lunes, 15 de febrero de 2016

¿Cómo es ser ateo?, III: Nancy y la deconstrucción del Cristianismo

La concepción de lo que para Jean-Luc Nancy debería ser un pensamiento posteológico es muy diferente, en cierto esencial aspecto inversa, a la de Alain Badiou. Según Nancy, la muerte de Dios significa, efectivamente, el definitivo reconocimiento de que el mundo no se apoya en nada exterior a él.  Como Badiou, también Nancy quiere rechazar, por otra parte, un falso ateísmo ascético, es decir, ver en la ausencia de Dios una falta (una “ausencia” en el sentido más afectivo-negativo que damos a este término), ver el mundo como incompleto. Pero Nancy, al contrario que Badiou, cree que la muerte de Dios es idéntica al abandono definitivo del postulado y del intento de hallar un principio o fundamento total y absoluto para el mundo, sea este lo Uno de la metafísica tradicional, sea la “matemática” infinitud de lo múltiple de la que habla Badiou. La muerte de Dios es la asunción de la finitud como un “hecho positivo”. La noción de Principio, en cualquiera de sus formas, cae en contradicción: no se somete a lo que exige a las demás cosas. El ateísmo, o, más bien (como veremos) el “absenteismo”, es el rechazo definitivo de toda arkhé. El mundo no es una totalidad, no tiene clausura: es el singular plural, siempre en relación con otros y nunca completo.

Ahora bien, la manera en que dejamos atrás el pensamiento teológico y la metafísica no es, según Nancy, ninguna destrucción o ruptura radical: una pretensión tal, como sabríamos por Heidegger, Derrida o Deleuze, seguiría presa de la misma teología y metafísica que pretende dejar atrás. No se trata de la destrucción sino de la deconstrucción del cristianismo. Pero la deconstrucción del cristianismo lo es, según Nancy, en el doble sentido del “de”: es decir, es el propio Cristianismo quien se deconstruye a sí mismo, dando paso al a-teísmo; es la propia razón metafísica la que se deconstruye y libera a sí misma, abriéndose a sí a su propia sinrazón. A esto lo llama Nancy la déclosion, que sería el fenómeno por el cual algo cerrado se abre a sí mismo: tal como sería la más extrema exigencia de la razón delatar su incompletitud, así el cristianismo llevaría en su seno, desde el principio, la necesidad de su abandono definitivo. Según la “historia” que nos cuenta Nancy, el hebreo dios monoteísta que viene a sustituir a los politeísmos en los que lo divino es presente y tangible, es ya el dios invisible, el deus absconditus, el dios ausente. El cristianismo sintetiza ese dios inaccesible con el concepto griego, en la noción de Principio, dando con ello comienzo a la secularización, esto es, a la mundanización de lo teológico. La secularización es, pues la esencia ontoteológica del cristianismo, no su destrucción ni su declive. La encarnación de Cristo es efectivamente una kenosis o vaciamiento. No se trata, entonces, de sustituir teísmo por simple ateísmo, sino de la superación de la estructura binaria teísmo / ateísmo: el ateísmo es contemporáneo del teísmo. En otros términos, usados también por Nancy (y tomados de Schelling), el monoteísmo es ateísmo. O, como sería mejor decir, absenteismo, en cuanto se trata de reconocer la ausencia de Dios, en el sentido no afectivo-negativo.

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¿Consigue efectivamente Nancy un pensamiento limpiamente ateo o posteológico?

Derrida creyó que no. Si,  como sostiene Nancy, la deconstrucción del cristianismo fuese “un” movimiento cristiano, eso significaría que la deconstrucción del cristianismo es una nueva victoria del propio cristianismo, incluso un cristianismo hiperbólico. La deconstrucción del cristianismo seguiría parasitándolo e incluso lo perfeccionaría. No se sale del cristianismo a través del cristianismo (o, podríamos decir, en términos de Wittgenstein pero contra él: no se puede salir de un sitio mediante una escalera que es humo –en cuanto forma parte de ese mismo mundo que habría que abandonar-). Por otra parte, creerse “a salvo” (no digamos “definitivamente”) del cristianismo no sería, según Derrida, más que un nuevo ejemplo de espíritu cristiano: el de la salvación.

También Badiou, aunque por razones muy diversas, cree que Nancy sigue preso de un pensamiento religioso. Si Nancy califica de metafísica, ontoteológica, teológica… la infinitud ahistórica que propone Badiou, este acusa a Nancy de caer en un “platonismo de la finitud”: la finitud sería el gran significante que absorbe todos los motivos de Nancy y lo nombra todo. En esa misma medida, Nancy no evita un pensamiento totalitario. El propio Nancy se expresa de modo que deja entrever la paradoja: no hay un incondicionado que haga de principio –dice-, pero –añade- ese “no hay” es incondicionado, es, por decirlo así, nuestra “condición humana”.  (Nancy citado por Christopher Watkin en Dificult Atheism (Edimburgh University Press, 2011). Pero, a la vez, el de Nancy sería, imputa Badiou, pseudo-ateísmo ascético más (semejante al de Derrida y resto de pensamiento débil o nietzscheano negativo), es decir, un pensamiento que se siente o se constituye como incapaz de lo infinito.

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Tenemos, pues, en Baidou y Nancy, dos intentos contrarios de pensamiento posteológico, esto es, de lo que podríamos llamar, en el sentido más amplio, un radical y definitivo ateísmo. Uno de ellos, de signo neo-racionalista e “ilustrado” y cientificista (en sentido amplio) vuelve a sostener que la superación definitiva de la creencia religiosa viene de la mano de la racionalidad, del matema, pero ahora entendido, no como orientado por la unidad (según habría hecho la metafísica, en este sentido auténtica gemela de la religiosidad –al menos la trascendente-) sino por la idea de multiplicidad infinita. El otro intento, al contrario, piensa que la definitiva muerte de Dios es lo mismo, precisamente, que el abandono definitivo del sueño matemático, la aceptación definitiva de la contingencia y la falta de totalización de nuestra existencia. Racionalismo frente a irracionalismo o sinracionalismo, infinitismo frente a finitismo, atemporalismo frente a temporalismo… ¿cómo es posible que movimientos tan contrarios pretendan contemporáneamente lo mismo, esto es el más “perfecto” “ateísmo”?


Bien, efectivamente comparten algo: el pluralismo, el anti-monismo y, en ese sentido, el anti-trascendentalismo. Son ambos pensamientos de la multiplicidad y la diferencia. Pero el uno es un pensamiento de la necesidad y el otro uno de la contingencia, el uno es de la totalidad y el otro de la parcialidad. Y, sin embargo, tanto una cosa como la otra han sido opuestas al teísmo, precisamente porque hay dos maneras contrarias de entender el teísmo, la necesitarista y la contingentista o “precarista”. O, mejor dicho, ambos aspectos concurren dialécticamente en el teísmo. Como concurrirían en cualquier pensamiento, en cuanto todo pensamiento es dialéctico. ¿Y si tanto Badiou como Nancy cometen el fundamental error de olvidarse de la dialéctica? Porque, ¿cómo puede Badiou pretender ser un pensamiento de lo inmanente si lo explica mediante nociones completamente totalitarias como los conceptos matemáticos? Pero ¿cómo puede, análogamente, Nancy pretender un pensamiento de la finitud y la historicidad, a la vez que hace afirmaciones como la de que la muerte de Dios es definitiva, y que definitivamente Dios está ausente? 

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