto dejando a un lado el patético aire escenográfico de perfección-luz).
    Sí, me dirás que Humanidad, Error, etc, son metáforas ,que él solo utiliza estratégicamente. El rollo de siempre. No ha sabido hablar (ni pensar) sin esas metáforas, pero se permite desestimarlas.

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