Infinitamente más cerca de la verdad que todas las meta-filosofías anteriores está, a mi parecer, la que cree que la Filosofía es ciencia (en sentido amplio, es decir, teoría acerca de cómo son y, sobre todo, qué son las cosas) y lo que la individúa dentro del género Ciencia es “solo” su carácter completamente universal. En este sentido, podría considerarse a la Filosofía como Ciencia Primera, en cuanto trata de las ideas (trascendentales) que “abarcan” a todas las demás, las de las ciencias “específicas”.
Esta es la concepción aristotélica y de muchos otros pensadores a lo largo de la historia, sobre todo antes de la plaga positivista (hoy que esa plaga se va extinguiendo lentamente, se vive un renacimiento del aristotelismo, que casi solamente había pervivido, aunque con gran rigor intelectual, en la despreciada pero inapreciable neoescolástica), pero, pese a lo que se piensa a menudo, es también la concepción de las metafísicas materialistas (como el atomismo, etc.). Para justificar esto, haré un excurso acerca de cómo entiende la ciencia el aristotelismo, y qué le diferencia de la “ciencia moderna”.
La ciencia antigua (Aristóteles incluido) pretendía, por supuesto, apoyarse en y salvar los fenómenos. La diferencia aquí con la ciencia post-galileana está más en el grado de sistematicidad y de rigor en las observaciones empíricas que en el tópico pero falso desprecio antiguo por los datos frente a la menos verídica dependencia absoluta de ellos en la ciencia moderna. Y ambas, tanto la ciencia antigua como la moderna, buscan unos conceptos y unos principios (o leyes) universales, lo más simples y sistemáticos posibles, en que encajen los fenómenos. Aquí la diferencia fundamental radica en que, mientras el aristotelismo creía irreducibles las formas cualitativas de especies naturales (desde la forma Fuego a la forma Caballo), la ciencia moderna (como ya antiguamente intentaron los atomistas), parte del postulado de que todas las cualidades se pueden dividir en primarias y secundarias, y las primarias, que son las cualidades matemáticas o geométricas (en sentido cada vez más abstracto, con el paso de los siglos) son las fundamentales, las únicas verdaderamente “reales” (el lenguaje con el que está escrita la naturaleza), de modo que las cualidades secundarias deben ser reducidas a aquellas. Las propiedades “matemáticas”, cuantitativas, son más “precisas” que las propiedades cualitativas de las “formas sustanciales”, y eso las hace tan codiciables (al menos técnicamente, porque lo que es desde otros puntos de vista –como el de poetas y algunos filósofos- esas reducciones, suele decirse, tiran al niño con el agua de la bañera). La ciencia moderna ha avanzado bajo ese postulado matematicista, hasta encontrarse hoy, en la física fundamental, con cuatro “fuerzas” y una noción completamente universal, la energía, a partir de las cuales, por mera combinación matemática, puede “reducir” todos los demás conceptos, de la física básica primero, y de las otras ciencias naturales, de forma mediata. Está por ver si el proyecto es posible (y cuando digo “por ver” no me refiero a que se pruebe con la práctica, sino a si es intrínsecamente consistente un proyecto así). Llegaríamos, por ese camino, a un estado final de la ciencia en que, idealmente, hay un solo concepto cualitativo (digamos “energía”, o un equivalente más abstracto todavía) y el resto son formas matemáticas. O, mejor aún, si, como a veces insinúa algún físico que otro, podemos sacar todo lo cualitativo a partir de meras formas o (super-)simetrías matemáticas.
La ciencia antigua (Aristóteles incluido) pretendía, por supuesto, apoyarse en y salvar los fenómenos. La diferencia aquí con la ciencia post-galileana está más en el grado de sistematicidad y de rigor en las observaciones empíricas que en el tópico pero falso desprecio antiguo por los datos frente a la menos verídica dependencia absoluta de ellos en la ciencia moderna. Y ambas, tanto la ciencia antigua como la moderna, buscan unos conceptos y unos principios (o leyes) universales, lo más simples y sistemáticos posibles, en que encajen los fenómenos. Aquí la diferencia fundamental radica en que, mientras el aristotelismo creía irreducibles las formas cualitativas de especies naturales (desde la forma Fuego a la forma Caballo), la ciencia moderna (como ya antiguamente intentaron los atomistas), parte del postulado de que todas las cualidades se pueden dividir en primarias y secundarias, y las primarias, que son las cualidades matemáticas o geométricas (en sentido cada vez más abstracto, con el paso de los siglos) son las fundamentales, las únicas verdaderamente “reales” (el lenguaje con el que está escrita la naturaleza), de modo que las cualidades secundarias deben ser reducidas a aquellas. Las propiedades “matemáticas”, cuantitativas, son más “precisas” que las propiedades cualitativas de las “formas sustanciales”, y eso las hace tan codiciables (al menos técnicamente, porque lo que es desde otros puntos de vista –como el de poetas y algunos filósofos- esas reducciones, suele decirse, tiran al niño con el agua de la bañera). La ciencia moderna ha avanzado bajo ese postulado matematicista, hasta encontrarse hoy, en la física fundamental, con cuatro “fuerzas” y una noción completamente universal, la energía, a partir de las cuales, por mera combinación matemática, puede “reducir” todos los demás conceptos, de la física básica primero, y de las otras ciencias naturales, de forma mediata. Está por ver si el proyecto es posible (y cuando digo “por ver” no me refiero a que se pruebe con la práctica, sino a si es intrínsecamente consistente un proyecto así). Llegaríamos, por ese camino, a un estado final de la ciencia en que, idealmente, hay un solo concepto cualitativo (digamos “energía”, o un equivalente más abstracto todavía) y el resto son formas matemáticas. O, mejor aún, si, como a veces insinúa algún físico que otro, podemos sacar todo lo cualitativo a partir de meras formas o (super-)simetrías matemáticas.
Pero todo esto no importa para lo que estamos discutiendo, porque tanto el aristotelismo como el “mecanicismo” (por llamar así al proyecto matematicista que acabo de describir) son metafísicas, en el sentido de que responden a lo que Aristóteles le adjudicaba a la sabiduría primera: ser la ciencia del ser en cuanto ser y las propiedades que le corresponden. O sea, preguntarse qué define en general a toda entidad, cuáles son las categorías últimas (o primeras) de toda realidad, etc. Si Aristóteles sostenía que la naturaleza última de todo ente, es un “compuesto” de acto y potencia, siendo el acto la forma, y habiendo tantas formas como especies naturales más algunas especies inmateriales que explicasen el movimiento de lo material, el mecanicismo es la metafísica que sostiene que la naturaleza última de todo es una sustancia o “cosa” (materia, energía, etc.) regida por leyes o formas meramente cuantitativas, es decir, matemáticas. O, si uno se pone muy “pitagórico”, el matematicismo es la metafísica que dice que la naturaleza última (“el ser en cuanto ser”) es número.
La metafísica aristotélica, además del mecanicismo (o reduccionismo matematicista) rechazaba también el materialismo, porque, sostenía, no sólo no son reducibles las formas a materia, sino que también la causa individual y real de todos los movimientos o cambios, tiene que ser irreduciblemente inmaterial. Por eso sostenía Aristóteles que hay tres ciencias fundamentales, la Física (la del ámbito de lo materializado), la Matemática (la del ámbito de lo separable por abstracción, aunque no separado realmente) y la Teología (la del ámbito de lo realmente separado). Y la ciencia primera (lo que después se llamó “metafísica”) las debía abarcar a todas. Pero en lo que coinciden aristotélicos y mecanicistas (entre otros) es en creer que la realidad tiene una constitución última que es la que ellos sostienen, y que esta ciencia es la más fundamental o universal, porque trata de las características de todos los seres. Podemos llamarla “metafísica”, en cuanto no se reduce a ciencia física, sino que la fundamenta teóricamente (incluso en el caso en que la tesis metafísica sea que no hay más realidad que la realidad física: insistamos, el materialismo es una metafísica, no una teoría física), o podemos llamarla, si eso resulta menos ofensivo, Ontología.
La metafísica aristotélica, además del mecanicismo (o reduccionismo matematicista) rechazaba también el materialismo, porque, sostenía, no sólo no son reducibles las formas a materia, sino que también la causa individual y real de todos los movimientos o cambios, tiene que ser irreduciblemente inmaterial. Por eso sostenía Aristóteles que hay tres ciencias fundamentales, la Física (la del ámbito de lo materializado), la Matemática (la del ámbito de lo separable por abstracción, aunque no separado realmente) y la Teología (la del ámbito de lo realmente separado). Y la ciencia primera (lo que después se llamó “metafísica”) las debía abarcar a todas. Pero en lo que coinciden aristotélicos y mecanicistas (entre otros) es en creer que la realidad tiene una constitución última que es la que ellos sostienen, y que esta ciencia es la más fundamental o universal, porque trata de las características de todos los seres. Podemos llamarla “metafísica”, en cuanto no se reduce a ciencia física, sino que la fundamenta teóricamente (incluso en el caso en que la tesis metafísica sea que no hay más realidad que la realidad física: insistamos, el materialismo es una metafísica, no una teoría física), o podemos llamarla, si eso resulta menos ofensivo, Ontología.
Aunque una visión así de la filosofía (como ciencia del ser en general) me resulta mucho más convincente que cualquier “deconstrucción” metafílosófica (lingüicismo, conceptualismo, etc.), no creo que llegue completamente al fondo del asunto. En próximas entradas intentaré justificar por qué y ofrecer “mi” alternativa, inspirada en la teoría de Platón sobre lo que es la dialéctica.
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