Lo que sigue es lectura de lo que Aristóteles escribe acerca
de la sabiduría primera (sofía próte,
o, también, philosophía próte). Para
ello, sigo principalmente lo que se conoce como su “Metafísica” (TA META TA
PHYSIKA), una colección de escritos diversos pero bien ordenados que están
dedicados específicamente a esa ciencia primera. El hilo argumental, a lo largo
del libro, es claro y perfectamente coherente, aunque haya a veces repeticiones y disrupciones,
debidas, sin duda, a que se trata de textos redactados independientemente. Lo
que Aristóteles dice en sus otros libros (en los de la Física o los Analíticos, por ejemplo) es
completamente consistente con lo que dice en esta colección de libritos de filosofía primera, y, por supuesto, también todas las partes de esta colección son perfectamente
consistentes entre sí.
Si esta lectura, bastante convencional por otra parte, es
básicamente adecuada, entonce cualquier lectura o interpretación que implique que existen grandes inconsistencias dentro del corpus aristotélico, malentiende el
pensamiento Aristóteles. Tampoco entiende a Aristóteles, ni, por tanto, se
entiende bien a sí mismo, quien llegue a la conclusión de que los problemas que
él se planteó y la sabiduría que pretendía, están solucionados o disueltos o
caducados. Por último, están también excluidos de entender a Aristóteles
quienes se dedican a fantasear significados de los términos griegos hasta
conseguir que digan lo que ellos pretenden, lo que nadie creía que querían
decir y lo que nadie intentaría querer decir ya, por lo general con ninguna o
casi ninguna base filológica.
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La filosofía primera o sabiduría es, según Aristóteles, la
ciencia, saber o teoría de las primeras causas y los primeros principios. Es la
única realmente libre porque es independiente, tanto de la utilidad o la práctica
material como de las demás ciencias o teorías: se la busca por sí misma y se
basta a sí misma. Es ella la que da sus principios a todo lo demás, tanto a las
otras ciencias, segundas, como a la práctica. Esta auto-nomía y auto-referencia
es propia de la sabiduría primera, y de ninguna otra, como se verá
insistentemente.
El saber lo es de las causas y principios, no de hechos ni
de colecciones de hechos. Pero las causas de las cosas son de varios tipos: el
qué, el de qué (a partir de qué), el de dónde (el origen) y el para qué (o sea,
en términos coloquiales: qué somos, [de qué estamos hechos], de dónde venimos y
adónde vamos). Los que filosofaron antes, cree Aristóteles, reconocieron
todas esas causas, pero no más que esas, y las vieron de una manera confusa y
parcial. Unos, los más “físicos”, descubrieron el de-qué o materia, sujeto único
de todos los cambios, que ni nace ni perece, y del que nacen y al que regresan
las cosas parciales según el orden del tiempo…; pero no nos dijeron cómo es que,
a partir de esa sustancia única y amorfa, matriz de todo, sale la diversidad de
formas, y (o, más bien, “porque”) no reconocieron lo incorpóreo. Otros, los más
“lógicos”, descubrieron la importancia de las formas, los números, las especies
o ideas…, y los tomaron por entidad (usía),
pero no pudieron, a la inversa que los primeros, explicar cómo se genera el
cambio a partir de solo lo inmóvil, sino que incluso lo negaron como ilusorio,
suprimiendo así justo lo que se trataba de explicar, esto es, la naturaleza que
vemos, y multiplicaron las entidades innecesariamente (pues cuanto pueda
explicar la forma considerada real y separada puede explicarlo la inmanente),
causándose dificultades insolubles. También reconocieron algunos la causa de-dónde,
que hace que sucedan las cosas, y la causa del para-qué (el Eros, el deseo),
pero sin desarrollarlo coherente y sistemáticamente. Tenemos, pues, nosotros,
considera Aristóteles, que elaborar esta sabiduría primera de las causas y
principios de todo ser, y solucionar los problemas que le son propios.
Que se trate de “causas y principios”, con dos términos y no
uno solo, es algo que, como veremos, se debe a lo esencial del problema de esta
ciencia que buscamos. El término ‘causa’ (aitía)
tiene una connotación más real, ontológica, “sustancial”…, que el término
‘principio’ (arkhé), que se refiere
a lo lógico, a lo “formal”. No son, quizás, lo mismo las causas ontológicas y
reales que los principios lógicos y generales de lo que es.
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Debemos comenzar por enumerar los problemas (aporías) que la
sabiduría primera debe resolver. Están muy sucintamente recogidos en el
libro B o III (concretamente, en 995b).
El primero de ellos es, paradójicamente, el de si
corresponde a una sola ciencia, o más bien a varias, el estudio de las causas y
principios de todas las cosas. Esto, obviamente, compromete a la propia filosofía,
a su misma posibilidad y existencia, y el hecho de que ella misma se plantee la
cuestión de su propia unidad y, por tanto, de su propia posibilidad y
existencia, la sitúa en esa peculiar circularidad o autorreferencia solo suya: ella puede y tiene que hacerse cargo de sí misma como ni puede ni debe hacer
otra ciencia. Solo ella existe antes de decidir, ella misma, si puede existir, presentándose
así tan necesaria como imposible o casi imposible. No es ni nuevo (“moderno”)
ni circunstancial que la filosofía se empiece teniendo por objeto, igual que no
es casual que acabe, como acaba en Aristóteles, pensando a aquella entidad que
es pensamiento de pensamiento. Solo aquella ciencia que puede hacerse cargo de
sí misma, tiene por objeto hacerse objeto de (a) sí misma. Por eso el de acerca del cual se dice la filosofía,
es un de en el doble sentido del
genitivo: el asunto de la filosofía
es el asunto de la filosofía,
como también esa ciencia es la propia del dios: es la que solo el dios podría
tener y es la que solo puede tener al dios por objeto. Objeto y sujeto son ahí,
y solo ahí, el mismo. Su final es su principio, pero en el camino se ha
conseguido, quizás, la comprensión de lo absolutamente real.
Esto debería hacernos pensar que los problemas de la
sabiduría primera no van a ser simples problemas o aporías, sino la aporía sin
más. A algo así lo podemos llamar hoy “dialéctica”: la filosofía es dialéctica.
Aristóteles no podía llamarlo así, porque ‘dialéctica’ significaba entonces el
arte del diálogo y la discusión. La filosofía es aporética, como lo son, por lo
demás, todas las otras ciencias. Aristóteles no cree, no obstante, que esos
problemas sean intrínsecamente insolubles: él mismo ofrece la solución, su
solución.
Sigamos con los problemas que debe abordar la filosofía
primera. El segundo es solo una concreción (la concreción esencial) del
primero: hay que plantearse, nos dice, si la sabiduría primera se ocupará de
los principios entitativos o también de los principios lógicos o formales o
abstractos. Es decir, hay que preguntarse qué tienen que ver la ciencia que
busca el ser real (llamémoslo Ontología) con la del ser en general o en
abstracto (Lógica), lo fundamental con lo general... Esta dualidad es la que
principalmente amenaza la unidad de la sabiduría primera. Será esencial reparar
en esto.
El siguiente (grupo de) problema(s) es este: si aceptamos (o
suponemos) que la sabiduría tiene que ocuparse de los principios de los seres o
entidades, habrá que solucionar la dificultad de si hay una sola ciencia de
toda especie de entidad, o bien una ciencia por cada tipo de entidad. Porque
hay que preguntarse también si existen, además de las entidades físicas y
sensibles, otras entidades no corpóreas ni sensibles. De reconocerse la
pluralidad de tipos de entidades, habrá que ver si hay principios universales
para todas ellas, para las incorpóreas y las corpóreas. Además hay que
solucionar la cuestión de si la sabiduría tratará de lo accidental o solo de lo
esencial, y si tiene por objeto los géneros, y, en ese caso, cuales.
Pero la cuestión más difícil y problemática, dice
Aristóteles, es la de si lo uno y el ser son la entidad o sustancia de los
entes (como han querido Parménides y los otros lógicos, hasta Platón), o más
bien, uno y ser son algo no-real, algo solo del pensamiento.
Otros problemas se refieren a si la entidad tiene los modos
de ser de la potencia y el acto o no.
Hasta aquí el índice de los problemas de la ciencia primera.
Nuestro problema es, en primer lugar, entender bien estos problemas. El mismo
Aristóteles, inmediatamente después de su sucinta enumeración, se entrega a
desplegarlos un poco más y a aproximarse tentativamente a sus posibles
soluciones. Empezando por la primera y más básica dificultad (y a la que
dedicaremos aquí nuestra mayor atención), o sea, la que se refiere a la
posibilidad misma de una sabiduría primera, ¿cómo puede ser, se pregunta, una
sola la ciencia de todos los principios de las cosas, si estos no son
contrarios entre sí, ni abarcan todos a toda ciencia? Porque, por ejemplo, los
principios de la matemática no son los mismos ni contrarios que los de la
política, sino simplemente heterogéneos; además, los principios de, por
ejemplo, la ética y la política (los para-qué) no pintan nada en la matemática.
(Por cierto, señala Aristóteles, una aparente equivocidad semejante la padecen otras
ciencias que consideramos unitarias: la matemática, por ejemplo, engloba a los
números y a la geometría, sin que los principios de una y otra parezcan
reducibles a unos y los mismos). Como decíamos, también se plantea el problema más
concreto de si la ciencia primera debe ocuparse de lo más entitativo, real,
sustancial…, o de lo más general. ¿Qué ciencia es superior, la de lo más real o
la de lo más abstracto y general? Porque parece que los principios primeros son
los más universales. Entonces, sería la Lógica la sabiduría primera.
La otra dificultad principal, a la que vuelve aquí y una y
otra vez Aristóteles, estriba en qué cosas son entidades o sustancias: ¿lo son
las ideas, como quieren los “modernos”? Esta teoría conduce a numerosas
dificultades: habrá varias ideas por cada cosa (la línea en cuanto parte de la
superficie plana y en cuanto parte del cuerpo, etc.); habrá ideas de las
relaciones y los accidentes; las ideas, además, parecen incapaces de causar
algo; son, en fin, una multiplicación inútil de las entidades. Sin embargo, he
aquí la gran dificultad que debe resolver quien se oponga a la realidad de las
ideas: es imposible conocer lo particular sin lo universal. Si no hay lo
eterno, no habrá lo corruptible. Y, como decíamos, la mayor dificultad: si uno
y ser son la entidad de todas las cosas. También ellos, lo uno y el ser,
parecen lo más inteligible de todo. Pero, si son entidad real, no podrá haber
ninguna otra realidad, como bien deducía Parménides. Y algo análogo puede
decirse para los números: si son entidad, nada material será entidad.
Estas son, pues, las dificultades. Veamos ahora en qué
sentido son, todas, una sola (pues una ciencia que sea una, solo puede tener un
problema, del que los demás serán manifestaciones parciales). Sinteticémoslas, primero, en unas pocas. Lo que compromete
la unidad de la filosofía es una cierta dualidad que se mostrará necesaria, y que
ya hemos visto anunciada de varias maneras: ¿la ciencia primera es la de lo más
universal y general, o la de lo más real, sustancial e individual? Es decir,
¿el principio de las cosas es lo primero en sentido lógico, o en sentido entitativo?
La otra dificultad, referida ya concretamente a la entidad (no al ser en
general), es la de si la entidad real es (solo) lo físico o es entidad también
y aun más la idea (o el número, o el género, o el ser). Es fácil ver que ambas
dificultades son en el fondo lo mismo, porque la necesidad de introducir las ideas
y entidades semejantes, fue solo esta: que son ellas las que, con su
universalidad y necesidad, hacen inteligible lo sensible. Hay una tercera
dificultad, distinta y más particular o específica aún, y que presupone
solucionadas las anteriores más básicas o generales: se trata de si, además de
las entidades individuales naturales y móviles, existe una sustancia, también
individual y sustancial (no idea o género) pero no corruptible sino inmóvil, o
sea, el dios. Pero esta dificultad solo aparece una vez solucionadas las
anteriores, que son una sola, o diversos grados de concreción de una misma.
La dificultad fundamental, de la que las demás son
expresiones, es, pues, digámoslo una vez más, la de lo universal y lo real. Se
trata, en otros términos, del problema de la unidad y la multiplicidad del ser.
Pero esta es también la dialéctica de lo inteligible y lo real. Esta dualidad
nace de los dos “hechos” básicos o brutos de la realidad: la universalidad y la
concreción. Lo universal (lo uno, el ser, la idea, el género…) es principio de
inteligibilidad, pero de lo universal no
se puede deducir lo particular y concreto. Sin embargo, el fenómeno puro (lo
que hay que “salvar”) es la multiplicidad y el cambio. Esto no parece
compatible, por tanto, con la mera universalidad. La realidad pura no parece
que pueda ser lo universal, sino algo concreto, individual, que haga
compatibles, sintetice o mezcle lo universal con lo más particular, la forma
con la materia última.
Comprendido el problema, veamos la solución. Digamos antes algo: debería ser inútil recordar (y que no lo
sea es también digno de pensarse) que este problema sigue siendo exactamente el
mismo que era cuando vivió Aristóteles, es decir, que sigue vivo el propio
problema (y, por eso, el propio Aristóteles) como el problema del ser. Todavía
hace tan poco como cuando escribe Giorgio Agamben, este filósofo puede
proponernos que consideremos si el concepto de “cualquiera” (quodlibet) y "ejemplar" rompen o solucionan la dialéctica
de lo universal y lo particular, o si debemos pensar la potencia de una manera
no aristotélica (y que el propio Aristóteles toma en consideración, por cierto).
Dejaremos para otra vez la consideración de esta propuesta. Baste esto para
constatar la “actualidad” de Aristóteles.
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La solución de la aporía única, es decir, de la distinción y
relación entre lo universal y lo real, entre lo general y lo individual, la
aborda Aristóteles progresivamente, yendo desde lo más general a lo más
particular. Efectivamente, el orden en que avanzamos en la ciencia es, según la
epistemología aristotélica, caminando desde lo más general a lo más concreto,
orden (en cierto modo) inverso al de la realidad, como se verá. Porque nosotros nos acercamos
a la realidad desde lo general, introduciendo las diferencias poco a poco,
hasta encontrar, si es posible, la diferencia última, que constituye la esencia
de la entidad real. Por eso, la primera cuestión, la más básica y general (pero
por eso también la menos última, específica y entitativa) es la de si hay una
única ciencia del ser, un único objeto general. En segundo lugar, supuesto que
quede salvada esa unidad, habrá que examinar cuál de las múltiples cosas que
aspiran a ser el objeto primero de la sabiduría, es la auténticamente primera.
Y ya en tercer lugar, supuesto que hayamos encontrado ese género, veremos cuál
de los individuos que caben en él es el primero primero. Nos centraremos, en lo
que sigue, en la primera y más general y básica cuestión.
“Hay una ciencia que trata del ser en cuanto ser y lo que por sí le corresponde. No es idéntica a ninguna de las que llamamos parciales, pues ninguna de estas estudia en conjunto el ser en cuanto ser, sino que, separando alguna parte de él, observan sus propiedades, por ejemplo, las matemáticas. Y, puesto que buscamos los principios y las más elevadas causas, es claro que estos serán, necesariamente, de cierta naturaleza por sí misma. (…) El ser, no obstante, se dice en muchos sentidos, pero por relación a uno y a una única naturaleza, y no equívocamente, sino como todo lo sano por su relación con la salud: una cosa, porque la preserva; otra, porque la produce; lo otro, porque es señal de salud, y aquello porque es capaz de tenerla.(…) Así también el ser se dice en muchos sentidos, pero todos en relación a un único principio: unos, porque son entidades, otros porque son afecciones de la entidad, otros porque son camino a la entidad, o destrucciones o privaciones, o cualidades, o productores o generadores de entidad o de las cosas que decimos que son relativas a la entidad, o negaciones de estas cosas o de la entidad”. (1003 a -traducción mía-)
Aquí está la solución aristotélica al problema fundamental
de toda la sabiduría primera que andamos buscando. Multiplicidad, pero no
equivocidad; unidad, pero no univocidad: multiplicidad respecto de uno. Relación
por Analogía.
Aristóteles no va a explicar nunca en qué consiste este pròs hèn o “respecto a uno”. Una y otra
vez recurrirá, para explicar esta relación o analogía, a una metáfora, la de lo
sano respecto de la salud. Pero la Analogía aparece como un hecho, como el
“hecho metafísico bruto” que soluciona o, ata, los hechos metafísicos brutos de
la unidad y la pluralidad del ser. O, más que como un hecho, quizás como una
necesidad, como un postulado ineludible.
Extrañamente, esta relación irreducible a homogeneidad y
heterogeneidad, parece encajar poco con el primer gran principio universal, el de la Lógica, el que nos prohíbe atribuir los contrarios a lo mismo. Sucede
como si la Lógica ,
con su exigencia de univocidad, cediera en el momento clave, y dejara su sitio
a una relación “ilógica”, o supralógica o ultralógica (pero pretendidamente interna a la Lógica), ante la mayor exigencia de la
realidad. Pero la Analogía querría salvar completamente la Lógica sin impedir que uno y múltiple se sinteticen perfectamente en el total que es cada cosa real. La Analogía
es el bies por el que la realidad elude o intenta eludir la contradicción pura
(la mera dialéctica, la aporética). La Analogía es la “solución” de la Dialéctica.
También Platón, y los otros filósofos, han recurrido a la Analogía. Pero cuál de entre las diversas concepciones de la Analogía (¿analogía como
participación y mímesis, analogía como “como si”, analogía del “quizás”…?) nos
lleva más adentro en el corazón del corazón de la filosofía, es el asunto más
urgente y que, por eso, dejaremos para otro momento.
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La prioridad primera, que es la de la entidad, no es una
prioridad, pues, de universalidad y univocidad. Eso conduciría a Parménides
(por el intermedio de Platón y los pitagóricos). Es la prioridad que tiene lo
particular, la cosa concreta, pero que sirve de soporte a todos los predicados
universales y sin los cuales no podemos entenderla. Debemos, pues, mantenernos
alejados de dos errores, de una Escila y una Caribdis: la negación de lo
universal y la negación de lo concreto. Confundir lo que es primero en el orden
de la inteligibilidad, lo lógico (la idea, el número, el género…), con lo que
es primero en el orden real o sustantivo (la naturaleza individual), es el gran
error de Platón, los pitagóricos y Parménides. Este error es un error mucho más interesante (y por eso es
más grave), es decir, más inteligente y justificado, que el tosco error
materialista de confundir la entidad con el sujeto de todos los cambios.
Aristóteles concederá mucha más atención al error racionalista o idealista. A
los materialistas los despacha rápidamente: son solo los arcaicos naturalistas,
que no veían el problema.
¿Qué pasa entonces con la Lógica y la Filosofía ? Los principios de la Lógica son objeto también
del filósofo, pero el filósofo no es el lógico (como sería en el caso de
Parménides, donde el primer principio lógico es también la sustancia o
realidad).
¿Cómo se conecta lo universal con lo entitativo? Aristóteles
utiliza un razonamiento (1004b 23 y ss) aparentemente rocambolesco pero esencial:
puesto que ser y uno son lo mismo, si bien predicado de maneras diferentes, (es
lo mismo “hombre” que “un hombre” y que “hombre que es”), habrá tantas especies
de lo uno como del ser. Y a las especies de lo uno corresponden asuntos como lo
de lo idéntico y diferente, etc. Es decir, lo uno es el aspecto “lógico” del
ser, y de la entidad, de modo que la
Lógica es el aspecto matemático de la Ontología.
Una vez sentado que los principios más generales son también
objeto del filósofo, no en cuanto matemático o lógico (que no lo es el filósofo,
ni la Lógica
es lo mismo que la Ontología ,
como equivocadamente quiso Hegel) sino en cuanto ontólogo, Aristóteles trata
inmediatamente del principio más firme: que es imposible que un mismo predicado
se dé y no se dé a la vez y en el mismo sentido en el mismo sujeto (y todos los
matices que haga falta introducir). Aquí es tarea dialéctica del filósofo
rechazar la tesis que niega ese principio más firme, y el relativismo.
Simplemente, quien abre la boca para negarlo, se autorrefuta.
Pero, volviendo una vez más atrás, ¿cómo es eso de que el
filósofo tiene por objeto los principios de la lógica, e incluso de la
matemática y la física? Aristóteles vuelve sobre ello, con gran claridad y
sencillez, en un texto sin desperdicio (pero ¿qué tiene desperdicio en
Aristóteles?), en lo que figura como libro VI o épsilon, justo al principio,
donde explica un poco mejor lo que ya hemos dicho:
“Buscamos los principios y las causas de los seres, pero es claro que en cuanto seres. Pues hay cierta causa de la salud y del bienestar, y de las matemáticas hay principios y elementos y causas, y, en suma, toda ciencia racional o que participa del razonamiento, lo es acerca de causas y principios, sea de manera más rigurosa o más simple. Pero todas ellas, circunscribiéndose a cierto ser y género, se ocupan de él, pero no del ser sin más ni en cuanto ser, ni elaboran en absoluto un discurso acerca del qué-es, sino que, partiendo de ello, unas haciéndolo manifiesto por la sensibilidad, otras tomando como hipótesis el qué-es, demuestran así, de manera más necesaria o más laxa, lo que corresponde al género del que tratan. Por eso es evidente que no hay demostración de la entidad ni del qué-es a partir de tal inducción, sino que es otro el modo de mostrarlo. Igualmente, nada dicen de si existe o no existe el género acerca del que tratan, porque es de la misma actividad racional hacer claro el qué-es y el si existe” (125b)
dia más hermosa debe ser no simple sino compleja, siendo esta imitadora de sucesos pavorosos y que despiertan compasión (es que esto es lo propio de tal forma de imitación), es evidente, primero, q egobex.net/como-saber-si-soy-bueno-para-estudiar-psicologia/
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