¿Cómo es ser ateo, auténtica y radicalmente ateo? En la
historia del pensamiento occidental, marcado por una religiosidad de la
trascendencia, el ateísmo se identifica con la negación de todo origen y valor
del mundo que habite más allá de él. Se ignora así cualquier forma no
trascendente de religiosidad: ¿es lo mismo religiosidad que trascendentismo,
ateísmo que inmanentismo?, ¿no son religiosidades el animismo, la veneración de
la naturaleza o de la “Madre Tierra”, el budismo…? Esto queda pendiente de ser
pensado.
Limitándonos a la identificación de religión y
trascendencia, la muerte de Dios anunciada por el loco en la Ciencia Feliz
significaría, sin embargo, algo más que la muerte del dios de los creyentes e
incluso del dios de los filósofos, esto es, del dios “metafísico”: los teologemas
cristianos, resumidos en el postulado de que el valor habita y procede de más
allá del presente, seguirían, denuncia el personaje de Nietzsche, operando en
los principales valores del moderno mundo secular, tanto en su concepción
ético-política (democrática o socialista), aún fundada en la idea universal de
Hombre y en la Igualdad, como en su concepción científica, aún fundada en la
creencia en leyes universales y necesarias que rigen y por tanto niegan el
devenir. Desde una perspectiva nietzscheana, pues, la mayor parte de nosotros,
los ciudadanos modernos, si no todos, vivimos todavía atados al cristianismo.
Sin embargo, según veíamos, la muerte de Dios ha sufrido una
torsión radical por parte de Heidegger y algunos pensadores de su inspiración.
Según esta lectura, que le pasa la factura de la sospecha al propio Nietzsche,
el dios del que se anunció la muerte no es más que el dios de la metafísica, es
decir, el que solo se deja entender como presencia, como luz, como parusía.
Pero esto no afectaría en absoluto al auténtico dios cristiano, que no tiene
nada que ver con la “superficialidad” griega de creer que el valor tiene que
ser visible y conceptualizable, sino más bien con el dios judío, recuperado por
Lutero, el dios de la distancia. Esta otra trascendencia sería irreducible a y
mucho más profunda que la trascendencia del dios interpretado alla graeca. Una
nueva teología negativa rescata a dios, no contra sino incluso a partir y con
el impulso de la muerte de Dios, y lo
presenta como casi inasequible-“a-priori” a cualquier análisis destructivo.
Si se quiere ser ateo, hay que estar en condiciones de
rechazar tanto cualquier forma de secularización, es decir, de metafísica
parasitaria, como cualquier forma de preservación de una posible distancia
mística. Esto es lo que han intentado diversos pensadores actuales.
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En su libro Dificult
Atheism (Edimburgh University Press, 2011), Christopher Watkin recuerda y
confronta los intentos de un pensamiento posteológico en tres de los
principales filósofos franceses que dominan el debate filosófico hoy: Alain
Badiou, Jean-Luc Nancy y Quentin Meillassoux. Aunque los tres pretenden pensar
después de la muerte de Dios, siguen caminos distintos y se encuentran, cada
uno, con dificultades aparentemente insuperables, señaladas por los otros. La dialéctica
más estrecha se da entre Badiou y Nancy. Comencemos por el primero.
Badiou da por hecho que, efectivamente, Dios está
definitivamente muerto, y la religión también. Su aparente resurgimiento o
renovación de estos últimos decenios no es, piensa Badiou, más que un disfraz
de trasuntos políticos. Ahora bien, ¿qué pensamiento hay tras la muerte de
Dios? Para Badiou hay tres formas de Dios, a las que les corresponden sendas
formas de morir: el Dios de la creencia religiosa, el de la metafísica y el de
los poetas. El primero muere de hecho: la gente simplemente habría dejado de
creer sinceramente. El Dios de la Metafísica, en cambio, solo muere cuando y
porque a la ontología de lo Uno le sustituye una ontología de lo radicalmente
Múltiple. Por lo que se refiere al Dios de los poetas (el de Hölderlin) su
muerte ocurre cuando abandonamos el romanticismo que lo produce.
Esa ontología de lo radicalmente Múltiple es la que Badiou
habría desarrollado en varias de sus obras, especial y fundacionalmente en L’Être et l’Événement. Según Badiou, la
ontología es lo mismo que la matemática, como ya habría descubierto la
filosofía desde Platón. Pero la matemática anterior a Cantor no suministraba la
forma adecuada para entender el ser como absoluta multiplicidad. La teoría
cantoriana de los infinitos, en cambio, mostraría o permitiría entender al ser
como lo mismo que la multiplicidad infinita.
No hay, más allá o por fuera del ser infinitamente múltiple
y su eventualidad, lugar para Dios, es decir, para el ser uno fundamental. Según
Badiou, la filosofía comenzó a matar a Dios desde que comenzó, en Grecia, a
cambiar el mitema por el matema. Dejar atrás definitivamente a Dios es dejar
definitivamente atrás cualquier veleidad con lo que no se avenga con la
matemática, es decir, con unos conceptos que tienen la vocación y el derecho de
abarcarlo todo, y que cuentan con una validez incondicional y ahistórica. Porque
el matema es esencialmente ahistórico, atemporal. Badiou pretende “rescatar”,
así, cierto racionalismo, un racionalismo post-teológico y, en ese sentido, un
racionalismo sin metafísica. De ese modo escaparía tanto a la secularización
como (y es en lo que está especialmente interesado), al misticismo, que exige
una instancia radicalmente más allá de lo inteligible.
Baidou cree que en los pensadores nietzscheanos de la
diferencia, por ejemplo y sobre todo en Derrida, hay todavía un pseudo-ateísmo,
una forma de ascetismo, porque la negación de la trascendencia va unida, en
ellos, a la idea de que algo queda irremediablemente no-presente: lo Totalmente
Otro, siempre por-venir y nunca presente, que Derrida “profetiza”
continuamente, y que despierta el irónico comentario de Badiou:
«Une pensée tout entière à venir! » Comme est irritant le style postheideggérien de l’annonce perpétuelle, de l’à-venir interminable, cette sorte de prophétisme laïcisée ne cesse de déclarer que nous ne sommes pas encoré en état de penser ce qu’il y a à penser, ce pathos de l’avoir-à-répondre de l’être, ce Dieu qui fait défaut, cette attente face à l’abîme, cette posture du regard qui porte loin dans la brume et dit qu’on voit venir l’indistinct! Comme on a envie de dire: « Écoutez, si cette pensée est encore tout entière a venir, revenez nous voir quand au moins un morceau en sera venu! » (Citado por C. Watkin, pg. 9)
Para Badiou un pensamiento solo ha abandonado la teología
cuando no está dispuesto a reconocer nada que lo limite, nada que le quede
oculto o inaccesible. Cualquier pensamiento de la finitud sería un pensamiento
religioso.
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Mis objeciones detalladas al pensamiento de Badiou las dejo
para más adelante: consisten fundamentalmente en el rechazo de a) su identificación
entre Filosofía y Matemática; b) su consecuente inconsciencia respecto de la
dialéctica y de la analogía, ausentes en la matemática y la ciencia en general,
pero esenciales a la especulación filosófica; c) su fallida defensa de la
prioridad de la multiplicidad. Por el momento, y como un asunto relativamente
menor (aunque solidario con el tenor de mis principales objeciones), me parece
evidentemente incorrecta la interpretación que Badiou hace de Platón: de
ninguna manera para Platón la matemática es la episteme superior. El matemático, llega a decir Platón, sueña, en
cuanto parte de supuestos no racionalizados y se apoya en imágenes sensibles,
es decir, desconoce la dialéctica.
Pero, ¿consigue Badiou, según sus compañeros de
ultra-ateísmo, ser verdaderamente ateo, o, si se quiere, posteológico? No,
según Jean Luc Nancy (y, podríamos decir, según cualquier nietzscheano
medianamente ortodoxo). La pretensión de Badiou de una teoría perfectamente
ahistórica que accedería al conocimiento de lo infinito es, para un heredero de
Nietzsche, un evidente movimiento onto-teológico: la muerte de Dios tiene que
ser, para un pensador de la muerte nietzscheana de Dios, el definitivo abandono
de la aspiración a la Totalidad (aunque sea esta entendida en forma de
Infinitud), y la aceptación (positiva) de la relatividad, la historialidad, la
parcialidad, la finitud insuperables. Badiou, pues, seguiría preso de un
teologema secularizado, parasitaría al Dios que pretendía dejar atrás, el de
algún valor atemporal no sometido a la historia. El propio historicismo, arguye
Nancy, es una creación metafísica, así que no se puede separar filosofía de
historicismo, como pretende Badiou. Ahistoricismo / historicismo es una
dualidad metafísica, como lo es sensible / suprasensible. (Ya veremos cómo
puede dejarse atrás esa dualidad, según Nancy).
Otros autores han ofrecido otros argumentos que mostrarían
que Badiou no alcanza un pensamiento posteológico. Para el teólogo derridiano
J. Caputo, por ejemplo, lo incondicionado de Badiou, aunque sea inmanente, es
un teologema, y su lectura del deseo es mesiánica. El Evento o Acontecimiento
que teoriza Badiou como surgimiento de una singularidad en el seno de la
multiplicidad, tendría su modelo, según Ranciere, en el acontecimiento de la Cruz.
También se le ha objetado (por parte, por ejemplo, del teólogo y filósofo John
Milbank) que sus axiomas en favor de lo Múltiple son una pura decisión no
motivada racionalmente, en tanto que matemáticamente existen otras posibles
axiomatizaciones de la Teoría de Conjuntos que no suponen el “axioma de
infinitud” y la negación de la unidad fundamental.
Respondiendo a esto, Badiou admite que la elección de los
axiomas no puede justificarse a su vez, de modo que, en cierto sentido, se
trata, sí, de una elección indecidible. Pero –arguye- que los axiomas sean
indecidibles no quiere decir que sean caprichosos: son, según Badiou, lo que
exige el pensamiento, al menos en el estado histórico moderno, que es, desde el
Renacimiento, el movimiento de apertura a la infinidad de los mundos y el “afecto
de la inmanencia”.
Ahora bien -cabe contra-argumentar-, ¿son, el “afecto de la
inmanencia” o la coyuntura moderna algo necesario, o bien algo contingente? Si
son necesarios (como parece exigir Badiou), eso implica un valor supra-histórico,
supra-fáctico, que la crítica radical de la secularización interpretará como
parasitario del teologema de causa sui,
etc; si, para evitar esto, se acepta que esa elección que Badiou hace es
contingente, entonces tendrá que admitir que, en otra época histórica y en
otras circunstancias, puede darse un pensamiento que, al contrario, pida o
incline a postular lo divino. Este dilema, por lo demás, no podría afrontarse
ya con recursos matemáticos: eso sería una petición de principio. La decisión por
la que Badiou elige una axiomática que da la prioridad ontológica a la
infinitud, no probaría nada, pues, y menos que cualquier cosa la no-existencia
de Dios.
En resumen, a un pensamiento pretendidamente posteológico
como el de Badiou, desde el lado del nietzscheanismo o "irracionalista" radical
se le objetará que sigue siendo teológico-metafísico en cuanto sigue creyendo
en una validez universal. Y esta objeción le será hecha, por cierto, tanto por
el ateísmo "irracionalista" o "sinracionalista" (Nancy) como por el teísmo
irracionalista (Jean-Luc Marion).
Pero ¿quizás entonces desde el lado racionalista de corte
clásico (el de la filosofía perenne) sí se le admitirá ser un pensamiento ateo,
en cuanto niega radicalmente lo Uno y defiende que el Ser es la pura
multiplicidad? Tampoco: un pensamiento racionalista de corte clásico (como el
de, por ejemplo, J. Milbank) objetará, cuando menos, lo siguiente: a) el
pluralismo radical de Badiou está injustificado; y b) en cualquier caso, no
escapa a lo más nuclear de la filosofía perenne y, “por tanto”, a la teología-metafísica
cristiana: la necesidad de una axiología universal y necesaria, que está en
dialéctica con la historia pero no se reduce a ella ni la niega.
(continúa)
(continúa)
No soy filósofo y por eso pido disculpas por mi ignorancia, pero yo siempre entendí la creencia en Dios como una creencia en algo que transciende lo material. Algo que va más allá de lo cognoscible. No entiendo como es creer en un Dios que es humano, por ejemplo. Las religionrs animistas no creen en Dios, pero si creen en la transcendencia de las cosas. En ese sentido Badiou, parece afirmar que es necesaria la infinitud para negar a Dios, y a mi eso me parece que lo acerca más en lugar de alejarlo, dado que en la infinitud, las posibilidades son también infinitas, la perfección en el infinito es necesaria. No sé, yo ahí veo a Dios. Creo que para no creer en Dios hay que recurrir a la pregunta de Camus, que dice, ¿Y si no hay una causa?. Esa pregunta niega la transcendencia. La teoría del universo eterno estacionario. No obstante tal vez no entendí bien.
ResponderEliminarEstimado anónimo: parece razonable creer, como crees, que la creencia en Dios es la creencia en algo trascendente. No obstante, no es necesariamente así: pensemos en el panteísmo, por ejemplo en Spinoza, que identifica a Deus con Natura y dice que es la sustancia única, de la cual la materia y la mente son dos de sus infinitos modos.
EliminarEn cuanto a que la infinitud sea lo mismo que la perfección, te darían la razón muchos teólogos, quizás, aunque otra cosa sería si se refiere uno a la infinitud de la que habla Badiou, es decir, una infinitud sin Unidad. Esta parece más bien la infinitud de la materia...
Un cordial saludo
Muchas gracias por la aclaración, aunque no entiendo como es posible una infinitud material, que de algún modo es transcendente. Aún siendo materia es probabilisticamente imposible que en alguna de sus combinaciones materiales no haya un punto en el cual no aparezca algun ser vivo que sea capaz de transcender. La inteligencia ilimitada mediante maquinas, por ejemplo, es, bajo mi punto de vista un ser perfecto, que no podríamos comprender. Incluso Sagan en su libro Contac menciona este tipo de ser inteligente transcendental. La naturaleza de Spinoza, es Dios, luego Dios es todo, ese todo, esa conciencia de unidad, de conexión con todo se me parece a los estados de iluminación del budismo y dichos estados son transcendentales, ¿no?. Al menos algunls de ellos.. No sé si algina vez has entrado en un estado alterado de conciencia, pero lo que se experimenta ahí, es algo que te da indicios de transcendencia. El .materialista, más materialista que ha consumido LSD, por ejemplo, también se asombrará de la sensación de unidad. Sentirá que él es una silla, y ese arbol etc etc. Aunque al salir de ese trance, diga que fue una alucinación, la experiencia vivida en ese momento es transcendente. Entiendo pues que Spinoza, hace una filosofía parecida pero utilizando el razonamiento, y que a eso se le denomina teismo inmanentista y no transcendente. Es asi. Espero no ser molesto preguntando. Aprender es lo más hermoso que tiene la vida, más incluso que el sexo. .
EliminarEstimado anónimo:
Eliminarde ninguna manera podría resultar molesto intercambiar nuestras opiniones y razonamientos. Seguramente la principal razón por la que uno publica cosas como estas que publico yo es la de propiciar el diálogo y la pregunta conjunta. Así que no tengas reparo en dialogar.
Conste, antes de seguir, que yo no soy ni materialista ni inmanentista en ninguna de sus formas. Si entendemos por trascendencia aquello que no se deja reducir a eventos espacio-temporales ni depende en manera alguna de ellos, yo creo que existe lo trascendente, aunque en una dialéctica ineludible con su otro. No obstante mi opinión no importa, si se trata de intentar dilucidar los argumentos que dan algunos. Por ejemplo, esa infinitud no trascendente la identifica Badiou con la teoría de los transfinitos, de Cantor (aunque el propio Cantor lo interpretaba de manera completamente diferente, pues él sí creía en la trascendencia y en Dios). Siempre se ha discutido si puede haber un infinito material actual: ahí están los argumentos dialécticos de Zenón de Elea, el rechazo de Aristóteles del infinito actual, los vaivenes de Leibniz al respecto...
Dices que, en cuanto surge una consciencia, hay capacidad de trascendencia. Sin embargo, esto es ambiguo, porque un inmanentista diría que todo lo que hace una consciencia es tener la ilusión o el sentimiento de trascendencia. Hay que probar de otra manera que, efectivamente, la consciencia de trascendencia implica realmente existencia trascendente.
En cuanto al Budismo, quizá las interpretaciones dominantes en su seno son inmanentistas, en el sentido de que, aunque obviamente ven la realidad como religiosa e incluso como unificada, no creen que esa unidad trascienda a lo inmanente, sino que, antes bien, lo identifican (en algunas escuelas al menos) con la más básica inmanencia, e incluso con la nihilidad. En un magnífico libro, La religión y la nada, el filósofo budista japonés K. Nishitani insiste en esta idea, y piensa que el budismo se opone a las religiones de la trascendencia, las religiones "del Libro"...
Un cordial saludo