viernes, 21 de octubre de 2011

De Dios, II: existir y Existir

Sigo con lo empezado en la entrada anterior:

De una manera inmediata atribuimos existencia a aquello que, de acuerdo con la visión científica mejor sustentada metodológicamente, sucede en el mundo, es decir, en el todo espacio-temporal en que nos movemos. Pero obviamente el concepto de existencia no se reduce, por definición, a eso. De ser así las cuestiones ontológicas no tendrían sentido, no serían ni planteables. Es completamente significativo plantearse si existen entidades extra-mundanas, exteriores a este universo o incluso a cualquier universo físico. Es más, la pregunta de si acaso este universo existe realmente o es una mera ilusión, es una pregunta con sentido. Las ciencias materiales, en cuanto que a priori se dedican a describir nomológicamente los fenómenos, ni quieren ni pueden plantearse esas preguntas. Su método, empírico-hipotético-pragmático, no les permite, a priori, rebasar el ámbito de los fenómenos naturales. Para ellas es igual decir que están estudiando la realidad o un fenómeno. Salvan las apariencias físicas. Si la pregunta por realidades más allá de este mundo tienen sentido, hace falta un concepto de existencia más general y acogedor que el de existencia en este mundo. ¿Qué entendemos por existencia, en sentido amplio?

Existencia implica, en primer lugar, autonomía ontológica, ser por sí. Existir es ser con independencia de todo sujeto cognoscente, es decir, estar más allá de cualquier subjetividad. Esto no significa que una cosa se nos pueda dar total y absolutamente tal cual es, con independencia de nuestras facultades y capacidades. Las cosas se dan, en parte, según el sujeto. Pero no se puede reducir todo a cosa nuestra, porque en ese caso, además de que se dejaría toda realidad en manos del sujeto, es que se trasladaría el problema al “nosotros” mismo, pues habría que preguntarse si ese nosotros es algo ya real y autónomo, o es a su vez una “construcción”… ad infinitum.

Otra característica que debe tener lo que existe es poder activo, poder causal, entendido esto en el sentido más amplio posible. Operari sequitur esse. Lo que exista debe influir de alguna manera, por leve que sea, en las demás cosas. Debe ser, por ejemplo, inferible a partir de otros eventos.

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¿Existe algo tras-mundano, es decir, hay que atribuir esos rasgos, la autonomía ontológica y la operatividad en sentido amplio, a alguna otra cosa que las entidades de nuestro universo? Quienes se oponen a esto (cualquier forma de "inmanentismo" o "naturalismo") están comprometidos con poder reducir ontológicamente cualquier concepto que parezca trascender lo natural, es decir, con dar una explicación lógica de cómo todo lo no natural no es más que epifenómeno, accidente, etc., de algo natural (por ejemplo, los cerebros humanos). Pero cualquier versión de conceptualismo o nominalismo fracasa para explicar los rasgos atemporales y universales de las entidades ideales. Ninguna ciencia natural puede reducir ni epistémica ni, por tanto, ontológicamente ningún concepto. Las ideas tienen autonomía epistémica, y por tanto ontológica (quien no acepte este “por tanto” nos debe una explicación de cómo se distingue una cosa de la otra).

¿Tienen las ideas poder causal? Desde luego. Los físicos, cuando especulan, dicen cosas como que el universo evoluciona como lo hace en virtud de ciertas leyes (matemáticas) que lo rigen. Esto no es una metáfora. Si acaso, es una analogía filosófica, del todo legítima. Las leyes de que hablan esos científicos son autónomas respecto del universo. Evidentemente no se trata de una operación o causación del tipo de la que ejerce la lluvia en la humedad del suelo. Se trata de una causación de las entidades ideales sobre las físicas (cuidado con evitar aquí el capcioso “reales”), una causación que podríamos llamar “metafísica” o trascendente.

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