domingo, 23 de mayo de 2010

Filosofía como analogía

Según hemos defendido en "Filosofía como dialéctica", todo Pensamiento consta de elementos contrarios: Unidad y Pluralidad, Identidad y Diferencia, Forma y Materia, Razón y Fenómeno, Ley y Hecho
Al hecho de que no podamos pensar sin esas categorías, lo podemos llamar la Finitud del Pensamiento “Humano”.

Cuando intentamos comprender la realidad de una manera absoluta, sin dar nada por supuesto o impensado, es decir, cuando hacemos Filosofía, nos vemos llevados a pensar en la “naturaleza” y la relación de esos elementos últimos (o primeros), lo Uno y lo Otro.

El “juego” de estos dos aspectos, su combinación, es la Dialéctica, que puede adoptar cuatro formas, divididas de dos en dos, según se fije en un elemento o el otro, y lo haga de forma absoluta o de forma relativa.
Esto mantiene al Pensamiento en un “círculo” o “laberinto” en el que ninguno de los caminos parece prevalecer. Todos ellos tienen sus razones y son verdaderos de algún modo, y, a la vez, todos ellos son aporéticos. La Filosofía se muestra, así, como una lucha eterna sin cuartel, que nadie puede ganar ni abandonar, porque es al mismo tiempo una misión imposible y necesaria.
Siempre se discutirá sobre la esencia última de las cosas, y siempre el partidario de la Idea, de lo Uno, de lo Idéntico... dirá que el devenir, el fenómeno, es en sí inconsistente e ingonoscible, y por tanto, para nosotros, irreal; y siempre el inmanentista dirá que no podemos representarnos nada trascendente, idéntico, uno...; y siempre algunos intentarán encontrar una solución que salve ambas cosas. Mientras la Filosofía sigue atrapada en esa dialéctica, otras formas de pensamiento, más parciales, darán resultados y aparecerán como más útiles, aunque siga siendo un misterio, visto desde ellas, qué cosas son útiles y por que: cuál es el sentido de las cosas.

Pero queremos defender que ese círculo o laberinto de la dialéctica no es la última palabra del Pensamiento. No todo camino dialéctico vale lo mismo, ni todo es igual de verdadero (y falso). La lucha es, más bien, la de los Titanes contra los Olímpicos.

Para “resolver” la dialéctica hay que comprender la verdadera relación última que guardan entre sí los dos aspectos o elementos de la realidad pensable, lo Uno y lo Otro. Sostenemos que la relación entre ellos es la Analogía, en el sentido más hondo de esta palabra.
Hay que deshacerse de la representación de que los elementos de toda realidad son igual de esenciales, necesarios, y, por tanto, igual de aporéticos. Entre ellos hay una asimetría esencial, hay Analogía.

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La Analogía es la “esencia” del Pensamiento, al menos del Pensamiento que pretende conocer las cosas de un modo completo y absoluto, es decir, de la Filosofía.

Pero para comprender la Analogía, en su sentido profundo, se requiere un pensamiento “anormal”, no natural, “ilógico”…, si por lógico, normal y natural entendemos la perspectiva abstracta, parcial y relativa, del pensamiento cotidiano o incluso del pensamiento sistemático de la ciencia. Estos modos de pensamiento, rehuyendo la contradicción, asumen inconscientemente la existencia de los dos aspectos del Pensamiento y la Realidad, y la consideran no problemática, o, más bien, no se paran a considerar si es o no problemática. En ese sentido la Analogía es no-natural (sobre-natural, en realidad).

Aún así, el carácter problemático de la visión natural se manifiesta constantemente, como angustia y otros estados de ánimo, y en su versión sistemática, como crisis de fundamentos y problemas “filosóficos” en general.

Pero, en otro sentido, la Analogía es lo más “natural”, si se sigue el camino del pensamiento absoluto, que se haga cargo del asunto y piense a fondo la relación entre los elementos más absolutos del pensamiento y la realidad (al menos de la realidad pensable): la Unidad y la Multiplicidad, la Identidad y la Diferencia, la Forma y la Materia, la Ley y el Fenómeno.

Para estar en condiciones de entender qué es y por qué es necesaria la Analogía, es imprescindible tener presente el problema filosófico, la dialéctica del Pensamiento. Repitámoslo:
-que lo Uno en sí mismo, lo indivisible, es incompatible con cualquier composición o pluralidad, y eso la hace impensable para cualquier pensamiento articulado, es decir, para cualquier pensamiento no “místico”; aunque, al mismo tiempo, nada es pensable sin suponer la unidad. Y algo equivalente puede decirse de lo Múltiple.
-que, en otros términos, la Identidad pura excluye cualquier diferencia, y la Diferencia debe excluir cualquier identidad, que no puede comprenderse la identidad pura, ni la pura diferencia. Y, sin embargo, no puede haber entidad sin identidad ni entidad sin diferencia.


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¿Cómo puede el Pensamiento humano comprender de alguna manera esas ideas, la identidad pura y la pura diferencia? ¿Qué es Analogía?

Si tiene que superar la aporética de la identidad y la diferencia, de lo uno y lo múltiple, la Analogía no puede ser ni unidad ni multiplicidad, ni identidad ni diferencia, ni se reducirá siquiera de forma mediata a ningún modo de identidad o diferencia, de unidad o multiplicidad. En otros términos, como se ha dicho a lo largo de la tradición, la relación entre lo Uno y lo Otro, la relación de los absolutos Contrarios, no puede ser Unívoca ni Equívoca, ni reducible a univocidad o equivocidad.

-La relación unívoca es aquella en la que los términos tienen en el mismo sentido la propiedad bajo la que son unívocos. La propiedad está de forma idéntica en los unívocos. Estos son equivalentes , su relación es simétrica en todos los sentidos.
Si llamamos ‘ser’ a la propiedad más universal, la univocidad de los elementos o "categorías" máximas (Unidad y Multiplicidad, Identidad y Diferencia, Forma y Materia…), significaría que son seres o cosas en el mismo sentido de ‘ser’.

La univocidad no puede explicar la diversidad de los términos. Si dos cosas son diversas, deben ser no-unívocas en algún sentido. En todos aquellos sentidos o propiedades en que haya univocidad, habrá identidad, indiscernibilidad.
No puede haber ninguna característica absolutamente unívoca. La univocidad sólo puede ser en aspectos parciales, dando por supuesta alguna no-univocidad.

-La equivocidad, al contrario, es la relación en que los términos tienen en "sentidos" absolutamente diferentes la propiedad bajo la que son equívocos. La equivocidad, en realidad, hace a los términos completamente irrelacionables. En aquello en que dos cosas tienen una propiedad equívoca, son tan absolutamente diversas que no se relacionan.
Si ‘ser’, por ejemplo, fuese equívoco, las categorías máximas, que sólo compartiesen el ser, serían impensables bajo un concepto común. Esta equivocidad significaría que no podemos referirnos de ninguna manera al Todo. Las diversas categorías con que pensamos las cosas, no tendrían nada (racional) en común. La ontología carecería de sentido.
Pero eso afectaría a todos los niveles del conocimiento, porque no habría una Lógica de todas las categorías (o la lógica sería totalmente ajena a lo real).
No puede haber, pues, nada absolutamente equívoco.

En resumen, como dice el viejo razonamiento: si ‘ser’ es unívoco, los seres no pueden diferir en el ser. Deberán diferir, entonces, en el no-ser. Pero ¿puede haber no-ser, si ser es unívoco? Ese elemento de alteridad, el no-, que diferenciaría a los seres ¿participará de la identidad del ser, o será totalmente ajeno al ser? Si particia, unívocamente, del ser, no es diferenciable. Y si es ajeno al ser, equívoco, no podrá hacer inteligible la pluralidad de los seres.

Univocidad y equivocidad son, en realidad, dos caras de lo mismo, del pensamiento que toma por fundamental la relación simétrica básica, la igualdad, aunque una de ellas, la univocidad, se fija en el elemento de igualdad, y la otra, en el de la diferencia. Pero en ambos casos Identidad y Diferencia son a la vez completamente diferentes y, por eso mismo, completamente idénticos (son exactamente igual de diferentes el uno del otro, y eso los constituye a los dos por igual: ninguno tiene la prioridad en ningún sentido, porque en ese caso habría una asimetría que rompería la univocidad).
Tanto la univocidad como la equivocidad sólo pueden ser hechos parciales, y deben basarse en otra relación que diferencie e identifique a la vez, sin a la vez confundir ni separar. Por tanto, un pensamiento univocista-equivocista es un pensamiento abstracto, que deja fuera algo esencial para la realidad.

La Analogía, el modo en que pensamos realmente (aunque inconscientemente, por lo general), es un pensamiento no univocista – equivocista, es un pensamiento irreducible a simetría y a cantidad, es decir, a simple composición de Uno y Otro, donde Uno y Otro son términos equipolentes. Es un pensamiento no-métrico, no-cuantificable… es un pensamiento “extralógico” o “supralógico”.

Toda Filosofía, al hacerse cargo de manera absoluta de la realidad, es, consciente o inconscientemente, analógica.

Para expresar la “anormalidad” o ilogicidad de la Analogía, el filósofo debe recurrir a un lenguaje filosófico, que podríamos llamar Ironía, que manifieste la pobreza de la univocidad (y su perenne sombra, la equivocidad). El lenguaje filosófico “ni afirma ni niega, da señales”, como dice Heráclito que hace Apolo.


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Pero la Analogía, como la Dialéctica, puede entenderse de diferentes formas (analógicas, ellas mismas, entre sí: “la analogía es analógica”), según se entienda la asimetría entre los elementos. Hay tantas concepciones de la analogía filosófica como vías de la dialéctica: distinguimos cuatro tipos, dos tipos basados en la Unidad e Identidad, y dos tipos basados en la Multiplicidad y Diferencia.

1.- Una forma general de analogía toma como esencial el elemento de la unidad y la identidad. Lo múltiple, lo diferente, es análogo a lo uno, participa de ello. Podemos llamar a esto Analogismo racionalista.

11.- En su forma extrema o “pura”, propio de las filosofía que niegan toda multiplicidad, el Pensamiento tiene que relacionar de alguna manera lo absolutamente real, lo Uno, con lo aparente o ilusorio, lo Múltiple. Al mismo tiempo que lo niega, debe reconocerlo. Lo Uno es lo real pero inefable para el lenguaje “normal”, y lo Múltiple es lo irreal y realmente innombrable, aunque es lo que está presente en todo el lenguaje normal. Aunque esta vía niega lo múltiple, de alguna manera se refiere a ello. Lo múltiple, de alguna manera es y no es.

12.- La forma dualista o “moderada” del racionalismo, asume que lo Uno y lo Otro son y no son, pero es lo Uno, la Identidad, la Forma… lo que es plenamente real, mientras que lo Múltiple, lo Diferente, la Materia… es lo que participa de lo primero, es análogo a ello. Los seres son y no son ser. Sólo el ser uno puro e idéntico es ser en sentido absoluto. Es la forma lo que hace a la sustancia ser lo que es.

2.- La otra forma general de analogismo (analogismo inmanentista) es el propio de las vías que toman como elemento “esencial” de la realidad lo Múltiple, lo Diferente, lo Otro, y ven a lo Uno como secundario.

21.- En su forma moderada o dualista, se entiende a la Unidad e Identidad, a la Forma, como emanando de y siendo análoga a lo Múltiple y Diverso, teniendo una “cierta” realidad, menor que la de lo inmanente y múltiple.

22.- En su forma extrema, en que el Pensamiento niega toda unidad, identidad, forma, ley… en la realidad, la Analogía tiene, sin embargo, que relacionar de alguna forma eso Uno que es una ficción, con lo Múltiple, que es la “verdadera realidad”. Lo Uno es algo así como un fantasma o, más bien, espectro de lo múltiple.

La analogía, pues, no es propia sólo de las filosofías dualistas, en las que ninguno de los dos elementos es negado. En cierto modo, en esas vías dualistas la analogía es más blanda. En cuanto aceptan cierta realidad de los dos elementos, el trabajo de la analogía es menor que infinito.
Comparemos, por ejemplo, el analogismo aristotélico con el analogismo eleata o el deconstruccionista. Puede pensarse que en Parménides no hay analogía, sino pura y simple univocidad. En ese caso, que un eleata mencione lo múltiple, o incluso se refiera a su ser único con un lenguaje articulado, como no tiene más remedio que hacerlo, supondría una pura contradicción. Pero esto no atiende siquiera al texto de Parménides. La verdad de la Unidad absoluta de lo real es puesta en boca de la diosa, la que, dirigiéndose al poeta-filósofo, le dice también que los mortales (entre los que habrá que incluir, desde luego, al propio visionario “Parménides”) no pueden entender sin lo Otro. Es como si Parménides nos estuviese diciendo, la verdad, que es la unidad absoluta, yo no puedo decirla sin traicionarla.
Algo similar (análogo), aunque completamente inverso a lo que le pasa a Parménides, le pasa a un pensamiento como el de Nietzsche. También él, para negar toda unidad, sustancia, fin… necesita recurrir al propio lenguaje de la unidad, la sustancia, el fin.
Tanto en Parménides como en Nietzsche, el pensamiento tiene que ser analógico, pero sometido a una gran presión, puesto que pretende al mismo tiempo negar y salvar lo absolutamente otro.
Comparado con ello, el analogismo aristotélico-tomista es menos tenso, casi equivalente a la noción de orden, aunque un orden incuantificable: no se puede reducir lo Otro y Múltiple a Uno más Uno.

Si entre las formas de la analogía hay analogía, debe haber entre ellas también una asimetría radical e irreducible. Pero ¿cuál de las formas de la Analogía es la principal, el analogado primero? Es decir, ¿hacia dónde pende la asimetría que necesariamente debe haber entre las vías dialécticas, para que no caigan en la univocidad - equivocidad? En la relación entre lo Uno y lo Otro, ¿en qué sentido se da principalmente la dependencia o asimetría?

Aquí nuestra tesis es que lo Otro depende de lo Uno en una forma en que lo Uno no depende de lo Otro. Lo Uno es absolutamente real, lo Otro es relativamente real.

Una vez más, la idea está de manera paradigmática en Platón. No podemos pensar lo Otro absoluto, el puro no-ser. Lo Otro es un Ser relativo, la Diferencia no está fuera del Ser, sino que está contenida en el ser, pero no según una relación unívoca o cuantificable, sino de forma analógica.

Si recordamos las vías de la dialéctica, veremos que las aporías de la que afirma de manera absoluta la Unidad (el monismo o trascendentalismo o racionalismo extremo), son que, por un lado, no salvan el ser de lo otro (el fenómeno, lo múltiple), y, por otro, lo uno mismo es irrepresentable e inexpresable, porque en cuanto intentamos representarlo lo hacemos múltiple. Por su parte, la vía inmanentista, la que privilegia lo Otro, no salva, por un lado, el hecho de que hay forma o identidad en las cosas, y es, por otro lado, auto-contradictoria, pues no puede pensarse el fenómeno puro, lo absolutamente otro, sin presuponer la razón y la unidad.
¿Son iguales ambas aporéticas? No. La aporética de lo Uno no se debe a la Unidad misma, ni es pura contradicción: lo Uno en sí mismo no es intrínsecamente contradictorio, porque no implica los contrarios. Es su expresión o representación en el Pensamiento (finito, humano) lo que cae en la aporética de los dos elementos. Concebimos que lo absolutamente uno y puramente idéntico no necesita, para ser, diferir de lo diferente: si no existiese otra cosa que lo Uno, sería incomprensible, pero no inexistente. El que lo puramente idéntico se diferencie de lo Otro es una propiedad secundaria suya, no su “esencia”.
En cambio, lo Otro es intrínsecamente contradictorio, porque no hay Pluralidad y Diferencia concebible sin Unidad e Identidad. No es sólo que no sea pensable Multiplicidad sin Unidad, Diferencia sin Identidad, es que no puede pensarse que exista Multiplicidad sin Alteridad.

Aquí la réplica inmanentista dice que todo eso (que lo Uno en sí mismo no es contradictorio sino sólo impensable e inefable, mientras que lo Otro en sí mismo es contradictorio), es sólo cosa del pensamiento, de la razón. Sólo para la razón lo otro es intrínsecamente contradictorio, porque la razón postula la unidad e identidad, y no sabe vivir sin ella.
Es cierto, respondemos, pero ¿qué es la realidad más allá de toda pensabilidad?
Esto significa que, si nos mantenemos en el ámbito racional, es el racionalismo el que puede defenderse, (reconociendo, eso sí, la dialéctica y analogía en sí mismo). Quien quiera rechazar esto no debe sólo ir más allá del pensamiento mediante el pensamiento, sino situarse completamente fuera del pensamiento racional.

En cierto sentido toda filosofía debe “ir más allá” del Pensamiento.

-El racionalismo requiere ir más allá de la razón sólo en el sentido en que no es la razón misma (al menos, la razón compleja, articulada, dialéctica) la que puede ser absoluta: la realidad pura no es “pensamiento del pensamiento”.
Pero en otro sentido el racionalismo absoluto, el monismo, no va más allá de la razón, porque el pensamiento de que Todo es Uno es completamente racional, no supone una contradicción en el objeto. Así que el racionalismo puede decir que el pensamiento es y no es lo real. El pensamiento puede pensar lo real, como algo más allá de él, como su referente u objeto. Lo que no puede es confundir a su objeto con su propia “representación” de ese objeto (entiéndanse todos estos términos en su sentido más fundamental).

-Sin embargo, el inmanentista pretende ir más allá de la razón no sólo en el sentido de que no sea la Razón misma la realidad, sino también en el sentido en que de ninguna manera puede haber razón de ese “realidad” de lo Otro puro. No apunta más allá sino fuera, y en un sentido radical de fuera, más aún, en un sentido equívoco.

Quien nos diga que la realidad no es accesible a la razón, debe decirnos qué es esa realidad y qué modo de acceso hay para ella.

2 comentarios:

  1. Magnífica exposición de nuevo. Irreprochable. Pero, estoy pensando: ¿y si hay un acceso a la realidad que no es en absoluto racional, sino mítico? Esa puede ser la otra cara del pensamiento humano, irreductible a su cara lógica, pero igualmente imposible sin ella. En este caso, estar fuera de la razón no equivaldría a estar más allá del pensamiento, sino en la otra cara del pensamiento (la del mito), aunque en la misma "moneda". Un libro de un ex-racionalista como Gastón Bachelard, titulado "La poética del espacio" explica cómo sucede esto.

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    1. Estimado amigo Enrique,
      sí creo que hay un acceso mítico a la realidad, pero no pienso que sea el único ni el principal, ni que entre en verdadera contradicción con la "lógica" o la racionalidad, al menos cuando no tomamos a esta en el sentido abstracto y pobre de, por ejemplo, la Ilustración, sino cuando la tomamos como Heráclito, Platón o Hegel, por ejemplo, como razón dialéctica, capaz de buscar lo absoluto e "inefable" sin por ello abandonar el concepto (cosa que de todas maneras no es posible ni hace el mito: este se basa en conceptos pero de tipo imaginal). ¿Cuál es la relación entre mito y razón (tomada esta como en la dialéctica, no como en la ciencia)? Mis últimas entradas de este blog (Fe y Razón I, II y III) se ocupan de eso. Creo que las dos se ocupan de lo mismo y están, por tanto, en una relación de mismidad y heterogeneidad. La mismidad es que se ocupan de lo mismo, lo absoluto, el sentido y la validez últimos o primeros de toda realidad, de la realidad misma. Pero mientras la filosofía lo hace intentando desmontar todo dado en cuanto tal, todo fenómeno, para no dar nada por supuesto y llegar a lo anhipotético de manera crítica, el mito, cuyo fundamento cognitivo es la "fe" o creencia, se basa en la aceptación de, por decirlo así, el dato del hecho del sentido, encarnado o materializado. Es decir, el mito encuentra objetos dados que son portadores de valor absoluto, y esto lo cree como un hecho, es decir, no puede deconstruirlo, sin dejar de ser actitud mítica: el creyente, y el hombre religioso, "sabe" algo plenamente cierto e incuestionable acerca de lo sagrado: que existe y que se encarna esencialmente en tal o cual cosa.
      Todo esto no quiere decir que el mito sea prescindible ni que la filosofía no tenga su dialéctica. La filosofía, queriendo no saber nada de antemano (incluso acabando, como Sócrates) en el solo que no se nada, sin embargo implica que ya sabe algo absoluto, el valor de la Lógica (que es el mismo Logos al que, en definitiva, apunta el mito), lo que no quiere decir, no obstante, que la filosofía tenga una "fe", sino un axioma, también él dialéctico por fundamental que sea (por eso hay filósofos que niegan la validez de la lógica). La actitud mítica, en cambio, aunque o porque no puede negar su dato imaginal (y esto sí es propiamente fe), sin embargo tiene la "humildad" de tener que reconocer que ese hecho le viene de una autoridad infinitamente superior e incuestionable, de la que no puede, en último extremo, dar justificación. Pero la actitud mítica es, como decía Tomás, necesaria para seres que, como nosotros, no poseen el conocimiento pleno.
      Un cordial saludo

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