Todas las maneras de hacer filosofía, decía en la entrada anterior, tratan de lo mismo (por
eso son filosofías) aunque de maneras diferentes (por eso son varias). En
concreto, la manera analítica (“anglosajona”) y la manera
fenomenológico-hermenéutica (“continental”) de abordar los problemas
filosóficos son tan diferentes porque la una se inspira en o imita el método de
las ciencias físico-matemáticas y, la otra, el de las “ciencias humanas” o
“letras”. Esta diferencia no es despreciable, y se basa en una dualidad, ella
misma, filosóficamente importante, aunque quizás no en la más importante de las
dualidades o esquemas que puedan dividir los modos de filosofar. Hay algo que
ambas vías tienen en común, tanto por lo que se refiere a sus metodologías como
en su objeto o contenido, y es algo respecto de lo que se mantienen en una
tensa relación de simultáneos deseo de evitación e inevitabilidad, aunque
apenas sean conscientes de ello: ese algo es la Metafísica. Ambas vías intentan
dejarla atrás, se declaran “postmetafísicas”. Creen ser, respectivamente,
ciencia matemático-natural (muy general) y crítica textual. Pero se engañan:
son Metafísica. Sus métodos son los mismos que los de la metafísica, aunque
sofisticados o especializados en uno u otro sentido: reflexión, necesariamente
dialéctica, sobre lo absoluto, sobre el Ser o alguna de sus epifanías (el
Lenguaje, el Texto…)
Qué método usamos está en completa interdependencia con el
objeto de que tratamos: cada objeto tiene su modo de ser conocido. No se puede
tratar el objeto de la Ciencia Natural con el método matemático, o con el
metafísico, o con el religioso…; no se puede tratar el objeto de la Metafísica
con el método de la Ciencia Natural, o con el de la Matemática o el del Arte…
Las diferentes maneras de hacer filosofía son maneras diferentes de hacer lo
mismo, Metafísica, tanto por su método fundamental como por su objeto. También
la filosofía analítica y la continental. Pero, para ver esto claramente, es
necesario recordar qué es Metafísica, liberándola de caracterizaciones
reductoras y perniciosas. Por ejemplo y especialmente, la heideggeriana. A ello
dedicaré esta entrada.
Cuando los aristotélicos llamaron Metafísica a lo que
Aristóteles llamaba saber o ciencia primeros (dejemos de momento entre paréntesis
a Platón), se referían, como su maestro, al asunto del ser en cuanto ser y las propiedades que le corresponden en cuanto
tal: no el ser natural, el ser lógico, el ser tal o cual…, sino el ser en
general. Tan general que abarcaba y “trascendía” (o, quizás sería hoy mejor
decir, adoptando una terminología kantiana, “era trascendental a”) todas las
categorías de cosas, por heterogéneas que fuesen. La cuestión primera (en orden
de reflexión) era, precisamente, si Ser tiene varios sentidos, cuántos y
cuáles, y qué relación (qué Diferencia,
pero también qué dependencia) había entre los diversos sentidos de ser. Como se
sabe, la respuesta aristotélica es que el ser se dice en varios sentidos, pero
no de manera equívoca, sino por relación a uno, la ousía o entidad o “sustancia” (como bastante inadecuadamente se
tradujo en latín), es decir, el ser plenamente individual y autónomo, que “ni
se predica de ni se da en otro”, sino del que se predican y en el que se dan
los otros modos de decir “es”. Solo después de estas tesis sumamente generales
o “abstractas” (la no-univocidad del Ser, y la prioridad del ser concreto y sustantivo),
solo después de este análisis trascendental, venía el estudio, más concreto, de
la interioridad de la usía o entidad o sustancia, donde Aristóteles creía descubrir que,
puesto que tenemos que salvar el fenómeno por excelencia, es decir, el Cambio,
toda sustancia se constituye e individúa por relación a él, y eso quiere decir,
por relación al dúo energeia-dynamis,
acto-potencia. Y solo como una parte de la teoría de la usía o entidad o sustancia
(como mínimo en tercer o cuarto lugar, por tanto), venía el asunto de la
sustancia inmóvil, de Dios, así como la de la Cosmología y la Biología (donde
se incluía a la Psique).
Ninguna de esas etapas de la reflexión Metafísica puede ser
obviada cuando se habla de qué es la Metafísica. Ni la teoría de la sustancia
ni la teoría del motor inmóvil son toda la metafísica ni siquiera su
consecuencia tautológica. La meditación sumamente general acerca del sentido o
sentidos del Ser podía haber dado otro resultado (el univocismo, el equivocismo
–por ejemplo, el equivocismo Ser / Ente-); también la meditación, segunda,
acerca de la prioridad de la sustancia podría haber dado otro resultado (un
accidentalismo de sabor “budista”, por ejemplo), incluso supuesto ya el resultado
aristotélico a la anterior y más general cuestión; la meditación, tercera,
acerca de la naturaleza de la usía (su articulación acto-potencia) tampoco tenía
necesariamente que arrojar ese resultado al que llega Aristóteles; y tampoco,
en fin, el asunto de la sustancia principal tenía que concluir en esa
existencia de una entidad primera y motor inmóvil (es posible defender el naturalismo
y el ateísmo, como una postura más dentro de la teología filosófica). En cierto
modo, la cuestión del ser-individual-absolutamente-primero o Dios, era un
asunto casi más de la Física que de la Metafísica. En realidad, es un asunto de
(una de las áreas de) la Metafísica “especial”.
La Metafísica no es, pues, un saber de lo trascendente ni de
la entidad o sustancia, sino, primeramente, de lo trascendental, es decir, de
las condiciones de posibilidad de los entes, del Ser en general. Fuera de la
Metafísica, entendida en ese sentido general y propio, solo hay no-filosofía:
Ciencia, Arte, Religión… Nos desencamina completamente entender Metafísica,
como hace Heidegger, en el sentido estrecho de búsqueda del Ente causalmente u
ónticamente primero y olvido del Ser, o como una confusión “onto-teológica”.
Nada en la Metafísica general aristotélica tiene que ver con una prioridad del
Ente sobre el Ser, ni con una presunta reducción del Ente a Presencia. No
existía en la Metafísica una confusión Onto-teológica: existían un problema
ontológico y, después, un problema teológico, debido a las dos nociones de ser
primero que irremediablemente encontraba la reflexión ontológica o metafísica:
el ser como lo más universal y el ser como lo más individual y concreto. Lo que
hace el propio Heidegger, en sus análisis sobre la diferencia Ser – Ente, lo
que él llama Ontología, no es algo de tipo diferente a lo que los aristotélicos
llamaban Metafísica y los wolfianos “Ontología general”, aunque Heidegger
concluya de manera diferente y, sobre todo, use un método muy distinto,
inspirado, como decíamos, en la crítica literaria y en la etimología
especulativa. Por tanto, insisto, no veo razones para aceptar la
caracterización heideggeriana de la Metafísica ni la tesis de su final. La
filosofía fue siempre, y sigue siendo en Heidegger y sus herederos, Metafísica,
es decir, consideración del ser en cuanto ser y de sus articulaciones fundamentales.
¿Quiere esto decir que hay que volver a la terminología
aristotélica, y que Heidegger no ha aportado algo y hasta mucho a la Filosofía,
es decir, a la Metafísica? No. No es necesario ni posible quedar
atrapado en el mismo antiguo modo de decir lo casi indecible, y Heidegger es un
importante metafísico (como lo fueron Nietzsche y Kant según el propio
Heidegger). Todas esas reconsideraciones del problema filosófico han sido
iluminadoras, en buena medida precisamente porque han renovado (parcialmente) los términos, ya
solidificados y gastados, aunque a veces esto nos lleve, erróneamente, a ver
mucha más profundidad relativa en lo actual que en lo viejo e induzca al
filósofo a creerse haciendo algo totalmente nuevo, sobre todo en tiempos tan
ansiosos de hacer historia y preocupados por deshacerse de lo escolástico como
son los tiempos modernos.
En concreto, Heidegger nos ha propuesto una Ontología o
Metafísica General que insiste profundamente en la heterogeneidad o diferencia
entre los entes y el ser, entre las cosas que son y el (hecho de) que sean, de
manera semejante al Wittgenstein del Tractatus.
También nos ha ofrecido Heidegger una Metafísica Especial, renovación
original de la vieja Antropología filosófica, en que el ente destinado al ser
(el Dasein) es definido de varios modos existencialistas o “existenciarios”,
tales como la de ser que se hace cargo de la muerte, ser capaz de angustia y
aburrimiento, ser con historia… Pero, aunque Heidegger haya expresado estas
tesis metafísicas en grandes y oraculares expresiones, y ello nos haya ayudado
a pensar o, mejor, repensar el mismo asunto metafísico, nos conviene también no
perder de vista que lo que ha hecho Heidegger no está más-allá de la
Metafísica, sino en su interior. Solo así es posible un verdadero diálogo con
los otros metafísicos, diálogo que queda imposibilitado si no nos situamos en
un terreno común (por abstracto que sea), o si creemos nosotros estar en un
terreno abierto al que ellos no accedieron (de manera parecida a como los
gentiles precristianos no tuvieron acceso a la revelación).
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