Al parecer, en estos últimos años varios países, entre
ellos España, están reduciendo la presencia de la filosofía en los planes de
estudio. Habitualmente esa reducción de la educación filosófica se engloba en
un más general “ataque” a los estudios humanísticos y artísticos. Como cada vez
que la política educativa opta por priorizar las presuntas formaciones útiles,
se escucha la queja de que una educación sin humanidades (“y” sin filosofía, en
la medida en que se distingue a esta de ellas) es una educación empobrecida, incapaz
de formar ciudadanos en la plenitud del término[1]. También la UNESCO llamó
la atención sobre este problema, en una defensa de la filosofía como educación
crítico-racional[2].
¿Se olvidará, verdaderamente, la humanidad,
especialmente la occidental, de la filosofía? ¿Caeremos en una oscura época de
esclavitud, entregados definitivamente al universal “dominio de la técnica”?, ¿o
bien caeremos en una nueva época de dominio de la religión, o de ambas cosas,
pero siempre sin filosofía? No creo que haya que tener ese temor a medio y
largo plazo. Junto a la presión de lo utilitario y la visión de la vida como
lucha contra la naturaleza y contra el hombre, existe también lo que Kant
llamaría un impulso hacia lo mejor.
No obstante, la situación de la filosofía, y mi propia
condición de profesor de esta “materia” en la educación secundaria, me dan la
ocasión de reflexionar sobre cuál debería ser el lugar de la Filosofía en la
Educación. Quizá estas reflexiones tengan un sitio en el diálogo que filósofos,
educadores, políticos y ciudadanos en general, mantengan sobre esta
cuestión.
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¿Qué lugar debería ocupar la Filosofía en la
Educación?
Para responder a esta pregunta es necesario responder
antes a las preguntas por cada una de sus partes: hay que preguntarse qué es la
Filosofía, qué es la Educación, y qué es el “Debería” o el “lugar” que
corresponde a cada cosa. Según la idea que nos hagamos de cada una de esas ideas
(o las perplejidades que nos encontremos con ellas), será sensiblemente diversa
la respuesta que daremos a (o las perplejidades que obtengamos de) nuestra
pregunta.
Pero –cabe preguntarse-, ¿quién puede formular y
pretender responder estas preguntas?, ¿qué saber está capacitado para decirnos
qué es la Filosofía, o qué es la Educación, o cuál es el lugar que corresponde
en justicia a cada cosa, o, siquiera, qué perplejidades acechan en esas
cuestiones? Haciéndonos esta nueva pregunta, reflexiva, podemos caer en la
cuenta de que hay una manera circularmente directa de contestar a nuestra
pregunta primera. Porque nuestra primera pregunta, y esas preguntas en que se
desglosa, son precisamente preguntas filosóficas, o tienen un aspecto
filosófico que les es esencial. De modo que, a quien carezca o en la medida en
que carezca de una educación filosófica (al menos, en un sentido amplio de
“educación”), le faltarán las condiciones para plantearse adecuadamente la
cuestión de qué lugar debería ocupar precisamente la Filosofía en la Educación,
pero también otras cuestiones como la de qué es o qué debería ser la Educación,
o, simplemente, qué Debería-ser, es decir, qué sería justo que ocurriese o que hiciésemos,
sin más. Esto es, le faltará la capacidad para hacerse preguntas o reconocer
perplejidades éticas o políticas. La filosofía sería, pues, necesaria a priori,
incluso pre-a priori, insoslayable, como mínimo desde el momento en que uno
quisiera preguntarse por ella y su lugar social; y, siendo así, sería también inseparable
de una auténtica educación que pretendiese capacitar para la crítica política y
ética, es decir, una educación del ciudadano o de, simplemente, la persona.
Este descubrimiento nos ahorraría todo un trabajo más largo de pensar el lugar
de la filosofía en la educación.
Ahora bien, ¿es eso cierto: es la Filosofía la dueña o
gestora de esas preguntas? ¿Puede y debe ella presuponerse ya en el debate
sobre ella misma? Los filósofos han caído repetidamente en la cuenta de este
presunto “hecho”, de esta circularidad virtuosa, de esta autosustentación soberana
que caracterizaría a la Filosofía y solo a ella (o a sus epifanías): el
filósofo no recibe órdenes -dice Aristóteles, de acuerdo en esto con Platón-,
pues se dedica a la ciencia primera y completamente libre[3]. A la Filosofía -ha
escrito Derrida desde una posición filosófica muy distinta-, no se le puede
poner ni presuponer horizonte alguno que la delimite, a diferencia de las
“otras” disciplinas, que ya se suponen constituidas, de modo que sería ella, la
Filosofía, el lugar propio de toda problematización, incluyendo la de sí misma[4].
Pero, como tampoco podía ser de otra manera, los
filósofos han caído también (si bien, menos) en la cuenta de lo problemático
que es ese “hecho”.
Es, en primer lugar, perfectamente discutible que las
preguntas acerca de qué es y qué lugar corresponde a cada cosa, sean en verdad
propiedad solo o principalmente de la Filosofía. Quizá ni siquiera exista nada
propiamente filosófico: tal vez todas las cuestiones con sentido son cuestiones “positivas” o científicas, en la
acepción más estricta de la palabra (que no incluiría a la Filosofía, o, si se
quiere, la incluiría completamente, es decir, la reduciría). O tal vez, como
otros creen, preguntas como esa, acerca del lugar que corresponde o debería
corresponder a cada cosa, no son científicas sino “ideológicas”, lo que
implicaría, según unos, que las puede responder todo el mundo sin necesidad (ni
posibilidad) de una educación al respecto, porque vendrían grabadas en lo más
visible de nuestro ánimo o en nuestro tener lenguaje (como probaría el acuerdo
que, en lo básico, compartimos todas las personas menos los “locos”); o bien,
en fin, que, “al contrario” y según otros, esas preguntas no puede contestarlas
nadie, porque son completamente “subjetivas” (como lo probaría el continuo
desacuerdo de los filósofos y resto de
personas, y, en lo que se refiere a los lugares de las cosas, la aparente
imposibilidad de la “enseñanza de la virtud”)[5]. En cualquiera de los dos últimos
casos, no habría lugar para una Educación acerca de qué es y qué lugar le
corresponde a cada cosa. Y, en cualquiera de los tres contemplados en este
párrafo, aquella solución fácil, aquel círculo virtuoso de la Filosofía, queda cortocircuitado.
Es, en segundo lugar, como mínimo problemático que la
filosofía pueda auto-definirse y auto-constituirse, antes por tanto de estar
definida y constituida; que se preceda o pre-suponga a sí misma; que su torsión
hacia sí misma sea un círculo virtuoso (que haya círculos virtuosos…): ¿cómo puedo
saber qué es filosofía, si es lo que estoy haciendo para saberlo?[6]
Por ambas razones, no parece válida la respuesta
inmediata que encontrábamos al principio. Ahora bien, nuevamente es razonable
pensar que esta otra discusión acerca del carácter de nuestra primera pregunta,
así como sus posibles respuestas (si todo saber es o no positivo, si todo el
mundo o nadie sabe ni puede saber la respuesta a las cuestiones “ideológicas” o
políticas…), son, ellas mismas, propia y esencialmente filosóficas, y que, por
tanto, la filosofía sigue siendo inescapable, ahora como meta-crítica, para
quien quiera llegar a la cuestión del lugar que en la Educación le corresponde,
por ejemplo, a la Filosofía.
Todo ello pende, en fin, de que nos preguntemos qué es
propiamente la Filosofía. No podemos ahorrarnos ese trabajo, afortunadamente. Tendremos,
podría decirse, que intentar romper el círculo (el de la meta-pregunta “¿son
esas cuestiones, cuestiones filosóficas o no?”) y, a la vez, intentar caer y/o
permanecer en él (definir la Filosofía desde sí misma): preguntarse por la Filosofía
es ya hacerla, pero precisamente por eso incluso esto hay que mostrarlo. Y ello
–hay que señalarlo- supone una situación excepcional y paradójica: una cualidad
extremadamente reflexiva que, de caracterizar a la Filosofía, la haría
radicalmente diferente de las otras cosas.
Pero no
tendremos que preguntarnos solo qué es la Filosofía: también, como decíamos,
necesitamos una respuesta a las preguntas “¿qué es la Educación?” y “¿qué es lo
que debería ser?, ¿qué lugar corresponde a cada cosa?”, si realmente queremos
entender cuál es la pertinencia de que haya una educación en la Filosofía. Esto
involucra, pues, a muchas áreas u objetos de la reflexión, que no se tratarán
aquí sino en cuanto concernidas por nuestra pregunta.
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Nuestra tesis será, por una parte, que, en efecto, es imposible
rechazar que la Filosofía posee ese tipo de inevitabilidad, que podemos llamar
crítica o trascendental (esto es, que trata de las condiciones de posibilidad
de toda cosa, incluida ella misma); y que, ya solo por eso, ocupa un lugar
esencial en la educación de una sociedad de sujetos soberanos y no de súbditos:
preguntarse por el lugar que en la Educación (pero también en cualquier “otro”
lugar) debería ocupar la Filosofía (pero también cualquier otra cosa) es
embarcarse ya en un ejercicio filosófico. Por tanto, cuestionar a la filosofía
es cuestionar el cuestionar. Tan paradójico como imprescindible o inevitable.
En el carácter crítico de la Filosofía muchos (pero no todos) estarán más o
menos de acuerdo. No hay al respecto nada de original en nuestra tesis.
A esa tarea crítica o trascendental, sin embargo, algunas
concepciones filosóficas le atribuyen o le añaden más sustancia: el valor
crítico sería lo mismo que, o parte de la tarea de, hacerse cargo del sentido
último o primero de las cosas, transformar o emancipar al hombre, etc… La
Filosofía sería, entonces, necesaria para la realización más plena (no solo en
cuanto formalmente ciudadano) de la persona. Si es así, ¿será legítimo reclamar
una necesidad todavía más fuerte y densa de la educación filosófica? Creemos,
en efecto, que la Filosofía tiene ese valor más sustantivo y denso. En esto
disentirán razonablemente (dialécticamente) más posiciones filosóficas que en
lo que se refería a su carácter crítico, por lo que, si se tratase de defender
con el mínimo esfuerzo y mayor consenso la pertinencia de la Filosofía (pero no
es de lo que se trata única ni principalmente aquí), lo razonable sería
limitarse a evaluar aquella primera presunta necesidad.
Además, el presunto segundo y más sustantivo valor de
la Filosofía plantea un problema ético-político mucho más grave: ¿es pertinente,
necesaria, legítima, una educación “moral” o integral del hombre, de tipo
público e institucionalizado, o bien esto es una tarea personal y privada? Este
es, por lo demás, uno de los debates más vivos en la reflexión acerca de la
política, de lo educativo y de la política educativa en los últimos tiempos (el
propio Rawls aceptaba que la teoría del derecho se basa en una concepción de la
virtud). También esto dividirá fuertemente las consideraciones sobre el lugar
de la Filosofía.
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La Filosofía, decimos, tiene un valor pedagógico
crítico, o es la educación de la crítica en sí. Ahora bien, debido a ese su carácter
crítico o hipercrítico (de aporía y dialéctica) y, a la vez y por eso mismo,
constitutivo respecto de todo saber y práctica, naturalizada o
institucionalizada, e incluso del mismo concepto y hecho de toda naturalidad y
toda institucionalización, la Filosofía (y esta será la otra cara,
aparentemente menos apologética, de nuestra tesis -pero la otra cara es solo
aparentemente apologética-) tiene un lugar completamente problemático, en la
vida humana y social, apenas institucionalizable, también y ante todo en la Educación,
en sus fines, curricula, evaluaciones… a los que no puede someterse sin
traicionar su naturaleza en cierto sentido contra-natural y
contra-institucional.
A la Filosofía, podría decirse, le corresponde en la Educación,
así como en la sociedad y en la vida misma de cada uno, un lugar tan necesario
como imposible. La figura de esta paradoja sería, una vez más, Sócrates, el
único ciudadano que se pregunta qué soy y qué me corresponde, el único que hace
auténtica política, en el diálogo en la plaza pública, pero que no puede, por
razones esenciales, educar institucionalmente, y que, finalmente, es condenado
a muerte por la Ciudad, acusado de poner en duda las tradiciones sagradas y
corromper o des-educar a la juventud.
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Estas páginas están escritas desde una perspectiva
filosófica concreta. Sería ingenuo creer que se puede escribir y pensar desde filosóficamente
ninguna-parte, desde una perspectiva no perspectiva. Sin embargo, un error más
profundo, un exceso no de ingenuidad sino de suspicacia, sería creer que el
pensamiento es solo y radicalmente perspectivo: si así fuera, nadie podría
pensar con nadie, y ni siquiera sería posible decir que todo pensamiento es
solo perspectivo. No hay perspectiva si no lo es del todo. Todo pensamiento es
a la vez local y universal, relativo y absoluto. Esto es lo que se llama
dialéctica, y sin la comprensión de la cual no es posible, creemos, entender
algo de lo que es la Filosofía.
Cuanto aquí se piensa desde una cierta perspectiva
nuestra, es, por tanto, comunicable con otras, también y especialmente con las
más contrarias. Por otro lado, no todas las perspectivas filosóficas son ni
pretenden ser igual de estrechas o “estrictas” en cuanto a lo que admiten como
filosóficamente lícito. El eclecticismo, por ejemplo, siendo inevitablemente (y
aunque el ecléctico no lo crea) una postura filosófica “más”, es también, sin
embargo, más “tolerante” que otras concepciones filosóficas. Nuestra posición
no es propiamente ecléctica sino dialéctica, pero, como tal, es una concepción
que piensa que en toda posición hay cierta verdad, aunque “parcial” o aspectual,
y que la verdad está más bien en el todo (si bien no igual en todas las maneras
de entender el Todo). Por eso, e dialéctico es más proclive a leer a las otras
poniéndose en su lugar, y está muy poco dispuesta a sentenciar “eso no es
filosofía” de algo que todo el mundo sabe que lo es. Quizá por eso, cuanto
desde esta posición podamos intentar sostener, pueda ser compartido por
posiciones filosóficas más específicas o estrictas.
Por qué esto afecta a la Filosofía como no afecta a la
Ciencia es algo muy importante que recibirá un intento de explicación en lo que
sigue. Es ya una prueba a posteriori del carácter filosófico de nuestra
pregunta el hecho de que no exista (ni sea posible) una respuesta unilateral.
Lo que es visto como una objeción por el entendimiento abstracto es contemplado como una virtud desde la razón
dialéctica.
Desde luego, las diversas maneras de entender lo que
es la Filosofía tendrán consecuencias en cómo se contestará a la cuestión de
qué lugar debería ocupar la Filosofía en la Educación. Es inevitable que sea
así, si la Filosofía no puede presentarse unánimemente con un método, objeto…
único o unívoco. Hay incluso concepciones filosóficas desde las que es
sencillamente imposible defender el interés de la filosofía para la educación
(o lo que esas concepciones filosóficas están obligadas a tomar por educación).
Haciendo de la necesidad virtud, podrá extraerse, una
vez más, la consecuencia positiva “pero” paradójica de ello: si la Filosofía es
disensión, pero disensión dialogante y argumentativa, o, siquiera, disensión de
la inteligencia en sí y consigo misma, ¿no será el mejor ejercicio para una
sociedad que pretende ser lo más plural y diversa dentro del diálogo o,
siquiera, dentro de cierto entendimiento básico? ¿No es la propia política, el
ejercicio de la ciudadanía, inevitable y deseablemente plural? ¿No será, en ese
sentido, la Filosofía, la educación propiamente social y política?
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Este es un texto escrito para filósofos, y a algún
lector quizás le resultará “difícil”, incluso repelente. Puede parecer
paradójico que, aunque se va a sostener que la Filosofía es propia de toda
persona, sin embargo nuestro acto de decirlo no sea fácilmente accesible a todos.
Aunque, bien pensado, más paradójico sería defender la necesidad de la
educación filosófica cuando a la vez se admitiese que todo el mundo posee ya,
de manera espontánea, plenamente actualizada esa competencia. Esta es una más
de las dialécticas de la filosofía: es para todos y para nadie. No le afecta
solo a ella: podemos quejarnos también de lo inaccesible que es el arte
moderno, o la jurisprudencia moderna, o la ciencia moderna…, precisamente en el
mismo tiempo en que se democratizaba todo. Pensar sobre ello nos ayudaría a
entender mejor los problemas de la democracia (de lo que algo diremos más
adelante). Pero parece que la duda sobre “si culto o popular”, afecta a la Filosofía
como no afecta a otras cosas: si la Filosofía es algo así como la concepción
fundamental que uno tiene del mundo y de sí mismo en él; si es, incluso, su
capacidad ético-político, ¿cómo puede ser algo de lo que la mayoría no entienda?
Sin embargo, no hay que suponer que uno es ya lo que uno es o “debería” ser.
Quizás el lema de la educación sea, al fin y al cabo, el pindárico “llega a ser
quien eres”.
[1] Un hito en esta queja es el
libro de Martha Nussbaum Not for profit
[2] La
filosofía, escuela de ciudadanía
[3]
Metafísica, 982 a
[4] Derrida,
Du droit a la philosophie, pg 32 o 33
[5] Protágoras
es capaz de ir de una concepción a la otra en el transcurso de su discusión con
Sócrates, para irónica desazón de este Protágoras, Protágoras 361a
[6] En el
lugar antes citado, Derrida dice, sí, que la filosofía carece de horizontes y
límites, pero, por eso, también de los de la sedicente filosofía ya
constituida. Esa aporía es, como veremos, “constitutiva” o esencial de la
filosofía, aunque puede ser entendida de manera diferente a como la entiende
Derrida.
¿Es posible adquirir versiones electrónicas de tus libros?
ResponderEliminarGracias por tu respuesta
Estimado Anónimo,
EliminarEn formato digital sólo existe mi libro "La filosofía de Platón" (libro táctil para iPad dirigido a estudiantes de bachillerato y en coautoría con Elena Díez). Puedes encontrar textos míos en mi perfil de scribd y de academia.edu. Mis libros DIÁLOGOS DE FILOSOFÍA, DIÁLOGOS DE EDUCACIÓN y DE LA FILOSOFÍA COMO DIALÉCTICA Y ANALOGÍA sólo se han publicado en edición papel. Lo siento. Un cordial saludo