
Ahora bien, la manera en que dejamos atrás el pensamiento
teológico y la metafísica no es, según Nancy, ninguna destrucción o ruptura
radical: una pretensión tal, como sabríamos por Heidegger, Derrida o Deleuze,
seguiría presa de la misma teología y metafísica que pretende dejar atrás. No
se trata de la destrucción sino de la deconstrucción del cristianismo. Pero la
deconstrucción del cristianismo lo es, según Nancy, en el doble sentido del
“de”: es decir, es el propio Cristianismo quien se deconstruye a sí mismo,
dando paso al a-teísmo; es la propia razón metafísica la que se deconstruye y
libera a sí misma, abriéndose a sí a su propia sinrazón. A esto lo llama Nancy
la déclosion, que sería el fenómeno
por el cual algo cerrado se abre a sí mismo: tal como sería la más extrema
exigencia de la razón delatar su incompletitud, así el cristianismo llevaría en
su seno, desde el principio, la necesidad de su abandono definitivo. Según la “historia”
que nos cuenta Nancy, el hebreo dios monoteísta que viene a sustituir a los
politeísmos en los que lo divino es presente y tangible, es ya el dios
invisible, el deus absconditus, el
dios ausente. El cristianismo sintetiza ese dios inaccesible con el concepto
griego, en la noción de Principio, dando con ello comienzo a la secularización,
esto es, a la mundanización de lo teológico. La secularización es, pues la
esencia ontoteológica del cristianismo, no su destrucción ni su declive. La
encarnación de Cristo es efectivamente una kenosis
o vaciamiento. No se trata, entonces, de sustituir teísmo por simple ateísmo,
sino de la superación de la estructura binaria teísmo / ateísmo: el ateísmo es
contemporáneo del teísmo. En otros términos, usados también por Nancy (y
tomados de Schelling), el monoteísmo es ateísmo. O, como sería mejor decir,
absenteismo, en cuanto se trata de reconocer la ausencia de Dios, en el sentido
no afectivo-negativo.
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¿Consigue efectivamente Nancy un pensamiento limpiamente
ateo o posteológico?
Derrida creyó que no. Si, como sostiene Nancy, la deconstrucción del
cristianismo fuese “un” movimiento cristiano, eso significaría que la
deconstrucción del cristianismo es una nueva victoria del propio cristianismo, incluso
un cristianismo hiperbólico. La deconstrucción del cristianismo seguiría
parasitándolo e incluso lo perfeccionaría. No se sale del cristianismo a través
del cristianismo (o, podríamos decir, en términos de Wittgenstein pero contra
él: no se puede salir de un sitio mediante una escalera que es humo –en cuanto
forma parte de ese mismo mundo que habría que abandonar-). Por otra parte, creerse
“a salvo” (no digamos “definitivamente”) del cristianismo no sería, según
Derrida, más que un nuevo ejemplo de espíritu cristiano: el de la salvación.
También Badiou, aunque por razones muy diversas, cree que
Nancy sigue preso de un pensamiento religioso. Si Nancy califica de metafísica,
ontoteológica, teológica… la infinitud ahistórica que propone Badiou, este acusa
a Nancy de caer en un “platonismo de la finitud”: la finitud sería el gran
significante que absorbe todos los motivos de Nancy y lo nombra todo. En esa
misma medida, Nancy no evita un pensamiento totalitario. El propio Nancy se
expresa de modo que deja entrever la paradoja: no hay un incondicionado que
haga de principio –dice-, pero –añade- ese “no hay” es incondicionado, es, por
decirlo así, nuestra “condición humana”.
(Nancy citado por Christopher Watkin en Dificult Atheism (Edimburgh University Press, 2011). Pero, a la
vez, el de Nancy sería, imputa Badiou, pseudo-ateísmo ascético más (semejante
al de Derrida y resto de pensamiento débil o nietzscheano negativo), es decir, un
pensamiento que se siente o se constituye como incapaz de lo infinito.
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Tenemos, pues, en Baidou y Nancy, dos intentos contrarios de
pensamiento posteológico, esto es, de lo que podríamos llamar, en el sentido
más amplio, un radical y definitivo ateísmo. Uno de ellos, de signo
neo-racionalista e “ilustrado” y cientificista (en sentido amplio) vuelve a
sostener que la superación definitiva de la creencia religiosa viene de la mano
de la racionalidad, del matema, pero ahora
entendido, no como orientado por la unidad (según habría hecho la metafísica,
en este sentido auténtica gemela de la religiosidad –al menos la trascendente-)
sino por la idea de multiplicidad infinita. El otro intento, al contrario,
piensa que la definitiva muerte de Dios es lo mismo, precisamente, que el
abandono definitivo del sueño matemático, la aceptación definitiva de la
contingencia y la falta de totalización de nuestra existencia. Racionalismo
frente a irracionalismo o sinracionalismo, infinitismo frente a finitismo,
atemporalismo frente a temporalismo… ¿cómo es posible que movimientos tan contrarios
pretendan contemporáneamente lo mismo, esto es el más “perfecto” “ateísmo”?
Bien, efectivamente comparten algo: el pluralismo, el
anti-monismo y, en ese sentido, el anti-trascendentalismo. Son ambos
pensamientos de la multiplicidad y la diferencia. Pero el uno es un pensamiento
de la necesidad y el otro uno de la contingencia, el uno es de la totalidad y
el otro de la parcialidad. Y, sin embargo, tanto una cosa como la otra han sido
opuestas al teísmo, precisamente porque hay dos maneras contrarias de entender
el teísmo, la necesitarista y la contingentista o “precarista”. O, mejor dicho,
ambos aspectos concurren dialécticamente en el teísmo. Como concurrirían en
cualquier pensamiento, en cuanto todo pensamiento es dialéctico. ¿Y si tanto
Badiou como Nancy cometen el fundamental error de olvidarse de la dialéctica?
Porque, ¿cómo puede Badiou pretender ser un pensamiento de lo inmanente si lo
explica mediante nociones completamente totalitarias como los conceptos
matemáticos? Pero ¿cómo puede, análogamente, Nancy pretender un pensamiento de
la finitud y la historicidad, a la vez que hace afirmaciones como la de que la
muerte de Dios es definitiva, y que
definitivamente Dios está ausente?
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