Copio aquí otro fragmento de mi libro Diálogos de Filosofía. En
el cuarto y último diálogo del a obra, titulado "De la vida buena", El exmaestro
y el exalumno, junto con dos amigas, Beatriz (que es artista) y Andrea (que es
abogada y política) charlan acerca de algunos diferentes modos de vivir la vida.
Empiezan discutiendo la “vida estética”, que se encarga de “defender” Beatriz.
(Personajes: M = maestro; A = antiguo alumno; Beatriz y Andrea):
(Ilustración de Marien Sauceda Polo)
M.- Hace unos días, cuando nos encontramos, este muchacho me
contó que estaba dándole vueltas a la idea de dedicarse a la literatura, y dijo
que tú, Beatriz, tenías bastante culpa en ello (aunque, después de su grave
error con lo del escenario, no sé si vas a desahuciarle) ¿Por qué no nos dices
con qué argumentos le convences, o convencerías a alguien, de que se dedique al
arte, como haces tú?
Beatriz.–La verdad es que él necesita pocos argumentos, y yo
tampoco sabría dárselos. Como mucho, de mí puede sacar un ejemplo, porque me
entrego en cuerpo y alma, como se suele decir, a mi creación.
M.–Pues ahora, además de dar tu ejemplo, haz el esfuerzo de
explicarnos qué tiene de bueno, o si prefieres de bello, dedicar la vida en
alma y cuerpo a la creación, como se dice.
Beatriz.–Está bien, haré el intento. Antes de nada tengo que
decir que en este asunto estoy en desventaja, porque lo mío no es precisamente
pensar lo que hago ni defenderlo. Ni me agrada andar intentando entenderlo ni
sería bueno. Como dice el poeta, “La rosa es sin porqué”. A algunos les ha
pasado lo que al ciempiés, que, cuando quiso contestar a la pregunta de cómo
era capaz de mover tantas patas sin tropezar, perdió su habilidad de andar.
M.–Creo que Platón te daría la razón. El artista obra por una
especie de entusiasmo, que se trasmite al oyente como la corriente magnética.
Beatriz.–Así que espero que conversaciones como la de hoy no
arruinen mi poca intuición. Y no por otra cosa sino porque no imagino otra
forma de vida que me resultase soportable. Pues bien, mi propuesta de vida
(pero no se me ocurre ni insinuar que valga a los demás) es, aunque suene
vulgar, disfrutar.
A.–Seguro que el filósofo sabe darle un nombre biensonante.
Beatriz.–Creo que lo principal que puedes encontrar en el arte,
y tal vez lo único, es placer, el placer estético. Todos buscamos la felicidad,
¿no? ¿Y qué felicidad mayor y más inofensiva que la que no sirve para nada,
salvo para sí misma? Así es el arte, al menos tal como yo lo vivo. Hay artistas
que creen que su labor tiene algún valor más sublime, como ser una vía
diferente y hasta superior de conocimiento; o como una manera de hacerse mejor
persona. Pero si yo quisiera convencer a alguien del valor del arte para la
vida, no me andaría con charlas morales ni con filosofías, le diría que viva el
arte y que, mientras haga arte, deje de pensar. Porque hacer arte pensando en
lo bueno o lo sabio que te vas a hacer o vas a hacer a los demás, es tan
imposible como estar soñando y pensar a la vez que estás soñando.
A.–Ten cuidado con los ejemplos que usas delante de un filósofo.
Beatriz.–Me da igual, no voy a entrar en el juego del filósofo.
No rechazo que se me diga que el arte es un sueño. ¿Qué tiene de malo el sueño?
Andrea.–¿De malo?
Beatriz.–Quiero decir, de falso, de feo... Y es más, pienso (no
te ofendas) que el filósofo invade a menudo el terreno que corresponde al
artista. La filosofía, según la veo yo, es una especie de híbrido, que por una
parte aparenta ser conocimiento y tratar de la verdad, pero, por otra, intenta
hablar de cosas que no tienen nada de científicas y que incluso cuando se expresan
como conocimientos resultan casi absurdas, aunque suenan a veces bellas. Se
diría que un filósofo es un pobre poeta con aires de sabio, o un pobre
intelectual jugando a la poesía. Perdóname por decir esto, y ten en cuenta que
yo no tengo ni idea de lo que digo. También a mí me ha parecido siempre muy
atractiva la filosofía, pero creo que es por eso, porque se me aparecía siempre
con las ropas del arte. Y a veces creí que va más allá, pero, sinceramente,
ahora creo que se queda más acá. El arte, en cambio, es el reino de la
libertad. Sabe que no trata de la cruda e indigesta realidad, pero no le
importa, como parece importarle al filósofo y como debe importarle al
científico. Y los artistas que han querido ser maestros, pensando que eso era
más importante que dar placer, han fracasado siempre. En lugar de crear
metáforas han caído en alegorías y simbolismos que, para cualquier persona con
gusto, son algo muy desagradable, precisamente porque se les ve al servicio de
unas ideas. El artista tampoco es un santo edificante o un servidor del
político. Algo así no es arte sino propaganda, la moraleja no es parte del
cuento. Las imágenes del arte no tienen más significado que ser bellas, ni más
fin que gustar.
M.–No te disculpes por decir lo que piensas. Además, no son
pocos los filósofos que te darían la razón en todo lo que has dicho. Yo mismo,
al escucharte, me estaba lamentando de no haber dedicado más tiempo a la poesía
y la música, que no se me dan mal. Me ha quedado alguna duda: ¿crees que todo
gusto es, o puede ser, gusto estético? Quiero decir, ¿crees que el placer de
comer o del rascar, por ejemplo, son similares al placer que da la pintura, y
la diferencia es, tal vez, de grado o según cada persona?
Beatriz.–¿Quieres decir que si creo que hay un arte de la
cocina, hoy tan de moda, o incluso un arte del rascado, como hay un arte del
masaje? Sí, yo creo que puede hacerse arte con cualquier cosa, con cualquier
lenguaje. Desde luego, ciertos materiales son más tratables y ciertos sentidos
más finos, y dudo que el arte del perfume alcance alguna vez el nivel de la
música o la escultura, pero será arte. Lo que nos gusta no es el color o el
olor, sino lo que la imaginación y el sentimiento nos dicen de esos colores y
olores.
M.–Muy bien, tu explicación es muy clara. Espero que no se
atrofie tu intuición artística por tener esta conversación, pero, en caso de
que ocurra esa desgracia, te aseguro que podrías dedicarte a la filosofía, lo
cual, aunque ahora te parezca pésimo, podría procurarte algún placer también, a
falta de otra cosa. Pero yo no me refería exactamente a eso, al arte de la
comida y el placer que produce, sino al gusto que sentimos cuando comemos o nos
rascamos simplemente por necesidad. ¿Es como el del arte? ¿Es todo gusto una
satisfacción de una necesidad o dolor anterior? No sé si me he explicado.
Beatriz.–Bueno, seguramente os parecerá una tontería, pero yo creo
que nunca comemos por necesidad.
M.–Estoy de acuerdo contigo. Igual que ninguna de las llamadas artes
útiles, como el mobiliario o el pintado de paredes, carece nunca de su aspecto
estético (excepto, tal vez, en los colegios y las cárceles). Pero ¿no crees que
en la medida en que se mezcla la necesidad en la valoración de algo, es menos
estético? Por ejemplo, cuando se ve un retrato como parte de los protocolos
políticos... Creo que has dado a entender algo así.
Beatriz.–Sí, el arte debe ser inútil. Aunque nunca se pueda
separar lo útil de lo bello, lo bello es lo bello, y se basa en un gusto no utilitario.
M.–Entonces aceptarías la clasificación que de los placeres hace
Platón, entre los que surgen de una necesidad y por eso se dan siempre con
mezcla de dolor, y los que no surgen de necesidad y no tienen mezcla de dolor.
Y solo en estos últimos habría que colocar los placeres del arte.
Beatriz.–Sí, el arte busca un placer puro, y por eso es el único
momento en que uno es realmente libre, porque en las demás actividades se busca
siempre una utilidad, o por lo menos una verdad. El artista prescinde de todo
eso. Ni lo útil ni lo verdadero le ponen límites. Creo que esto está
tremendamente expresado en la tragedia Las Bacantes, de Eurípides. Penteo, el rey, se enfrenta a Dionisos, el dios
del frenesí inconsciente y del arte trágico, y lleva su intransigencia hasta el
intento de prohibir la fiesta, o sea, el momento en que la locura artística se libera
de las frías leyes del Estado. Pero Dionisos se burla de Penteo, le hace creer
que le está encadenando a él, al dios, cuando está encadenando solo a un toro.
Y al final su propia madre y las otras bacantes destrozan al rey. ¿Qué
significa todo eso? Que el personaje racional, que solo piensa en la utilidad,
no puede someter al deseo libre, al arte, porque nadie puede medir con su pobre
razón el misterio. Intentamos someter a leyes la naturaleza, al toro, pero es
solo una ilusión. Es nuestra misma madre, nuestra madre tierra, la que
pertenece a Dionisos, el dios de la locura artística. Si todos buscásemos más
el placer y la belleza, en nosotros y en las cosas, y dejásemos de perseguir
nuestros intereses y la verdad, si fuésemos capaces de hacer como dice el
poeta, mirar sin pensar, seríamos más felices y menos dañinos, con nosotros y con
los demás. Lo que nos falta es una forma estética de vivir, hacer de nuestra
vida arte. Por eso somos animales tan feos. En fin, voy a parar, porque estoy
soltando un discurso, y me repito y me contradigo.
A.–De un momento a otro creía que te ibas a convertir en
filósofa. Una cosa me ha chocado, Beatriz: dices que el arte no tiene nada que ver
con el simbolismo, pero luego has cogido al pobre Eurípides y lo has nombrado
escudero de tus ideas.
Beatriz.–Tienes razón. Pero lo que hace de Eurípides un genio no
es darnos esa enseñanza, de la que no tenía ni por qué ser consciente, sino
escribir como escribe. Yo, al utilizarlo así, lo he traído a donde no es su
lugar. Su lugar está en el escenario, siendo bello y dando placer en ese
momento al que lo ve.
M.–Y dime qué piensas de esto: ¿hay alguien que sepa más que alguien
en las normas del gusto?
Beatriz.–¿Preguntas quién establece qué es buen y mal arte?
M.–Más o menos. A mi amiga la Maga , que es artista, esto no le dejaba dormir.
Beatriz.–Sobre ese punto no todos los artistas piensan igual. Yo
creo que la única norma es el gusto mismo. Es verdad que los que nos dedicamos
a algún arte solemos tener ciertos criterios parecidos, seguramente porque
todos los humanos, y animales, nos parecemos en algo o en mucho. Pero el
artista debe guiarse solo por su gusto y su intuición. Los grandes creadores,
los genios, han sido siempre impredecibles.
Si se hubiesen limitado a hacer lo ya sabido, no habrían gustado
más que cualquier imitador. Hasta diría, tal como lo veo ahora, que norma y
gusto son cosas contrarias. El artista no se somete, como una máquina, a una
ley, y ningún filósofo le va a decir lo que debe hacer.
M.–Entonces en una sociedad donde llevásemos a la práctica una vida
estética, tendríamos una bonita anarquía, ¿no?
Beatriz.–Como la que hay en el mundo de los artistas. ¿Y qué?
Andrea.–Todo eso está muy bien, o (para que no creas que intento
llevarte a mi terreno) suena muy bonito. Pero creo que ni tú aceptarías que el
artista llevase su arte hasta permitirse ser un irresponsable. Ya sé que me vas
a decir que son ejemplos extravagantes, pero también son artistas los que
asesinan cuidando todo detalle y por el simple placer de su obra.
Beatriz.–Sí, son ejemplos extraños, pero no me parece mal que pongas
casos límite. Hay quienes llegarían a defenderlo, y dicen que saben separar lo
estético de lo político o lo moral, pero yo creo que eso ya no es arte. ¿Por
qué lo creo? Porque pienso que el arte no justifica el dolor, sino que
precisamente el arte tiene como fin el placer, el placer libre y puro, como
decía.
A.–¿¡Cómo!? Muchos artistas no dirían que el fin del arte sea el
placer o que el dolor no esté justificado. Hay arte, y no del peor (como la
tragedia, ya que tú misma mencionas a Eurípides), que no parece que busque
exactamente el placer. Incluso hay quienes piensan que el fin del arte es,
justo, hacernos más tristes, porque ser más triste es ser más interesante.
Beatriz.–Yo coincido en todo eso.
A.–Es verdad, otras veces te lo he oído. ¿Entonces…?
Beatriz.–La tragedia busca el dolor, el arte puede buscar la
tristeza, pero solo porque sufrir y estar tristes nos produce placer.
A.–¿Quieres decir que el dolor es ahí solo un medio para el
placer? Eso está bien. Pero ¿por qué nos gusta estar tristes? ¿Cómo puede ser que
nos alegre sufrir? ¿La misma cosa nos alegra y entristece?
M.–Como dice Sócrates, imitando a Esopo, placer y dolor son los dos
lados de las alforjas, van siempre juntos. ¿Esa es la razón?
Beatriz.–No, yo no quiero decir eso, ni mucho menos, porque en ese
caso no se trataría de que queremos ser tristes y alegres, sino de que no
podríamos evitarlo. Si nos ponemos en esas, yo creo que el arte solo quiere
placer, no dolor. Lo que quiero decir es que sentir algunas tristezas nos hace
felices.
M.–Muy bien. Pero, seguimos con la misma pregunta: ¿por qué?
Beatriz.–No tengo una idea clara.
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