martes, 1 de mayo de 2012

Espíritu y Recogimiento. Las últimas etapas de la ética de Heidegger


En las últimas entradas vengo exponiendo una cierta interpretación de Heidegger, con la mira de confrontarlo con el pensamiento que considero (y Heidegger también) prácticamente su antípoda: Platón. En este momento hablaré de la evolución de las tesis más “éticas” de Heidegger. (Aunque él creía que hacía algo completamente exento de connotaciones morales, esta es una de las muchas cosas en que no tenemos ninguna razón para seguirle).

El pensamiento de Heidegger no permanece siempre en un nivel totalmente “abstracto”, apartado de las preocupaciones del siglo (muchos dirán que por desgracia) sino que en cierta época, tal vez espoleado por las circunstancias, se siente reclamado por el momento histórico y político y cree que el filósofo tiene algo que decir y hacer.
Es claro que en Ser y Tiempo predomina una perspectiva individualista, pero ya se puede encontrar también rasgos que justifiquen una moral de lo colectivo e incluso de la nación. Si bien en cuanto ser-para-la-muerte, el hombre se encuentra en una situación que sólo puede afrontarse individualmente, el ser-ahí está inscrito en la temporariedad. Las épocas vienen “determinadas” por pueblos, por lenguas... casi se podría decir que por “Espíritus Nacionales”. El hombre está inmerso en la historia de su pueblo, es un ser-con-otros. El pensamiento, por ejemplo y sobre todo, no puede traducirse (y sólo hay dos lenguas que, para Heidegger, piensan en sentido profundo: el griego y el alemán). Esto recuerda al romanticismo de los nacionalistas alemanes del siglo XIX (como Fichte o Herder).

Heidegger entendió el nacionalsocialismo como una ocasión epocal: el mejor espíritu europeo, Alemania, estaba atenazado por dos imperios de la técnica y el cálculo: América y Rusia. Por el año 1931 otros intelectuales, como Plessner, exigían del intelectual el reconocimiento de lo “popular” y la “nacionalidad” como constitutivo del hombre. El propio pensamiento heideggeriano tenía en sí mismo las bases para la deducción de consecuencias políticas. Dice Otto Pöggeler:

"Pero en Ser y tiempo no sólo se contrapone la existencia “auténtica” de cada cual al “uno” (Man) y de la forma de ser del “uno” se dice que ella constituye aquello que llamamos “la opinión pública”. También el “destino”, la realización de la existencia propia de cada cual, es referido al “sino”, al acontecer abarcante de la comunidad que Heidegger llama “pueblo”. (Sein und Zeit 127, 384.) De manera inmediata el destino del individuo es referido a un acontecer más amplio y también de manera inmediata la correspondiente comunidad abarcadora es llamada pueblo. Con este término trabajaron Herder y el Idealismo alemán cuando tuvieron ante sus ojos el modelo de la polis griega en un mundo transformado. A qué ilusoria referencia temporal conduce este término puede apreciarse cuando vemos que ser, verdad, pueblo, líder, son los conceptos rectores con los cuales operara Heidegger cuando en las vísperas de las elecciones para el Parlamento de Reich, del 12 de noviembre de 1933, abogó por la aprobación de la política de Hitler que había conducido al retiro de Alemania de la Sociedad de las Naciones. (Filosofía y política en Heidegger Alfa. Barcelona. 1984).
El nacionalsocialismo, pues, no sólo no es incoherente sino sumamente coherente con algunos de los rasgos más centrales del pensamiento de Heidegger. Otra cuestión es hasta qué punto Heidegger “vulgarizó” su filosofía para hacerla operativa en el discurso ideológico de la política, o si él mismo se creyó sus propias palabras, llevado por el entusiasmo.
Derrida, en su precioso Del Espíritu analiza el trato que Heidegger da al término Geist, “espíritu”: un proceso de progresiva “germanización”. Si en Ser y Tiempo se prescribe rigurosamente evitar ese término, como propio de la metafísica más inconsciente, luego se usa, aunque entre comillas, cuando se trata del espacio y el tiempo del dasein, y, por fin, en el Discurso del rectorado, aparece desde el principio abiertamente, sin comillas, como voluntad de esencia, de pregunta, unido a la tierra y la raza y a la resolución, entschlossenheit. En los comentarios de un poema de Trakl, de los últimos años, aún se radicaliza esta reivindicación del Geist, identificado con la llama, y declarado como ajeno incluso a lo griego: puramente alemán.

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El “último Heidegger”, el de los textos de un tono más poético e intimista, tiene también un indudable cariz místico. No suponen una ruptura con la obra anterior, pero sí una profundización en su pensamiento del recogimiento. Aquí todo el protagonismo lo tiene el Ser en cuanto algo que se Da en el lenguaje, pero no en el lenguaje de la metafísica y la ciencia que es su apéndice, sino en el del Poeta y el del Pensador postmetafísico.
El “sujeto” pensante se vuelve algo menos activo y espontáneo que en las obras de los años veinte y treinta. Ahora el término clave es Don. El Ser se Da. El pensamiento debe estar aprestado a recibirlo o acogerlo. Otros términos importantes que dejan entender la nueva actitud son “serenidad” y “abandono”. Incluso “vacío”. Por otra parte el pensamiento se hace más “individual”, menos colectivo que en épocas anteriores.

No es extraño que esta última etapa heideggeriana haya despertado en algunos reminiscencias del budismo, especialmente en su rama zen. Reiner Schürmann ha comparado la Gelassenheit heideggeriana con otras figuras del abandono, el gran místico germano Meister Eckhart y Suzuki, el autor zen, de quien Heidegger llegó a decir que expresaba “lo que yo he intentado decir en todos mis escritos”.

Todos los rasgos esenciales que cabe atribuir a la ética heideggeriana en cualquier momento de su evolución (su voluntarismo, su pragmatismo o decisionismo, su antiintelectualismo, su misticismo irracionalista) sitúan al filósofo del Ser y de la Destrucción de la Metafísica, en el seno de la más propia modernidad, que no es ni la edad de la razón, ni la edad de la secularización. Pero de esto conviene tratar aparte.

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