Mi amigo Luis Martínez de Velasco acaba de publicar un libro (¡sí, un libro!, ¿es que no se han enterado mis amigos y “enemigos” de que estamos en crisis y que todo lo “supraestructural” es prescindible?): La Razón recuperada (en Editorial Fundamentos).
Cuando hace unos años tuve la fatídica idea de matricularme en unos cursos de doctorado en la UNED, Luis (por entonces, para mí poco más que una referencia en algunas obras sobre Kant y Machado) fue el único que me pareció creerse y vivir realmente lo que nos estaba diciendo (un interesante pasarle la factura moral kantiana a Heidegger), hasta hacernos vibrar también a los que tuvimos la suerte de escucharle y dialogar con él. También sospecho que fue el único que se leyó atentamente los “trabajos” que algunos tuvimos a bien hacer (porque hay que reconocer que cierta parte de la laxitud burocrática en la que viven los maestros universitarios, emana hasta los alumnos). Pocos años después le envié a Luis, antes de publicarlo, mi libro, Diálogos de Filosofía (como hice con otros cuantos filósofos algo reconocidos) y fue el único que me envió unos cuidados comentarios de la lectura.
¿Por qué contar todo esto?, pensará alguno. Muy sencillo: la honestidad y la pasión, personal e intelectual, que define a Luis Martínez de Velasco, está presente vivamente en La Razón Recuperada, tanto en la forma como, sobre todo, en el contenido. El libro es, como dice su subtítulo, una serie de ensayos de filosofía moral y política, inteligentes, incisivos, apasionados y muy bien informados, que tratan desde los asuntos más fundamentales hasta algunos más contingentes, y en los que Luis, con una inspiración kantiana y marxista (sí, marxista), reivindica el papel de la Razón en la moral y la política, contra el deflacionismo empiristas, relativista y postmoderno.
El primer ensayo, “Para qué estamos en el universo”, es el que va más derechamente a los aspectos fundamentales de la moral y su relación con la razón. La filosofía moderna, a juicio de Luis, ha ganado algo muy importante: nos ha librado de la “delirante” creencia en el Alma y en Dios, que no eran más que proyecciones humanas que servían a la vez de consuelo y de coartada para la astucia moral. Pero una parte de la filosofía moderna, el empirismo y el relativismo, han llevado a un vaciado casi completo de la persona y del papel de la razón en nuestra acción moral y política. Esto ha sido un gran error: confundir post-metafísico con anti-metafísico. Hay que recuperar, cree Luis, el ineludible momento trascendental de la moral. La pregunta “trascendental”, tal como la formula Luis (y yo creo que esta es su más original aportación en este libro), es algo como ¿con qué derecho hago yo esto o lo otro? Esta pregunta, por más que intente acallarla el empirismo mediante la dogmática tesis de que todo lo que no es ciencia natural carece de sentido, es una pregunta que resulta patente (fenomenológicamente patente) a todo el mundo. Y la respuesta, evidente también a poco que se reflexione o simplemente se tenga sensibilidad moral, es, según Luis: no estamos aquí para hacer sufrir, ni para sufrir. Ante la presencia de cualquier vivo capaz de sufrir nos damos cuenta de que no tenemos derecho a causarle sufrimiento (Luis incluye, desde luego, a los otros animales). Es el sufrimiento, sostiene Luis, el elemento que une el cuerpo con la ética, con lo trascendental. Esto implica que hay una teleología reconocible a partir del cuerpo de un vivo sentiente. Estamos en el universo para realizar la plenitud de nuestro ser, para tener una vida cumplida; una vida truncada, es inmoral. Todos podemos reconocer esto, por más que se pretenda proscribir esta evidencia de la conciencia. Luis se complace en remontarse, además de a la fundamentación trascendental kantiana y a la idea "idealista" de alienación de Marx, al gran Epicuro, en quien encuentra resaltados los valores de la humildad y la compasión, como reacción razonable frente al sufrimiento. Luis reconoce que existe el problema, en nuestra época postmetafísica, de fundamentación de la moral. Pero piensa que esto puede hacerse mediante la kantiano-frankfurtiana pragmática trascendental, no en la versión descafeinada y cuasiliberal de Habermas, sino mejor en la de Axel Honneth y su noción (de origen hegeliano) de “reconocimiento”.
El ensayo segundo está dedicado a la “tragedia de la libertad”. Hoy la libertad no puede ser más que trágica, cree Luis, porque, por una lado, no podemos renunciar a la idea de libertad y responsabilidad (somos conscientes de nuestra deuda con el sufrimiento), pero, por otro, ya no tenemos la (falsa) certeza idealista y delirante de la Inmortalidad del Alma y de Dios. La tragedia, dice Luis, es lo contrario del mito, y su superación. Si el mito siempre ofrece una “teodicea” (una justificación de lo que pasa, un falso consuelo), la tragedia asume la condición precaria de nuestra existencia moral.
El artículo tercero está dedicado a la lógica de la argumentación moral. Apoyándose en autores como Robert B. Brandom y K Gödel, Luis reivindica el papel de la razón no solo en el momento formal de la inferencia sino también en el momento “intuitivo” de los axiomas y en los conceptos que sirven de contenido a las inferencias (es parte del pasado la abstracción de que se puede separar totalmente forma y contenido en una inferencia). Tal como Gödel sostuvo que los axiomas se intuyen, no son aleatorios ni vacíos, así en la moral, axiomas como “no hacer daño” no se eligen, se imponen por su evidencia a cualquier ser razonable. No hay moral, derecho o política alguna sin el elemento normativo e irreduciblemente no empírico. Todos los positivismos morales o jurídio-políticos, cometen la falacia naturalista cuando pretenden extraer normatividad de lo realmente existente.
La hermenéutica nos ha enseñado a destapar el prejuicio empirista. Al empirista que nos dice que las proposiciones morales o políticas no tienen sentido, porque no son empíricas, hay que preguntarle siempre: ¿por qué has decidido tú que solo las proposiciones empíricas tienen sentido? Y esto le involucra en una contradicción interna. La evolución de la filosofía analítica, recuerda Luis, es la de la progresiva toma de conciencia de la estrechez positivista primitiva.
El cuarto ensayo, “Para que nadie se quede atrás”, dedicado a la educación, no tiene desperdicio. El libro entra, a partir de aquí, en un momento más concreto y más combativo, que pretende desmontar la falacia de la inevitabilidad del liberalismo capitalista. La versión más pobre pero también la más extendida de la ideología liberal se basa en una antropología famélica que nos ve como máquinas deseantes. Cuando esta ideología llega al problema de la educación, choca y reduce el potencial idealista y formador crítico de la escuela. En principio el liberal dice que todo el mundo tiene el mismo derecho a estudiar (J. Bentham, nos recuerda Luis, exoneraba a los niños de toda culpa en su condición de indigencia), pero esto se convierte en una falacia hueca cuando las condiciones sociales de uno y otro niño son tan diferentes que determinan quién puede estudiar mejor. Si ponemos un teatro en un barrio marginal, comprobaremos que nadie lo usa. ¿Es que no quieren? No, es que no pueden, no pueden querer. Porque, para querer, tienen que darse condiciones. Y esto es lo que ignora por principio la ideología liberal pobre, que acaba dominando. Pronto se la encuentra haciendo el diagnóstico de que el que no estudia es porque no quiere, de lo que se deduce que los que estudian y luego mandan, son los que valen y se lo merecen. En realidad, la escuela, en lugar de un lugar donde formar el idealismo crítico en los futuros ciudadanos, acaba (o, más bien, empieza) siendo un centro de adiestramiento, orientada a conseguir los “mejores resultados”, es decir, ser lo más productivos posible. Pero, obviamente, al estudiante no le motiva lo más mínimo una cosa parecida. De aquí el temido fracaso escolar, que es realmente un fracaso de modelo social: del liberal-capitalismo y su humanidad deshumanizada. Por lo demás, la ideología liberal respecto de la escuela cae en una inevitable paradoja: por un lado, quiere una legitimación (sería bueno educar a los niños en la bondad y legitimidad del sistema), pero, por otro lado, no puede ofrecerla porque su ideología básica es relativista.
El quinto ensayo aborda el dilema moral de “ética o mercado”. ¿Por qué pagar más por algo ético? ¿Es posible un mercado ético? Luis, como P. Singer (en quien se apoya) piensa que no, al menos en la versión convencional y dominante de la ideología liberal. Amartya Sen, recuerda Luis, llama la atención sobre que la “Ecomonía” se haya tragado la versión antropológica pobre, según la cual para el hombre no es motivante la pregunta socrática (como es digno vivir).
El siguiente ensayo es una reivindicación del marxismo “idealista” de Antonio Gramsci.
El séptimo ensayo (“¿Es posible un estado de derecho verdaderamente democrático?”) retrata la "evolución" de Habermas hacia una posición cada vez más liberal (más cercana a Rawls, quien también evoluciona de manera semejante), donde los requerimientos de justicia que exigiría el marco “trascendental” de la acción comunicativa, ceden ante la intocabilidad del individuo, convirtiendo al Estado en mero árbitro preocupado por la “equidad”.
En el último ensayo del libro, Luis denuncia las nuevas formas encubiertas de fascismo en la actual situación de capitalismo globalizado. Aunque (astuta y cautelosamente) está completamente ausente la parafernalia simbólica de los regímenes fascistas del siglo XX, se repite lo esencial, o sea, un individuo aislado, temeroso de la precariedad e indiferente a los que le rodean. Con esto, Luis le devuelve la pelota a la habitual falacia liberal (ya presente en Hegel) de considerar “terrorista” a todo pensamiento e intento de conseguir justicia social. Por casualidad, acabo de leer ¿Quién dijo totalitarismo?, de Slavoj Zizek, en la que, entre las nieblas de mucho análisis lacaniano y las luces de profundas, bonitas y divertidas anécdotas, el autor denuncia el uso perverso, ideológico, que el pensamiento liberal hace del término “totalitarismo”, para desactivar cualquier pensamiento crítico (¿no ves que esto acabará en un Gulag o Auschwitz?).
En fin, la Razón recuperada es un libro contra los tiempos (“contra los hechos”, como dice W. Benjamin que es función del lenguaje filosófico, según le gusta citar a Luis), por lo tanto, es un libro muy oportuno, necesario.
Para decir la verdad, yo (lo habrán imaginado algunos lectores de este blog) no comparto todas las tesis de Luis. En especial, no veo cómo salvar el momento racional-trascendental de la moral si se acepta la “muerte” de Dios y la Metafísica. Creo que Kant (y con él los kantianos), una vez asumido (erróneamente, a mi parecer) que no hay más saber que el que se refiere a los fenómenos materiales, pretende(n) salvar un “lugar sin lugar”, ni material ni inmaterial, para lo a priori y trascendental: el Sujeto Trascendental, o la Pragmática-Trascendental de la escuela de Frankfurt. Pero creo que con ello nos escamotean el asunto ontológico del estatus de esa instancia trascendental, dejándola en el limbo de lo postmetafísico no anti-metafísico (que a mí me suena a post-flogístico no anti-flogístico). Y, por lo que se refiere a lo más político, yo no veo tan nítida la categoría “liberal”, ni, sinceramente, creo en la lucha de clases. Pero mi acuerdo con Luis atañe a lo fundamental: la vida tiene un sentido, este sentido es objeto de nuestra razón, y consiste en algún imperativo moral como el que enuncia Luis (u otro del que se deduce ese), y hoy padecemos una visión empobrecida del hombre… lo que no quiere decir que hubiese algún tiempo pasado que fuese mejor, sino que (como acertadísimamente dice Luis) podría ser mejor, mucho mejor, mañana.
Ateo, Racionalista, moralista kantiano, anticapitalista... parece un retrato en negativo de mi: siempre me pregunto cómo es que hay gente tan radicalmente opuesta a mi, quiero decir, ¿es que uno de los dos NO ve nada (por decirlo finamente)? ¿O el asunto no es tan sencillo, tan binario? Quiero decir, para mi, como para él, el pack es completo y ser una cosa implica en coherencia la otra...
ResponderEliminarY en la misma línea: ¿merece la pena leer a alquien cuyas tesis son absolutamente opuestas a las tuyas? Creo que si se respondiera que "Sí" y se razonara su por qué, se estaría argumentando el para qué sirve la filosofía como algo más que fabrica de ideologías...
Muy buenas reflexiones, Héctor.
ResponderEliminarDe todas maneras, quizás detrás de las etiquetas estéis más cerca de lo que pudiera pensarse. Quizá tú no entiendes por ateo lo mismo que él; quizá tú eres más racionalista moral de lo que crees (y Luis menos de lo que cree él); quizá tú no eres un liberal a los que se refiere Luis, quizá, quizá...
Pero ¿para qué intentar paliar la divergencia? Como sabes, y ya he dicho en varias ocasiones, para mí la filosofía, puesto que se ocupa de conceptos absolutos o Ideas, es dialéctica, y por tanto, de alguna manera, no conyunturalmente, está obligada a pensar los contrarios, y desarrollar cada camino y sus aporías (esto intento expresar también en mi libro).
¿Que si es útil un diálogo con tu contrario? No sólo útil, sino vital, esencial, imprescindible. Estoy seguro de que es el único diálogo que tienes todo el día (lo demás son monólogos). Es un encanto encontrarte en carne y hueso alguien que no sea mero ventrílocuo tuyo (aunque podamos sentir miedo ante el verdadero debate). Por ejemplo, yo gano y disfruto mucho dialogando contigo o con Jesús, que expresáis cosas muy esencialmente diversas, contrarias, a mi pensamiento preferido. Con Luis, al tener menos divergencias, el diálogo es, en cierto modo, menor, aunque hay la satisfacción de encontrarte con almas gemelas.
Por tanto, te recomiendo el libro de Luis, para que al leerlo te enerves, y tengas ocasión de sacar tus mejores argumentos en contra, y de paso ejercites el arte de reprimir el instinto de rechazo de lo que nos es contrario o diferente.
Un saludo
Hola J antonio
EliminarMe parecio muy interesante su presentacion y vasta informacion y datos sobre el libro..lástima que se empieze tan tarde y fuese tan extensa, que me tuve que ir ya a las 22/10....pero me hubiese gustado preguntarle al autor, pero seguro tú como experto y tan seguidor de su pensamiento me lo podrías hacer..
Creo que la filosofia si queire ser rigurosa debe ser cientifica dentro de los defctos que pueda crearse y solo con el concepto analitico de la misma podemos serlo...del resto la filosofia moral, política o educativa son areas d econocimiento para aplicarlas a la sociedad en un momento daod y por tanto serán relativistas y es una contradiccion con vuestro anti-relativismo...por otro aldo el marxismo ha demostardo un gran fracaso , como lo es actualmente el capitalismo...el mejor sistema actual es la democracia o el menos malo...solo que la economia se debe defender por los estados la estructura del estado del bienestar y no permitir que el capitalismo salvaje intervenga en los mercados de produccion y financieros..quizas con una economia keynesiana ( no soy economista)
Por favor , no mezclemos la filosofia pura y de rigor del pensamiento con la praxis política
saludos y gracias
Francisco Mateos
Estimado amigo Francisco,
Eliminarmuchas gracias por tu comentario. Intento responder a las muchas cosas que dices:
-Dices (según entiendo) que solo la fisolofía analítica es rigurosa y científica, y que esto no hay que mezclarlo con la moral (corrígeme si te he malinterpretado). Pues bien: no estoy nada seguro de que la filosofía analítica sea la única filosofía rigurosa (ni siquiera los filósofos analíticos recientes lo están), pero, desde luego, ni mucho menos todos los filósofos analíticos creen que la filosofía sea una ciencia o parte de la ciencia, y, sobre todo, hay muchísimo y buenísismo filósofos analíticos que se dedican a la filosofía moral y política y que, desde luego, no comparten el relativismo.
Yo no creo en absouto que la filosofía moral esté reñida con el rigor, más que lo está cualquier otro área de la filosofía. Si no, mira en qué áreas de la filosofía "rigurosa" hay acuerdo entre los filósofos. Comprobarás que las disensiones son tan profundas como en la filosofía moral y política.
-Dices que, en moral, lo único "científico" y riguros es el relativismo. sin embargo, tú mismo te contradices cuando afirmas que el mejor sistema es la democracia. ¿Mejor en relación con qué? Si la moral y la política son relativas, no hay un sistema mejor que otro.
-Sobre si el marxismo ha fracasado o no, habría mucho que discutir. Los marsxistas piensan que no ha sido puesto en práctica de forma correcta (como dicen los liberales cuando quieren defender al liberalismo de sus presuntas malas consecuecnias). En cualquier caso, puede haber elementos del pensamiento marxista que sean muy útiles. Creo que en el libro de Luis Martínez de Velasco se muestra suficientemenbte bien que el marxismo tiene aún mucho potencial crítico social que ofrecer.
En fin, te invito a que leas buena filosofía moral, aunque sea de filósofos analíticos (los hay a patadas; te recomiendo, por ejemplo, a Derek Parfit, T. Nagel, T. Scanlon, J. Rawls, R. Nozick, etc, etc)
Saludos
-
Felicidades a Luís (a cuyo curso de doctorado sobre Kant y Heidegger también tuve la suerte de asistir). Espero poder leer su libro pronto, sobre todo después de la estimulante reseña de Juan Antonio. Siempre es interesante contemplar el complejo ejercicio del filósofo que quiere salvar la universalidad y necesidad racional de la moral sin "pagar el precio" del "delirio" metafísico, pero situándose, inevitablemente, frente al infinito océano de sus ilusorias nubes (no sé si, más que trágico, resulta sublime, o quizás ambas cosas).
ResponderEliminarUn saludo a ambos.
Hola, soy Luis. Deseo agradecer, antes de nada, la excelente recensión que de mi libro ha efectuado mi buen amigo Juan Antonio. También Víctor Bermúdez -alumno, como Juan Antonio, de un curso de doctorado que realizamos hace poco- ha escrito un comentario muy generoso. El comentario de Héctor, siendo muy estimable, no he logrado comprenderlo del todo. ¿Se puede ser el negativo de una fotografía determinada? No comprendo bien...
ResponderEliminarCreo que la clave del libro se encuentra, como se ha dicho muy bien, en el primero de los artículos. El planteamiento es deliberadamente fuerte. No estamos aquí para hacer sufrir a ningún ser vivo. ¿Qué derecho creo tener a hacer daño? Estoy convencido de que, con el tiempo, este planteamiento logrará abrirse paso entre un cada vez mayor número de cabezas. Pero la gracia está en que este aserto no proviene de nungún razonamiento utilitarista u "objetivo", sino sola y exclusivamente del diálogo -si se me permite hablar así- con nuestra propia conciencia.
El tema de la metafísica merecería unh comentario aparte.
Un saludo a todos.
Luis,
ResponderEliminarmuchas gracias por tu comentario.
Espero que tengas razón, y que cada vez más gente descubra la sensibilidad moral que lleva dentro.
Creo que Héctor estará de acuerdo en que es un exigencia de la conciencia de cualquier persona que no consideraríamos un enfermo, que no puede causarse sufrimiento a ningún ser, y hasta que esto es previo a todo utilitarismo (al menos, a todo utilitarismo de vista corta). Otra cosa será el modo en que uno crea que se puede justificar, metaética y "metafísicamente" (quiero decir, trascendentalmente) esa exigencia.
Pero, como muy bien explicas en tu libro, es imprescindible también tener una idea correcta de lo que es uno. La antropología dominante nos empobrece mucho, por eso, aunque uno intente fundar su conducta en la maxima "velasquiana" del "no-tenemos-derecho-a-hacer-sufrir", la aplicará de una forma también pobre, identificando quizá sufrimientos superficiales pero no viendo sufrimientos de fondo, más importantes. "No solo de pan vive el hombre".
Espero que libros como el tuyo (que, por suerte, empiezan a salir del subsuelo, pero por desgracia son aún pocos) ayuden a hacer comprender "lo que somos y lo que nos conviene hacer y padecer", según palabras de Sócrates.
Un abrazo.
Saludos a todos. El libro tiene muy buena pinta por el tema que trata y creo que me voy a animar a adquirirlo. A mí me sucede lo mismo que a Héctor, que a priori me encuentro en una posición opuesta a Luis, pero por eso mismo considero fundamental poder leer escritos de gente con pensamientos diferentes, ya que por una parte me doy cuenta de que no todo el mundo piensa como yo y por otra que así puedo pulir en cierta manera mis ideas. En cuanto al tema de Dios creo que seguimos como al principio, sin tener ni idea. Todos los avances científicos lo único que han rebatido son supersticiosas creencias primitivas, pero nada más. Es más, vivimos en una época donde el hombre se ha crecido y piensa que tiene poder sobre el universo, que ha surgido de la nada y ha sido una combinación de casualidades (pronto pensará que se ha creado él mismo). Sin embargo sigue siendo un simple mortal al que la naturaleza, cuando le apetece le derriba todo su orgullo de un plumazo.
ResponderEliminarEl Castellano,
ResponderEliminarme parece muy bien que te animes a leer pensamientos diferentes, en principio, a los tuyos. Si no fuesemos tan autocomplacientes, y no nos oyésemos solo a nosotros mismos, creo que nos iría mejor.
En cuanto al tema de Dios, coincido en que los avances científicos lo único que han rebatido son supersticiosas creencias primitivas, aunque no creo que no tengamos nada más que decir. Modestamente, he ofrecido reflexiones al respecto en algunas entradas de este blog (puede buscarse por el título "argumento ontológico"). Tengo la intención de comentar, uno de estos días, el libro de Dawkins, El espejismo de Dios.
Un saludo
Luis es mi profesor de filosofía y sin duda es un hombre excepcional, como persona y como profesor, jamas me había encontrado con alguien tan puro y tan inteligente, espero que le vaya genial con este libro, desde luego tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarHoy sale a la venta!! Un saludo
Luis es mi profesor de filosofía y sin duda es un hombre excepcional, como persona y como profesor, jamas me había encontrado con alguien tan puro y tan inteligente, espero que le vaya genial con este libro, desde luego tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarHoy sale a la venta!! Un saludo
María,
ResponderEliminartienes razón, Luis es un buen hombre (en el buen sentido de la palabra, bueno). Su pensamiento solo busca la justifica y felicidad de todos. Anímate y lee el libro. Un saludo