A menudo las grandes teorías científicas recién adquiridas y
vigentes sirven de inspiración a especulaciones filosóficas que no habrían
nacido o no se habrían manifestado sin ese motivo. Por lo general, y
paradójicamente, aunque esas teorías científicas nuevas e inspiradoras suelen
tener un carácter muy contraintuitivo para el sentido común, despiertan, sin
embargo, pensamientos filosóficos que, a la vez que originales respecto de la
situación de la filosofía en ese momento, son muy viejos o, tal vez habría que
decir, perenne, si bien siempre fueron también muy esotéricos. Las teorías
físicas de la Relatividad General y de la Física Cuántica, por ejemplo, han
despertado muchas elucubraciones sobre el carácter del Tiempo y de la Realidad
en general. Con frecuencia, es cierto, esas elucubraciones (muchas veces
llevadas a cabo por científicos ocasionalmente venidos a filósofos) pueden ser
vistas desde la filosofía seria como intentos ligeros y filosóficamente
bastante desinformados. Pero los hay también innegablemente interesantes y
dignos de una consideración cuidadosa, más allá de sus posibles endebleces
filosóficas, propias de todo aquello que está aún tierno y no se sabe si será
viable. Al fin y al cabo, ¿no puede decirse que Kant pensó a partir de, entre
otras cosas, la mecánica newtoniana, Descartes desde el mecanicismo naciente,
Aristóteles desde o con su propia biología…? Esto no quiere decir que la Filosofía
dependa de, ni siquiera que se tenga que hacer a partir de las teorías
científicas vigentes. Antes bien, lo normal es comprobar que, como decíamos,
esas “nuevas” concepciones filosóficas inspiradas en los recientes
descubrimientos científicos, fueron ya pensadas mucho antes, y pueden ser
pensadas de manera completamente independiente. La ciencia parece servir aquí,
más bien, de principio heurístico o motivador.
El último y sugerente ejemplo que he encontrado de tales
especulaciones filosóficas gestadas en la interfaz entre física y filosófica,
es el ensayo de Albrecht von Müller “The Forgotten Present”, primer y fundamental
artículo del libro colectivo Re-Thinking
Time at the Interface of Physics and Philosophy, Springer 2015, del que el
propio Müller es co-editor. Von Müller es profesor de Filosofía en la Universidad de Munich,
director del Parmenides Center for the Study of Thinking y fundador de la
organización Parmenides Fundation. (También se ha visto envuelto en una extraña polémica).
Según Müller, la razón por la que no conseguimos acomodar
teorías como, sobre todo, la Relatividad General y la Física Cuántica, a una
interpretación que nos resulte aceptable, es que no concebimos la realidad con
la suficiente profundidad. ¿Cómo habría, entonces, que concebirla? Según
Müller, tenemos que entender el universo como “Autogenético”, esto es, como
algo que surge desde sí mismo, en sí mismo y, con la llegada de la consciencia
humana, también respecto de o para sí mismo. Una concepción semejante de la
realidad implica unas categorías completamente diferentes a aquellas con las
que entendemos el mundo. Müller explica cuáles son, a su juicio, los esquemas
categoriales de una y otra concepción de la realidad, según cuatro rúbricas: a)
la estructura predicativa que implican uno y otro, b) sus respectivas
concepciones del tiempo, c) sus concepciones de la relación entre subjetividad
y objetividad y c) sus diversas concepciones de la causalidad.
En el esquema corriente, que Müller llama “factual aspect” y
simboliza como ‘F apparatus’, nosotros
- a) entenderíamos la predicación como un sistema booleano en el que rige el principio de tertium non datur (una proposición excluye simultáneamente a las demás y excluye radicalmente a la que afirma lo contrario);
- b) concebimos el tiempo, según ese esquema F, de manera lineal y secuencial (el pasado ya no es, solo es un presente que es un punto o un segmento en una serie);
- c) establecemos una radical separación entre sujeto y objeto; y
- d) lo concebimos todo regido por el llamado principio de causalidad, según el cual unas cosas siguen a y proceden de otras.
Los cuatro diferentes aspectos de F son, obviamente,
coherentes entre sí, y se interimplican todos ellos. Son también los
responsables de que concibamos la realidad como separada, y los culpables de
que no podamos encajar en nuestra cosmovisión ciertos aspectos esenciales
descubiertos por los científicos del siglo XX, como la no-localidad y la
incertidumbre cuánticas, o la fuerte auto-referencialidad requerida por el
pensamiento, según la prueba de Gödel.
Necesitamos otro aparato categorial, propio de una Teoría
Autogenética del Universo (TAU), al que Müller denomina aparato E (a partir de
la inicial común a las palabras “evento”, “emergencia” o –dice- incluso
“epifanía”), que nos permita concebir la realidad como no-separada ni
secuencial, sino como un proceso de autosurgimiento (ni siquiera de mera
autopoiesis, pues esta ya supone preexistentes los elementos). En el aparato
categorial E los cuatro elementos categoriales difieren del siguiente modo:
- El concepto de Tiempo no es el concepto lineal y secuencial
propio de la concepción factual de los hechos, sino un tiempo más primario, el
“tiempo-espacio del presente” (TSP), en el que el pasado no está separado del
presente, sino que el presente contiene todo el tiempo, sin por ello reducirlo
a mero presente factual (como ocurre en la teoría presentista). Ejemplos de ese
tiempo más profundo lo tenemos en fenómenos físicos como las singularidades macroscópicas
(por ejemplo, en el Big Bang) y en los fenómenos cuánticos. Pero no solo en
esos estados muy básicos de la naturaleza podemos encontrar el tiempo
no-separado: también en la más elevada u organizada de las formas de la
naturaleza, esto es, en la consciencia, ocurren comprensiones de esta
temporalidad más profunda. Müller cita un pasaje de Mozart, en que el genio de
la música narra ciertas experiencias de comprensión simultánea de todos los
elementos de una composición. Según Müller, con la evolución se enriquece la
capacidad de vivir ese presente lleno de toda la realidad.
- La estructura predicativa propia de F es la estructura
“paratáctica”, es decir, una estructura en la que son posibles múltiples
juicios simultáneos e incluso contradictorios entre sí, de la interalimentación
de los cuales emerge un conocimiento superior. Así ocurre de manera muy clara,
por ejemplo, dice Müller, en el haiku. También en las improvisaciones del jazz,
donde la creación de cada músico depende de lo que están creando los otros. Un
ejemplo más, un ejemplo ejemplar, es el famoso poema de Gertrude Stein “una
rosa es una rosa es una rosa es una rosa”: aquí la repetición de un mismo sintagma
es todo lo contrario a banal o redundante, pues significa la más fuerte
auto-referencialidad de las cosas, a la vez que expresa el carácter iterativo
de la rosa como constituida de pétalos. La predicación paratáctica expresa,
según Müller, lo que ya algunos pensadores de la tradición pensaron como el “nunc stans”, el eterno presente, que no
es un presente congelado y muerto, sino la comprensión –insistamos- de que en
el presente ocurre, de manera no separada, todo.
- En el aparato E, además, no hay la separación entre el
sujeto y el objeto, que es propio de nuestra concepción factual de la realidad.
En la concepción autogenética del mundo, rige la más fuerte auto-referencia (no
por ello el pamspiquismo, advierte Müller, es decir, no la tesis de que todo
tiene consciencia desde el principio). Hay diferentes grados de
auto-referencia. La más simple de todas es la expresada por el principio de
identidad, que puede figurarse mediante una banda plegada directamente, uniendo
principio y fin. En un grado superior, hay la autorreferencia propia de lo que
es igual a sí mismo haciéndose diferente. Podemos figurarla mediante la banda
de Moebius: hace falta girar, no 360 sino 720 grados para estar en el mismo
lugar. Por último, hay una autorreferencia más profunda, propia solo de la
consciencia y la identidad personal, en la que la realidad es la misma en el
hecho mismo de tener continuamente diferentes experiencias. El pensamiento
separado no puede entender esto, y, para salvar la identidad personal, se
figura un centro inalterable del sujeto, respecto del cual todos los cambios
serían accidentales. Pero esto no funciona, dice Müller, porque las vivencias
de los sujetos son su misma esencia. Necesitamos comprender que el sujeto es
autogénesis, que su identidad consiste en su estarse haciendo, pero no de modo
que el pasado deja de existir en el presente, sino desde la concepción
no-separada y no-lineal del tiempo. Nuevamente, la evolución de una
improvisación de jazz puede servir de metáfora.
Müller se pregunta, a continuación, qué relación hay entre
las concepciones F y E de la realidad. Recurriendo a una de sus queridas
metáforas, dice que la concepción factual es análoga al perfil de un dibujo,
mientras que la concepción E es equivalente al colorido. El esquema F
representaría, pues, una concepción abstracta y esquelética de la realidad,
respecto de la que E es algo así como el “color” o plenitud.
Sin embargo, piensa Müller (en un paso más en su vuelo
especulativo), no basta con los esquemas F y E para describir la realidad, pues
quedaría sin explicar la relación entre uno y otro aspecto. Hay que recurrir,
dice, a un tercer aspecto o un tercer rostro de la realidad: lo llama el
aspecto Ápeiron (por la idea de Anaximandro). La concepción Ápeiron comprende
la realidad como una completa unidad en la que todas las posibilidades existen
superpuestas. Solo este tercer aspecto permitiría entender los grandes
misterios ontológicos, como el de lo Uno y lo Múltiple y el de la dualidad
Mente / Cuerpo. Ápeiron es el aspecto de la realidad al que apunta la
religiosidad.
La relación entre los tres aspectos crono-ontológicos debe
ser concebida, según Müller, en analogía con la estructura topológica conocida
como anillos borromeos. Los tres aspectos son interdependientes, y cada par de
ellos está relacionado mediante el tercero.
- En la visión F, el universo es un bloque en el que coexisten todos los hechos: el tiempo es “una persistente ilusión”, como dijera Einstein; no hay lugar para auténtica novedad alguna.
- En la visión E o de status nascendi, todo está surgiendo. Es lo que se expresa en la física cuántica.
- En el círculo Ápeiron (que realmente tiene su mejor símbolo en un círculo, según Müller) todo está en unidad, todo inseparable, pero también todo impredecible (no es un estado final, como en Hegel, por ejemplo).
Ninguno de los tres círculos tiene la prioridad o la
centralidad, aunque desde nuestra perspectiva de seres auto-conscientes tenemos
la tentación de situar en un punto privilegiado al status nascendi. La relación entre cada uno de dos de los círculos
solo se explica a partir del tercero: es la unidad universal propia del Ápeiron
lo que salva la distancia o dualidad entre el universo-bloque de la concepción
lineal y separada, y el carácter autogenético y no separado del status nascendi; es este aspecto
autogenético el que salva la distancia entre la superposición propia del Ápeiron
y la separación del universo-bloque propio del círculo F; es este universo bloque
el que conecta la unidad indiferente del ápeiron con el proceso de autogénesis.
En las últimas páginas de su programático “ensayo”, Müller
se dedica a apuntar algunas consecuencias que sus precedentes elucubraciones
tendrían para algunos problemas concretos, tales como la posibilidad de una TOE
o Teoría total, o –y quizá lo filosóficamente más interesante- la posibilidad
de una nueva intelección de la Cognición Humana, a la que denomina (con ese gusto
suyo un tanto cabalista por los acrósticos) CPTF, de “consciousness”, “presence”,
“thinking” y “free will”. Por supuesto, según Müller nuestra dificultad para
encajar hechos como la cognición y la libertad en nuestra cosmovisión procede,
una vez más, de nuestra pobre concepción factual y lineal de la realidad. Desde
una concepción más profunda, la cognición no solo es inteligible, sino que es
la forma más evolucionada de autogénesis. Respecto de la existencia de la
libertad, no obstante –señala originalmente Müller- no existe ni puede existir
una prueba necesaria de que existe,
ya que precisamente eso iría contra la propia existencia de la libertad: solo
libremente podemos aceptar la existencia de la libertad.
Por último, Müller no se priva de enunciar un nuevo
imperativo categórico:
"Try to foster the further unfolding of our universe as good as you can in all taht you do",
Trata de fomentar el mayor desarrollo de nuestro universo, cuanto sea posible, en todo lo que hagas.
Como decíamos, no son raras este tipo de especulaciones,
muchas de ellas excogitadas por científicos. Recordemos los ejemplos de Eddington,
Schrödinger, Prigogine, R. Thom, David Bohm… Curiosamente en todas ellas puede
encontrarse una concepción que podríamos llamar, de manera lata, mística y “holística”,
que camina en sentido inverso a la concepción mecanicista y positivista de la
ciencia y la filosofía de la primera modernidad. También en todas ellas se echa
en falta un mayor conocimiento del elenco filosófico (lo que no justifica el desprecio
o la indiferencia que a veces reciben de parte de los filósofos). Y en todas
falta un desarrollo algo más que programático.
En las tesis de Müller (quien, desde luego, no carece del
conocimiento filosófico suficiente) encuentro ideas sugerentes, y que están muy
en consonancia con la concepción dialéctico-analógica que vengo sosteniendo en
algunos textos. Por ejemplo, la tesis del carácter paratáctico del lenguaje
merece ser puesta en discusión con la tesis dialéctica (y el propio Müller
remite al Logos heracliteo, como una concepción profunda de la razón). Algo
similar puede decirse del tiempo: ¿qué relación hay entre el tiempo no-separado
del que habla Müller y la concepción que de la temporalidad puede inferirse de
algunos textos platónicos, tales como el Parménides y el mito del Político?
Interesantísimo.... Tomo nota
ResponderEliminarEfectivamente, Jaime, es muy sugerente
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