Continuación del fragmento del cuarto de
los Diálogos de Filosofía, De la vida
buena, que empecé copiando aquí en la entrada anterior. Andrea, la adalid de la
vida política (la “guardiana” en términos platónicos) empieza su defensa de las
consideraciones éticas sobre las estéticas. En este pasaje figura mi
interpretación, totalmente original (al menos en cuanto yo sé) de Los persas de Esquilo:
Andrea.–Pues yo conozco una explicación que
me parece indudable. Tú has dicho que el arte es el lugar de la libertad, pero
eso es dudoso. Yo diría más bien que el arte busca la auténtica libertad, y que
nos produce verdadero y profundo placer cuando la descubre y nos la muestra.
Pero la libertad muchas veces va unida precisamente al dolor. Somos capaces de
sacrificar nuestro bienestar por la justicia y la dignidad. Eso es lo que
expresa la tragedia. Pero entonces, cuando sufrimos por la libertad, sentimos
un placer superior. Y es un placer que nace precisamente de nuestra
responsabilidad. Por eso no es un placer como el de la comida o cualquier otro
que nazca de la necesidad.
A.–Suena muy… grandioso.
Beatriz.–Y edificante…
Andrea.–Os pongo un ejemplo, para
explicarme mejor. La primera tragedia, la más antigua que se conserva es, por
lo visto, Los Persas, de Esquilo. Recordaréis, si la habéis
leído, que cuenta cómo la casa real de Persia, representada por el coro de
nobles ancianos y la reina madre, espera las noticias de la campaña militar de
Jerjes contra los griegos. La noble madre está angustiada porque no sabe de su
hijo, y los presagios de sus sueños no son nada buenos. Después, sus peores
temores se confirman. Ha sido un desastre, los griegos han aniquilado a casi
todo el ejército de varones persas, y a Jerjes lo traen moribundo. Entonces se
desencadena el llanto y la reina llora como solo llora una madre. Por si fuera
poco, ella sabe que su hijo ha muerto por su propia soberbia. La sombra de
Darío, padre de Jerjes, se aparece para sancionar lo que ha pasado. Esta
tragedia es excepcional. No trata de un tema mítico, sino real (el propio
Esquilo, creo, participó en esa guerra contra los persas, unos cuantos años
antes de escribirla). ¿Por qué escribió esta tragedia? ¿Quién es el héroe?
Desde que la leí me pareció extraño que Esquilo pusiese a los espectadores
atenienses ante esas circunstancias. ¿Qué puede sentir un griego viendo esto?
Parece que una interpretación corriente es que se trata de una especie de
celebración de la victoria ateniense, y un encomio de Atenas y su democracia.
Pero a mí me parece muy feo e impropio de griegos celebrar una victoria
recordando el dolor de los enemigos.
Beatriz.–No te hagas muchas ilusiones con
los pueblos civilizados.
A.–¿Y qué otras interpretaciones hay?
Andrea.–Por lo que yo sé, algunos creen que
Esquilo quiere avisar a sus compatriotas contra el gran pecado para un griego,
la soberbia. Estaría diciendo: cuidado, aprendamos en su desgracia.
A.–Bueno, eso ya le da sentido.
Andrea.–Me sigue pareciendo poco elegante.
Creo que esa obra tiene una intención diferente, mucho más elevada. ¿Queréis
saber lo que pienso? Creo que Esquilo quiso poner a sus espectadores en un
estado de lucha interior: a la vez que, como griegos, debían alegrarse por la
victoria propia y, por tanto, indirectamente por el dolor del otro, a la vez,
digo, tenían que dolerse, como personas, del sufrimiento de sus enemigos. ¿No
os parece que es una situación incómoda? ¿Somos griegos, o personas? El que
sufre ¿es un ser humano o un persa?
M.–Los historiadores te dirán que tu
interpretación es imposible, que un griego no tenía esa idea de persona
universal. Pero si tú no haces caso a eso, te felicito.
Andrea.–No sé mucho de historia, pero creo
que de alguna manera los griegos tenían esa idea. Supongamos que sea así.
Imaginaos a los espectadores americanos, tras la guerra, viendo en el cine cómo
lloran las madres alemanas. La musa de Esquilo sería aquí más irónica de lo que
han sido capaces de ver los más. Se puede decir que Esquilo traslada la
tragedia desde el escenario hasta el espectador, que tiene que vencerse a sí
mismo, al instintivo pero innoble placer de la venganza.
Beatriz.–Eso de que la tragedia se da en el
espectador es siempre así.
Andrea.–Claro, pero esta vez lo es por
partida doble, porque no solo sufrimos con el héroe, sino que quien tiene que
ejercer de héroe es el espectador mismo. Él es su propio héroe. Lo que hace
superiores a los griegos no es la victoria sobre los persas, sino esta batalla
consigo mismos. De nada serviría vencer a los otros si no somos de otra forma.
Un griego que no sintiese compasión por la madre de Jerjes y los ancianos
persas, es decir, por sus propios enemigos pero a la vez sus iguales, no es un
auténtico griego, ni siquiera un bárbaro, sino un auténtico bárbaro, digno de
lástima incluso para un bárbaro.
Beatriz.–¿Lo ves?
Andrea.–¿Qué?
Beatriz.–Eso que dices es bello aunque no
sea así, aunque ni siquiera lo supiese Esquilo. Casi diría que...
Andrea.–¿Que debería ser así?
Beatriz.–Sí.
Andrea.–¿Ves? Eso es lo que quería decir
yo.
A.–¿Qué?
Andrea.–Ha dicho, y le ha salido del alma,
que si eso es bello debería ser así, es decir, que es bueno ¿no?
Beatriz.–Seguramente.
Andrea.–Pero, ¿por qué te ha parecido
bello, sino porque es bueno? Lo que admiras ahí es la grandeza moral y política
de Esquilo y de los griegos. Sin esa grandeza no puede hacerse tragedias
griegas. La armonía del arte ático, frente a la rigidez del persa, egipcio, o
babilónico, es solo expresión de la armonía del alma griega. Y eso es la
política, igualdad y armonía. Esquilo educó a los griegos, o, más bien, Esquilo
expresaba lo mejor que había en los griegos, aunque quizá él, como artista,
actuaba sin pensar, por inspiración.
A.–Se me ocurre una duda, Andrea. ¿Cómo
puedes explicar que haya gente a la que le guste cierto arte que no tiene nada
de heroico, como esas novelas que cuentan lo más bajo del hombre, sin esperanza
ni nobleza alguna, todo ese arte que se recrea en el mal?
Andrea.–La verdad es que yo tampoco soy
experta en estos asuntos, y no sé bien qué contestarte. Al menos te diré una
cosa: no creo que alguien, salvo que esté enfermo, pueda hacer arte si cree
sinceramente que todo es feo sin remedio.
M.–Como insinuó Antonio Machado, el que
desespera, espera.
Andrea.–Entonces yo pienso que lo que
buscamos (y aquí va mi receta para una vida, no sé si buena, pero por lo menos
digna), lo que queremos de verdad, es la verdadera libertad, pero esta no es
nada sin la justicia, ni es nada más que eso, justicia. No hay felicidad digna
de respeto si va contra lo justo. Por eso, una obra de arte que no es buena
moralmente, carece de valor, y se puede decir que es de mal gusto. Si además
perjudica, es decir, solo crea injusticia y opresión, no se puede consentir. Y
por eso entiendo que Platón, con todo el dolor de quien es muy sensible a la
belleza, estuviese dispuesto a expulsar del Estado al artista mal educador. Los
regímenes más tiránicos han utilizado el arte en su propaganda. Si no se puede
distinguir por el gusto al arte justo del que no lo es, y lo perjudicial puede
resultarle al paladar tan agradable como lo beneficioso, tendrá que ser otro
quien decida qué es buen arte y qué no.
Beatriz.–Pero no bueno como arte, sino como
moral…
Andrea.–Pero ¿cómo puede ser bonito lo
injusto?
A.–La verdad es que esto siempre me deja
pasmado. ¿Cómo puede la misma forma artística servir igual para un estado libre
que para uno tiránico, tal como los músicos usaban a veces la misma melodía
para una obra religiosa y para otra cómica? ¿Cómo pueden parecerse tanto los
himnos enemigos?
M.–Quizá los que se parecen son los propios
enemigos… Aunque Platón, desde luego, no cree que el criterio del arte sea el
gusto. El arte, dice, imita las maneras de comportarse, las costumbres, y nos
gusta ver imitadas las nuestras. Pero como no todos sabemos comportarnos
correctamente, y tenemos el gusto corrompido, no puede dejarse en manos de los
poetas la educación y la diversión. No cualquier placer es criterio, sino solo
el placer que sienten los mejores. Por eso en la educación, dice, solo se
admitirá al poeta que diga que no hay Hades malo. Es lo que dices tú ¿no,
Andrea?
Andrea.– Sí, aunque no me refiero a ese
tipo de consuelos. Volviendo a ti, Beatriz, no creo que puedas hablar de la
libertad del arte sin darte cuenta de que la libertad es una idea moral y
política. Si el arte es y debe ser libertad, lo malo e injusto debe ser feo.
Nada hay más valioso que el respeto a las personas, empezando o terminando por
uno mismo. Todas las demás labores del hombre deben estar al servicio de eso.
Así entiendo yo, repito, qué es una vida buena, es decir, digna. Pero para eso
no hace falta dedicarse a la política como profesión, basta con vivir
justamente. Si no se consigue así la felicidad, al menos uno se la merece, como
decía Kant. A diferencia de ti, yo sí desearía que todos lo practicasen, es
más, creo que todos deben hacerlo. Y así se ha creído siempre en todas partes,
porque mientras que a nadie se le obliga a dedicarse al arte ni a apreciarlo, a
todos se les obliga a respetar
la ley.
M.–Ojala los que se dedican a la política
lo hubiesen pensado la mitad de tiempo y sacado al menos la mitad de fruto que
tú. Solo porque te conozco de hace tiempo no me sorprende lo meditadas y claras
que tienes las cosas.
A.–Dile como le dijiste a Beatriz, que si
alguna vez pierde la habilidad para lo que hace ahora, siempre le quedará la
filosofía.
M.–Se lo digo.
Andrea.–La filosofía, y el conocimiento en
general, es un auxiliar imprescindible para un buen político. Aunque también se
ha dado a menudo el filósofo que, como hacía con la amistad el molinero aquel,
habla entusiasmado de la justicia pero no tiene el valor de practicarla. Pero
si entendemos por la mejor filosofía o sabiduría la filosofía práctica, eso es
lo mismo que la política. Ahora bien, esta sabiduría no necesita ninguna
cultura ni maestro, la tiene el más pobre chatarrero. Y esto es parte de su
grandeza.
M.–Bueno, creo que nos ha quedado muy
claro. Según tú lo más importante es la Justicia y la Ley... ¿o no son lo mismo?
Andrea.–Sí, en un sentido profundo, son lo
mismo. Y ahora ya sé lo que me espera, porque esta conversación la hemos tenido
otras veces. Pero me dejo despellejar, para que ellos, que nunca nos han oído
discutirlo, puedan opinar.
Me pasa leyendo a muchos (si no la práctica totalidad de) gnoseólogos que me doy cuenta cómo cuando disertan sobre la naturaleza de la ciencia en particular, y el conocimiento en general, subyaciendo a sus abstractas especulaciones habita solapada una concreta referencia a la física (ciencia apátrida que puede caminar entre el reino de lo matemático y lo empírico) exclusivamente y olvidan así, consecuentemente, el operar de otros saberes mucho menos privilegiados en su parentesco...En tus elocuentes comentarios sobre estética, Juan Antonio, te veo mirando de soslayo exclusivamente a la Literatura, monstruo híbrido, habitante fronterizo de la filosofía y el arte, que, justamente en virtud de su anormalidad, no es aconsejable empezar, o tomar, paradigma de arte, quiero decir, y por ser más directo y claro: ¿en qué sentido la música te puede hacer más libre, más justo? ¿y la danza? etc.
ResponderEliminarMi particular entendimiento de la estética -y no sé, y quisiera saber si, coincidiremos finalmente o corremos paralelo- es que la belleza, el sentido de la belleza, es un instinto más que, como cualquier otro instinto (la vista, el oído pero también el lenguaje, o la propiocepción) se educa y se ejercita y, tal vez lo más importante, sirve, y sirve para intuitivamente (y no hay otro entendimiento en puridad) ver las consecuencias de ciertas visiones así como cuando vemos a un atleta correr de forma coordinada y bella entendemos que (por eso) es un atleta competente así también cuando leemos a un Platón y constatamos su bella escritura bellamente entendemos que sus ideas (por eso) son "competentes",i.e, memorable, verdaderas.
Por cierto, y divagando desde este último punto y dejándotelo si quieres para otro post: ¿puede ser la mentira realmente memorable? Ciertamente sólo podemos recordar plenamente, detalle a detalle, una historia verdadera pues una fábula sometida a interrogamiento sería imposible de sostener indefinidamente (y esto es aplicable a todo: sólo podemos recordar un argumento/teorema, paso a paso, si este es verdadero), si es así, justo por eso, resultaría relativamente cierto la idea pergeñada por Platón de que todo conocimiento es un recuerdo.
Interesantes reflexiones, Héctor.
ResponderEliminarCierto que la literatura es algo aparentemente híbrido, a diferencia de la pureza que parece haber en la música, y en ese sentido no sería buen tópico para una reflexión estética que quiera resultar clara. No obstante, yo creo que puede aislarse el aspecto estético de la literatura, incluso en lo más conceptual. Como decía en otras entradas, el asunto del arte sería la Imagen o Fantasía.
Como creía Platón, creo que la música (que en sentido amplio incluye también a la literatura, y a la danza -y a la gastronomía, como defiende Beatriz en mi libro-) educa el alma, y que la música tiene contenido moral, aunque implícito o "subconsciente".
En ese sentido, coincido contigo en que el sentido de la belleza se educa y se ejercita y, tal vez lo más importante, sirve, y sirve para intuitivamente (y no hay otro entendimiento en puridad) ver las consecuencias de ciertas visiones así como cuando vemos a un atleta correr de forma coordinada y bella entendemos que (por eso) es un atleta competente así también cuando leemos a un Platón y constatamos su bella escritura bellamente entendemos que sus ideas (por eso) son "competentes",i.e, memorable, verdaderas.
Suscribiría todo esto (aunque con los pertinentes o impertinentes matices, como que yo jerarquizaría los diversos "instintos" y, aunque aceptaría que el entender es intuitivo, distinguiría y privilegiaría la "intuición racional", que no puede someterse a imagen, de la que la imagen, más bien, es un analogado).
En cuanto al asunto que planteas, si la mentira puede ser memorable, me parece digno de reflexión (a ver si le dedicamos, tú o yo, un post) y, en principio, coincidiría contigo en que no puede ocultarse la verdad a largo plazo, como no se puede hacer una especulación irresponsable a largo plazo.
Estaría de acuerdo con lo que me dices en función a lo que me respondas a una duda, esta es, ¿la intuición racional de la que me hablas, Juan Antonio, es aprehensible mediante algún instrumento cognitivo como el lenguaje dialéctico?
Eliminar