Aunque el objeto de la Ciencia de la Naturaleza es definir
Naturaleza y lo que le corresponde, Aristóteles ofrece en el primer libro de su
“Física” el soporte metafísico necesario para “salvar” la physis. Naturaleza es cambio. Que existe el cambio lo sabemos por
experiencia. Pero ¿qué nociones fundamentales implica la existencia del cambio?
¿Cómo salvar, conceptualmente, el cambio? Los “principios” de la naturaleza
tienen que ser, para ello, en cierta cantidad y de cierta cualidad. En cuanto
al número de los principios, el cambio es inexplicable o insalvable tanto si los
reducimos a uno (sea esta unidad formal o material) como si suponemos infinitos
principios, causas y elementos. Tienen que ser en un número finito, y el menor
posible, los estrictamente necesarios. Pero ¿cuántos y cuáles son?
Son principios ontológicos de la Naturaleza , por un
lado, los contrarios. Y en esto, dice Aristóteles, han estado de acuerdo todos.
No hay cambio si no se pasa de algo a algo diferente. Pero no basta con que el
segundo algo sea simplemente diferente, sino que tiene que involucrar, en el
fondo, lo completamente diferente, lo contrario. La principal razón, lógica, de
que la contrariedad sea fundamental o principal, es que los principios no
pueden ni proceder uno de otro ni provenir ellos de otra cosa. Los contrarios
son irreducibles entre sí, y son irreducibles a una sola noción. Si no fuese
así, caeríamos de nuevo en el monismo, ya sea “materialista” (Tales, etc.) ya
“idealista” (Parménides), y convertiríamos la Naturaleza
(intrínsecamente plural y cambiante) en una ilusión, lo que, para Aristóteles,
no es salvarla.
Aristóteles no se contenta con esa “obviedad lógica” de la
irreducibilidad de las nociones contrarias, sino que intenta justificarla en
algo más “físico”, o metafísico, pero no meramente formal. El axioma en que se
apoya Aristóteles es el del orden necesario en la naturaleza: ninguna
naturaleza puede actuar sobre otra ni seguirse de otra al azar, a no ser por
accidente. La blancura no puede generarse ni destruirse a partir de o hacia,
por ejemplo, la musicalidad, sino de y hacia lo no-blanco; una carga
electromagnética no puede transformarse hacia o desde un fenómeno no
electromagnético. Si cada una de las transformaciones naturales, nos está
diciendo Aristóteles, no se inscribiesen en un único y determinado ámbito
ontológico (el suyo propio), ámbito que, en último extremo, se tiene que
reducir, cada uno, a un único orden de sí / no, entonces cualquier cosa podría
suceder (al azar), y el cosmos sería caos.
¿Es esto un razonamiento mejor? ¿Es un “axioma”? ¿Es una
cuestión meramente empírica? Es, como mínimo, un postulado necesario de toda
investigación, suponer que no es posible cualquier cosa, sino que hay necesidad
estricta, determinación, legalidad. La tesis humeana de que el orden de la
naturaleza no es más que un hábito psicológico, es insuficiente. A no ser que
postulemos orden objetivo en la naturaleza, ningún razonamiento psicológico e inductivo
funciona, y la ciencia se convierte en mera creencia. Si todo es posible, nada
es más esperable razonablemente. Y si unas cosas son “más posibles” que otras
(que es lo que se quiere decir, filosóficamente, con “probables”) lo será
porque haya unas leyes a priori (no a su vez posibles) que así lo determinan. Una
de esas son las de la lógica y la matemática. Entre ellas, la de que toda
transformación es analizable en términos básicos (ya no analizables a su vez),
es decir, en términos pertenecientes a un solo orden. Y no hay orden más básico
que el de la alteridad pura de los contrarios. Este orden es más básico aún que
el numérico. Pero no es solo un postulado de la ciencia: la necesidad del orden
es un axioma puramente “lógico”, es decir, racional. Es imposible salvar, no ya
la naturaleza, sino simplemente la racionalidad, si se supone que todo es
contingente.
Los contrarios son principios. Pero, sigue Aristóteles, no
pueden ser solo los contrarios (lo quieto y lo móvil, lo denso y lo raro, lo
cargado positivamente y lo no cargado positivamente…), pues ninguno de los
contrarios puede actuar directamente sobre el otro. Si existiesen solo los
contrarios, cada instante sería irrelacionable con otro. Los contrarios se dan necesariamente
en un algo, la sustancia (usía) o
subyacente (hypokéimenon),
categorialmente diferente a los contrarios: ni los propios contrarios son
sustancia (sino “en la sustancia”) ni la sustancia tiene contrarios (sino que
los contrarios se dan “en” ella). Es necesariamente una cosa la que se calienta
(pasa de frío a caliente), se oscurece, aumenta de volumen… Esto, paradójicamente,
no afecta a las sustancias físicas elementales. Un cuanto no se transforma,
desaparece y “deja” en su lugar otra(s) partículas. Por tanto, al nivel último
de división material, no existe la transformación (salvo “local” –en sentido
abstracto de ‘local’-), no hay, en otros términos, cambio “cualitativo”, sino
solo lo que Aristóteles considerará el cambio mínimo o cuantitativo. Las partículas
no se transforman cualitativamente: por ellas solo pasa el tiempo: nacen, se
desplazan y mueren. En el otro extremo, en el nivel más general de la
sustancia, ocurre a la inversa: la sustancia natural universal no nace ni
desaparece, solo se transforma. Solo en los niveles intermedios de análisis
natural, a un nivel relativo de
sustancialidad física, hay tanto cambio cuantitativo como cualitativo, y, lo
que es más, tanto transformación no-sustancial como sustancial (“nacer” y “morir”)
Son necesarios, pues, para que haya naturaleza o cambio, los
contrarios y la unidad de la sustancia. Y basta con eso. Ya puede salvarse el
más básico de los cambios con solo esos principios, cree Aristóteles. En cierto
sentido, pues, se puede decir que los principios básicos de la Naturaleza son dos, y
en otro sentido, que son tres. Si se toma al ser natural como un todo, se puede
decir que una sustancia S con una cualidad C, pasa a ser la misma sustancia S
con una cualidad no-C (la contraria de C, o un intermedio. Aunque sería más
correcto decir que el cambio va de no-C a C, ya que todo cambio es,
esencialmente, actualización, de manera que el estado primitivo era privación o
falta de lo que se produce en el estado final –veremos eso en otro momento, cuando
tratemos de la teleología-). Si, en cambio, analizamos el compuesto,
distinguiendo conceptualmente (no real u ontológicamente) la Sustancia de sus
cualidades, tenemos que decir que en toda transformación, es decir, en todo
hecho natural, intervienen tres elementos, la Sustancia , y los dos
Contrarios.
Esta, dice Aristóteles, es una manera de resolverlo. La otra
es acudiendo a las nociones de potencia y acto, como hace en otros lugares (en Metafísica, por ejemplo).
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Habría que reparar en las implicaciones metafísicas que
tiene este modo de salvar lo natural: Aristóteles se ve obligado a reconocer la
dialéctica y la analogía de la
Naturaleza : la naturaleza está hecha a la vez de los
contrarios en lo mismo (dialéctica), pero eso solo puede entenderse si
aceptamos una concepción analógica de todas las relaciones implicadas. Veámoslo.
Al hecho básico, fundacional, de lo natural, Aristóteles lo llama “suceder” (gígnesthai). El suceder es el ser
natural. Es el “milagro” de la
Naturaleza : cambia. Y esto nos obliga a aceptar que el ser
natural es siempre esencialmente “compuesto”, de dos “cosas” (aspectos,
elementos…) totalmente “heterogéneas” (tan heterogéneas como para no poder ser
del mismo género, aunque lo
suficientemente “homogéneas” como para constituir, juntas, coaligadas,
entrelazadas, la Naturaleza ):
la forma (privación y actualidad) y la sustancia o sustrato (materia). Ni la
forma (los contrarios) puede ser del orden de las cosas o sustancias, ni, dentro
del ámbito de la propia forma, pueden reducirse unívocamente privación y
actualidad. Eso nos obliga a romper por todas partes la univocidad y meter el
pensamiento analógico, lo cual, reconoce Aristóteles, resulta “extraño”, porque
nos obliga a reconocer que, de alguna manera, no “absoluta” (“en cierto modo”)
es lo que no es:
“Nosotros, también, decimos que nada llega a ser en sentido absoluto de lo que no es, sin embargo de alguna manera se da un llegar a ser a partir de lo que no es, a saber, por accidente (pues a partir de la privación, que es en sí no ser, no de un constitutivo suyo, llega a ser algo. Pero esto causa admiración y parece imposible que así llegue a ser algo, a partir de lo que no es)”
ἡμεῖς δὲ καὶ αὐτοί φαμεν γίγνεσθαι μὲν μηθὲν ἁπλῶς ἐκ μὴ ὄντος, πὼς μέντοι γίγνεσθαι ἐκ μὴ ὄντος, οἷον κατὰ συμβεβηκός (ἐκ γὰρ τῆς στερήσεως, ὅ ἐστι καθ' αὑτὸ μὴ ὄν, οὐκ ἐνυπάρχοντος γίγνεταί τι· θαυμάζεται δὲ τοῦτο καὶ ἀδύνατον οὕτω δοκεῖ γίγνεσθαί τι, ἐκ μὴ ὄντος)·
Tampoco la sustancia universal (la “materia primera”) puede
ser conocida más que analógicamente:
“Y a la naturaleza subyacente se la conoce por analogía”
ἡ δὲ ὑποκειμένη φύσις ἐπιστητὴ κατ' ἀναλογίαν.
Esto recuerda a la manera en que, según Timeo en Platón,
conocemos a la khorá o madrastra,
mediante un pensamiento impuro o “bastardo”.
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