Que “el ser se dice de muchas maneras” es la “solución” de Aristóteles al problema más básico y general de la filosofía primera: el
problema de la unidad y pluralidad del ser. El ser engloba y a la vez inunda
todas las partes de la realidad. Con “ser” nos referimos a lo que todas las
cosas, todos los “seres”, tienen en común, pero también a lo que tienen de más
íntimo e inescrutable.
Ser es lo más universal y abarcador. Pero, si ser es lo que
tienen todas las cosas en común, ¿qué es lo que tienen como diferencia? ¿Qué
hace, de un ser, ser diferente a los otros, estar “separado”? ¿Cuál es la unidad
de los seres? No puede ser unidad en el sentido de indivisibilidad. Lo
absolutamente indivisible no tiene partes, es “á-tomo”. Si el ser fuese átomo,
solo habría una cosa, el propio ser. Esto no salva los fenómenos, es decir, la
pluralidad y el cambio, la particularidad (mi particularidad, por ejemplo, por la
cual, creo, soy diferente de ti). Tampoco, en el otro extremo, puede la unidad
de la realidad ser una unidad meramente anecdótica o accidental, de cosas que
no tienen nada en común todas entre sí, más allá de quizás aires de familia: el
ser no es un batiburrillo. Si fuese ese caso, la propia palabra “cosa” sería
totalmente equívoca, y solo se parecería, de un uso suyo a otro, en el sonido.
Pero ¿no hay una versión, en cierto modo a medio camino entre la
indivisibilidad y la completa diseminación, que es el concepto de unidad como
lo “común” o lo genérico? Todas las cosas blancas son blancas y están en el
conjunto de lo blanco porque comparten la propiedad de la blancura, todos los
caballos están en el conjunto de los caballos porque comparten una cierta
propiedad o suma de propiedades que es lo que define a los caballos, todas las
partes del espacio son espacio. Algunos de estos géneros podemos considerarlos
arbitrarios o poco relevantes, eso no importa. Tampoco importa mucho en este
momento si los géneros son algo real o algo inventado o ficticio o “subjetivo”.
El caso es que permitirían entender la relación entre la realidad como un
conjunto (un todo) y cada una de sus partes. Suponiendo que el concepto de
género fuese válido tratándose del ser, entonces con “ser” nombraríamos a la propiedad
más general y abarcadora, aplicable a todas las cosas, el género más genérico.
Todas las cosas tienen, según eso, la propiedad de ser, y en la misma medida o
modo fundamental.
Es verdad que esto parece decirnos muy poco o nada sobre la
realidad: el ser es lo mismo que la nada, según la Lógica de Hegel, el último y
más vacío hálito de voz. Por eso, puede que sea más interesante estudiar los
tipos o subconjuntos de ser que el ser mismo. Muchos metafísicos contemporáneos
dicen que la tarea de la metafísica es elaborar una lista de los tipos básicos
de entidad o realidad. En la entrada anterior me refería a la propuesta de Kris
McDaniel de considerar al ser como un concepto cuasi-disyuntivo, en el que
algunas de sus partes son metafísicamente más importantes que el concepto más
extenso. Aunque McDaniel hacía así un interesante esfuerzo por redefinir la
Analogía en los términos de la metafísica analítica, lo cierto es que esta
tesis permanece dentro de la consideración del ser como un género o una
extensión, unívocamente aplicable a todas sus partes.
Creo que no es esto lo que nos quiere decir, o nos dice de
hecho, Aristóteles (aunque, qué es lo que quería decir, quizás ni él lo sabía
perfectamente). Aristóteles rechaza la tesis de que el ser sea un género, un
concepto unívoco. Este rechazo le parece incluso más pertinente e interesante
que el rechazo de la simple equivocidad. La equivocidad es más manifiestamente
inadecuada. La univocidad parece más manifiestamente correcta, porque se trata
de salvar, de alguna manera, la unidad del ser y la realidad, sin que tengamos
por ello que negar como ilusorio el fenómeno. Pero, si pensamos un poco, vemos
que la relación que guarda un género con las entidades a las que contiene es,
como decíamos, que la propiedad definitoria del género (la blancura, por
ejemplo) es propiedad de cada una de esas entidades en exactamente el mismo
sentido y la misma medida: todas las cosas blancas tienen la propiedad de la
blancura, y la tienen de manera idéntica. ¿Qué diferencia, entonces, a unas
cosas blancas de otras? Las diferencia el hecho de que cada una de ellas tiene,
además de la propiedad de la blancura, otras propiedades, que ya no tienen en
común. Unas cosas blancas son rugosas y otras son lisas, unas son redondas y
otras tienen aristas. Cada cosa se caracteriza e individua por medio de un
producto o síntesis de propiedades. No hay dos cosas que tengan todas las
propiedades en común.
Pero esto no sirve para dividir el ser como sirve para
dividir el conjunto de las cosas blancas. La propiedad de ser la tienen también
todas las propiedades que podrían pretender dividirlo. La blancura, antes de
ser blancura, es ser. ¿Qué la diferencia del simple ser, y de los otros seres o
géneros de seres? Cualquier otra propiedad que pretendiese separarla del mero
ser, estaría en las mismas que ella. ¿Hay alguna propiedad fuera del ser, el
no-ser por ejemplo? Esto acabaría radicalmente con la unidad de la realidad, requiriendo
“dos”… ¿cosas? completamente heterogéneas, ser y no-ser. Pero de dos cosas
completamente heterogéneas ni siquiera se puede decir que son dos cosas ni que son heterogéneas. Haría
falta, para ello, ser bicéfalo, como dice Parménides.
Si, para evitar esto, decimos que el no-ser no es exterior
al ser, sino interior a él (un ser-parcial o algo semejante), y, a la vez, el
ser sigue entendiéndose como un género, es decir, como una propiedad predicada
unívocamente, al no-ser le ocurrirá lo que a la blancura y a las otras
propiedades no absolutamente genéricas.
Todo esto parece empujarnos, si queremos salvar el fenómeno,
a una consideración del ser más abierta que la de un género: tan abierta como
que permita encerrar cosas más heterogéneas que las que caben en el género. Pero
en esa medida, parece, vamos perdiendo la unidad de la realidad, la intimidad y
pregnancia del ser. Además, ¿qué concepto, que salve la unidad, hay más abierto
que el de género máximamente universal?
Aristóteles, creo yo, pretende superar ambos problemas a la
vez, y sintetizar ambas cosas: la máxima apertura del ser y su máxima
pregnancia. ¿Y si lo que parece más extraño es lo más coherente?
Lo que Aristóteles “descubre” es, por una parte, sí, que el
ser es más “general” o abierto que un género, incluso que el sumo género: “ser
no es género”. Lo que no quiere decir que el concepto de Ser no se aplique a
todo. Sencillamente, su apertura, su abarcamiento de todo, es mayor que la del
género. ¿Hay, es concebible, alguna manera más abierta de ser que la del
género? Sí. Un género contiene solo cosas contrarias, o intermedias de los
contrarios, es decir, cosas homogéneas, que se definen por lo mismo, que se
inter-delimitan. En el género del color solo caben colores, y los colores se
oponen excluyentemente. En cambio, en el concepto de ser caben, tienen que
caber, cosas que no son contrarias ni intermedias de contrarios, sino incluso
indiferentes. Por ejemplo, caballo y blanco (una sustancia y una cualidad) no
se oponen, y por eso pueden darse en lo mismo simultáneamente; o ser ignorante
de la música y ser capaz de aprenderla (ser músico potencialmente o serlo
actualmente). Así que la unidad de toda la realidad es aún más laxa que la del
género. Las categorías aristotélicas, o las articulaciones del Lenguaje según
el moderno análisis lógico estándar (cuantificador, predicado, etc.), no son
especies de un concepto homogéneo (Ser, Lenguaje…). En este sentido se puede
decir que el concepto más abierto de ser es más abierto o universal incluso que
el de la Lógica (si entendemos que la Lógica no puede desbordar el concepto de
género).
Aunque, por otra parte, el concepto de ser que usa la Metafísica
o Filosofía Primera (el concepto por el que digo que yo soy, o tú eres, o cada
cosa, por ínfima que sea, es plenamente) es más “específico” o especial o
concreto que cualquiera de los conceptos a los que pueda llegar la Lógica (siempre
abstracta y no-real) e incluso cualquier de las ciencias particulares (que no
indagan realmente el ser, sino que lo dan por supuesto y se ocupan de otras
propiedades, como la Blancura, el Caballo, lo Vivo…). Cuando Aristóteles divide
el ser más general en sus categorías, lo que encuentra es, no algo que no es el
ser (como sí ocurre que partiendo un cuerpo vivo se encuentran partes no
vivas), ni siquiera especies o casos del ser (como dividiendo el género color
se encuentran colores), sino que encuentra formas más depuradas, per-fectas y “sustanciales”
del mismo ser. Y cuando, siguiendo por el camino de la usía o entidad o
sustancia, llega a la sustancia primera, la que ni se da en otra ni se predica
de otra, y cuando cuando vuelve a dividir la usía, y encuentra un orden de
entidades al principio del cual está la entidad que mueve sin ser movida, lo
que Aristóteles va encontrando, en cada momento, son, no partes o especies del
ser, sino modos más perfectos de comprender el ser. A la vez que lo más
abarcador, el ser es, pues, lo más específico.
El ser de Aristóteles, si esto es cierto, es entonces a la
vez superior a cualquier género en abarcamiento, y superior a cualquier especie
de concreción. Por supuesto, no puede ser coincidencia que el ser, el objeto de
la metafísica, sea más abierto y a la vez más especial que cualquier
cuantificador. Sencillamente, la comprensión metafísica del ser no puede
atenerse a los conceptos de género y especie. Que el ser aristotélico supere a los géneros
por arriba y por abajo, en lo general y en lo particular, significa que
Aristóteles rompe el cuantitativismo. Definitivamente, la Metafísica no puede
basarse en conceptos del mundo conceptual de la extensión, es decir, conceptos
abstractos. La Analogía
es el antimaticismo esencial de la Metafísica.
Pero aún podría dudarse (y conviene repensarlo) de que el cuantificador
irrestricto no pueda contener todo cuanto pretenda “contener” el ser de la
filosofía primera aristotélica, y de que no baste una concepción “matemática”
de la metafísica. La respuesta, en otros términos, es esta: si entendemos el
cuantificador como lo que puede expresarse mediante Todo / Algo / Nada (es
decir, mediante la matemática más básica) siempre habrá algo que eso no podrá
incluir: la estructura matemática misma, es decir, el que el Todo-Algo no sea
lo mismo que el contenido, el que necesariamente tengan que ser heterogéneas la
forma y la materia. Para incluir la forma y el contenido hay que ir fuera del
espacio.
Hay dos modos, irreconciliables pero imprescindibles ambos,
de la Cantidad :
lo Continuo y lo Discreto, la línea y el punto, lo infinitamente indivisible y
lo indivisible. La extensión es ambas cosas (y ninguna de las dos). Si
utilizamos el pensamiento matemático para pensar la Metafísica, para pensarlo
todo o pensar el Todo, tenemos dos opciones, contrarias y complementarias: el “materialismo”
parte de la idea de continuo, y es incapaz de generar las formas, como reprochó
Aristóteles a los viejos physiologoi
(Tales, etc.) Si partimos de la estructura, del punto, tenemos el formalismo o
racionalismo propio de los logikoi
(pitagóricos, etc.). Este es incapaz de salvar el movimiento. Y la mera
síntesis matemática (unívoca) de ambos no soluciona ninguno de los dos
problemas, porque no sale del equivocismo. Solo la
Analogía puede superar la matemática. La Analogía es una
relación intrínsecamente no matemática o extensional, sino “cualitativa”. Así
como no podemos reducir las cualidades entre sí, no podemos reducir las
categorías del ser.
La filosofía moderna apenas puede entender esto, porque ella
parte de una concepción matemática, como la que quizás dominó en los primeros
filósofos griegos, si la interpretación aristotélica de ellos es básicamente
correcta. Recién salidos de la época mítica, los primeros filósofos habrían
caído fácilmente en la simplificación matemática de la realidad, tanto en su
versión materialista como en la formalista. También en la historia del “renaciente”
pensamiento de la Europa moderna, los primeros filósofos habrían caído en esa
tentación. El olvido del “difícil” concepto de Analogía del ser es la señal más
evidente. Habría que releer a Aristóteles.
Ahora bien ¿comprendió Aristóteles todo el significado de
esto? No, seguramente. La Analogía es algo con lo que Aristóteles se encuentra,
como un “hecho” bruto de la Metafísica. Los principales modos de ser de Aristóteles, la "tabla de las categorías", no
están más que enunciados, como en una “rapsodia”. En ningún momento se pregunta
Aristóteles qué relación es esa que, sin ser unívoca ni equívoca, salva a la
vez la unidad más abarcadora y la pluralidad más concreta del ser. Tomás de
Aquino irá un paso más allá, usando los conceptos de Acto y Potencia como modos, no solo del ser sino de la sustancia o entidad propiamente dicha. Al hacer eso, Tomás vuelve, más o menos conscientemente, a Platón. Quizás, por tanto, habría que ir a Platón si realmente
se quiere entender la Analogía de la manera más adecuada a la que ha llegado el
pensamiento metafísico humano.
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