Sigo con la lectura del libro de Reinhardt Grossmann, La existencia del mundo. Introducción a la ontología.
Después de defender, en los dos primeros capítulos, que el mundo es mucho más que aquello a lo que el naturalismo quiere reducirlo (o sea, el universo físico o material), en el capítulo tercero Grossmann hace una enumeración y defensa de las que él considera diferentes categorías ontológicas irreducibles. Según él, hay, al menos, siete: individuos, propiedades, relaciones, estructuras, conjuntos, cuantificadores, y hechos. Las dos primeras son clásicas y básicas, a juicio de Grossmann, y apenas necesitan más defensa que la que implica el rechazo del naturalismo (que vimos antes). Es más interesante defender la irreducibilidad de las otras cinco.
Sin embargo me voy a detener un momento a comentar por qué no es tan fácil aceptar ese dualismo de Cosas Individuales por un lado y Propiedades por otro (aunque, desde luego, no sea un ápice más cómodo negar alguna de ellas y seguir, no obstante, utilizándola). Asumir que ineludiblemente nuestra mejor manera de comprender la realidad deba contener esas dos categorías ontológicas implica que, o bien las cosas en sí mismas están compuestas de elementos irreducibles, o bien, al menos, que no hay perfecta identidad entre cómo comprendemos o definimos la realidad, y cómo es la realidad en sí misma. Las dos opciones son insatisfactorias para un gusto racionalista como el que padecemos algunos. ¿Cómo puede la cosa, siendo una en sí misma, estar hecha de cualquier “mezcla” de aspectos totalmente heterogéneos? O ¿cómo puede lo que pensamos ser distinto de aquello de lo que es pensamiento…?
Todas las aporías de la filosofía, al menos en el aspecto teorético, emanan de aquí. Por limitarnos a la manera de hablar de la corriente analítica (que es a la que más cercana está la manera de hablar de Grossmann), de aquí nacen los rompecabezas de Frege acerca de la identidad y la predicación, que son la fuente de todos los problemas lógico-ontológicos de la corriente analítica. Si queremos que una proposición que define a una cosa no sea una simple tautología (y nadie quiere simples tautologías), tenemos que aceptar una dualidad entre referencia y sentido, o sea, entre aquello de que pensamos y hablamos (la cosa, la realidad…) y lo que pensamos y hablamos de aquello (las propiedades). Pero, ¿tenemos un acceso directo a las cosas, o todo nuestro referirnos a ellas es sólo a través de Sentidos (Significados, Conceptos...)? Aunque los nominalistas se han empeñado en evitar los significados y las intensiones, no ha habido manera de encontrar hechos puros (acceso directo a la realidad). Las recientes teorías de los truthmakers se han encontrando con los mismos problemas.
Pero si nuestro único acceso a la cosa es a través de los sentidos o propiedades, y en el aparato referencial no podemos poner más que un señalador completamente neutral (el cuantificador) ¿qué podemos saber de la realidad? Esto nos condena a ser eternas presas de la representación, o del mundo de las propiedades, sin llegar nunca al de la sustancia, que desde Aristóteles a Quine, es inescrutable. Grossmann, es verdad, no comparte una visión tan flaca de la(s) sustancia(s), puesto que, además de atribuir existencia a las propiedades, cree que hay y que conocemos verdaderos individuos, individuos con contenido (del tipo Sócrates). Pero creo que sería fácil argumentar que, siguiendo su propio criterio de lo que es individual (estar localizado espacial y temporalmente) no hay tales individuos, o que no son propiamente individuos cosas tales como Sócrates, sino que son, más bien, propiedades predicables de indefinidos eventos, o sea, de sus manifestaciones.
En realidad, todo este análisis que acabo de hacer es parcial e incorrecto, porque para ser completo tendríamos que poner en juego tres nociones (y no dos) fundamentales de la ontología: Sustancia, Esencia y Existencia (o Cosas, Propiedades, y Referencia). Esto lo discutiré más detenidamente cuando comente la teoría grossmanniana de la existencia. Pero por ahora hay que notar que muchos filósofos (incluidos aquellos con los que polemiza Grossmann) han visto en lo Individual el puente entre la Esencia (las Propiedades) y la Existencia (la referencia). Grossmann, al otorgar la existencia tanto a individuos como a propiedades descarga de peso ontológico a la distinción entre Individuos y Propiedades. Pero sigue siendo cierto que es indeseable cualquier distinción ontológica irreducible (como el propio Grossmann dirá después en el ámbito de la Existencia), y que es discutible que se pueda establecer esa dicotomía, de manera que en el lado de los individuos puedan caer cosas como, por ejemplo, Sócrates, más bien que simples “esto-aquí-y-ahora”s. Aunque también es difícil (más bien imposible) entender cómo pensar y hablar del mundo sin aceptar alguna forma de esa distinción. La única alternativa es algún tipo de intuición intelectual o comunión mística (como ese “tercer género” de conocimiento del que habla Spinoza en la Ética).
Dejando a los Cosas individuales y a las Propiedades, vayamos a otra categoría ontológica diferente: las Relaciones. Grossmann piensa que es imposible reducir las Relaciones a propiedades, como se ha intentado a menudo con el ánimo de hacerlas localizables. No es lo mismo decir que Platón es grande y Sócrates pequeño, que decir que Platón es mayor que Sócrates. Todo análisis reductivo, cree Grossmann, deja sin explicar, precisamente, el hecho de la relación.
Bradley, recuerda Grossmann, argumentó que las relaciones son contradictorias porque implican un regreso infinito: si para relacionar a con b hace falta una entidad R (la relación), hará falta a su vez otra relación, R2, para relacionar R con a y con b, etc. Y si no hace falta relaciones de segundo orden ¿por qué aceptarlas de primer orden, y no decir que a y b se relacionan directamente, sin mediación de esa entidad llamada relación? Este argumento ha tenido mucho peso en la tradición analítica, a través de Russell. Según Grossmann, sin embargo, eso lo más que probaría, si probase algo, es que las relaciones implican a infinitas otras relaciones, algo que no tiene por qué ser un problema o vicio lógico. Pero es que, sigue Grossmann, el argumento de Bradley ni siquiera implica tal cosa, porque las relaciones, a diferencia de otros tipos de entidades, tienen como peculiaridad no necesitar de otra conexión ulterior para conectar a las cosas a las que conectan, de la misma manera que, por ejemplo, la cola pega dos tableros sin requerir una cola-2 entre la primera cola y los tableros. En fin, no hay razón para eliminar las relaciones del mobiliario ontológico, y sí necesidad de conservarlas.
Así es como Grossmann aborda, con su peculiar intrepidez, un enredoso problema de la ontología. Siempre se ha deseado reducir o eliminar las relaciones a propiedades de manera análoga a como se ha soñado con reducir las propiedades a sustancias (si bien la lógica moderna ha sido mucho más abierta a aceptar la irreducibilidad de las relaciones). La motivación reduccionista es similar a la del reduccionismo de propiedades: la falta de identidad y la economía. Ya es doloroso (aunque parece que no para Grossmann) aceptar la dualidad entre una cosa individual y sus propiedades, pero peor aún es tener que aceptar esas extrañas entidades que son (o serían) las relaciones. Si las Propiedades universales parecen incumplir el lema de “no entidad sin identidad”, más deshilvanadas todavía parecen las relaciones. Pero parece verdad que, si queremos salvar algo remotamente parecido a cualquier lenguaje, tenemos que aceptar esta otra desgarradura en la unidad del ser. Un lenguaje que pretendiese prescindir de todo relator y limitarse a meras unidades de significación, se quedaría sin sintaxis. Y si la sintaxis es ineliminable en el lenguaje (salvo en el lenguaje místico), y suponemos que el lenguaje, de alguna manera, refleja (figura, representa…) la realidad, tenemos que aceptar que existen relaciones, y no sólo entidades aisladas, a las que conecta arbitrariamente un lenguaje innecesariamente complejo. Incluso habría que decir, quizá, que en las construcciones lógicas corrientes se tarda demasiado en reconocer la aparición de las relaciones. Porque la pulsión reduccionista ha llevado a intentar definir una relación n-aria como la clase de todas las n-uples ordenadas de objetos relacionados. Pero en esa “definición” de relación es esencial la noción de orden, que es, a su vez, una relación. ¿Se puede, por ejemplo, hablar de individuos y propiedades sin aceptar una entidad entre ellos? Cuando decimos P(x) ¿no estamos implicando ya un relator entre P y x? ¿No implica cualquier juicio una relación, no sólo implícita?
Otra categoría ontológica postulada por Grossmann son las Estructuras. Tampoco ellas son reducibles a alguna de las otras categorías. Las cosas ordinarias, dice Grossmann, son complejas, y eso quiere decir que son estructuras. Las estructuras son entidades atemporales. El álgebra es la teoría de las estructuras. Así que las estructuras no son ni individuales (localizados espacio-temporalmente) ni propiedades (las propiedades pueden ser simples) ni relaciones (aunque las estructuras implican ciertas relaciones). Ahora bien, ¿no se podría decir que las estructuras son complejos de relaciones…?
Una categoría más, sostiene Grossmann, la constituyen los Conjuntos. Los conjuntos, a diferencia de las estructuras, consisten meramente en cosas, sin relación. Por supuesto, no son meras construcciones mentales, sino entidades objetivas. Pero, para ser un conjunto, no se requiere ninguna estructura (o, quizá, se requiere la mínima, la estructura de la coordinación, pero sin que por eso pueda identificarse el conjunto con esa estructura simplísima, puesto que el conjunto podría ser ordenado de diversas maneras y se le podrían aplicar diversas estructuras).
La paradoja de Russell (que es la principal amenaza para la existencia de los conjuntos puros) se puede solucionar, según Grossmann, aceptando que hay propiedades a las que no les corresponde ningún conjunto.
Esta es, quizá, la parte que he comprendido peor (si alguien ha leído el libro y puede aclararlo, sea bienvenido). No me parece que Grossmann explique qué relación debe haber entre propiedades y conjuntos. A mí me parece que, independientemente de cuál sea el orden en que uno prefiera interdefinirlas (sea uno más bien platónico-intensionalista o nominalista-extensionalista), un conjunto tiene que definirse por alguna propiedad (o complejo de propiedades). No habrá conjunto que sea indefinible mediante propiedades (sería “inefable”). Pero ¿puede haber propiedades sin conjunto correspondiente, o sea, sin extensión? ¿No significaría eso, más bien, que la propiedad en cuestión es inconsistente en sí misma? Cuánto más si se trata de un conjunto no que contigentemente no existe, sino que ni siquiera puede existir…
Los Cuantificadores son otra categoría más. Entre ellos hay que incluir a los números.
Y, por último, hay que contar con una séptima categoría, la de los Hechos. Los hechos tienen algunas características que les hacen irreducibles. Sólo los hechos pueden ser conjuntados, y sólo los hechos pueden ser negativos. El mundo, dice Grossmann, es un hecho, un hecho que consta de otros hechos. El universo, sin embargo, no es un hecho, sino una estructura espacio-temporal. La reivindicación de esta categoría es casi un tópico de la filosofía analítica (recuérdese, por ejemplo y sobre todo, a D. Davidson), que ha tendido, más bien, a reducir de alguna manera las cosas a hechos.
Hasta aquí llega la teoría de las categorías ontológicas que Grossmann expone en La existencia del mundo. Cada uno de los puntos exigiría un trato detenido. Pero lo que Grossmann está principalmente interesado en defender es la imprescindibilidad de (al menos) esas siete categorías.
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