Aristóteles superó el matematicismo o univocismo en metafísica mediante el concepto de analogía: el ser no es un género, sino algo
que desborda a lo genérico-específico por arriba y por abajo. Pero Aristóteles no
analizó a fondo esa noción, ni la usó todo lo sistemática y perspicuamente que
se podría. El tomismo, esa escuela que mantiene y alimenta el fuego del grandioso
sistema de Tomás de Aquino, lleva a cabo un progreso significativo en la
comprensión del concepto de analogía. En ese movimiento, Tomás avanza hacia
Platón, aunque no logra (o no pretende) desprenderse de todo su aristotelismo.
La idea fundamental del tomismo dice que el ser (esse) es una idea o noción trascendental,
o, más bien, el arquetipo de todas las ideas trascendentales, y plenitud de
toda cosa, perfección de todas las perfecciones, actualidad o realidad de toda
realidad. (Como en otros casos, también aquí la interpretación heideggeriana,
que pretende “reducir” el ser tomista a la mera “presencia” del ente y
denunciar su olvido del Ser, está desencaminada. Dejaremos para otra ocasión la
comparación de ambos pensamientos).
¿Qué quiere decir el tomismo cuando dice que la noción de
ser es trascendental? Una noción trascendental en el sentido tomista (no en el
sentido kantiano) es una noción que lo impregna todo, tanto en extensión como
en intensión. La universalidad de la noción trascendental no solo no es
inversamente proporcional a su particularidad, sino al contrario, cuanto más
universal, más plenamente está también en lo particular. La idea trascendental
sintetiza ambas cosas: máxima universalidad y máxima concreción. Es, en cierto
sentido, pues, lo opuesto a una idea abstracta o meramente extensa o genérica,
como las que son objeto de la matemática y la lógica. La metafísica tiene por
objeto ideas trascendentales, no abstracciones.
Aunque, como dirá Hegel, el concepto más básico e inmediato
con el que se encuentra la inteligencia en el camino de la reflexión, es el
concepto de ser, cosa, algo… (pero Tomás no habría dicho que eso es lo mismo
que la nada, pues Tomás no es (tan) “dialéctico”), los sucesivos pasos de la
reflexión son paulatinas profundizaciones en el concepto de ser o realidad,
porque nada hay más perfecto, primero y último, que ser.
“Hoc quod dico esse est inter omnia perfectissimum” “Esto que llamo ser es lo más perfecto entre todas las cosas” (Tomás de Aquino De pontentia, q. 7, a. 2, ad 9)
Obsérvese, como se ha hecho notar, la infrecuente primera
persona del singular del texto medieval, lo que denota que Tomás tiene
consciencia de su originalidad en este punto. El esse de Tomás no puede compararse con ningún concepto general de
ser, ni tampoco con la “existencia” entendida al modo de Aristóteles, menos aún
a la manera de las filosofías modernas, existencialistas o no. Se compara
respecto de todas las cosas como Acto o Perfección o Realidad, porque nada
tiene realidad sino en la medida en que es:
“Ipsum esse est perfectissimum omnium, comparatur enim ad omnia ut actus; nihil enim habet actualitatem, nisi in quantum est” (Summa theologiae, I, q. 4, a. 1, ad 3)
No solo es lo más universal, es también lo más íntimo de
cada cosa, más íntimo que aquellas mismas cualidades por las que se determina
cada cosa:
“Esse autem est magis intimum cuilibet rei quam ea per quae esse determinatur” In II sentent. Dist. 1, q. 1, art. 4, solutio)
Pero, obviamente, la idea trascendental del ser es un
problema. De hecho, es ese carácter “dialéctico” de la idea trascendental el
que hace de la metafísica algo “difícil”, totalmente paradójico y completamente
diferente a las (otras) ciencias, sobre todo a las más “formales” o abstractas
o “matemáticas”, que es con las que más cabe la tentación de confundirla. La “solución”
a esta paradoja de lo trascendental será la noción de analogía. La idea de ser
es analógica.
Recordemos, antes de pasar a esa solución, el planteamiento
del problema, en palabras de uno de los varios tomistas excelentes de los
últimos cincuenta años:
“La participación en el plano del ser constituye el problema metafísico por excelencia, porque afecta precisamente al objeto formal de la metafísica. ¿Cuándo se plantea el problema? Cada vez que se plantean simultáneamente diferentes datos cuyo vínculo no se percibe. El problema queda resuelto tan pronto como se descubre el principio de su unión. Ahora bien: el ser manifiesta propiedades que parecen incompatibles en un mismo sujeto. Por eso constituye dificultad. En primer lugar, el ser tiene el carácter de absoluto: no se opone a nada, y, por consiguiente, lo penetra y envuelve todo (…) Pero, al mismo tiempo, el ser manifiesta relatividad, puesto que lo real está fraccionado en unidades múltiples, todas las cuales pertenecen al ser. (…) Los datos del problema están, pues, firmemente establecidos: el valor de ser es absoluto y hay seres subsistentes; en otros términos, la participación en el ser es un hecho innegable. Pero ¿cómo comprender que lo absoluto pueda unirse a lo relativo, que la unidad del ser no se pierda en la multiplicidad de los seres? (…) La dificultad está en conservar simultáneamente no solo la unidad fundamental del orden, sino también la subsistencia de sus múltiples elementos. (…) El problema de lo uno y lo múltiple, de lo absoluto y de lo relativo, de la participación en el plano del ser, es el problema fundamental de la metafísica”. (Louis de Raeymaeker, Filosofía del ser. Ensayo de síntesis metafísica, Gredos, Madrid, 1956, pg 47 y ss)
Ahora intentemos comprender la solución. La solución es,
como en Aristóteles, el carácter analógico del ser. Pero ¿qué significa esto,
para el tomismo? Solo superficialmente significa lo mismo que para Aristóteles.
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Para precisar en qué sentido usan el término, los tomistas
distinguen diversos sentidos (análogos) de la noción de analogía, solo uno de ellos totalmente
adecuado para la metafísica:
Hablan de analogía de
atribución o de proporción para
ejemplos como el de Aristóteles: la salud no se dice en el mismo sentido de la
comida sana que del cuerpo sano o del síntoma de salud. Como sabemos,
Aristóteles usa insistentemente este ejemplo para referirse a la manera en que
el ser se dice, ni unívoca ni equívocamente, de las diversas categorías. No
decimos ser de la misma manera cuando lo decimos de un caballo particular, que
es una entidad primera (o sea, algo que ni se da en otra cosa ni se predica de
otra cosa), que cuando lo decimos de una cantidad (de tres metros), una
cualidad (blanco), etc. Ser se dice, principalmente, de la entidad, y solo por relación a ella se dice de las otras
“cosas”, ya sea porque la cualifican, o porque “son camino a ella”… Aristóteles
no explica qué relación es esa que salva la unidad de la noción de ser sin
hundirse en la equivocidad. Es un hecho que hay esta heterogeneidad de modos de
ser, siendo uno el principal. Para el tomismo, esta no es la noción más
profunda de analogía del ser. En cierto modo, ni siquiera es propiamente una
analogía del sentido del término (“salud” significa lo mismo de una categoría a
otra), sino un desplazamiento de funciones de la palabra. Luego volveremos a
esto.
Un segundo tipo de analogía es la metáfora, o analogía de proporcionalidad impropia, como
cuando decimos que el león es el rey de la selva. Aunque (a diferencia del tipo
anterior) aquí sí hay una variación del sentido del término, tampoco se trata
de un concepto metafísicamente importante: todo el mundo sabe que es impropio
atribuir cualidades políticas a un león. Se trata de una comparación
ilustrativa, retórica. Por supuesto, aquí hay un amplio terreno para la
discusión. Los nietzscheanos y deconstruccionistas han identificado el concepto
tradicional de ser, y al lenguaje en general, con “un ejército de metáforas en
movimiento”. Pero para la metafísica tomista es básico distinguir una mera
metáfora, donde tenemos consciencia de que hacemos una comparación, que siempre
podría (en principio) resolverse mediante descripciones univocistas (al menos
este es el postulado de toda ciencia, la univocidad), de una auténtica analogía
del concepto, donde la variación del significado es irreducible.
La analogía propiamente dicha, entonces, la que interesa al
filósofo, es aquella en que la misma noción se dice de diferentes modos no
equívocos, es decir, que no puede aplicarse unívocamente, ni es reducible a
paráfrasis unívocas. Es la única que no se basa en una abstracción, porque
pretende salvar tanto la universalidad como la mayor concreción e incluso
individualidad. Ahora bien, ¿qué relación es esta? Tomás de Aquino utiliza para
ella un término: Participación. Y la caracteriza como una proporción entre lo
absoluto y lo relativo: una propiedad es participada de modo absoluto por la
entidad que se identifica esencialmente con esa propiedad, y es participada de
manera relativa (según “el más y el menos”, en “grado” diverso pero no
absoluto) por otras entidades. El calor, por ejemplo, está en su grado absoluto
en el fuego (en el sol…) y en grados diversos en las cosas calientes. De la misma
manera, el ser está en grado absoluto en el ser perfecto y en grados relativos
en todas las entidades reales. Pero el propio calor, el propio ser…, está tanto
en lo absoluto como en lo relativo. En esto consiste la analogía tomista.
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Desde este sistema tomista puede hacerse una crítica,
certera a mi juicio, de la concepción de Aristóteles. En verdad, Aristóteles no
piensa a fondo esa noción central de su metafísica. Se topa con su necesidad, y la usa, de una manera tosca, apenas en el momento más abstracto de
su aporética. Y, una vez que ha distinguido las categorías y ha identificado al
sentido más propio del ser con la usía
o entidad o sustancia, no se plantea qué relación puede ser esa, que no es ni
unívoca ni equívoca. (Esto es lo que ocurre, por otra parte, con todo concepto
fundamental de un pensador).
Además, el concepto que de la analogía se hace Aristóteles,
es solo el de atribución, del que se
puede decir que ni siquiera es auténtica analogía, es decir, variación
irreducible del significado, sino más bien heterogeneidad de usos. Ese concepto
aristotélico estaría más cerca de las categorías del Lenguaje de la Filosofía
logicista. En este caso no se podría hablar de participación: ¿acaso cabe decir
que el aparato cuantificador-referencial es el modo absoluto del lenguaje, y el
aparato predicativo lo participaría relativamente?
Pero lo más grave, desde el punto de vista tomista, es que
Aristóteles mantiene la analogía solo en el ámbito abstracto de las categorías
y ni siquiera se plantea la posibilidad de que haya que buscarla o contemplarla
en el interior del orden de las entidades reales o primeras (usiai). Las sustancias aristotélicas son
múltiples de manera unívoca. Una piedra es tan sustancia como un caballo, una
persona o el dios. La dependencia ontológica entre las diversas sustancias no es
una dependencia en cuanto a su ser. Ninguna sustancia da el ser a otra, ninguna
depende ontológicamente de otra. Las entidades móviles dependen, sí, de una
entidad inmóvil, pero solo en cuanto a su movimiento. Es su movimiento el que
queda explicado, no su ser. La pluralidad y el orden sustancial del ser quedan
injustificados. En este sentido, la Metafísica de Aristóteles permanece unida a
la Física. Obviamente, esto tiene que ver con que Aristóteles no se plantee
realmente la cuestión “¿por qué algo en vez de nada?”. Aristóteles no ha
llegado a una verdadera consideración del ser. Para ir más allá de su
comprensión del ser, necesitamos entender la Analogía como Participación.
No obstante, esa crítica a Aristóteles no resulta tan
certera cuando se tiene en cuenta otro de los modos en que, según el
Estagirita, el ser se dice de varias maneras, a saber, según la distinción
entre enérgeia y dýnamis, en acto y en potencia, y que será precisamente la
herramienta conceptual a partir de la cual Tomás llegará a su noción de Participación.
La forma en que decimos ser en acto y ser en potencia es analógica. Y resulta
que el orden de las entidades se forma según ese dúo. Dios es aquello que está
plenamente en acto, y las demás entidades, son mezcla de acto y potencia. Con
todo, parece cierto que Aristóteles no llega a pensar (y es dudoso que, de
haberlo pensado, lo hubiese aceptado) que existan propiamente “grados” de ser,
que la existencia sea a la esencia o talidad lo que el acto es a la potencia,
que Dios sea más ser o entidad que las criaturas, por ejemplo (curiosamente, sí
usa la expresión, “más entidad” para referirse a las entidades primeras, es
decir, las individuales, respecto de los universales). A este nivel, parece que
se queda en la univocidad de la entidad, y el dúo acto – potencia no afectaría
plenamente al ser, a la existencia.
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La profunda y sutil idea de analogia entis ha tenido que andarse siempre distinguiendo de
confusiones muy cercanas. Estas distinciones son utilísimas para precisar la concepción
tomista.
Primero, tiene que distinguirse del univocismo de Duns Scoto
y sus discípulos. Los escotistas apelan a un concepto sumamente abstracto de
“ser”, indiferente a sus diversos modos, y que es el sentido en que utilizamos
el término en las inferencias lógicas, las cuales requerirían total univocidad
de una premisa a otra. La crítica tomista a esta noción es clara: ese concepto
escotista de ser indiferente es un concepto puramente abstracto, completamente
vacío, meramente “lógico”, inaceptable para la metafísica. El concepto de ser
no es un concepto abstracto sino, decíamos, trascendental, es decir, repitámoslo,
que no solo expresa la mayor universalidad sino también la mayor concreción e
individualidad. El escotismo se ve obligado a decir que cada modo concreto de
ser no es formalmente ser sino solo materialmente (materialiter tantum). Pero esto empobrece radicalmente el concepto
de ser. Es imposible descontar de la auténtica idea de ser, sus modos. Hacerlo
colocaría a los modos fuera del ser, en la nada o no-ser. La abstracción no
sirve en metafísica. Esto es lo que hace tan “difícil” el pensamiento
metafísico: no puede dejarse tentar por la mera lógica, que divide y separa,
que abstrae. El ser tiene que ser tanto lo más universal como lo más concreto,
a la vez.
También es interesante, más aún en cierto sentido, la
discrepancia con los suarecianos. Suárez acepta la analogía del ser, pero la
reserva solo para las esencias, no para el ser, porque piensa que el ser es
indiferente a sus diversos modos. Al dejar fuera precisamente al ser, Suárez no
puede entender al ser como perfección de todas las perfecciones.
El tomismo va más allá de todas esas posiciones, que, en el
fondo, son “esencialistas” y “logicistas”, hacia una concepción plenamente
“existencialista”, en un sentido mucho más profundo que el del
existencialismo-subjetivismo moderno. El ser o existencia (si entendemos este
término en toda su profundidad, es decir, expresando el hecho de que la cosa
sea, sin más –ni menos-) es la perfección o plenitud de realidad, que se da en
todos los seres, pero de manera “participada”.
Una importante consecuencia de este orden de ser es que hay,
en toda entidad, una diferencia real
entre esencia o talidad y ser, es decir, entre el qué-es y el que-es. Pero qué-es
o cómo-sea cada cosa es simplemente el resultado o la expresión de en qué
medida es. Es decir, las cualidades de cada cosa tienen como trasfondo real el
modo y medida en que participan del ser pleno. No quiere decir eso que existan
esencias separadas del ser, como si fueran sustancias: la distinción entre el
qué-es una cosa y su ser es una distinción conceptual pero completamente real.
Es lo que hace que el ser sea múltiple sin dejar de ser uno. Al menos, eso es
lo que pretende el tomismo.
El tomismo recupera, así, el concepto de Participación, que
Aristóteles consideró un simple mitologema que no explicaba nada, al menos aplicado
a la relación entre las Ideas y las cosas naturales. Este concepto de
participación, que Tomás va usando más frecuente y significativamente cuanto
más madura su pensamiento, ha causado siempre desazón en el tomismo, porque es,
evidentemente, una noción platónica y difícilmente inteligible en el
aristotelismo. Tomás utiliza esta noción en su “cuarta vía” para demostrar la
existencia de Dios, la de los grados de ser, una vía completamente ajena, en su
espíritu, a las otras cuatro, ortodoxamente aristotélicas y basadas en la
causación eficiente o final. En uno de los muchos textos en que se refiere a
esa participación sustancial dice, por ejemplo:
“Ya se ha demostrado anteriormente (…) que Dios es esencialmente el ser subsistente, y asimismo se ha probado que el ser subsistente no puede ser más que uno, así como si la blancura fuese subsistente, no podría ser más que una sola, pues se hace múltiple en razón de los sujetos en que se recibe. En consecuencia, es necesario que todas las cosas, fuera de dios, no sean su ser, sino que participen del ser; por tanto, que son más o menos perfectos en razón de esta diversa participación, tienen que tener por causa un primer ser, que es perfectísimo. Por eso dijo Platón que antes de toda multitud hay que poner la unidad, y Aristóteles afirmó en el II de la Metaph. que lo que es máximamente ente y máximamente verdadero, es la causa de todo ente y de todo lo verdadero, como lo que es sumamente cálido es causa de todo lo cálido” (Summa Theologiae I, q. 44, a. I, citado por Ángel Luis González, Ser y Participación, Eunsa, 1979, pg. 50)
Pero, por más que lo quiera el divino Tomás, Aristóteles el
Filósofo no está ahí hablando la misma lengua metafísica que el divino Platón. En
Platón el concepto de Participación es la clave, en Aristóteles es un concepto apenas
posible, al menos en el sentido que pretende darle Tomás.
Ser como absoluta perfección participada por los entes: lo
bueno en sí como pleno ser, como esencia-sustancia de todas las esencias-sustancias.
Tomás se fue volviendo a Platón poco a poco. Reconoció, más allá de la analogía
abstracta y tosca de Aristóteles, la analogía plenamente ontológica y
existencial del platonismo, la Participación. Pero ¿qué significa
Participación?
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