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martes, 24 de abril de 2012

Heidegger como filósofo trascendental

El racionalismo metafísico dialéctico-analógico que vengo pensando y criando desde hace años, supone, de ser correcto, una superación de lo más fundamental de lo que podríamos llamar el pensamiento “moderno”, y una reivindicación de una renovada metafísica, en su versión más sustantiva, “platónica”. Seguramente los dos más radicales pensadores de la muerte de la metafísica y “enemigos” de Platón, durante el siglo pasado, son Wittgenstein, con su pluralismo y su pragmatismo irreducibles, y Heidegger (y herederos), con su búsqueda del sentido del Ser más allá de la presencia, radicalmente post-metafísico. Voy a posicionarme frente a Heidegger.



Según una interpretación tentativa, creo que Heidegger representa un pensamiento, efectivamente anti-metafísico, que evoluciona desde una posición trascendental (en sentido kantiano amplio) hacia una posición “trascendente” pero en sentido no metafísico, no racionalista, no platónico. Empezaré por el Heidegger trascendental.

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¿Qué es un filósofo trascendental? Un filósofo trascendental es aquel que suspende las cuestiones metafísicas e incluso meramente “ontológicas”, para realizar, primero, una analítica de las condiciones de posibilidad del Conocimiento, o de lo que sea. El filósofo trascendental se pretende no ingenuo: no se cree directamente delante de los entes, sino que se retrotrae, reflexivamente, a las condiciones de su inteligibilidad, o de su “sentido”.

Kant, por ejemplo, pretende situarse antes de, o fuera de, la discusión ontológica espiritualismo / materialismo, racionalismo / empirismo. La aporética de esta discusión endémica puede expresarse en torno al status ontológico del Tiempo:

     - Si el Tiempo es sustancia o algo de la sustancia (propiedad objetiva), como cree el naturalismo y su empirismo, entonces no hay posibilidad de fundamentar lo a priori, todo se reduce a contingencia y el propio empirismo se vuelve, en último extremo, escepticismo.

     - Si, por el otro extremo, el Tiempo es mera apariencia y, por tanto, la propiedad de los seres (o del ser) es la eternidad o lo universal, como cree el idealismo metafísico y su racionalismo, entonces lo dado no existe, y como las Ideas no son cognoscibles en sí, sino en el fenómeno, el propio idealismo se torna inefable.

El giro trascendental supone poner entre paréntesis a (“hacer epojé” de), la ontología, ingenua, sea empirista o racionalista, que cree que las cosas están dadas, sin mediación, sea a la sensibilidad o sea a la razón pura. Se trata de evitar la confusión entre Ser y Pensar. El pensamiento tiene unas características normativas, formales (en esto tiene razón el racionalismo), pero eso no implica que sean características ontológicas. El Tiempo no es ni propiedad de las cosas ni mera apariencia, sino propiedad de la forma humana de comprender las cosas.

En un sentido amplio la Filosofía Trascendental consiste esencialmente en la separación o desidentificación de Forma y Sustancia. Trascendental se opone tanto a Trascendente como a Inmanente. Lo que tienen en común Trascendente e Inmanente es el dogmatismo (afirmativo o negativo), es decir, la falta de reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la ontología. Si el ser fuese inmediato al pensar todo sería verdadero. Se requiere la mediación, la reflexión

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¿En qué medida, o en qué sentido más bien, se puede llamar “trascendental” al pensamiento de Heidegger, al menos al de las primeras obras importantes?

Una de las tesis hermenéuticas centrales en Heidegger es que, desde Platón y Aristóteles, el pensamiento ha olvidado la cuestión del ser y se ha reducido al conocimiento del ente. Este olvido, que es él mismo un hecho “histórico” (pero en un sentido no historiográfico, el cual dependería de una cierta metafísica moderna) se jalona en diferentes momentos. Inicialmente el ser es confundido con el ente en forma de eidos y entelekheia (Platón y Aristóteles); luego, en romano, se traduce, o, mejor, se convierte (porque no hay traducción en filosofía, sino que sólo se piensa en la lengua, nacional) en la actualitas, que es una degeneración de la energeia aristotélica; en la era moderna el ente supremo es el Sujeto cartesiano; el último capítulo de esta historia onto-teológica es el ser como voluntad de voluntad, el ser como valor. Esto representa el grado ínfimo de conciencia del ser, el final de la metafísica. En todos sus momentos el Ser ha sido ocultado porque ha sido interpretado como presencia, parusía o usía, como ente. El propio Ser ha quedado oculto tras esa presencia óntica. Ahora está pidiendo ser repensado. Pero esto exige empezar por la cuestión del sentido de la pregunta.

Frente a toda la historia de la Metafísica, Heidegger comienza preguntándose por el “sentido del ser”, y por el sentido de la propia pregunta sobre el sentido del ser. Hay que acabar con el prejuicio fundamental, constitutivo de la Metafísica: la confusión del ser con el ente primero, con la sustancia. Este ejercicio de distanciamiento, de paso atrás, (como lo describe Heidegger en Identidad y Diferencia), tiene un innegable cariz trascendental, y así lo vio el propio Heidegger y así lo han visto muchos de sus intérpretes.

                         "...sólo podemos aclarar el “ser” recurriendo al comprender del “ser”, a la “comprensión del ser”. Este es el viraje específicamente “trascendental” a partir del cual Heidegger se distingue de la ontología tradicional objetivista". (Tugendhat, Autoconciencia y autodeterminación, FCE, pg. 133)

Gadamer, igualmente, habla de la “autoconcepción trascendental de Heidegger” (“Kant y el giro hermeneútico” en Los caminos de Heidegger).

El Heidegger de las primeras obras es un filósofo trascendental, entendiendo esto en sentido más amplio pero a la vez más “puro” que en el caso de Kant. Kant es el héroe del primer Heidegger, aunque un héroe que acabó sucumbiendo.
Si Heidegger rechaza firmemente usar el lenguaje kantiano es, entre otras cosas, porque no quiere tener nada que ver con la interpretación neokantiana del kantismo, en manos de E. Cassirer, Natorp y demás. Estos, a juicio de Heidegger, malentienden completamente a Kant cuando lo confunden con un teórico del conocimiento: Kant es un pensador ontológico.

Curiosamente se podría afirmar que una operación similar, es decir, el deseo de no ser identificado con la peor de las malintelecciones, puede explicar que el propio Kant rehuya la terminología de la Ontología. No obstante hay una gran diferencia entre Kant y Heidegger en esto, pues Kant no tenía ni la mitad de conciencia hermeneútica que Heidegger (aun no había llegado el momento histórico del historicismo) y no se veía tan instado como éste a buscar la relación de su pensamiento con los pensamientos del pasado.

Por eso Heidegger recupera el lenguaje de la vieja ontología, que conocía perfectamente por sus estudios de Duns Scoto y Brentano, e intenta revitalizarlo, liberándolo de sus connotaciones más estrechamente escolásticas o racionalistas mediante el aparato terminológico de la fenomenología y la hermeneútica (y, pronto, de su propia creación).
En sus lecciones de 1923, Ontología, hermeneútica de la facticidad, en que se preludian motivos de Ser y Tiempo, describe su proyecto como Ontología en el sentido más “vacío”, es decir, menos comprometido (ónticamente, digamos) posible. Y afirma expresamente que esto no es contra Kant. Al contrario, la Ontología, que es metodológicamente Fenomenología, trata el problema de la “constitución”, es una hermeneútica de la facticidad, tal como la crítica kantiana es una analítica del ser racional finito. Frente a ello lo actual, dice Heidegger, es “un platonismo de los bárbaros”.

Ser y Tiempo se plantea la olvidada pregunta por el sentido del ser. El ser es aquello por lo cual los entes son comprendidos, pero el ser no es ninguno de los entes, el ser no es ente.
Evidentemente sería malentender fundamentalmente esta tesis asimilarla a la tesis platónica según la cual el verdadero ser, la Idea de las Ideas, está más allá de la esencia, como se dice en La República. La tesis de Platón es que el auténtico ser es más ser, infinitamente más ser que los entes que le participan (tesis que el aristotelismo platonizante de Tomás de Aquino sostendrá también). Es un lugar preeminente, aunque sea infinito. Por tanto, en Platón se trata de Ser Trascendente. Precisamente en esto yace, a juicio de Heidegger, el “error” de la Metafísica: confundir ser con fundamento-causa. Lo que Heidegger quiere, en cambio, sostener es que el ser es heterogéneo a y condición de posibilidad de los entes: es una tesis trascendental. El ser no es ente como no es ente el Sujeto Trascendental y las Categorías kantianas: no porque sean supra-entes, sino porque no son en modo alguno algo óntico. Por ello entender a Heidegger como un platónico sería un error básico. (Sin embargo, Aristóteles sí había insistido en que Materia y Forma no son separables en la realidad, sino sólo en el pensamiento, excepción hecha de la causa primera).

Desde el principio Heidegger tiene conciencia de que su posición es, al menos esencialmente, similar a la de la Filosofía Trascendental, más directamente en la forma de la Fenomenología de las Investigaciones Lógicas de Husserl, quien, por lo demás, se había encargado explícitamente de poner en relación la fenomenología con la filosofía trascendental. La cierta desafección que manifiesta Heidegger por Kant en esta primera época, se puede describir como la decepción porque Kant, pese a su intención inicial, no lograse mantenerse en una posición trascendental y recayese en la Metafísica, es decir, en la identificación del ser como presencia, en la forma moderna de la representación del Sujeto. La segunda edición de la Crítica de la Razón pura es un paso atrás.

Lo Trascendental no es lo Trascendente, es decir, no es sustancia separada, sino forma a priori de lo inmanente. Pero tampoco es reducible a Inmanente (como en Hume o Nietzsche), pues dejaría de ser a priori. Pero, a la vez, lo Trascendental es tanto Trascendente como Inmanente. La heterogeneidad de lo Trascendental no es la heterogeneidad racionalista de la analogía griega, sino más bien la heterogeneidad de equivocidad, propia de la modernidad.

La filosofía trascendental está unida al reconocimiento, casi axioma, de la finitud esencial del hombre. Kant repite una y otra vez que, cuando hablamos de un entendimiento que piensa necesariamente lo temporal, que no es semejanza de las cosas en sí, se trata de un entendimiento finito. También en Heidegger es esencial el tópico de la finitud humana (tanto en la época en que intenta asimilar a Kant a su pensamiento como en su proyecto más personal).
En la filosofía Trascendental hay, igualmente, el reconocimiento de que el hombre, por ser depositario de pensamiento (razón, poesía...), es un “fin final”, un Dasein capaz de muerte (frente al animal, que, según Heidegger, no muere, sino que simplemente acaba).

Pero la filosofía trascendental (normativista, deontologista) es inestable, y, finalmente, inviable. Ni Kant, ni Husserl, ni el mismo Heidegger supieron permanecer en ella.

3 comentarios:

  1. Creo que una manera de compreender a Heidegger seria empezar por el tiempo

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    1. Efectivamente, Augusto. Y, me atrevería a decir, a todo filósofo: cómo han pensado el tiempo, es clave, y ha sido poco estudiado hasta ahora en los antiguos. El propio Heidegger le dio mucha importancia, desde Ser y Tiempo hasta Tiempo y Ser. Aunque Derrida le atribuye seguir preso de aquello mismo que quiso destruir, el "concepto vulgar de tiempo"...

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