Continuo y termino con el resumen y comentario del libro de R. Grossmann La existencia del mundo. En el capítulo IV, Grossmann trata de la Existencia. ¿Qué es? ¿Cómo habría que analizarla?
La existencia, según Grossmann, no pertenece a ninguna categoría. Es, dice, un “rasgo” del mundo. No hay modos o tipos de existencia o ser. Sólo hay un tipo de ser, la existencia. Todo lo que hay, existe, y lo que no, no existe.
Russell, recuerda Grossmann, argumentaba (en su época temprana, hay que decir) que Ser es más amplio que existir, porque todo lo que es contable, es algo, y hay UN Hamlet. Pero Grossmann cree que el género más extenso no es Ser, sino Objeto de la mente, u Objeto, simplemente. Algunos objetos no existen. Es enigmático cómo puede relacionarse la mente con un no-existente, admite Grossmann, pero este enigma, dice, no se soluciona ni negando el carácter relacional de la mente ni diciendo que todo tiene ser o existencia. En general, sostiene Grossmann, una gran diferencia entre entidades, no implica una diferencia en modos de ser. Si no, podríamos aplicar ese expediente a todo.
En la tradición, nos recuerda el autor, se creyó que existir es una propiedad. El argumento ontológico se basa, dice, en ese error ontológico, además de en el error lógico de creer que lo que pertenece a la definición le pertenece al ser. No, “las sirenas tienen cola de pez” no implica que las sirenas tengan cola de pez, sino que, si hay sirenas, tienen cola de pez.
Sin embargo, y curiosamente, Grossmann confiesa enseguida que no tiene un buen argumento para rechazar que la existencia sea una propiedad. “Mi intuición, dice, es que está mucho más conectada [la existencia] con el sujeto de lo que lo está cada una de sus propiedades”.
Grossmann repasa y rechaza algunas de las definiciones o cuasi-definiciones recientes de la existencia:
Algunos (Frege en cierto momento) creyeron que existencia es autoidentidad. Pero, aunque existencia y autoidentidad se coimplican, no son lo mismo, sostiene Grossmann.
Según otros (Russell y muchos) la existencia es una propiedad de tener propiedades, o sea, de estar ejemplificado. Según ese análisis (“hay cosas tales que son F”), no se podría atribuir la existencia a individuales. Esta definición es inadecuada, afirma Grossmann. Primero, porque hace falta un criterio para determinar qué propiedades existen o no. Segundo, porque es circular decir que existe aquello de lo que “hay” (o sea, existe) una propiedad que es ejemplificada por aquello.
En general, argumenta Grossmann, es circular definir la existencia mediante sólo el cuantificador existencial. Según ese análisis, “existe…” equivale a “hay una cosa, x, tal que…” Y, en esa última expresión, ‘hay’ significa precisamente “existe”. Disfrazarlo con la expresión pretendidamente desexistencializada “al menos una cosa es tal que…” es una falacia, porque, aunque el cuantificador no tiene importe existencial, ‘cosa’ si lo tiene en esa expresión.
Para entender la existencia, dice Grossmann, hay que partir de que hay hechos cuantificados irreductibles, hechos que contienen variables. La existencia reside, dice, en la variable. En la expresión “si alguna cosa es un hombre, entonces es mortal” ‘cosa’ significa entidad, es decir, existente. Equivale a “todas las entidades (existentes) son tales que si una entidad es un hombre, entonces es mortal”. ‘Todos’ es el cuantificador, ‘son tales que’ es el nexo cuantificacional, ‘si… entonces’ es la conectiva entre estados de cosas, ‘es’ es el nexo de ejemplificación, y ‘entidad’ es lo que hay en el mundo como existente. Si simbolizamos con e toda variable de entidad, entonces, para expresar que existe una cierta propiedad que es ejemplificada por alguna cosa, podemos escribir “alguna entidad e, es tal que e es una propiedad y alguna entidad, e2, es tal que e2 ejemplifica e”.
La existencia se halla diseminada en muchas piezas a lo largo de ciertos hechos cuantificados.
La existencia, o variable entidad e, es, explica Grossmann, el sujeto último que subyace a toda atribución, pero no es una propiedad de algo: la existencia es el sustrato del mundo. Esta concepción de la existencia, dice el propio autor, se parece a la concepción de la sustancia de Spinoza y a la hyle aristotélica.
Decir que César existe es decir que es un existente, es decir, que “algún e es tal que e es César”.
Con esto, advierte el autor, no pretendemos reducir ni definir la existencia, porque la existencia es irreductible, sino exhibir la estructura de ciertos hechos existenciales. Cada cosa es idéntica a un existente (no a la existencia como tal).
Toda cosa existe. Así que la existencia también existe. Si no existiera, ¿cómo podría existir ninguna otra cosa? Decir que la existencia existe es decir que los existentes son idénticos a los existentes: “algún e es tal que e = e”
Propiamente no hay cuantificación existencial.
Para los no existentes hay que contar con la variable Objeto. También podemos decir “alguna entidad e es tal que e es un acto mental y e se dirige a Santa Claus”. Cuando hablamos de lo no existente tomamos el objeto, dice Grossmann, como imaginado.
En el último capítulo (El enigma del mundo: la negación) Grossmann dice algunas palabras sobre el No-ser. Hay que distinguir, dice, Nada (que es un cuantificador) de No-ser, que es meramente negación del ser (la negación de existencia es negación de que algo sea idéntico a un existente) y la Negación: hay hechos negativos. A cada estado de cosas positivo le corresponde uno negativo.
Resumiento, la teoría de la existencia de Grossmann dice que:
-la existencia es transcategorial
-la existencia es unívoca (no hay “modos” de ser, como quizá los hay en Aristóteles y los hay más claramente en Tomás de Aquino –aunque mejor habría que hablar, quizá, de “grados” no cuantitativos de ser-)
-la existencia no es una propiedad, sino algo más intrínseco a la entidad.
-la existencia no es ni un cuantificador, ni meramente autoidentidad, aunque la existencia tiene que ver con los hechos cuantificados y con la autoidentidad.
-La existencia es la “variable entidad”, que puede reconocerse (aunque a veces pretende disimularse) en todo análisis cuantificacional.
-La existencia es el “sustrato” del “mundo”.
¿Qué nos aporta esta teoría de la existencia? Según ella, podríamos decir (parodiando a Quine) que “ser es ser el valor de la variable entidad”. Contra un análisis como el de Quine se ha objetado al menos dos cosas importantes: que es una definición o análisis trivial(izante) y que es demasiado (o demasiado poco) riguroso:
-Es trivial porque podemos poner en el lugar de la variable ligada lo que nos apetezca. Así que, para un “metafísico”, bastará con decir que “existen universales” para afirmar que existen. Obviamente, decir que “ser es ser el valor de una variable” no es dar criterios de existencia, como el propio Quine admite. Lo más que nos da es un criterio lógico-lingüístico para buscar los compromisos ontológicos del que habla. (Incluso se puede decir que su neutralidad es un elemento positivo… aunque un exceso de neutralidad ¿no acaba en vaciedad?)
-Pero otros piensan que ni siquiera eso se consigue. Por una parte, podríamos sostener que no siempre que situamos algo en el ámbito de la variable ligada queremos comprometernos realmente con su existencia. Si alguien, por ejemplo, dice que existe un número tal que…, no se está metiendo en el asunto ontológico de si existen los números, sino limitándose a afirmar la existencia en el ámbito interno de la teoría. Cuando un científico dice que “hubo un tiempo en que la luna era un grupo de piedras” no se está comprometiendo con la afirmación (metafísica) de que el tiempo es real. Lo mismo puede decirse de “érase una vez un gigante…” Por otra parte, y en sentido inverso, podríamos decir que uno no sólo se compromete con aquello que menciona dentro del rango de los cuantificadores, sino que adquirimos compromiso ontológico con toda entidad cuya noción necesitamos, sea que la situemos en el rango de la cuantificación o sea que la dejemos en el ámbito de los predicados. ¿Por qué iban a ser ontológicamente neutrales los predicados? ¿Son significativos sin tener, sin embargo, importe real o existencial? ¿No es esto consagrar un dualismo inconsciente?
¿Cómo afectan estos problemas a la teoría de Goodmann?
Respecto a la trivialidad del análisis, Grossmann, igual que Quine, admite que esto no es una reducción de la (idea o “rasgo”) de la existencia. Por otra parte, los criterios de existencia Grossmann los “expone” (aunque sólo de manera implícita) en su discusión acerca de si existen propiedades, universales, etc. Ahí da por supuesto el criterio de indispensabilidad teórica: si necesitamos una categoría o un “objeto” (concepto) para explicar cómo es que conocemos la realidad, entonces hemos de admitir la existencia de esa categoría o ese objeto.
Respecto a si es buen expediente analizar la existencia en términos de variable, me preguntaré lo siguiente. ¿Por qué la existencia no es una propiedad o un predicado? ¿En qué sentido no lo es? ¿Por qué es mejor análisis de “Cesar existe” convertirlo en “hay algo que es igual a Cesar” que dejarlo como está (lo que daría un análisis más sencillo del lenguaje o pensamiento)? Como se sabe, el origen del análisis “moderno” (y, más concreta y mayormente russelliano) es el afán de solucionar unos cuantos rompecabezas como, por ejemplo, el de cómo vernos libres de referirnos a reyes de repúblicas y círculos cuadrados; o, cómo es que predicar la existencia de algo no es enunciar una mera tautología. En palabras de Quine, se trataría de cortarle la “barba” a Platón. Esa enmarañada barba (que, dice la finura de Quine, ha mellado a menudo la navaja de Occam) pretende que nos comprometemos con el ser de todo aquello que mencionamos. Enmarañado en esta barba habría quedado Meinong y el primer Russell. Esto se afeitaría si decimos, con Russell-Quine, que no, que no tenemos que asumir tanto, y que sólo nos comprometemos con la existencia mediante cierta parte del discurso. Para eso está esa aparentemente pulcra parte de la gramática, esa parte casi sin significado, que es el sincategorema de los cuantificadores. El modesto “hay”.
Creo que este análisis está completamente desencaminado, como intentaré argumentar en otras entradas (aunque también en lo que sigue de esta). Si nuestras proposiciones implicasen siempre cierto compromiso ontológico fuerte, lo implicarían en todos sus elementos. Es simplemente evadir o esconder el problema llevarse todo aquello de que uno quiere hablar sin comprometerse antológicamente al cuarto trastero de los predicados. El problema, en venganza, se evade de allí, como podemos observar en la historia de la filosofía analítica a lo largo del siglo XX. Pero si podemos, de alguna manera, pensar en y hablar de lo que no existe (o no existe en sentido fuerte), si podemos hablar de la “esencia” y no sólo de la existencia, entonces no necesitamos suponer que todas nuestras proposiciones o juicios tienen algún compromiso existencial fuerte.
Si es así, podemos conservar la regla de subalternancia de la lógica aristotélica, según la cual, a partir de “las sirenas tienen cola de pez” se puede inferir perfectamente “la sirenita Ariel tiene cola de pez”. Al fin y al cabo nadie puede estar seguro de que, aquello de lo que está hablando, exista realmente. Pero es que normalmente el análisis tipo Russell ha ido unido a un realismo fisicista ingenuo.
Si esto es así, podemos rechazar la idea de que la existencia no es, en ningún sentido, un predicado o una propiedad. (Y con todo ello podemos, de paso, rechazar el rechazo que ofrece Grossmann del argumento ontológico).
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