Pienso que, incluso, existe un nivel de lenguaje en que el sema no necesita ni permite
ninguna articulación, sino que da una “referencia” directa (a lo real) y
completamente unitaria. Se trata de una instancia “mística” del Lenguaje, donde
no hay inferencia o mediación, lo que la hace aporética, casi inefable, pero es
una instancia innegable, porque es solo por ella por la que “comprendemos” o
“intuimos” todas las ideas, incluidas las que permiten construir un sistema de
inferencias y mediaciones. Es aquella por la comprendemos el círculo auténtico,
más allá de las nunca suficientes cuadraciones que de él pretende el
conocimiento mediado. Es la noesis de la que habla Platón, superior a lo
dianoia o razón raciocinante.
Pero,
dejando a un lado ese nivel de lenguaje, en un estrato más convencional o
exotérico deberíamos preservar, también, la mayor libertad posible. Si es
cierto que, en cuanto relacionamos cosas, estamos obligados a establecer la dualidad
entre cosas y relaciones (y, por tanto, entre semántica y sintaxis, etc.),
también lo es que tenemos que luchar contra la tendencia a esclerotizar el
lenguaje, convirtiendo en normas rígidas lo que no necesita serlo (es un
peligro análogo al de las instituciones políticas, o, por ejemplo, al fatídico
empeño de algunos profesores y padres por poner uniforme en el colegio).
Queremos tener derecho a decir cosas como Y(x), es decir, a usar la
“conjunción” como predicado, como una propiedad (decir, así, que “x está unido
(a algo)”); y, en general, a usar cualquier cosa como sustantivo y como
predicado.
Ahora
voy a dirigir mi “ataque” fallido contra otra importante esclerotización sintáctica,
convencionalmente aceptada entre los lógicos modernos, y que está íntimamente
relacionada con la distinción categorial Sujeto / Predicado. Me refiero a la Cuantificación.
Cuando
se analiza la proposición, la lógica convencional considera como una categoría
aparte, irreducible a las categorías de Sujeto y de Predicado, la categoría
de los Cuantificadores, es decir, los semas Algún y Todo. Esto
quiere decir que Algún y Todo no son palabras que puedan usarse ni como nombre ni
como predicado, sino solo como eso, como cuantificador, es decir, como un
modificador muy especial (irreduciblemente especial) de la variable-sujeto.
Si
esta sanción es justa, entonces ya podemos condenar a todo “metafísico” que
intente decir cosas como “El Todo es blanco”. Ya podríamos decirle, con una
palmadita en el hombro: “no, hijo (o abuelo), ‘todo’ no puede usarse así: ¡está
prohibido!”. ¿Por quién? ¡Por la
Lógica ! Curiosamente, este lógico-terapeuta que nos dice eso,
está usando a ‘Todo’ como sujeto, para definirlo como “cuantificador”. Si tuviese
razón, no podría estar haciendo eso. Como decía Wittgenstein, no podría decir
la lógica, sino solo mostrarla.
La
verdad es que el esclerotizador-terapeuta se equivoca: intenta imponernos su
metafísica, sancionándola como lenguaje. Pero analicémoslo en lo que se refiere
a los cuantificadores.
¿Qué
son ‘algún’ y ‘todo’? Cualquiera diría que son una especie de adjetivos, es
decir, una especie de cuasi-sustantivos que, como los hongos, viven de otro
sustantivo, al que modifican.
Veamos
estos ejemplos de sintagmas nominales:
a)
“Los chimpancés hembra”,
b)
“Algún(os) chimpancé(s)”,
c)
“Tres chimpancés”.
En
los tres casos se modifica al sustantivo, ‘chimpancés’, reduciendo así su
extensión. En el primer caso nos referimos solo a los que son hembras, en el
tercero, solo a tres, y en el segundo solo a alguno(s). Pero, mientras en a se
modifica cualitativamente al sustantivo, en b y c se le modifica
cuantitativamente. Ahora bien, mientras en c se hace eso de una manera precisa
o exacta, en b se hace de manera indefinida. ¿Qué hay de especial en el
modificador “algún” para que haya que consagrarle un templo en la estructura
lógica, mientras los pobres “hembra” y “tres” se quedan en el saco o fosa común
de la semántica?
Por
supuesto, el valor lógico de una proposición cambia según aparezca ‘algún’ o
‘todo’, pero también cambia si aparece ‘hembra’ o ‘macho’. Aún así, hay que
reconocer que ‘algún’ tiene de especial, frente a ‘hembra’, que es una cantidad
(y ya sabemos que la cantidad es –sobre todo entre burgueses- la manera más
precisa de precisar algo); frente a ‘tres’, tiene la virtud de hacer juego con
solo otro elemento, ‘todo’, y no con infinitos. Esto lo convierte, sí, en una
propiedad especial, y que aparecerá muy a menudo en el uso, pero no lo
convierte, de ninguna manera, en una no-propiedad, ni lo consagra o lo recluye
a una categoría incomunicada. Ni permite que se proscriban expresiones
como, incluso y por ejemplo, “Juan algunea”, o “todo algo es solo nada”.
La
historia sintáctica del cuantificador empezó (que yo sepa) con Aristóteles. El
organon aristotélico formalizó las proposiciones contando, en su esqueleto, con
la cuantificación, que, junto a la negación, daba lugar a las cuatro formas de
predicar: Universal afirmativo (Todo A es B), universal negativo (Todo A no-es
B (Ningún A es B)), particular afirmativo (Algún A es B) y particular negativo
(algún A no-es B). Así, las formas de la deducción se complicaban algo,
añadiendo las relaciones algebraicas de la cuantificación más básica. Hasta aquí
no había nada de especialmente especial. Solo se le dio importancia a algo que
la tenía (aunque quizás se le dio ya excesiva). Igual podía haberse tenido
también en cuenta el sexo del sujeto (como hace la morfología de algunas
lenguas).
Pero
la verdadera consolidación de la categoría del Cuantificador se produjo, de una
manera perversa, en la lógica moderna. Y ha sido perversa porque ha venido
amparada en una tesis tan evidentemente falsa a mi juicio, que solo fuertes
prejuicios metafísicos podían darle aliento. Me refiero a la confusión de la Cuantificación con la Existencia.
Es
evidente, creo yo, que “algún” no significa o equivale, ni encierra de ninguna
manera especial, a la noción “Existe”, ni, por tanto, “algún x” equivale a
“existe al menos un x”. Como ha señalado R. Grossmann, la existencia
tiene que ser añadida al cuantificador, para que decir “algún x es P”
signifique “existe algún x que es P”. ¿Cómo
se llegó a esa (perversa) confusión?
He
aquí un camino para verlo: en lógica hay una regla, llamada “Subalternancia”,
según la cual, de “Todo x es P” se deduce necesariamente que “algún x es P”
(es, sencillamente, la aplicación de las relaciones normales Todo – Parte). Si
eso es así, entonces, a partir de “Todos los molinos que don Quijote se
encontró, le parecieron gigantes” se sigue que “algún molino que don Quijote se
encontró, le pareció un gigante” (aunque esto me parece, por otras razones que no voy
a mencionar ahora, falso –lo trataré en otra ocasión-); o, por poner otro
ejemplo, que de “todos los reyes de repúblicas son esquizofrénicos” se sigue
que “algún rey de república es esquizofrénico”. Esto, que para los lógicos
aristotélicos (que conocían y compartían la regla de subalternancia) no
presentaba ningún problema, no gusta a muchos recientemente. Porque entienden
que eso implica que hay o existen realmente reyes de repúblicas o actos de don Quijote,
ya que, arguyen, no se puede hablar de lo que no existe. Así que dicen que una
frase como “Todo x es P” debe analizarse, realmente como “si hay algún x,
entonces es P”. La presión, metaontológica, sobre el cuantificador, llevó a
creer que siempre que usamos ‘algún’ como modificador del sujeto tenemos que
estar significando, si es que queremos estar dentro de la gramática correcta,
“existe o hay algún”.
Así
venían felizmente a confluir dos tendencias, con una motivación metafísica
(inconsciente) de fondo: la creciente valoración de la Cuantificación
(también idea fija del pensamiento moderno) y el rechazo de la Existencia como propiedad
y predicado (ya, al menos, en Hume y Kant).
Y
claro que, en verdad, la cantidad, y más concretamente la unidad, está muy
unida a la existencia. “Ninguna entidad sin unidad”, podríamos decir,
parodiando el “no entity without identity” de Quine. Ya los racionalistas
griegos (Parménides, Platón…) identificaban la posesión de (mayor) unidad con
la (mayor) tenencia de existencia, de modo que lo (más) uno e indivisible, era
también lo (más) existente, y cada cosa existe en la medida en que tiene
unidad. Pero esto son tesis metafísicas. Lo mismo que las tesis, enmascaradas
de “lógica” o “gramática”, de los modernos. Con la desgracia, para la lógica
moderna, de que simultáneamente ella intentaba proscribir la metafísica, que
permite usar a Uno y Ser como sustantivos.
Pero,
desgraciadamente (afortunadamente, quiero decir) su estrategia (la de los “lógicos”convencionales modernos) es equivocada: la cuantificación del sujeto de la proposición (o de
la variable) no es condición ni necesaria ni suficiente para denotar compromiso
ontológico:
- No
es suficiente, porque de “algunos duendes tocan la gaita” no se sigue que existan,
en sentido pleno, los duendes, de modo que no es contradictorio decir, a
continuación, “pero los duendes no existen realmente”. Lo cierto es que nos
pasamos la vida hablando de las cosas que no existen, o que no sabemos si
existen, y ello no puede impedirnos decir cosas con sentido. Así que la regla
de subalternancia (de “Todo rey de república es esquizofrénico” se puede
deducir que “Algún rey de república es esquizofrénico”) no necesita para nada a
la existencia, al menos a la existencia plena, para ser verdadera y buena
deducción.
- No
es necesaria, porque también implica compromiso ontológico el uso de cualquier
propiedad, en forma de predicado. ¿Por qué no había de comprometernos con la
existencia de la blancura la frase “Todo es blanco”? Lo que pasa es que los
defensores de la confusión cuantificacional-existencial son conceptualistas
(cuando no nominalistas), y creen, con gran ingenuidad, que los predicados no
necesitan tener importe ontológico, porque son algo que produce la mente, si no
meros flatos. Curiosamente, esos flatos o pseudo-entes mentales son los únicos
que hacen inteligible la realidad, y “no podemos prescindir de los adornos
conceptuales” (como dijo Quine), es decir, no podemos reducirlos a
no-universales.
¿A dónde
quiero llegar con todo este rollo? La conclusión que podemos sacar de aquí es que ni
la cuantificación ni la existencia son tan especiales como para negarles la
posibilidad de ser propiedades y ejercer de predicados, además de sujetos, y
convertirlos en miembros de una categoría radicalmente diferente. Por tanto, el Lenguaje no se articula necesariamente en esas categorías. El argumento
ontológico, o el nadear de la nada, podrán ser tesis equivocadas, pero no por
falta de sentido o incumplimiento de gramática.
Es verdad que propiedades como Uno y Ser son muy extrañas o especiales, porque se aplican a toda cosa, a todo ente (son "trascendentales", según las llamaban los escolásticos), aunque no se aplican en el mismo grado o intensidad a todas, sino analógicamente. No obstante, yo tengo la teoría, aún más extraña, de que eso pasa con absolutamente todas las propiedades, incluidas las que se refieren a "individuos" (como Sócrates): se aplican a todas las demás entidades, todas las cosas socratizan, en alguna medida.
Es verdad que propiedades como Uno y Ser son muy extrañas o especiales, porque se aplican a toda cosa, a todo ente (son "trascendentales", según las llamaban los escolásticos), aunque no se aplican en el mismo grado o intensidad a todas, sino analógicamente. No obstante, yo tengo la teoría, aún más extraña, de que eso pasa con absolutamente todas las propiedades, incluidas las que se refieren a "individuos" (como Sócrates): se aplican a todas las demás entidades, todas las cosas socratizan, en alguna medida.
¿Es útil seguir usándola, la cuantificación? Sí, en ciertos usos y contextos, como es útil usar ciertos
“morfemas”. Pero eso no significa que la tengamos hasta en la sopa. Cuando
alguien dice “estás estupenda” no está diciendo, por lo bajo, “hay algo que
eres tú, y eso está estupendo”. Tampoco está implicando la proposición “tú
existes”. De ser así, el poema de Bécquer no tendría sentido:
-yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte
-¡oh, ven, ven tú!