¿Cómo puede salvarse a la vez la unidad del ser y la
pluralidad de los seres? ¿Qué relación hay entre lo universal y lo particular?
¿Cómo puede la Idea ,
el Género, lo Común…, hacer inteligible sin hacer imposible el fenómeno, lo
concreto e individual? Este es, según Aristóteles, el primer problema de la
filosofía primera, primero al menos en orden de generalidad. “El Filósofo”
contestó a la pregunta con lo que constituye su más básica y fundamental tesis
metafísica (o, como se dice hoy, menos adecuadamente, metametafísica): el ser se dice de diversas maneras, aunque todas por relación a una. El ser no es un
concepto unívoco, predicado en el mismo sentido de todas las cosas o categorías
de cosas. El ser no es un género: no puede haber un máximo género único, es
decir, un concepto unívoco universal, pues un género no se divide por sí mismo
sino por una propiedad extrínseca, y nada es extrínseco al ser. Lo mismo que si
todas las cosas se volviesen blancas la vista no las distinguiría, si el ser
fuese perfectamente unívoco tendría razón la diosa de Parménides: el ser sería
uno e indivisible. Pero tampoco puede, el ser, ser una mera pluralidad
heterogénea, sino que, incluso al contrario, la unidad de las cosas, el que
toda y cada cosa sea, tiene que ser
lo más íntimo a todas y cada una de ellas. El ser es analógico.
Esta teoría de la Analogía del ser ha sido, a lo largo de la
historia de la filosofía, casi totalmente entregada al olvido. Solo fue
conservada y perfeccionada por Tomás de Aquino y sus mejores discípulos y sopesada con más esmero que nunca entre sus contemporáneos. Después, en la “Edad Moderna”,
cayó en el silencio de lo inconsciente. El univocismo, y su otra cara necesaria,
el equivocismo, fueron, también y por la misma razón inconscientemente, lo
obvio en la consideración moderna de la
realidad. Y esto afectó y afecta de manera especial a las filosofías más
impresionadas por la ciencia, l positivismo y su herencia.
Recientemente, sin embargo, un filósofo del mundo de la
metafísica analítica, Kris McDaniel, ha defendido la pertinencia de volver a la
teoría de las maneras de ser (“A return to the Analogy of Being”, en Philosophy enda Fenomenological Research,
Noviembre 2010, y Ways of Being, en Metametaphysics,
New Essays on the Foundations of Ontology, Oxford 2009). ¿Cómo podríamos
caracterizar, en el aparato de la filosofía analítica y su “lógica” estándar,
la noción de analogía, y cómo justificar su relevancia? McDaniel piensa que
desde las hoy dos más aceptadas concepciones de la existencia (o sea, la que la
identifica con el cuantificador o concepción “neo-quineana”, y la que la define
como un predicado de orden superior a uno, concepción “kantiano-fregeana”), es
posible caracterizar la noción de analogía y mostrar su importancia.
Desde el punto de vista cuantificacional, para el cual el
ser o existencia no es una propiedad (el ser no es ni un género ni una especie,
no es una superpropiedad), los modos analógicos de ser deberían ser
interpretados, según McDaniel, como cuantificadores limitados o restrictos, cada
uno de los cuales tiene aplicación a solo un rango y tipo de cosas.
Pero ¿es pertinente dividir el espacio total de la
cuantificación universal en dominios restringidos? ¿No es más básico, metafísica
y lógicamente hablando, el cuantificador irrestricto? Se ha discutido mucho, en
la reciente literatura analítica, si puede hacerse un uso completamente
irrestricto del cuantificador, es decir, si cualquier tipo de cosa (lo mismo un
individuo material que una relación o cualquier otro objeto abstracto) puede
ponerse bajo un mismo y único cuantificador. Hacerlo genera las conocidas paradojas
del conjunto de todos los conjuntos, que llevó a Russell a proponer una teoría
de tipos y ha llevado a otros a soluciones semejantes. Pero incluso aceptando
que haya un cuantificador irrestricto, es decir, un uso de “es” (o “existe”) aplicable
a cualquier tipo de cosas, y que correspondería, pues, al más vacío y abstracto
de los conceptos, ese sentido sumamente general, argumenta McDaniel, podría ser
ontológicamente menos fundamental que algunas de sus restricciones. Así, la
analogía del ser no sería incompatible con su univocidad: significaría
“solamente” que el valor más universal del cuantificador no es el metafísicamente
más fundamental e interesante.
¿Por qué? Porque, arguye McDamiel, no todas las articulaciones
posibles del Todo son seguramente igual de relevantes, como se esforzó en
mostrar en años recientes D. Lewis. Según Lewis y sus seguidores (véase, por
ejemplo, el reciente libro de Ted Sider, Writing
the Book of the World) no cualquier corte posible en el todo de las cosas,
corta con la misma “naturalidad”, es decir, tan adecuadamente, por las “articulaciones
de la realidad”. Como nos pidió Platón en Fedro,
El Político y otros lugares, el
dialéctico tiene que conducirse como un buen trinchador y seguir las
articulaciones propias de la cosa (carving at the joints), y no cortar por
cualquier lado. De un legendario cocinero chino se cuenta que no necesitó en toda
su vida más de un cuchillo, porque dejaba a las “cosas” partirse por sus coyunturas
naturales. Una propiedad meramente disyuntiva, por ejemplo (digamos “ser un
electrón o ser una vaca”), aunque permite definir un conjunto de cosas (el
conjunto de, por ejemplo, “dos electrones y una vaca”), no corta tan natural o
adecuadamente la realidad como la propiedad “ser un electrón” o la propiedad
“ser una vaca”. Por tanto, no todas las restricciones al cuantificador más
universal son metafísicamente iguales.
Decir, entonces, que un término es analógico sería, propone
McDaniel, decir que ese término no es un primitivo semántico, es decir, que no
es una propiedad simple y fundamental de la realidad, sino un término algunas
de cuyas partes o modos de significar son más “naturales” o fundamentales que
otros. Un lenguaje en que el cuantificador irrestricto es semánticamente
primitivo, no es, por tanto, un lenguaje ideal. Heidegger (a quien McDaniel toma como ejemplo
de pensador analogista actual) acertaba plenamente, pues, al advertir que es
preciso teorizar acerca del significado de ser. La metaontología de Heidegger,
su replanteamiento del sentido de la pregunta por el Ser, supondría, para
empezar, un rechazo del concepto de ser como lo más vacío y genérico, es decir,
como igual al cuantificador irrestricto. Y, en segundo lugar, introduciría
diferentes “sentidos de ser”, tales como el Dasein o el modo en que son las
cosas que están a la mano, sentidos ontológicamente más importantes que el
simple ser universal y vacío.
No es una cuestión trivial para la metafísica discutir si el
ser debe entenderse unívoca o analógicamente, y cuál es su sentido fundamental.
O, en otros términos, no es irrelevante discutir si el cuantificador universal,
es decir, el que puede usarse para cualquier tipo de cosa (existe algo que es
una silla, existe algo que es una negación, existe algo que es la nada…), es un
término fundamental y que deba ser primitivo en un lenguaje que pretenda
reflejar adecuadamente la realidad. Incluso si el lenguaje corriente es
indiferente a los usos analógicos del ser, favoreciendo solo el univocismo,
siempre podemos usar lo que Sider llama el “ontologés”, es decir, un lenguaje
hecho a medida de las necesidades ontológicas, en el que se estipulan términos
técnicos. Eso sería lo que habría hecho Heidegger, introduciendo significados
técnicos para términos como Dasein. O lo que habría hecho Aristóteles al usar técnicamente
términos como usía (sustancia o entidad) y las otras categorías.
Lo que acabamos de decir acerca de la concepción
cuantificacional o (neo)quineana del ser, se puede decir también, muestra
McDaniel, partiendo de la concepción que identifica al ser como una propiedad
(una propiedad de propiedades). Una propiedad analógica sería, entonces, como una
propiedad disyuntiva, es decir, una que no se define simplemente de manera
unitaria.
Pero ¿qué diferencia hay entre un término analógico y uno meramente
disyuntivo? McDaniel reconoce que no es fácil hacer la distinción. ¿Qué separa entonces a la analogía de la equivocidad? Porque,
obviamente, los diferentes sentidos en que diríamos “es” no lo son como cuando
decimos “banco” o “gato”, donde se trata más bien de términos totalmente
distintos, y no de diversas aplicaciones o modos de usar el mismo término. En
los términos analógicos se trataría de
un mismo significado básico, aunque con relativizaciones. McDaniel se esmera en
buscar algunas formas de comportamiento de un término que nos permitan
considerarlo analógico. Y encuentra que los términos analógicos pueden
ser caracterizados como aquellos que cambian, de manera sistemática, al menos
en dos modos: en su adicidad y en su axiomática, es decir, en la cantidad de
huecos que precisa cada sentido del mismo término analógico, y en los axiomas
que definen cada uno de los sentidos de un término analógico.
Ejemplos de sistemática variación de adicidad de un término serían
los siguientes. Pensemos, primero, en la diferencia entre existencia temporal
(propia de las entidades naturales) y existencia intemporal (la de los objetos
matemáticos, las ideas platónicas, etc.). No parece, dice McDaniel, que sea el
mismo el sentido en que existe lo temporal (existen los dinosaurios) y aquel en
que existe lo intemporal (existe el dos). Si no hubiera ahí distintos modos de
existencia, uno para lo temporal y otro para lo atemporal, sino que el sentido
de “existencia” fuese el mismo, entonces parece difícil explicar qué relación
habría entre el tiempo y la existencia de las cosas temporales. Más bien, se
trata de un uso analógico de “existir”, uno de cuyos sentidos, el intemporal,
tiene adicidad-uno (porque, no incluye referencia al tiempo, sino solo al
objeto), mientras que el otro tiene adicidad mayor que uno, pues requiere
indicación de tiempo. Es decir, mientras que basta con decir que “existe el dos”,
sin señalar el tiempo en el que existe (pues esto sería absurdo), no basta con decir
“existen dinosaurios”, sino que es preciso señalar el tiempo (y el espacio): “existieron
los dinosaurios hace millones de años”. Este sería un ejemplo, de inspiración
platónica, de analogía por variación sistemática de adicidad. Un ejemplo aristotélico
de lo mismo sería el que implica el concepto de inherencia: no es la misma la
existencia de las sustancias que la existencia de las formas: estas existen-en
(inhieren a) la sustancia. Ambos modos de existir son ontológicamente
anteriores o más fundamentales que el de simplemente existir. “ser” tiene una
adicidad cuando se refiere a una sustancia y otra cuando se
refiere a las cosas adjetivales.
También tenemos motivos para hablar de analogía de un término,
dice McDaniel, cuando se produce una
variación sistemática de la axiomática que rige cada uno de sus modos de uso o
sentidos. Hay una variación sistemática de la axiomática que rige los distintos
sentidos de ser, por ejemplo, cuando distinguimos entre ser intencional y ser no-intencional;
o si, por poner otro ejemplo, nuestra ontología dice que la realidad está
formada de dos elementos irreducibles entre sí o a otro (por ejemplo, materia y
estructura). En esos casos, los principios que rigen el uso de “ser” o “existir”
son diferentes para cada modo de ser.
En resumen: que un término sea analógico significa, según
McDaniel, que los diferentes modos en que se usa (las restricciones de su uso
general) son ontológicamente más fundamentales que el uso más general o extenso; y podemos
considerar que es analógico un término cuando sus aplicaciones varían
sistemáticamente en, al menos, adicidad y axiomática. El término “ser” tiene
todos los síntomas de ser un término analógico. Por tanto, es parte fundamental
de la metafísica determinar qué diversos sentidos “naturales” tiene.
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Haré ahora algunos comentarios a este interesante intento de
“retorno a la analogía”. El intento de McDaniel es muy interesante aunque solo
sea por proceder del seno de la filosofía analítica. Pero, desde luego, tiene
sus méritos propios, especialmente el de la pulcritud típica de los filósofos
analíticos. Como suele suceder, esta pulcritud o cientificidad no tiene por qué ser del todo directamente
proporcional a la profundidad, pero ni mucho menos le es inversa.
Empecemos por un comentario menor, que nos conducirá, sin
embargo, hacia el problema de fondo. Cuando McDaniel habla de la analogía de “ser”
se referirse a ejemplos que no son precisamente aquel que Aristóteles consideró
básico: el ser como las diversas categorías (usía, cuánto, cómo, en relación a…,
etc.) Los modos de ser a los que se refiere McDaniel cuando habla, por ejemplo,
de Heidegger (Dasein, ser-a-la-mano…), no fueron llamados por Aristóteles “maneras
diferentes del ser”, sino tipos de entidades o sustancias (inanimadas, animadas,
divinas…). Fue Tomás de Aquino, en su movimiento platónico, quien de hecho “extendió”
el concepto de analogía también al orden de las sustancias (pervirtiendo así,
según algunos, el aristotelismo ortodoxo), pero comprometiéndose, entonces, con
que la propia realidad sustancial (y no solo el concepto “abstracto” de ser)
existe en diversos modos irreducibles. Si queremos buscar en Heidegger el mejor
equivalente de la tesis aristotélica de que el ser se dice en varios sentidos, tendríamos
que dirigirnos a la tesis heideggeriana de la Diferencia Ontológica ,
según la cual el Ser no es uno de los entes. Esto es lo que podríamos llamar la
metaontología básica de Heidegger y lo que él llama a veces cuestión
óntico-ontológico. Ni siquiera el ejemplo “aristotélico” que ofrece McDaniel de
analogía del ser (el de la sustancia, que no inhiere en algo, y la forma, que
sí lo hace) es un ejemplo que Aristóteles use para referirse a la analogía. Más
bien, al tratar ese caso, Aristóteles habla de sustancias primeras y sustancias
segundas, e incluso de ser “más sustancia” (las sustancias individuales son “más
sustancia” que los géneros).
¿Por qué McDaniel no se refiere a alguno de los ejemplos más
aristotélicos, el de las diversas categorías (sustancia, cantidad, cualidad…),
o el de acto y potencia? Es muy probable que sencillamente McDaniel no vea
fácil contemplar las “categorías” como modos del ser, sino como “mera” estructura
lógica o del Lenguaje. Tan fuerte es, seguramente, la caracterización estándar de
las categorías del Lenguaje, pese a que la metafísica analítica hace tiempo que
abandonó el giro lingüístico y pretendió volver a la ontología y la metafísica.
Por poner un paralelo de esto, tampoco a Kant se le habría ocurrido decir que
su tabla de las categorías era una lista sistemática de los sentidos del ser:
en su caso, era el Sujeto Trascendental el que hacía el papel que luego caerá
en el Lenguaje.
Pero esto es subsanable. McDaniel podría perfectamente
adaptar su caracterización de la analogía para que fuese aplicable, con más
generalidad, a las diversas categorías que articulan el Lenguaje. El problema
mayor que, a mi juicio, se le presenta a su caracterización de la analogía del
ser, es que queda encerrada en el círculo de la cuantificación: la analogía
sería solo restricción de universalidad. Sin embargo, como intentaré mostrar en
la próxima entrada, el concepto de ser en Aristóteles es mucho más abarcante
que incluso el existencial irrestricto y que cualquier consideración
cuantificacional o extensional. Si la caracterización de McDaniel se podría
expresar diciendo que el ser en cuanto género universal que es, no es un
concepto tan fundamental como algunas de sus divisiones o partes, en Aristóteles
hay que decir, más bien y al contrario, que la universalidad del ser no es la
de un género, es decir, que ni el concepto de extensión máxima, ni ninguna de
sus posibles partes o restricciones, sirve para entender la realidad en su
sentido más fundamental.
La otra consecuencia que tiene la a mi juicio insuficiente caracterización
que de la analogía hace McDaniel, es que el ser es visto como una noción no
fundamental, sino “disyuntiva”, abstracta, secundaria. Obviamente, si se considera que la
universalidad máxima del ser solo puede ser la expresada por la univocidad o
cuantificación irrestricta, no hay más remedio que considerar que "ser" es un concepto
abstracto y metafísicamente secundario, un “ente de razón” o lógico, sin mucho importe real. Esto rescata
uno, pero solo uno, y quizás el más pobre, de los elementos que tiene la teoría
aristotélica: el ser no es, fundamentalmente, un género, una máxima extensión.
Pero ignora el problema profundo: ¿qué pasa entonces con la unidad del ser?
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