sábado, 9 de febrero de 2013

Real, sustancial e independiente Mente


Reuniendo las conclusiones de algunos de las últimas entradas acerca de la Libertad y la Consciencia en general creo que es necesario sostener que la mente es una realidad irreducible a naturaleza (al cerebro por ejemplo), sustantiva, y ontológicamente independiente de cualquier realidad natural o material.

Para argumentar esto nos basamos en las siguientes definiciones y criterios:

Por ‘mente’ entendemos la entidad que se ocupa de, o consiste en, (la actividad de) la  consciencia.
 Consciencia’ se tomará como un concepto primitivo, indefinible a partir de otros más claros, y ejemplificable en las actividades de pensar, deliberar, desear, sentir emociones…
Entendemos como ‘naturaleza’ o ‘naturaleza material’ todo aquello que requiere de las variables espacio y tiempo, y que es perceptible empíricamente, etc. Es todo lo que es objeto de las ciencias físicas o naturales.

Incluso quienes pretenden reducir la consciencia a materia, además de dar por supuesto un concepto de naturaleza (el que damos aquí, con toda seguridad), tienen, respecto de la noción de consciencia, o bien que considerarla una noción cuasi-primitiva o bien definirla primero en términos no-naturales, si es que quieren hacer una reducción en lugar de una mera tautología.

Dejamos de momento a un lado (porque no es relevante) la distinción entre consciencia como algo funcional-“causal” (en el sentido moderno restringido de este término) y consciencia como algo fenomenológico. Ambos aspectos remiten a actividades como entender o elegir, que tomamos como expresiones claras y paradigmáticas de consciencia.

¿Pueden concebirse otras nociones de ‘naturaleza’ que prescindan de espacio y tiempo? En ese caso, la naturaleza no sería objeto de experiencia empírica, sensible. ¿Qué se conservaría, para que siguiésemos hablando de ‘naturaleza’? ¿Sería, esa naturaleza, distinguible ya de la mente…? Dejaremos estas “hipótesis”. Nuestro razonamiento anti-naturalista solo vale para la concepción habitual o universal de naturaleza material.

Los criterios ontológicos que damos por supuestos son los siguientes:

Criterio1) Es real (existe, no es una ficción…), para nosotros, todo aquello que o bien conocemos de forma directa como parte de lo que consideramos realidad y no existen razones para creer que sea una ilusión, o bien tenemos que postular para explicar lo más razonablemente posible la realidad (incluso aunque no tengamos una constancia directa de su existencia).
Lo contrario a lo real o existente es lo irreal o inexistente, ficticio, etc.
Así, por ejemplo, creemos que existe la Tierra, por un conocimiento cuasi-directo, y creemos que existió un big-bang por inferencias.

Criterio2) Es sustantivo o sustancial (además de real), y no una propiedad o aspecto o modo o accidente de otra cosa, todo aquello que podemos concebir de manera adecuada como separado ontológicamente de cualquier otra cosa, como unitario o con identidad completa o, al menos, relativamente completa, aunque pueda tener relaciones causales necesarias con otras cosas o sustancias.
 Así, por ejemplo, entre los objetos macroscópicos, mi mesa es independiente de mi silla, pero el color de la mesa no lo es de la mesa. Incluso en el mundo cuántico, donde las identidades sustanciales son más difusas, hay relativa sustancialidad (un electrón es relativamente bastante sustancial). Podría ocurrir que hubiera que postular una sustancia única absoluta, tanto en el ámbito de lo natural como en cualquier otro (ya fuera por razones teóricas o intuitivas). Podemos hablar, también, de sustantividad relativamente mayor o menor.

Criterio3) Es, dando un paso más, completamente independiente (metafísicamente, realmente independiente) toda aquella cosa o sustancia que no podemos concebir como necesariamente dependiente, ni siquiera causalmente, de otra cosa o sustancia. Es decir, todo aquello cuya existencia no podemos negar pese a que imaginemos que no existan aquellas otras cosas respecto de las cuales, precisamente, la consideraremos independiente.
En este sentido, solo un dios sería completamente independiente, quizás, pero puede haber independencia relativa, entre dos (tipos de) sustancias.

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1) Empezando por lo menos fuerte, podemos sostener que la mente es algo real (no irreal o ficticio, como lo son seguramente las brujas o Eolo), puesto que no solo la conocemos de manera directa, en su actividad la consciencia, sin que tengamos ningún motivo para dudar de su realidad, sino que además y al contrario, es necesario postularla para explicar la realidad (por ejemplo el hecho de que tengamos teorías acerca de la naturaleza), y es irreducible a cualquier explicación concebible, en términos de naturaleza al menos.

La razón que hemos usado para sostener la tesis de la irreducibilidad de la consciencia es, más concretamente, que es imposible, por principio, traducir los eventos conscientes (tales como, por ejemplo, una demostración lógica o matemática, o una deliberación y decisión moral) en términos fisiológicos o naturales en general, es decir, en términos de entidades o eventos espacio-temporales. Y ello porque ninguna traducción así preserva todo lo que es esencial para que se trate de una deliberación o un razonamiento. En especial (aunque no en exclusiva) no preserva el elemento de Validez o Corrección (normativo) esencial a un razonamiento o a una deliberación.

Es imposible, por principio, traducir una proposición como (p): “la Conclusión C es correcta (verdadera)” a cualquier conjunto de proposiciones acerca de estados materiales, tales como “el cerebro está en el estado X, correspondiente a la creencia de que p” (es imposible, en otras palabras, reducir la matemática a neurología). Igualmente es imposible traducir una proposición del tipo “debería hacer H” a cualquier conjunto de estados materiales, tales como “el cerebro está en el estado Y, correspondiente al deseo de hacer H” (es imposible reducir la ética a ciencia natural). Cualquiera de esas traducciones incurre en la falacia de extraer un ‘debe’ de un ‘es’-fáctico, o sea, en una versión de la llamada “falacia naturalista”.

De manera que, si abandonásemos la descripción en términos de consciencia por su presunta traducción neurológica, no podríamos salvar lo que es intrínseco al conocimiento o a la deliberación: discriminar entre razonamientos y deliberaciones correctos e incorrectos. Por tanto, no podemos, por principio, prescindir de las descripciones en términos intrínsecamente matemáticos o morales, y sustituirlos por descripciones neurológicas.

La consciencia es un elemento de la realidad, no una ficción (como las brujas o el flogisto), y ningún desarrollo de la ciencia natural (es decir, del estudio de fenómenos espaciotemporales y perceptibles empíricamente) puede suplir a la propia consciencia, como la meteorología suplió a Eolo.

Supongamos (como elucubrábamos en otra entrada) la hipótesis de un conocimiento completo del cerebro y de todo el mundo físico (un Supercientífico natural). Este individuo no podría limitarse a vivir en un mundo de descripciones fisiológicas y seguir haciendo matemáticas o tomando decisiones. Pero es que la mera pretensión de intentarlo sería autocontradictoria, porque implicaría

a)      en cuanto a la actividad cognitiva o teórica, que su creencia en que la descripción neurológica es válida y suficiente, pero esto no puede justificarlo desde una descripción neurológica, sino solo desde una epistemológica y lógica, es decir, normativa, completamente independiente y a priori. No puede creer, pues, que sus creencias matemáticas y lógicas (implicadas por la propia neurociencia) son correctas y debidas a razones, sino compulsivamente o deterministamente obligadas por una naturaleza en que las nociones de correcto e incorrecto carecen de sentido: así que no puede creer que su creencia es correcta o está justificada, sino solo que es lo que ocurre, como podría ocurrir justo la contraria: pierde el elemento normativo

b)      en cuanto a la actividad deliberativo-volitiva, que él decide atenerse solo a las descripciones neurológicas, pero, si su reduccionismo es correcto, entonces él no puede deliberar y elegir que prefiere atenerse a ello, como tampoco puede creer que aquella tesis en la que cree, la cree con libertad (es decir, por razones), sino compulsivamente.

La consciencia es, pues, una realidad primordial, incluso para explicar sus correlatos materiales. No se puede ser espectador externo de un razonamiento o de una decisión. La observación externa de cómo algo presuntamente razona o delibera, no es un razonamiento o una deliberación.


2) Pasando a lo segundo, podemos decir que la mente, o la consciencia, es, además de real, sustantiva, es decir, ontológicamente independiente o autónoma respecto de cualquier entidad, evento o cúmulo de entidades o eventos naturales, aunque pueda estar y de hecho esté causalmente relacionada con ellos.

La razón para sostener esto es que podemos entender de manera perfectamente adecuada la actividad consciente sin involucrar ningún evento natural. La consciencia es un campo o ámbito cerrado, y el sujeto consciente (en la medida en que hay un solo sujeto consciente) tiene una identidad definida por sus estados de consciencia, aunque estos estados estén correlacionados causalmente con estados y eventos materiales.

Por tanto, la relación entre mente y cuerpo no puede ser, ni la reductora-eliminativista, ni tampoco la que predica el epifenomenismo. Si fuera este el caso, para conprender la actividad consciente sería preciso comprender antes la sustancia de la que la consciencia sería epifenómeno. Pero la información de la neurología nos habla tan poco de lo que es en sí un razonamiento o una deliberación como la información química de lo que es un CD o una partitura nos habla de lo que es la música grabada o simbolizada en esos objetos materiales.

La relación, causal, entre la mente y el cuerpo consiste, proponíamos en anteriores entradas, en cierta correspondencia estructural, donde la mente determina qué eventos corporales o materiales en general implementan consciencia (el cuerpo subviene a la mente), y el cuerpo determina qué mente se implementa en él (la mente superviene al cuerpo). Se trata de una causación metafísica (no es física porque no se da entre sustancias o eventos materiales, sino entre sustancias o aspectos heterogéneos, uno de ellos no-natural, es decir, no espacio-temporal) de correlación estructural.

Esa relación causal nos permite determinar qué mente corresponde a qué cuerpo. ¿Cómo sé cuál es mi cuerpo? Mi cuerpo es aquel que se comporta coherentemente con mi consciencia. ¿Cómo sé qué otros seres naturales “tienen” (son portadores de, implementan o realizan materialmente o encarnan) consciencia? Por analogía con mi propia consciencia y mi cuerpo.


Una forma de ilustrar los puntos 1 y 2 es preguntarse si, y/o en qué sentido, puede construirse o fabricarse una persona. ¿Se puede crear una persona? En un sentido superficial, sí, pero en sentido profundo, no: se puede, a lo sumo, replicar una persona.

Replicar o fabricar una persona sería análogo a fabricar una calculadora. Podemos imitar el mecanismo material de forma que eduzca las mismas respuestas que daría un matemático cuando no se equivoca, es decir, las respuestas correctas. ¿Cómo sabemos que hemos construido una calculadora? Porque da las respuestas correctas. Pero ¿cómo sabemos que son las correctas? Porque sabemos matemáticas, directamente. Por tanto, presuponemos el conocimiento, independiente y completamente a priori, de lo que es una respuesta matemática correcta. Esto no puede discriminarse de manera natural o fáctica: una calculadora que se equivoca es tan natural como una que da la respuesta correcta. Quien no supiese matemáticas, pues, no podría fabricar una calculadora, sino, a lo sumo, imitar o copiar una ya existente.

De manera análoga (solo análoga e imperfecta) puede replicarse una persona, copiando su cerebro. Pero necesitamos copiar un cerebro “sano”, es decir, correcto. Si copiásemos un cerebro enfermo, que no fuese capaz de pensar una frase o de ser consciente de lo más mínimo, no habríamos reproducido una persona: necesitamos, pues, saber independientemente lo que es una persona “correcta”, es decir, consciente y capaz de razonar. Y ¿cómo sabemos qué es una persona correcta (capaz de razonar, entender, etc.)? Porque lo somos, o sea, de primera mano. Por tanto, no se produce ni se crea ni fabrica, sino que se replica una persona (análogamente a como se copia una música). Además, esto estaría sujeto a la restricción de que no podemos, salvo de casualidad (es decir, equívocamente), “crear” personas cualitativamente más inteligentes que nosotros (solo personas que operen más rápido con lo ya adquirido): los genios son intrínsecamente impredecibles, no porque vayan a resultar incomprensibles (al contrario, se distinguen bien de lo caótico) sino porque sus pensamientos, implícitos en nosotros, nos son hoy por hoy inaccesibles a la reflexión (por ejemplo, un cambio de orden en la matemática).

¿Cómo habremos, por último, fabricado o replicado a la persona? Una forma “burda” consiste en copiar directamente aquella máquina que ya sabemos que funciona correctamente, es decir, que materializa consciencia: copiar en detalle un cerebro. Otra, más sofisticada, es llevar la propia estructura del razonamiento, a un modelo material suyo, como se hace en la fabricación de computadoras.


3) Además de real y sustantiva, la mente, podemos sostener, es completamente independiente de toda naturaleza material, es decir, que la relación, causal (metafísico-causal) entre ella y el cerebro es contingente, no necesaria.

Esto es más dudoso. Incluso quienes, como aristotélicos y kantianos, creen irreducible lo formal a material y lo normativo a fáctico, piensan, quizás mayoritariamente, que o no se puede ir más allá de una interrelación de subveniencia-superveniencia necesaria, o incluso no se puede decir una palabra al respecto.

La objeción al independentismo de lo mental podría plantearse mediante esta pregunta: ¿es concebible un razonamiento o una deliberación sin que haya algún espacio o, al menos, algún tiempo en que se desarrolle? ¿No es, todo razonamiento y toda deliberación, un proceso, y todo proceso algo intrínsecamente temporal, cuando menos? Esta sería quizás, la tesis aristotélica de la dependencia de los sentidos y la imaginación por parte del intelecto. También Kant, al definir la matemática (y, con ella, toda ciencia menos las puras tautologías de la lógica más formal) como ciencia de las formas a priori de la sensibilidad, es decir, del espacio y del tiempo, cree inconcebible una mente “separada”.

Sin embargo (y dejando aparte el hecho de que ese "espacio" y ese "tiempo" a los que apela el constructivismo apriorista kantiano son un espacio y un tiempo no naturales sino "abstractos" o, al menos, no situables ellos mismos en le espacio y el tiempo), hay que decir que, aunque en un sentido un razonamiento es, en efecto, concebible como un proceso, en otro sentido un razonamiento ni es ni puede ser un proceso temporal, sino que es una unidad de sentido, “sincrónica”, entera en un instante. En realidad, el orden de una implicación no es un orden temporal, sino un orden lógico. Las premisas no consiguen su inter-dependencia en un decurso temporal (ahí, antes bien, lo perderían), sino en un orden atemporal y “abstracto”, es decir, inmaterial. El orden lógico puede, a lo más, “desplegarse” a lo largo de una secuencia temporal (si no es que el propio tiempo es el despliegue de ese orden… Dejaremos estas especulaciones, platónico-hegelianas, para un momento más propicio).

En cambio, la razón positiva para ver a la mente como algo intrínsecamente independiente de lo material aunque contingentemente correlacionada con un cuerpo (análogamente a como un programa o una estructura musical es independiente de aunque está o puede estar correlacionada con cierta(s) entidad(es) material(es)) es que es inconcebible que cualquier aumento del conocimiento de la naturaleza pueda incrementar directamente en algo el conocimiento de un razonamiento o una deliberación, porque se trata de ámbitos heterogéneos inconmensurables, aunque sí puede informarnos de qué ocurre en el cerebro cuando razonamos, y cómo influyen los hechos materiales en los procesos inmanentes, o en los aspectos inmanentes del proceso racional y deliberativo Un aristotélico diría, quizás, que cierta parte de la psique está esencialmente unida a la materia, pero cierta otra, la capaz de razonar, como decía Aristóteles en Del Alma, quizás no.

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