La actitud Trascendental es tan inestable como reflexiva. Aunque su movimiento crítico, de puesta en cuarentena de los asuntos ontológicos y metafísicos, parece, una vez conocido, una torsión necesaria e innegociable (hay una filosofía precrítica y otra postcrítica, se dice) lo cierto es que el pensamiento no parece poder permanecer definitivamente en esa posición. Y es que, antes o después, se plantea la cuestión del estatus ontológico de lo trascendental, formal, deontológico, normativo…, que ha sido segregado de lo sustancial.
El Sujeto Trascendental kantiano (como, remotamente, el intelecto humano aristotélico) no es ni materia ni sustancia espiritual. Es mera forma, a priori. Pero ¿qué es la forma si no es sustancia? Parece que, o debe ser reducible a cierta propiedad de la materia, como quiere el materialismo (o inmanentismo en general), o debe ser garantizada su propia sustancialidad separada de la materia (trascendente). El viejo problema platónico de la separación de la forma no se deja silenciar fácilmente.
Es paradójico que Kant describa su posición como giro copernicano, es decir, como si se tratase, al menos fundamentalmente, del cambio de sistema de referencia, del Objeto al Sujeto. Evidentemente esto es Idealismo, más o menos moderado según lo que quede de la pobre Cosa en sí. Kant parece sucumbir al Idealismo ya desde su segunda edición (y más todavía en sus papeles póstumos): lo Trascendental se convierte en inmanente a una sustancia que es el Sujeto, el cual, de rebote, se convierte en trascendente respecto de la naturaleza. Y donde Kant se resiste, los idealistas Fichte y Hegel no dudan. El Sujeto no sólo es sustancia, sino que es la única sustancia. Esto puede percibirse como un regreso a la filosofía precrítica, que hipostasia lo normativo, pero también como una de las únicas salidas al problema que la crítica dejaba abierto.
Algo similar pasa con Husserl. Pronto advierte que la subjetividad formal, previa a las ontologías regionales y “materiales”, permanece en un limbo ontológico. Husserl, como Kant, se inclina a un idealismo. La única diferencia es que este Sujeto no es de tipo matemático como en Kant (y Descartes). En Husserl la asunción del idealismo es muy pronta, y más explícita que en Kant. Los discípulos de Husserl, entre ellos el heterodoxo Heidegger, interpretaron la primera gran obra de su maestro, las Investigaciones lógicas, como una reedición de la filosofía trascendental, liberada de ciertos prejuicios clásicos como el cartesianismo o matematicismo. En su texto Mi camino en la fenomenología Heidegger mismo nos cuenta cómo él, como otros, entendió la fenomenología como método trascendental (ni mera lógica ni psicología), y cómo fue una decepción generalizada que el maestro diese un giro hacia el Idealismo desde muy pronto, modificando sustancialmente las Investigaciones Lógicas en la segunda edición y eliminando la sexta investigación, la cual sólo se avino a publicar después por la insistencia de algunos discípulos, entre ellos el propio Heidegger. A juicio de Heidegger, si Husserl había estado cerca de librarse de la Metafísica, acabó sucumbiendo, y en una forma incluso burda, a ella.
El propio pensamiento de Heidegger, aunque comienza con un planteamiento metodológicamente trascendental, evoluciona, poco a poco pero inexorablemente hacia una especie de dualismo en el que el Ser es un trascendente, no platónico, no racionalista en el sentido amplio de esta palabra: el acceso al ser es más poético que lógico. Por más que evite el nombre de Trascendencia por miedo a caer en la Metafísica sitúa al ser más allá de todo lo óntico, no ya como mera condición formal de posibilidad, sino como “fundamento” ontológico, si bien no como sustancia.
Es tópico articular la evolución del pensamiento de Heidegger en torno a la llamada Khere o viraje (mistificado por los heideggerianos, a juicio de Safranski (Un maestro de Alemania, pg. 209), que supondría un volverse de la atención al tiempo y al ser-ahí hacia la atención al Ser. Pero junto a esta torsión hay una evolución, más lenta pero tal vez más profunda en las obras de Heidegger, una evolución que nos atreveremos a describir como el lento paso de una postura trascendental a otra “trascendente”, con todos los matices que el uso de estos términos, evidentemente repudiados por Heidegger, exige.
Esta evolución de lo trascendental a lo trascendente en Heidegger es análoga (o, mejor, sólo semejante) a la evolución que el propio Heidegger parece detectar en Kant, de la filosofía crítica al Idealismo, de la primera edición a la segunda de la Crítica de la Razón Pura. Es semejante, también, a la evolución del Husserl de las Investigaciones Lógicas (al menos en la primera edición) a su Idealismo posterior. Parece difícil, como hemos dicho más arriba, mantenerse en una actitud trascendental. Podemos decir que la inestabilidad de la actitud trascendental acaba vertiendo hacia ese pensamiento que ya no se quiere metafísico pero no renuncia a lo mejor que pueda haber en el pensamiento de la Trascendencia.
Hola Juan Antonio. Paso a ver las novedades de tu página y me encuentro un buen puñado de entradas frescas sobre Robert Brandom y Heidegger. Hace poco te dije que me cuesta sacar provecho a discutir contigo. Justo y gozoso es añadir que no me ocurre lo mismo leyendo tus presentaciones de autores con los que discrepas. Da gusto leer a un profe que sabe explicarse. Dado que muestras afición a afilar espadas en las antípodas de Atenas, agradezco especialmente este género de entradas de entrega a domicilio para enfermitos de pensamiento débil.
ResponderEliminarMuchas gracias, Masgüel. Tengo intención de contrastar mi pensamiento ateniense con estos buenos judeo-protestantes, a ver si por lo menos queda en claro por dónde está el Problema (o qué problema tengo yo). Así que (para disgusto -¡espero!- de Jesús) seguiré un rato con Heidegger, Derrida y Wittgenstein. Saludos
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