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sábado, 14 de julio de 2012

En defensa de las sillas (y las personas)




Estoy de acuerdo con Sider en que la realidad, a un nivel “subyacente” o fundamental (objeto de la metafísica) está formada de simples. Por tanto, podría decirse, disiento con él en todo lo demás.
Algunas de mis disensiones (respecto, por ejemplo, a su “quineanismo”, para el cual el compromiso existencial lo contrae una teoría mediante la cuantificación, o que incluso la cuantificación sea una parte categorialmente privilegiada del Lenguaje), las dejaré ahora a un lado, para acercar lo más posible los lenguajes filosóficos y no discutirlo todo a la vez. Me centraré en cuestiones más de “contenido”.

Según el nihilismo mereológico radical de Sider, a un nivel subyacente o fundamental, en realidad no existen sillas, plantas ni personas, sino solo partículas materiales últimas, naturalmente indivisibles, e identificadas con lugares en el espacio-tiempo o en un espacio de orden superior. Un platónico rechazará este reduccionismo: las formas o ideas son irreducibles a extensión o cantidad de “puntos” de mero espacio.
Hay una manera fácil y directa de acercar las posiciones de Sider y un platónico. Un platónico diría que ese meta-espacio en que se sitúan los simples es, efectivamente, el “mundo eidético” (la platonia de la que hablan Barbour o Penrose). Incluso quizás haya razones para figurarse a esas “partículas” o puntos meta-espaciales, más como mónadas espirituales que como algo masiforme (ya Quine aceptó que la física cuántica iba tomando cada vez más una deriva mentalista). Pero esto, sin mayor explicación, parecería una trampa. Así que vamos a desenvolverlo de manera más derecha, criticando, no tanto el rechazo de las entidades compuestas como el “materialismo” o “extensivismo”, que identifica los simples con partículas físicas o sus localizaciones en un espacio o meta-espacio del menor orden formal posible.

¿Es el nihilismo mereológico “materialista” (definido esto como acabo de hacerlo) la mejor explicación metafísica del (de nuestro, de este) mundo? La respuesta, a mi juicio, es no. El reduccionismo cuantitativista no solo no es la mejor explicación sino que es una “entelequia” imposible.
Empezaré mi objeción por el aspecto menos grave, e iré de menos a más:

Imaginemos un Supersabio, que tiene un conocimiento adecuado del (de este) mundo a nivel “subyacente” o fundamental: tiene la teoría completa más simple, en términos, por tanto, de los elementos básicos de la realidad. Según Sider, Supersabio sabe que la realidad, en el fondo, no es más que un montón de átomos en un espacio (quizás abstracto). La palabra “existe”, usada en el sentido más riguroso, referido a ese nivel último (o primero) de la realidad, solo se aplica a puntos en un espacio. Como dijera Demócrito:
“Las cualidades son por convención;  por naturaleza sólo hay átomos y vacío”
¿Qué debería contestar Supersabio si le preguntamos si en este mundo hay sillas, plantas, animales, personas, crisis, contrapuntos y fugas, teorías ontológicas…?

Supongamos, como parece razonable según esa concepción, que debiese contestar que no: “en realidad, no existe nada así”. Aunque quizás Supersabio, “sabiendo” (aunque ¿cómo?) de nuestros intereses vitales a niveles no últimos, añadiese: “existen, sí, en un nivel no fundamental o básico, sino epifenoménico, varias de esas cosas por las que os preocupáis, como las sillas, las personas, las crisis, las pasiones humanas… Pero no son más que montones de partículas asociadas u organizadas mesiforme, personiforme, critiforme, patoformemente”.

Ahora bien, si pudiese sencillamente decir todo esto, perdería algo de interés la tesis de que Supersabio conoce la realidad a nivel fundamental conociendo solo partículas. Hagámosle más interesante. Supongamos que Supersabio no sabía, de antes, que en el nivel no fundamental, solemos creer que existen sillas y personas (viene, quizás, de otro mundo, o acaba de nacer, con las facultades idóneas para ver de frente el nivel subyacente de la realidad). Si le pedimos, pues, (en el meta-mundo de los diálogos ontológicos) que nos diga qué existe en este mundo, lo lógico es esperar que solo enumere puntos en el espacio, pero no diga nada de sillas, fugas a cinco voces ni personas. Para conocerlo todo, le basta con conocer partículas. Conociendo las partículas y sus localizaciones, lo conoce TODO. No necesita conocer epifenómenos o arreglos “a-guisa-de” lo que sea. Pues, si no, ¿cómo se podría decir que tiene un conocimiento completo de la realidad de este mundo?

Pues bien: si es esto todo lo que Supersabio debería poder decir sobre lo que existe en este mundo, creo que no tenemos ninguna razón para decir que ese Supersabio tiene un conocimiento completo acerca de este mundo. Supersabio no sabe que existen plantas que crecen y resultan bellas al olfato, no sabe que existen crisis, pasiones, fugas, discusiones ontológicas… No sabe nada, en una palabra. Decir que ha pasado por este mundo es muchísimo decir. Sería como decir que alguien ha estado en Venecia si recorrió, miopemente, todos y cada uno de los adoquines de la ciudad pero en ningún momento vio San Marcos. 
Decir que Supersabio conoce este mundo a un nivel auténticamente fundamental o último (que tiene un conocimiento completo de él, y está libre de toda ilusión), es totalmente inaceptable. Este mundo tiene personas, crisis, pasiones, sillas. ¿Por qué estas cosas habrían de ser menos reales o existentes, menos fundamentales ontológicamente? Solo podemos aceptar como epifenoménico o ilusorio, como no fundamentalmente real, aquello de lo que, en verdad, podemos prescindir sin perder nada. Pero no podemos (lógicamente) prescindir de las sillas y las personas. (Por cierto, no creo que haya mucho científico tan fanáticamente acientífico  –aunque sí mucho ideólogo materialista aficionado a la divulgación científica- que crea que la meta de la ciencia es sustituir una silla o una fuga por un montón de partículas: eso no es lo que significa explicar).

¿No se estará confundiendo aquí lo ontológicamente “fundamental” con lo “subyacente” material o extensionalmente? ¿Qué significa decir que Supersabio conoce la realidad a un nivel “subyacente o fundamental”? Nada interesante. Significa, en la más caritativa de las interpretaciones, que conoce una descripción de todas las partículas del mundo, de las que el resto de cosas están “compuestas”, o sea lo que encierran o contienen a un nivel material “inferior”. No significa que conoce el mundo. Ni siquiera conoce que no lo conoce; ni cree que lo conoce. Solo conoce (si acaso) partículas.

Pero tal vez Supersabio, incluso recién nacido o venido de otro mundo, no diría “solo” eso acerca de este mundo. Podría pensarse que Supersabio cuenta, desde ya, con todos los recursos para “deducir” la existencia (secundaria, eso sí, epifenoménica) de sillas y personas, fugas y auto-consciencias. Entonces, Supersabio no acabaría su enumeración cuando contase todos los átomos, sino que luego añadiría, de buenas a primeras: “y, como consecuencia de ello, se han formado, se están formando y se formarán tales y cuales combinaciones a-guisa-de… (con “forma” de…) mesas, fugas, personas…”

¿Qué combinaciones añadiría Supersabio en su lista de no-fundamentales? Tantas… que ya no podría acabar. Porque, dado que para ser una combinación no hace falta más que tener dos o más elementos, y dado que el conjunto potencia de un conjunto A, es mayor que A, nunca podría parar Supersabio de enumerar entidades. Nosotros distinguimos, por ejemplo, entre el árbol y el aire del entorno. Pero para Supersabio, cuyas únicas restricciones son cuantitativas, sería también una entidad la “formada” o compuesta por el árbol más un electrón, y otra entidad la formada por el árbol más dos, tres, cien mil electrones… Este otro mundo es algo más interesante que el de solo partículas y nada más, pero tampoco parece el mundo interesante que tenemos que explicarnos. De todas maneras, ignoraré este problema.

Supongamos que sea cierto que Supersabio añadiría, lógicamente, todo eso (un infinito inacabable de compuestos). En ese caso, que “Supersabio conoce el nivel subyacente de la realidad” no significa más que “conoce el nivel más diminuto de constitución de las (demás) cosas”. No significa que conozca todas las cosas conociendo solo ese nivel, ni que las conozca “fundamentalmente”, pues no puede prescindir de ellas para describir todo el mundo.

¿No conoce, al menos, las cosas que “causan” o “producen” al (son el “fundamento” del) resto de cosas? Ni siquiera eso es cierto. Porque la simple combinación de átomos o cualquier tipo de puntos en un espacio cuantitativo (o, al menos, de nivel cualitativamente inferior), no es suficiente (menos aún, necesaria) para producir el concepto de otras entidades o “guisas” o formas cualitativamente superiores. Ni es necesario saber de qué partes cuánticas está compuesta una planta, una fuga o un razonamiento, para saber lo que son, ni es posible siquiera deducirlo de su “composición”:

No es posible deducirlo: lo único que puede producir una suma es un montón o cúmulo (una extensión), no una forma, una “guisa”, un “arreglo”, un orden, una estructura (una intensión). Supersabio no podría decir que hay tales o cuales combinaciones mesiformes y personiformes, fuguiformes o conscienciformes, salvo si posee independientemente (a priori) las nociones de mesa, persona, fuga o conciencia.

Además, no hay, siquiera, una única manera de “construir” (es decir, de implementar materialmente) sillas o personas a partir de átomos. Toda forma cualitativamente superior es independiente de la materia en que se implemente: relativamente independiente si esa materia es solo relativamente “material” (homogénea, dúctil) y absolutamente independiente si hablamos de la materia “prima”.

Por tanto, no es posible que Supersabio sepa que los átomos forman sillas o personas, si no sabe a priori qué es Silla y qué es Persona. Y, en este sentido, Silla, o Persona, es irreducible, y fundamental ontológicamente hablando.

Tampoco, pues, es necesario saber de qué está compuesta una entidad (y, en cierto sentido, es irrelevante). Las ideas tienen su ámbito conceptual, en el que se definen de manera propia, y no es esperable definirlas a partir de, ni reducirlas a, un nivel inferior, cualitativa o intensionalmente inferior.
¿Conocía Bach de manera musicalmente menos profunda el arte de la fuga, o Gödel el arte del razonamiento matemático, porque no supiese nada de los fenómenos cuánticos subyacentes? ¿Puede esperarse iluminación musical o lógica alguna a partir de la física cuántica? No: solo puede esperarse, a lo sumo, una información de qué fenómenos cuánticos “subyacen” en este mundo a la invención (o descubrimiento, más bien) de una fuga o de una prueba, o a una silla.

No se puede decir, pues, más que ambiguamente, que Supersabio sabe cómo se “forman” las mesas. La mesa no se “forma”, porque la mesa es una forma. Se implementan materialmente conjuntos mesiformes de partículas, pero no se constituye la mesa. Mesa es fundamental (los objetos fabricados o técnicos, no necesitan menos las ideas, no se crean, se descubren):

“-Valga de ejemplo si te parece: hay una multitud de camas y una multitud de mesas.
-¿Cómo no?
-Pero las ideas relativas a esos muebles son dos, una idea de cama y otra idea de mesa.
-Sí.
-¿Y no solíamos decir que los artesanos de cada uno de esos muebles, al fabricar el uno las camas y el otros las mesas de que nosotros nos servimos, e igualmente las otras cosas, los hacen mirando a su idea? Por lo tanto, no hay ninguno entre los artesanos que fabrique la idea mis ma, porque ¿cómo habría de fabricarla? (Platón, La república 595a)

De todas las reducciones materialistas, la más imposible, lógicamente hablando, es la de la consciencia: ¿sabría supersabio que existen sujetos, razonamientos, demostraciones…, si conociese solo partículas en el espacio? No, como no sabría que hay plantas. ¿Sabría al menos cómo se “forman” o nacen los razonamientos, a partir de las partículas? Tampoco. No hay ninguna manera lógicamente concebible (no digo físicamente concebible) de sustituir la validez de un argumento por un cúmulo de hechos cuánticos. Al  contrario, es el conocimiento independiente y a priori de la normatividad o esencia de lo lógico, lo que permite después identificar tales o cuales hechos como (implementaciones de) razonamientos.

Pero en este caso, el de la consciencia, no es solo que se trate de otro nivel de entidades, sino que es un nivel ineliminable incluso de lo que sería una mínima teoría completa del mundo subatómico. Porque, si Supersabio necesita justificación lógica de lo que cree y sabe lo que ve, necesita proposiciones normativas, que nunca pueden ser sustituidas por descripciones de hechos subyacentes. Alguien podría preguntarle a Supersabio (él mismo podría preguntárselo) por qué cree lo que cree, cómo lo sabe, cómo justifica lo que ve… Y esta cuestión es irreducible a una descripción en términos de aquello en que cree o que percibe:
“La razón por la cual en la imagen científica del mundo no entra en parte alguna el propio ego sintiente, percipiente y pensante puede explicarse fácilmente en pocas palabras: porque él mismo es esa imagen del mundo. El ego es idéntico al todo, y por eso no puede contenerse en él como parte de él.  (Schrödinger, en Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Jeans, Planck, Pauli, Eddington, Cuestiones cuánticas,pg 132)

Antes bien, podría plantearse si todo lo que Supersabio conoce no son más que fenómenos mentales.

Hay, en verdad, una trampa en usar “-wise”,  a guisa de…, en forma de… (mesa, persona), como si fuera un mero accidente, independientemente del cual serían inteligibles las partículas o los puntos espaciales. Y aquí aparece un gran problema (u otra forma del mismo problema) en la teoría de Sider. Sider dice, con razón, que debemos buscar la simplicidad teórica (la “parsimonia ideológica” en sus quineanos términos). Pero esto no puede hacerse de cualquier manera, como si las nociones no definidas pudieran ser cualesquiera y caer del cielo. Si fuese así, bastaría con postular una supernaturaleza, no definida, que sirva para todo: ¿qué mayor simplicidad podría pedirse? Un indefinido no significa un ininteligible, sino un inteligible imposible de hacer más inteligible a partir de otra cosa. La noción de átomo o punto físico, de hecho, tiene una natural aspiración a ser un caso de esos. Pero no lo consigue, sino que camina en sentido inverso.

Por eso, y esto es lo más grave, Supersabio ni siquiera conoce el nivel atómico, de la forma en que cree Sider. El supuesto conocimiento fundamental de Supersabio, tal como lo hemos descrito, es imposible: la idea de un espacio abstracto, con puntos diferentes, es, eso, una abstracción, realmente ininteligible.

Imaginemos lo que Supersabio ve y sabe: partículas (supongamos que más de una) identificadas con puntos en un espacio. Pero ¿qué son puntos en un espacio? ¿Cómo puede distinguirse a uno de otro, como pueden ser identificados? Sí, por su posición. Pero en un espacio no marcado cualitativamente (es decir, sin formas no cuantitativas previas, más que la de “pertenencia”) no hay manera de distinguir posiciones (menos aún otras entidades), porque todo el espacio es homogéneo: los puntos son todos exactamente iguales, y el espacio no está orientado de ninguna manera. Ni siquiera se puede distinguir pluralidad de partes. Un espacio puro es una pura contradicción (como señaló Leibniz), una idea “bastarda” (dice Timeo).

Por tanto, es lógicamente imprescindible contar con formas, no reducibles a extensión (ni a meros “puntos”), para dar contenido y hacer inteligible el más simple “espacio” de las cosas. El concepto de espacio puro es la noción cuasi-vacía (no es del todo vacía en la medida en que salvamos o intentamos salvar alguna relación-cualidad, como la “pertenencia”) a la que llegamos cuando descontamos las cualidades que la hacen realmente posible. Ese “descuento” no nos conduce hacia un nivel más fundamental (este es el error del materialismo y extensionalismo en general) sino hacia un nivel más vacío, ontológica y lógicamente dependiente de las formas de las que se ha hecho abstracción. Como decía Aristóteles, lo matemático solo es separable por medio del intelecto, y no puede prescindirse de la forma, porque no hay manera de sacarla del agua primigenia.
En verdad, no se ha hecho nada por, no ya definir, sino simplemente hacer inteligible la noción de Pertenencia. ¿Qué tiene que tener una cosa para pertenecer a otra? ¿Qué relación es esa? Tras una aparente parsimonia ideológica, lo que hay es oscuridad, a veces oscurantismo.

Incluso para el nivel material, es imposible reducir la forma. Heisenberg, comparando el atomismo (“materialista” –en el sentido dicho-) con el idealismo de Platón (incluso referido al nivel de lo físico), escribe: 
“La estructura subyacente a los fenómenos no se compone de objetos materiales, como son los átomos de Demócrito, sino que viene dada por la forma configuradora de tales objetos materiales. Las Ideas son más fundamentales que los objetos” (W. Heisenberg, en Heisenberg, Schrödinger, Einstein, Jeans, Planck, Pauli, Eddington, Cuestiones cuánticas, pg. 62)

Habrá que distinguir, entonces, Fundamental y Subyacente. Fundamental es todo aquello que no puede eliminarse ni reducirse conceptualmente a otra cosa (y así son las formas); subyacente es aquello que puede encontrase en un nivel más pequeño de división material en la extensión o “cuerpo” de una entidad x-forme.

Un platónico coincidirá, en cierto modo, con el “materialismo” y extensionalismo, en que la realidad última está constituida de simples, pero entenderá de otra manera qué es simple. Simple es lo indivisible. E indivisible es aquello que no puede ser seccionado, o, mejor dicho, aquello que, al ser seccionado, se destruye o desaparece. Lo único propiamente divisible sería aquello que, seccionado, daría lugar a partes homogéneas entre sí y con lo dividido. Por ejemplo, a un nivel aparente, una cantidad de agua es divisible. Realmente ni siquiera es así. Lo único intrínsecamente divisible es el espacio. Pero el espacio no existe, precisamente por eso. O, digamos (enlazar), en honor a nuestro espíritu analogista, que existe mínima, evanescente o infinitesimalmente. Una silla es indivisible: no obtienes dos sillas si la partes. Lo mismo pasa con una persona, una fuga o un razonamiento.

¿Qué podría aprender, por ejemplo, un sillero (un fabricante de sillas) a partir de la física elemental? No qué es una silla, sino cómo usar la materia para fabricar las sillas de la manera más parecida a lo ideal. Lo mismo puede decirse de las personas, de las fugas y de las discusiones ontológicas.

Pero ¿no nos lleva esto a las formas sustanciales? Sí. Y ¿eso no es pre-científico? No, si es que Leibniz conocía la ciencia, pues vio imprescindible volver a las formas para dar una explicación a nivel fundamental. La ciencia esto lo hace inconscientemente: no elimina las formas. En el mejor de los casos, establece correlaciones. Pero a veces el cuantitativismo se convierte en una fe, seguida fanáticamente, y se sueña (aunque no sé si habrá alguien con este sueño) en reducir una fuga de Bach a un baile de partículas. Esto es completamente acientífico, es una burda ideología.
Sin embargo, esta ideología nos ha llevado a decir que las personas no son más que partículas. Ha deteriorado el valor de todo. Ahora bien, si hay que reivindicar la existencia, a un nivel fundamental, de las personas y las fugas y las plantas y las sillas, no es por romanticismo: es porque la propuesta materialista es inconsistente y completamente inadecuada.