Si entendemos por “metafísica” la indagación racional de la
naturaleza última de la Realidad (del ser en cuanto ser y no de este o aquel
tipo o ámbito de seres), ¿qué lugar ocupa y no tiene más remedio que ocupar
ella, ahora y en el futuro, en el conocimiento humano?; ¿qué pensar de su pasada
agonía, del siglo XVIII para acá, hasta su presunta muerte en manos de esos dos
verdugos que habrían sido el positivismo predominantemente anglosajón y la
hermenéutica predominantemente germano-franca?; ¿cómo hay que entender el innegable
hecho de su “retorno”, desde hace ya décadas y cada vez con menos complejos,
entre los filósofos analíticos? y ¿qué decir de que siga siendo rechazada, o al
menos ignorada, en la filosofía europea, sobre todo en la más lejana de la
analítica, la hermenéutica?
Creo que hoy podría resultar claro (más claro que nunca en
los últimos tiempos) que:
- la metafísica es, aunque problemática, inevitable: el “humano” (cualquier ser con determinado grado de consciencia) es un ser metafísico, y la desaparición de la metafísica solo es posible con la desaparición del humano (o vivos semejantes de otros planetas)
- la diferencia entre los dos grandes modos de filosofar contemporáneos, filosofía analítica y filosofía hermenéutica, no es, desde luego (este es un error más bien vulgar), la diferencia entre filosofía positivista-antimetafísica y filosofía de-alguna-manera-continuación-de-la-metafísica: las dos maneras de hacer filosofía son antimetafísicas en un periodo y por unas razones histórico-filosóficas, pero no lo son por su naturaleza. No pueden serlo, pues son, mejor o peor, filosofía, y la filosofía es metafísica.
- la pretendida superación de la metafísica se ha ido reconociendo progresivamente, sobre todo entre los filósofos analíticos (los hermenéuticos menos y menos conscientemente), como una quimera. La metafísica no ha sido ni puede ser superada ni abandonada ni sustituida por otra cosa.
- la filosofía hermenéutica, en la medida en que ignora la metafísica o la considera solo una pieza de estudio histórico (no va a la cosa metafísica misma) camina hacia ninguna parte, gira en su propio bucle de interpretación de nada.
Desarrollo un poco estas ideas:
La metafísica se ocupa de la naturaleza última de la
realidad. Esta cuestión tiene dos aspectos, diferentes pero absolutamente
conectados (de forma dialéctica): qué es cada cosa o tipo de cosa (cuestiones
de esencia) y qué existe realmente, o más realmente que otras cosas (cuestiones
de existencia): qué es real o es solo aparente... Aunque, en cierto modo y
según se ha dicho a veces, estas cuestiones dejan todo como está, en realidad,
en otro sentido, esencial, estas cuestiones lo cambian todo. Porque cambian,
precisamente, la manera consciente de estar en el mundo. La técnica puede quizás
seguir su camino sin esos problemas (incluso gracias a ignorarlos
estratégicamente), pero la consciencia no puede: la consciencia es esos problemas. Esos asuntos, pues,
ni han fenecido ni pueden hacerlo.
La metafísica se concreta en problemas, tan tangibles incluso
para el menos abstracto de los seres, como, por ejemplo, estos: ¿se reducen, la
consciencia o la libertad, a epifenómeno de una realidad mecánica o química
subyacente, que sería la única realidad auténtica? ¿Puede sustituirse el
lenguaje intencional de la consciencia por un lenguaje de términos mecánicos o químicos?
Desde luego, los humanos van a seguir, sin más remedio, razonando y tomando
decisiones en cada momento. Pero es absolutamente significativo para ellos si
deben considerar eso como solo una ilusión, quizás inevitable de momento. Y
esto va a influir en su manera de actuar y vivir en el mundo. Lo mismo ocurre con
los problemas de si el tiempo es real, si existe realidad inmaterial, etc.
¿Por qué, entonces, la metafísica ha pasado tan malos
momentos? En la explosión exuberante de la ciencia-técnica burguesa, desde el
siglo XVI de Europa, ganó fuerza la tesis (filosófica) de que solo el
conocimiento que se apoyaba en experiencias empíricas era legítimo: solo él
producía o desarrollaba capacidades manipulativas directas sobre la Naturaleza,
y solo en él había (podía haber) acuerdo unánime. Todo lo que fuera más allá,
era objeto, no del conocimiento, sino de la fe, la imaginación, etc. La
Ilustración consolidó este error, y todo lo más que hizo para evitar el
naturalismo (obviamente insatisfactorio, pues abocaba al escepticismo de Hume)
fue elucubrar la Filosofía Trascendental o Crítica. Esta filosofía de Kant
quería, en efecto, salvar el hecho de que poseemos normatividad, sin asumir por
ello compromisos ontológicos o metafísicos con algo sobrenatural y no-empírico.
La jugada parecía buena: el error metafísico o “griego” habría consistido en
confundir la Forma con la Sustancia, las condiciones abstractas de posibilidad
de realidad con una realidad concreta más o incluso superior, el Ser con el
Ente. No, nosotros no podemos ir más allá de nuestra forma de ver las cosas,
para tener conocimiento de la cosa en sí. Todo lo que, a partir de ahora,
“metafísica” podría legítimamente significar, dice Kant, es el conjunto de los
principios más generales y apriorísticos de cada ámbito del ente; pero el ente
es solo lo dado en los fenómenos empíricos. Por si fuera poco, esto dejaba
completamente en manos de la sola fides todo lo que tuviera que ver con las
ansias de trascendencia humana, cosa que el irracionalismo burgués necesitaba
como agua de Mayo.
Sí, parecía una buena solución. Pero no lo era. La pregunta
inmediata que uno debería haberse hecho tras leer a Kant es ¿qué tipo de cosa
es el Sujeto trascendental, que no es ni naturaleza (pues estaría sometido a la
corrupción del tiempo) ni otro tipo de realidad?, ¿qué es una forma o
condición-de-posibilidad que no es sustancia ni propiedad de una sustancia
(porque nadie, ni siquiera Kant, ha sabido ni deseado explicar qué relación
podría haber entre la Subjetividad formal y cualquier sustancia (por ejemplo,
el cerebro) sobre la que ella anclase ontológicamente? ¿Qué estatuto ontológico
tendrá, pues, la Forma, lo Normativo, la Condición de Posibilidad…? La
metafísica abordaba (consistía en abordar) este problema, y le daba ya una
solución realista-no- naturalista, ya una nominalista-naturalista. ¿Es el
antirrealismo, kantiano o de cualquier otro tipo, una tesis no-metafísica, y
sin implicaciones metafísicas? Los idealistas alemanes, por más que tuvieron
que declararse herederos de Kant, se dieron cuenta de este problema (el propio
Kant se dio cuenta, en sus escritos póstumos), y volvieron a considerar
Sustancia al Sujeto, recayendo así en la metafísica, aunque tendiendo a evitar
el nombre. Pero fueron una excepción.
Por aquel entonces, además, nació la Historia, es decir, la
Ciencia de la Historia, las “Ciencias Humanas”. El germen de la división
moderna entre filosofías analíticas y hermenéuticas está aquí: desde pronto,
mientras que las mentes anglosajonas se aplicaban a pasarlo todo por el rigor
de la metodología matemática y experimental, los espíritus continentales, por
su parte (el continental siempre ha sido menos directo y pragmático, más
idealista y “profundo”) se negaron a someter al Espíritu en sus manifestaciones,
los textos, al mismo esquelético método de las Ciencias Naturales. Se puede
decir que la diferencia entre la filosofía anglo-americana (el Pragmatismo, el
Positivismo lógico después) y la filosofía continental, es la diferencia, en
términos escolares, entre “ciencias” y “letras”. La primera toma como modelo
para su actividad filosófica el de las ciencias naturales; la segunda, toma
como modelo el método de la interpretación literaria. Lo que tienen
fundamentalmente en común es su pretensión cientificista, es decir, su
tendencia, más o menos consciente, a reducir la filosofía a algún modelo de
ciencia. Divergen en qué ciencias consideran más aptas para esa reducción:
naturales o humanas. El objeto empírico o positivo al que se dirigen ambas es
el Lenguaje. Este era idóneo porque estaba más cerca de las ideas que ningún
otro fenómeno natural o humano, y en él podía explotarse mejor que en ningún
sitio la “ambigüedad” entre el aspecto científico-positivo y el aspecto
metafísico. Obviamente, la Filosofía del Lenguaje no es Lingüística, pero juega
a aparentarlo; la Hermenéutica no es interpretación de textos, pero lo simula.
Otra manera de describir la diferencia entre la filosofía
analítica y la filosofía hermenéutica es diciendo, en términos de Significado,
que la analítica se orienta al aspecto denotativo, referencias y extensional,
mientras que la hermenéutica se dirige más al aspecto connotativo, de “sentido”
(en terminología fregeana) o intensional. Esto acerca a la primera a las
ciencias más básicas de la Naturaleza, y, a la segunda, a la Poesía. También
esto hace que la primera, la filosofía analítica, esté más naturalmente
orientada a problemas de existencia y realidad, lo que le permitirá volver
antes a la metafísica. La filosofía hermenéutica, en cambio, envuelta en
problemas de esencia, se mantendrá más tiempo (aún se mantiene) flotando lejos
del problema de la realidad y la existencia. De hecho, la existencia sigue
siendo, para la filosofía hermenéutica, poco más que una categoría (como en
Kant), es decir, parte del ámbito de la esencia, o, deflacionada, la forma de
ser del humano.
El origen cientificista de ambas les permitió un tiempo compartir
la tarea de verdugos de la Metafísica. La Filosofía Analítica mostraba que las
proposiciones metafísicas (“el Tiempo es irreal”, “somos libres”, “existe un
ser perfecto”…) carecen de sentido, son errores en el uso del Lenguaje,
naturalmente destinado a hablar de la naturaleza. La Filosofía Hermenéutica,
por su parte, muestra que aquellas proposiciones solo tienen sentido en un
momento histórico. Ambas estrategias antimetafísicas eran completamente deficientes
y hasta radicalmente desencaminadas, pero a unos les cuesta más que a otros ver
esto.
La filosofía analítica “se dio pronto cuenta” (con Quine y
Popper) de que no era posible demarcar proposiciones verificiables
empíricamente, de proposiciones “metafísicas”. En realidad la cosa habría que
expresarla más bien de este otro modo (pero entonces no fueron capaces de verlo
de este otro modo): las proposiciones científico-naturales (es decir, verificables,
más o menos indirectamente) no agotan el campo de lo teoréticamente
significativo. Sin ir más lejos, la propia “epistemología”, que hace
afirmaciones meta-filosóficas, escapa al método empírico, es meramente
normativa y a priori, es infalsable a priori. Cuando los filósofos analíticos
se pusieron a teorizar, en términos de aspecto lógico-matemático y físico,
acerca de asuntos como lo necesario y lo posible, la mente y el cuerpo, la
estructura última de la realidad… volvieron a hacer lo que siempre habían
estado haciendo sin saberlo: metafísica. Ahora, la metafísica es algo
totalmente normal y corriente en el mundo analítico.
¿Qué ocurría, mientras, en el ámbito hermenéutico? Las
ineludibles cuestiones de siempre, fueron sustituidas por meta-filosofía de aspecto
interpretativo (historiográfico, lingüístico…). Presuntamente, aquellos viejos
temas de la mente y el cuerpo, de la realidad de la libertad, de la realidad
tiempo… no podían ya interesar realmente a nadie informado, más que como piezas
históricas, que se desmontan y nos muestran cómo pensaron los hombres de otras
épocas. La filosofía hermenéutica no ha sabido salir de ese bucle de
hiperintrepretación. Sin duda, le ha ayudado el carácter intrínsecamente
nebuloso de su quehacer. Mientras tanto, su metafísica ha seguido inconsciente
en el problema del estatuto de sus conceptos: Sein, diferencia, Otro… A las
versiones más trascendentales les afecta el mismo problema que hemos visto
afectar a la estrategia kantiana. A las versiones más inmanentistas, les aqueja
el mismo mal que al positivismo naturalista. El problema no es que uno defienda
el inmanentismo, sino que no sea consciente del carácter metafísico, es decir,
sustantivo y existencial, de su tesis.
Los filósofos hermenéuticos no pueden permitirse por mucho
tiempo seguir ignorando la metafísica y mirando a los analíticos que la
practican como extraños paletos desconocedores de que existió Kant y luego Heidegger. La filosofía hermenéutica
camina así hacia ninguna parte, cada vez más alejada del problema real o
existencial, y más ensimismada en su círculo, inconsciente de sus presupuestos
metafísicos.
Debe y puede intentarse (de hecho, se lleva tiempo
intentando cada vez más) un filosofar que tome lo mejor de cada una de las
estrategias, abandonando definitivamente el error de la muerte y superación de
la metafísica. Los filósofos analíticos ya han comenzado, hace tiempo (desde
Davidson, al menos), a introducir la Interpretación en sus análisis. Los
hermenéuticos tienen que darse prisa en dirigir su mirada a los problemas
referenciales, de realidad y existencia. Si no lo hacen, alguien lo hará por
ellos, mientras ellos se leen infatigable pero cada vez más vacuamente a sí
mismos.
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