En una entrada anterior he presentado el argumento de Millican contra la prueba ontológica. Quiero exponer ahora por qué pienso que ninguna posición (sea favorable o contraria al argumento ontológico) que se parezca, en sus postulados o principios, a la de Millican, puede ser adecuada.
Millican asume (y piensa que Anselmo asume) que puede hablarse de naturalezas no instanciadas. Podemos pensar en las características (esenciales, determinantes) de algo, independientemente de que ese algo esté instanciado, es decir (según piensa Millican) que exista. Podemos separar la naturaleza Marciano de su existencia (puede no haber marcianos), y podemos separar la naturaleza Omnipotente de la existencia. Si es así, entonces para demostrar que algo está instanciado o existe, no es suficiente con que podamos concebirlo, definirlo, caracterizarlo (esto, en verdad, debería haber sido obvio a priori, si compartimos esa posición metaontológica). Si en el concepto o noción de que se trate, no metemos con calzador la existencia o instanciación necesaria, nunca bastará pensar en algo para deducir que existe. Ni siquiera en el caso de un ser perfecto en todas las características que son definitorias de algo, siempre que en esa definición dejemos fuera (como podemos y debemos hacer) el rasgo de estar instanciado, que es el que queremos deducir y no dar por supuesto.
Como dije en otra ocasión, la cuestión que habría que plantearse, entonces, es qué hace falta y qué puede bastar para inferir que algo existe. Algún tipo de representación (o noción o nexo de nociones) debe ser autosustentada, si es que podemos afirmar de algo que existe o está instanciado. O ¿no podremos inferir, de que tengo la representación de que “hay una puerta ahí”, que existe realmente una puerta ahí? O, mejor todavía (para mi gusto), ¿no puedo deducir de que “pienso” que existo? (Y, entonces, ¿por qué de esas representaciones sí, y de la de Dios, no? ¿Qué hay en esas representaciones que les garantiza la existencia a sus referentes?).
Pero ahora quiero fijarme en otro aspecto por el que considero completamente erróneos el análisis y la crítica de Millican. Según esta ontología, repitámoslo, hay, por un lado, naturalezas, y por otro, existencia, es decir, instanciación(es) o realización(es) de esas naturalezas. La existencia sería para las naturalezas algo así como un añadido o accidente (según la teoría que los medievales le endosaban a Avicena –no sé si con justicia-). Ahora bien, la objeción (que debería ser todavía más) obvia a esto es que lo que no existe no puede tener características. Y no porque la existencia no añada nada, sino, al contrario, porque lo añade todo, o, quizá mejor, porque añade lo que es condición imprescindible para que se pueda tener cualquier otro tipo de virtudes.
Por tanto, no podemos aceptar el planteamiento de que hay naturalezas y, después, realizaciones o instancias de esas naturalezas. Tenemos que decir que, o bien no hay “naturalezas” o esencias, o bien estas existen necesariamente, sin que esto equivalga en modo alguno a que haya instancias de ellas, es decir, a que se pueda separar una cosa de la otra.
El platonismo (si es que es mínimamente profundo) se presenta ineludible cuando presionamos desde los dos lados:
-La existencia no puede ser un añadido, porque lo que no existe no puede tener características (existencialismo). Es un descomunal error (aunque quizá sea lo que se llama “platonismo ortodoxo”, y, por ser tan descomunal, pasa tan naturalmente) cualquier forma de “esencialismo” o “posibilismo”. Sólo lo que existe, es algo y tiene características.
-Ciertas nociones son ineludibles e irreducibles, o sea, piden a gritos la objetividad (idealismo).
Cuando somos sensibles a estas dos verdades, entendemos que no puede haber nada, sea del tipo que sea, que sea en realidad no existente. No puede haber un limbo de posibilidades (ni, menos, de conjuntos máximos de posibilidades, como serían los “mundos posibles”) esperando a ser llamados a la existencia. En la existencia o se está o no se está. (Esto, por cierto, no quiere decir que no haya diferentes modos y hasta grados de existencia: lo que excluye es que haya cosas inexistentes).
Aquí quizá más de uno que haya leído mis anteriores entradas esté viendo como obvio que me contradigo. Tengo que decir que eso significa que no estaba entendiendo lo que digo (lo que no tiene nada de extraño, porque se añade la dificultad del asunto, lo excéntrico de mi posición y mi incapacidad de expresarlo todo lo claro que sería menester).
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¿Creía Anselmo, como cree Millican que creía, que el problema se debe plantear así, como la cuestión de si cierta naturaleza está o no instanciada? Hace días pensaba que sí. Hoy pienso que no. Un platónico como Anselmo (aunque fuera un platónico algo más vulgar de lo posible) tenía que distinguir, en lo que Millican llama “naturalezas” no instanciadas, dos tipos de cosas. Si nos referimos a las verdaderas esencias de las cosas, estas no son meros inexistentes, por el mero hecho de que no estén instanciados en el mundo material. Al contrario, las ideas o formas o esencias o especies gozan de un hábitat de primera, allí en la Mente de Dios.
Si con “naturaleza no instanciada” nos referimos, en cambio, a conceptos, humanamente concebibles, pero a los que ni les corresponde ninguna instanciación material, ni existen en ningún otro lugar que no sea alguna mente humana, entonces se trata de entes mentales, que solo tienen realidad como “parte” de la mente, y que son siempre nociones incompletas, debidas al carácter finito del entendimiento humano.
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Una objeción que se me podría hacer ahora es que seguramente Millican no esté comprometido con la tesis “esencialista” ni meinongiana de que hay cosas no existentes, sino que quizá crea, con el conceptualismo, que las naturalezas son meras criaturas mentales o hasta cerebrales. Quizá ni siquiera haga falta plantearse esa cuestión. Si el argumento de Anselmo es lógicamente inconsistente, eso basta.
Pero es que la presunta inconsistencia del Argumento depende de que le hagamos querer decir que cierta naturaleza está o no instanciada, como si la instanciación tuviese que ser algo diferente al simple hecho de que una naturaleza sea coherente.
Es como si nos planteásemos (como se plantea Descartes) si el Dos existe, es decir, si hay instancias materiales del Dos. Ya dije que esto es un error de Descartes (por falta de platonismo): el Dos no pasará a existir porque existan pares de cuerpos o de eventos físicos. Para el dos, ser posible como idea equivale a ser necesariamente existente. Pero en el caso de Dios la cosa sería aún peor, porque ni siquiera en su noción cabe la contingencia de consistencia que cabe en el Dos. El Dos solo podría ser contingente en cuanto inconsistente: Dios ni siquiera podría ser inconsistente, porque es la idea de la absoluta consistencia (pero esto queda para ser desarrollado en otro momento).
En resumen, la relación entre lo Posible-ideal y lo Instanciado, no es la misma que la que hay entre Inexistente y Existente. El argumento ontológico (que es un argumento “platónico”) no puede partir de un cuadro en que se asuma la inteligibilidad de una naturaleza sin existencia. Si una idea es consistente, no necesita más para existir; si una idea no es consistente, por mucho que se añada no se la conseguirá hacer existir. Pero, además, esto vale para toda representación, incluidas las que se refieren a presuntas instancias materiales. Creeremos que algo existe materialmente (y no es un puro engendro de nuestra imaginación) cuando y en la medida en que sea consistente.
Aún así, el platonismo que desearía defender tiene que avanzar un punto (dos, más bien) de profundidad y paradoja. Pero me abstengo de exponerlo para no generar mayor incomprensión.
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