Aunque hay todavía muchos profesores de filosofía que siguen
diciendo que hay una filosofía antes de Kant y otra después de Kant, y aunque
tienen razón en cierto sentido, cada vez más filósofos, sobre todo entre los
analíticos, ven que eso no es correcto en el sentido profundo, sino solo en uno,
digamos, “estilístico” o “epocal”: en las maneras propias de cada época de
abordar la filosofía. Aquí intentaré sostener que el giro
idealista-trascendental era una torsión provocada por el carácter de los
tiempos y no por el objeto mismo de la Filosofía, que es esencialmente
Metafísica, y por eso es lógico que ese giro se haya revertido y que ya apenas
nadie dude del “retorno de la metafísica”. En realidad, nunca se fue: se la
disfrazó con ropajes de época, con el ánimo de hacerla tolerable en sociedad.
¿Cómo llegó la Metafísica, durante la Ilustración, a ser
declarada muerta? ¿Por qué, si la Filosofía es Metafísica, ha habido esa fuerte
pulsión moderna por distanciarse de ese nombre? La modernidad trajo una pérdida
progresiva de consideración hacia la Metafísica en su sentido estrecho, es decir,
hacia las ontologías especiales (Teología, Antropología-Psicología, Cosmología),
debido, obviamente, al cientificismo (naturalismo en cuanto a la Cosmología,
fideísmo en cuanto a la Teología y psicologismo en cuanto a la Antropología),
y, a remolque, una deflación de la reflexión metafísica general. No es que
aquel desprestigio de las metafísicas especiales fuese acertado (los problemas
metafísicos de cada una de esas áreas del ente seguían y siguen vivos, sin
poder esperar una respuesta de las Ciencias respectivas aunque tengan que
mantener un fructífero y dialéctico intercambio con ellas), pero ahí la
cercanía entre Metafísica y Ciencia propiciaba la confusión. Es mucho más fácil
creer que un asunto como el de qué es y si existe el Tiempo sean objeto íntegro
de la Ciencia Física, que pensar eso mismo del asunto de los sentidos de Ser.
Para cuando la Ilustración tardía, ya nadie que estuviese en
su tiempo podía presentarse como metafísico. Este es el momento en que Kant
pretende poner entre paréntesis toda Metafísica y hacer algo previo, neutral,
crítico, “trascendental”.
Paradójicamente Kant describe esto como un análisis de las posibilidades
de conocimiento. Paradójicamente porque ¿esto no era, acaso, objeto de una
parte concreta de la Metafísica, la Psicología filosófica, o al menos de la
Gnoseología (la cual presuponía toda una teoría metafísica ya)? Kant pretende
eludir este hecho declarando que el Sujeto del que él hace el análisis no es
ninguna “sustancia”, sino una Forma, trascendental, función o complejo de
funciones (unificadas en el “yo pienso”), sin implicaciones existenciales o
sustanciales. ¿Se trata, entonces, de lo que luego llamaremos Teoría del
Conocimiento? Eso parece: es el análisis de la manera en que nosotros (un nosotros
no antropológico-científico, sino formal o trascendental pero sin ser “mera
lógica”) no tenemos más remedio que concebir las cosas, que ahora quedan extrañadas
en la Cosa en sí.
Pero esto solo supone trasladar la Ontología al Sujeto. Las
mismas categorías que abordaba la Ontología, son “deducidas” aquí a partir de
la estructura de una psicología a priori: existencia, esencia o propiedad
(“realidad” en la terminología kantiana) causa, necesidad, unidad…, como formas
a priori del conocimiento. Los conceptos de la Metafísica general no
desaparecen, se convierten en parte del Sujeto, pero un sujeto que no es, insistamos,
óntico, fáctico, natural…, sino a priori, formal, innaturalizable. ¿Hemos adelantado un paso respecto de la Metafísica, por
ejemplo, respecto del aristotelismo? ¿Tenemos el derecho de rechazar el nombre
de Metafísica para esto? En absoluto. Heidegger hace bien en colocar a Kant en
el interior de la Metafísica y rechazar la caracterización neokantiana de Kant…
tal como nosotros colocamos al propio Heidegger en el interior de la Metafísica.
Lo más que supondría el kantismo es un Idealismo, antepasado de los actuales
irrealismos, que no solo sigue siendo lo que siempre fue la metafísica, sino
que supone una tesis metafísica muy discutible: que la estructura del mundo, si
no es que el mundo entero, es obra del sujeto, de un sujeto que no es
sustancia.
El propio Kant llamó “metafísica” a aquellas partes de la
filosofía que sentaban los principios de cada área del ente, la Naturaleza y la
Praxis libre, es decir, el equivalente a las viejas metafísicas especiales,
aunque, desde luego, con la ausencia de la teología (debido al agnosticismo
teórico de Kant) y la Psicología, convertida y sublimada en Lógica
Trascendental y Ética. Con la misma razón debería haber llamado Metafísica a su
Lógica Trascendental, porque era un análisis del Ser en cuanto ser y las
propiedades que le corresponden, aunque Kant había subjetivizado el Ser
reduciéndolo a Sujeto Trascendental.
Aunque lo que él llamó Lógica Trascendental pretendía no ser
ni Lógica formal ni Psicología ni Metafísica ¿qué podía ser? Pretendía ser una
reflexión sobre lo teoréticamente normativo en general, pero sin compromiso
ontológico. El Sujeto Trascendental, que no es ni Naturaleza ni
sobrenaturaleza, está en ese limbo de lo que es algo sin existir, ese limbo en
que está también la Ontología heideggeriana y hermenéutica en general, la epojé
fenomenológica del primer Husserl (no del Husserl idealista posterior), el
mismo limbo en que están los análisis “del Lenguaje” de Russell y compañía.
Pero ese limbo era, precisamente, el mismo en el que estaban las
consideraciones metafísicas más generales o primeras de Aristóteles, es decir,
prácticamente toda su metafísica, si excluimos su “teología”.
Por tanto, independientemente de si ese movimiento de puesta
entre paréntesis es la mejor opción, no fue una buena idea distinguirlo de la Metafísica tradicional: trataban los
mismos problemas. Esto es algo que, en el seno de la filosofía analítica, se ha
llegado a ver claramente por parte de muchos. Primero se reconoció que era
inapropiado confundir lo que hacían los filósofos analíticos con “análisis del
Lenguaje”: aunque intentaban expresarlo en categorías lingüísticas, trataban de
Ontología, y lo hacían, claro está, de la manera apriorística en que lo hacían
los viejos metafísicos, aunque con un lenguaje más sofisticado a imitación de
las matemáticas. Quine tiene el mérito (entre otros muchos) de haber hablado de
Ontología sin complejos (aunque no habría hablado de Metafísica, seguramente
porque seguía confundiéndola con las metafísicas especiales). Después vinieron
los que decían, con vena más o menos neokantiana, que la filosofía es análisis
de conceptos (Dummett, siguiendo a Frege). Varios filósofos de esa generación
abordaron los problemas ontológicos con un lenguaje epistemológico. Pero
tampoco era mera epistemología lo que hacían. Como ha dicho Tim Williamson,
cuando hablamos del caballo no hablamos del concepto de caballo. Por fin, se
comprendió que lo honesto era reconocer que lo que se hace cuando uno se pregunta,
por ejemplo, qué es “existencia”, qué tipos de cosas existen, qué relación hay
entre lo intencional y lo natural, etc., son metafísica.
La Filosofía que se haga en los próximos años será cada vez
más conscientemente Metafísica, guste o no. ¿Le queda a la Metafísica algo por
adelantar, o ya estuvo perfecta con Aristóteles, como creía Kant de la Lógica?
Mi propia idea es que, en cuanto dialéctica (y analogía) que es, la Metafísica
sigue siempre enredada en el mismo círculo, lo que no quiere decir ni que
carezca de valor e interés (todo lo contrario), ni que no haya maneras nuevas
de abordarla y hacerla más consciente.
Nosotros no podemos concebir qué sería
una humanidad y una historia sin metafísica. Sencillamente porque “humanidad”, “historia”
y todos los otros términos con los que algunos intentan pensar algo
postmetafísico, posthumanista e incluso posthistórico, son ideas metafísica.
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