Termino con el resumen y comentario del libro El miedo al conocimiento, de Paul Boghossian.
La última forma de constructivismo criticado por Boghossian es el relativo a la racionalidad de la creencia. ¿Cuándo es razonable sostener una creencia? ¿Hay alguna situación privilegiada?
Una vez más, la visión clásica supone que hay justificaciones, independientes de nuestros intereses, que hacen racional creer algo. El constructivismo dice aquí que nunca basta con una justificación puramente epistémica, sino que nuestras creencias están necesariamente determinadas por nuestras circunstancias y necesidades materiales. Y nuevamente hay que entender esto en sentido fuerte: ninguna justificación puramente epistémica es suficiente para explicar por qué alguien cree lo que cree: siempre es necesario algún factor material.
Ahora bien, se pregunta inmediatamente Boghossian, ¿por qué ciertas experiencias y creencias (las relativas a nuestras necesidades, por ejemplo) iban a causar creencias no necesitadas de justificación y sólo las creencias de tipo justificación-epistémica iban a ser inanes? Este tipo de constructivismo da por supuesto que la gente cree, natural e incondicionamente, en que sus condiciones y necesidades materiales son tales o cuales (lo que no necesita ninguna justificación más), mientras que no sería capaz de creer en una proposición justificada sólo teoréticamente. ¿Qué extraña asimetría es esa?
La Sociología del Conocimiento Científico (S.C.C.), por ejemplo, ha intentado explicar, sociológicamente, no sólo que nos interesemos por este o aquel conocimiento, sino el contenido mismo de nuestras teorías. No sólo que nos interese estudiar los cuerpos se explica sociológicamente, sino incluso que creamos que hay partículas subatómicas. Esa presunta ciencia (la S.C.C.) se quiere presentar como “imparcial y simétrica ante la verdad y la falsedad de las teorías que estudia” (tanta explicación sociológica requiere una teoría falsa como una verdadera), y quiere ser también imparcial y simétrica ante la racionalidad de las teorías.
Ahora bien, dice Boghossian, si bien la simetría respecto a la verdad de las teorías es semi-plausible (con matices, porque a nadie se le ocurriría sostener que si una persona cree que el azul está más cerca del rojo que el naranja, eso es porque ha estado expuesto a experiencias diferentes: más bien se le supondría problemas de visión, etc.), en lo referente a la racionalidad la imparcialidad es totalmente inaceptable porque:
-no explica por qué ciertas creencias sí causan convicción y otras no
-elimina el papel de la naturaleza en el conocimiento: sea como sea la naturaleza, será la construcción social lo que diga qué creeremos (nadie oiría la voz de las cosas)
-se autorrefuta, pues la propia S.C.C. recibe su autoridad científica en una imparcialidad acerca de lo que es racional creer y lo que no.
De modo similar, recuerda Boghossian, T. Kuhn defendió que los paradigmas científicos son inconmensurables, y llegó a decir que quienes piensan dentro de paradigmas diferentes “viven en mundos diferentes”. Esto es igualmente inaceptable:
-En primer lugar, ¿cómo una tesis empírica como la de Kuhn podría dar sustento a una teoría “modal”, que dice que “necesariamente la ciencia funciona así? Lo más que podría afirmar Kuhn es que viene sucediendo así.
-Por otra parte es absurdo decir que Belarmino y Galileo vivían en realidades diferentes, porque es obvio que estuvieron en la misma habitación.
Si los paradigmas fuesen realmente inconmensurables, o sea, totalmente intraducibles, nadie podría entender dos paradigmas a la vez. Pero, obviamente, Einstein entendía el paradigma newtoniano y el relativista. Aunque hubiese ciertos problemas que no tuviesen sentido en los dos, y términos que cambiasen su valor, esto no podía afectar a todo. Los propios científicos argumentan entre paradigmas, para dirimir cuál es el mejor.
Por último, Boghossian analiza rápidamente el presunto apoyo que la tesis llamada de Duhem-Quine (según la cual toda teoría está infradeterminada por los datos) podría dar al constructivismo. Ninguno. La tesis de Quine es de carácter lógico, y no pretende sostener que los hechos no apoyen más una teoría que otra, o que sea igual de racional revisar una parte de la teoría que otra.
En el epílogo, Boghossian se pregunta cuál es el origen “ideológico”, digamos, del constructivismo y el relativismo. Cree que mucho del apoyo lo recibe de posturas políticas de izquierda que, en oposición al imperialismo y en defensa del multiculturalismo, ven en el constructivismo y el relativismo una defensa de la legitimidad de independencia de otras formas de vida, las de las sociedades más débiles. Ahora bien, com dice Boghossian, incluso políticamente se trata de una estrategia del todo equivocada, porque si no son criticables ciertas perspectivas o visiones del mundo (las de los oprimidos, por ejemplo) tampoco lo serán las de los opresores. Salvo que se pretenda el doble rasero por el cual la crítica es lícita si se dirige contra las élites (por ejemplo, contra el creacionismo cristiano) pero no cuando se dirige contra los pobres (contra el creacionismo zuñi, por ejemplo).
El libro de Boghossian, claro y pulcro, como la mejor filosofía "analítica", es un capítulo más en la lucha entre los Titanes y los Olímpicos. Como era de esperar, convencerá a muy pocos, pero eso (curiosamente, y paradójicamente para las pretensiones del autor) no le quita ningún valor filosófico. El relativismo es una posición dialéctica casi tan irrefutable como la defensa de la verdad.
En el epílogo, Boghossian se pregunta cuál es el origen “ideológico”, digamos, del constructivismo y el relativismo. Cree que mucho del apoyo lo recibe de posturas políticas de izquierda que, en oposición al imperialismo y en defensa del multiculturalismo, ven en el constructivismo y el relativismo una defensa de la legitimidad de independencia de otras formas de vida, las de las sociedades más débiles. Ahora bien, com dice Boghossian, incluso políticamente se trata de una estrategia del todo equivocada, porque si no son criticables ciertas perspectivas o visiones del mundo (las de los oprimidos, por ejemplo) tampoco lo serán las de los opresores. Salvo que se pretenda el doble rasero por el cual la crítica es lícita si se dirige contra las élites (por ejemplo, contra el creacionismo cristiano) pero no cuando se dirige contra los pobres (contra el creacionismo zuñi, por ejemplo).
El libro de Boghossian, claro y pulcro, como la mejor filosofía "analítica", es un capítulo más en la lucha entre los Titanes y los Olímpicos. Como era de esperar, convencerá a muy pocos, pero eso (curiosamente, y paradójicamente para las pretensiones del autor) no le quita ningún valor filosófico. El relativismo es una posición dialéctica casi tan irrefutable como la defensa de la verdad.
Cuando se asiste a una crítica y pretendida refutación de una posición filosófica es normal oír la petición, por parte del otro, de una alternativa positiva. ¿Qué tendría Boghossian que proponer? ¿Sería su posición menos débil que la que critica? Boghossian parece dar a entender en el libro que el sistema de principios epistémicos preferible es ese formado por Observación, Deducción e Inducción. Es decir, algo parecido a lo que confusamente se suele llamar el método científico. Pero ¿justifica este método sus propios análisis filosóficos? No parece. La posición del ontólogo y del epistemólogo es normativa, autónoma respecto de la ciencia. No puede depender de la Observación (ni de la Inducción), puesto que la fundamenta. Tampoco de la Deducción, puesto que hace falta algo (un contenido) que deducir.
La defensa del absolutismo teorético, me parece a mí, es en Boghossian demasiado dependiente del cientificismo (no de la ciencia). Por eso es insuficiente. Bastaría con llevarla a sus límites, y pedir las condiciones en que “habría motivos” para cuestionar nuestros criterios epistemológicos. ¿Podrían esos motivos ser observacionales? No, porque la observabilidad es, precisamente, uno de los criterios aceptados. Pero ¿habría lugar para la pregunta cartesiana por el sueño o el genio maligno?
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