Sigue habiendo algo que todo el mundo sabría identificar
como filosofía. ¿Seguirá habiéndolo? ¿Cómo? ¿Qué futuro le cabe a la Filosofía?
Más en concreto, ¿hay una unidad de la Filosofía, o es una idea o pseudo-idea
en desintegración? Las siguientes especulaciones no tienen que ver con la
historia, ni con la profecía, salvo como tópicos para filosofar, para filosofar,
concretamente, acerca de la filosofía (pero filosofar acerca de la filosofía no
es tan narcisista como hacer, por ejemplo, historia de la historiografía: la
filosofía es más esencialmente autorreferente, casi puro “pensamiento del
pensamiento”, como el dios de Aristóteles).
Como se sabe, existen hoy dos grandes maneras de hacer
filosofía, que se llevan la parte del león, y varias otras intermedias. Por una
lado está la “filosofía continental”, fenomenológico-hermenéutica; por otro, la
“filosofía anglosajona” o analítica. Ambas corrientes van infiltrándose, cada
vez más, la una en el terreno sobre el que florece la otra: ya no es rara la buena
bibliografía hermenéutica en inglés, ni la analítica en alemán y francés.
Tampoco faltan intentos de acercamiento, ni denuncias de problemas de identidad
e incluso oficios de difuntos, sobre todo dentro de la filosofía analítica y
sobre todo respecto de sí misma (por ejemplo Aaron Preston Analytic Philosophy, the History of an Illusion, Continuum Studies
in Philosophy, 2010). Pero nada de esto ha favorecido apenas la “contaminación”
o el mestizaje, y los dos caminos siguen vivos por separado, con muchas dudas
de que sea posible algún contacto no superficial entre ellos, un intercambio de
argumentos, un verdadero diálogo. ¿Es que hablan de cosas diferentes? ¿No
tienen nada esencial en común? Mi parecer es que hablan fundamentalmente de lo
mismo de maneras solo relativamente diferentes, aunque, eso sí, muy diferentes
dentro de esa relatividad.
¿De qué maneras diferentes hablan de lo mismo? La raíz de la
diferencia en sus maneras de abordar los problemas filosóficos se puede
describir de forma sencilla diciendo que, mientras que la filosofía analítica
se inspira en o imita el método de las ciencias físico-matemáticas, la
filosofía hermenéutica, por su parte, remeda el método filológico-histórico o
de las “ciencias humanas” en general. La primera, parte metodológicamente de
las nociones más simples e inmediatas desde el punto de vista tanto lógico como
fenoménico-externo o “natural”. Adopta un naturalismo y reduccionismo
metodológico, o navaja de Occam desde el más-acá: tratemos de explicarlo todo
con los menos elementos no-naturales posibles (y, entre los naturales, elijamos
los de menor nivel de complejidad); intentemos conformarnos con la extensión o
univocidad semántica, evitando la connotación y la intensión. No por ello el pensador
analítico concluye siempre en un naturalismo
metafísico, pero cuando acaba en alguna forma de no-naturalismo (lo que viene
ocurriendo cada vez más a menudo), eso se percibe, en el mundo analítico, como
una sorpresa, algo que “no debería haber acabado así”.
La filosofía hermenéutica, en cambio, intenta pasar por algo
así como historiografía e interpretación literaria. Los términos que usamos en
cualquier campo semántico, incluida la ciencia –nos recuerdan-, están cargados
de connotaciones o resonancias culturales, históricas, psicológicas,
subconscientes…, una vez se atiende a las cuales, se sitúa a cada “verdad” en
su contexto y deja de ser neutral y atemporal. Hay aquí, obviamente, una irresistible
tendencia a concluir en alguna forma de relativismo o constructivismo
(historicismo, culturalismo) y a la vaporización de la verdad y su reducción a
retórica. Pocos hermenéuticos evitan estas conclusiones, y menos aún se
entregan a señalar los límites de la interpretación (una de las pocas
excepciones que conozco es Más allá de la
interpretación, de G. Vattimo, Paidós 1995). No hay más que
interpretaciones, dijo Nietzsche. Pero ¿esto mismo no será entonces solo una
interpretación?
La fenomenología es, en cierto modo, una manera intermedia
de filosofar, y ello porque su referente científico es esa ciencia intermedia o
de dudosa ubicación que es la psicología: una especie de Psicología
introspeccionista “a lo divino” o a lo trascendental, eso es originariamente la
Fenomenología (Husserl). Algo parecido puede decirse de los filósofos de Frankfurt
respecto de la sociología. La fenomenología, no obstante, pronto se mezcló con
la hermenéutica, por obra, sobre todo, de Heidegger, y no es fácil encontrar
fenomenólogos puros (quizás M. Henry o J-L Marion). Si Frege y Husserl aún
hablaban un lenguaje bastante común, sus respectivos descendientes cada vez se
hicieron más “de ciencias” o “de letras”.
Por supuesto, volviendo a las dos grandes vías, analíticos y
hermenéuticos, ambos se engañan en la medida en que creen que lo que hacen es
ciencia. Lo que hacen los “filósofos del Lenguaje” no es lingüística, ni
lógica, ni ciencia natural muy general: no espera ser falsado ni permite análisis
“lógicos” alternativos e incompatibles; lo que hacen los hermenéuticos no es
crítica textual ni historia: no espera ser deconstruida su propia
deconstrucción, y sí pretende anunciarnos alguna verdad ahistórica. Ese engaño
común no es casual: una de las pocas cosas que ambas metodologías filosóficas
tienen, en cuanto metodologías, en común, es el intento de huir de la Metafísica
y simular ser ciencia. Pero, mientras que en los continentales, la “muerte de
Dios” es una tesis pseudo-histórica, en el positivismo anglosajón el
“sinsentido de la metafísica” es una tesis pseudo-científico-natural o
pseudo-lógica. Son dos formas del cientificismo. Esto apunta directamente a
aquello Mismo de lo que ambas tratan pese a sí, y de lo que hablaré más
adelante (en la siguiente entrada). Por decirlo rápidamente desde ya, a las filosofías analítica y hermenéutica es
la Metafísica lo que las une: en lo que se refiere a sus métodos, el deseo de
evitarla; y en cuanto a sus contenidos, la inevitabilidad de tenerla (o ser
tenidos por ella).
Si quisiéramos acercar las dos maneras de hacer filosofía, podríamos
empezar por buscar, por tanto, cómo relacionar estrechamente ambos tipos de
ciencias, naturales y humanas. Hay intentos de ello, reconociendo, por parte de
los unos, el papel que la interpretación tiene en el lenguaje de la ciencia
natural o naturalista en general (piénsese en D. Davidson, por ejemplo) o la incorrección
del viejo reduccionismo; y, por parte de los otros, aunque menos, el reconocimiento
del momento más puramente referencial de todo lenguaje, y el anclaje pragmático
de los signos (razón última del principio de verificabilidad de las ciencias
empíricas). Pero, como decía, no se puede hablar de un verdadero diálogo
filosófico entre unos y otros.
Podría imaginarse que este acercamiento sería más fácil
desde filosofías que se quisieran parecer a ciencias intermedias (como la etología,
desde el lado de lo naturalista, o la psicología, viniendo desde las
humanidades). Sin embargo, el problema se traslada al interior de esas propias
ciencias, a cómo definirlas y tratarlas. Ellas sufren internamente la tensión
de esas dos fuerzas contrapuestas: el afán de cuantificación estricta y la
necesidad de no matar lo que se pretende conocer. El problema profundo para la
posibilidad de acercamiento de ambas maneras de filosofar parece estar, pues,
en el problema de en qué manera ciencia natural y ciencia
hermenéutico-historiográfica son aproximables o conjugables. ¿No serán, acaso,
maneras irreconciliables de abordar la realidad, e incluso de abordar
realidades irreconciliables?
Alguien dirá que, puesto que alguna vez hubo un filosofar que
no era ni “de ciencias” ni “de letras” (el de todos los grandes clásicos, desde
Platón y Aristóteles a Kant y Hegel –aunque ya se viese en cada uno un sesgo
más naturalista o más hermenéutico-), debería ser posible volver a pensar filosóficamente
sin esos manierismos. Pero hay que tener en cuenta que nunca las ciencias,
tanto las naturales como las “humanas”, fueron tan conscientes de sus
especificidades respectivas. Tanto el rigor analítico-naturalístico como la
consciencia hermenéutica han crecido mucho, en sentidos opuestos, y no se puede
sencillamente volver atrás. Con razón un filósofo analítico se queja de la
falta de pulcritud matemática o claridad, de la ambigüedad y elusividad, cuando
no del (al menos aparente) oscurantismo con que escriben muchos filósofos
continentales. Pero con la misma razón estos se maravillan de la ingenuidad y “virginidad”
histórico-literaria y política de los filósofos analíticos. Ninguna de las dos
percepciones carece de razón, pero las dos yerran si creen que es tan sencillo
como ignorar el otro . Lo deseable es una síntesis que supere las
unilateralidades. Más que nadie, la filosofía tiene que proponer una concepción
integral, haciéndose cargo de la dialéctica ahí presente, y, desde luego,
considerando una adquisición tanto el desarrollo analítico como el hermenéutico.
Pero ¿cuál es esa dialéctica ahí presente? ¿Es la dialéctica
propia de la relación entre lo natural y lo cultural, entre lo cuantitativo y
lo cualitativo, entre lo mecánico y lo pensante? Aunque es muy tentadora, yo creo
que no es exactamente esa las dialéctica aquí presente, sino una algo más pobre
y confusa. Lo que hace, también, que sea más difícil de desenredar.
Intentemos un acercamiento “platónico”. ¿Qué diría Platón de
esto? Se le podría interpretar así: puesto que la poesía está dos veces alejada
de la dialéctica, es desde la matemática (que está a un solo paso) desde donde
más nos conviene partir: no entre aquí quien no sepa geometría. Platón sería
entonces, junto a Aristóteles y otros muchos de los grandes, más afín al
espíritu de la actual filosofía analítica (en cambio, Hegel y, sobre todo,
Nietzsche, con su idea de que el arte es el momento creativo, estaría más cerca
del hacer continental). Sin embargo, esa sería tanto una pobre interpretación
de Platón (y seguramente también de Hegel) como una malinterpretación de la diferencia
entre filosofía analítica y hermenéutica.
Creo que esa diferencia es en buena medida un falso dilema:
ni el análisis extensional y naturalista-mecanicista es el mejor paradigma de
la Ciencia (con Platón y Aristóteles, pienso que hay modelos mejores para la
Naturaleza, como el biológico o el simbólico) ni las ciencias humanas son lo
mismo que la retórica, aunque la mayoría de los filósofos analíticos y de los
hermenéuticos crean sendas cosas. Si es así, la filosofía hermenéutica debería
tomarse más en serio la profundidad potencial de las ciencias de lo humano y lo
espiritual, desentendiéndose de lo que hay en ella de retórica pretendidamente libre
del peso de la verdad; y la filosofía analítica tendría que tomarse más en
serio el “racionalismo” de la Ciencia, desprendiéndose, en cambio, de su
naturalismo mecanicista y reductivo. Quizás así se podría caminar a una
síntesis de las ciencias.
Pero ahí no habría acabado el proceso de acercamiento entre
las diversas maneras de hacer filosofía: ahí no habría hecho más que empezar. Todavía
ambas maneras de hacer filosofía tendrían que desprenderse de su cientificismo,
y reconocer que son filosofía y que, por eso, tratan de algo que está más allá
del alcance de la ciencia, más allá de la física y de la historiografía: que son Metafísica.
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