(Continúo aquí con las reflexiones iniciadas en dos entradas anteriores)
A primera vista, la Filosofía
se presenta como totalmente crítica y no dogmática, mientras que la creencia
religiosa, la fe, se presenta (o es presentada, por la Filosofía de la Religión -pues a la religiosidad misma no le corresponde esa reflexión-) como algo dogmático, incuestionable: “no pasará una iota…” Sin
embargo, a la vez y por eso, pero paradójicamente, si se piensa, la Filosofía
se presenta como entregada al auténtico saber, mientras que presenta a la fe
como un mero “creer”. ¿Por qué esto es paradójico?
Porque, como es obvio, para considerarse en el camino del
saber y colocar a las otras actitudes vitales en la vía lateral del mero creer,
la Filosofía tiene que (creer) saber algo realmente: por ejemplo y como mínimo,
en qué consiste saber. Aunque diga que no sabe, que solo sabe que no sabe, que
se limita a ser para-doxa, en realidad la Filosofía “supone” que sabe en qué
consiste saber: cree que sabe eso, aunque a veces no se de cuenta de este "dogmatismo" o "fe" suya. Incluso si quiere ser radicalmente crítica, necesita
presuponer el axioma de la validez de la crítica: la exigencia de buscar la
máxima unidad y coherencia, digamos. La Filosofía es “axiomática”, aunque lo
sea dialécticamente (no “apodícticamente” -ni, menos aún, escépticamente-). Y su dialéctica no puede ser
absoluta, tampoco en esto, porque no da lo mismo suponer que se sabe que
suponer que no se sabe nada, ya que incluso la posición negativa implica el
saber. Por tanto, es analógica. Pero ¿no es el analogismo una forma de
dogmatismo? (Y ¿no es también "analógica" la fe?)
La paradoja, vista
ahora desde el otro lado, dice esto: la creencia, a la inversa que el saber o
teorizar filosófico, aunque se presenta como sabiendo perfectamente algo (algo
que no puede cuestionarse o criticarse), como teniendo autoridad absoluta de
primera mano, sin embargo lo toma “solo” como creencia y dato, es decir, como
algo que no puede justificarse ni sustentarse desde el sujeto que cree y “ve” u
“oye”. Es un saber absoluto, pero injustificable, incluso “oculto”, puro
no-saber.
Entonces, ¿cuál de las
dos es más “modesta”, más consciente de su finitud? Aunque lo parece la Filosofía,
con su incansable afán auto-crítico y su reconocerse como solo búsqueda y deseo
sin certeza alguna, sin embargo, la religiosidad lo es más en otro sentido: en
aceptar que su sabiduría no es suya, no es sabiduría humana… y, por tanto, no
es sabiduría alguna. El filósofo dice no tener autoridad (más que la de la Razón,
¡ni más ni menos!); los hombres religiosos dicen tener autoridad, pero no
viniendo de ellos, no siendo ellos capaces de darle soporte. El filósofo, según
él, no cree (no se conforma con mera creencia), pero, por eso no sabe, nada; y, sin embargo, cree saber, cree
saber distinguir saber de creer. El creyente “sabe”, pero solo cree (solo es
creencia): no sabe, nada. ¿Cuál de
las dos es menos paradójica?
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Esto no significa, no
obstante, que el filósofo haga un literal acto de fe. De ninguna manera puede
confundirse el postulado de la razón (o “fe” en la razón –pero siempre entre
comillas-) con la fe literal, es decir, con el dogma. Aunque la apologética
teológica gusta de recordar que el filósofo necesita suponer, siquiera tácita o
inconscientemente, un absoluto, esto es, en un esencial sentido, una total confusión. La
“fe en el Logos” en la que consiste la Filosofía, es precisamente la disolución
de toda fe. No se puede llamar fe (es decir, creencia incuestionable) a lo que
hace la Filosofía, pues esta, al ser dialéctica, somete a crítica incluso sus
propios presupuestos. El hecho de que el propio presupuesto racional se
autovalide a sí mismo precisamente cuanto intenta cuestionarse, no significa que sea lo mismo que la creencia, que solo "se" autovalida heterónomamente, es decir, sin crítica propia (sin crítica,
simplemente). La racionalidad es circular, tautológica (y, por eso, también
paradójica, dialéctica), pero no es confundible con cualquier otra forma de “falta”
de justificación. La fe, de hecho, ni siquiera es circular, sino lineal:
depende de Otro. La racionalidad es una exigencia absoluta para el
conocimiento, es decir, un conocimiento absoluto no dejaría lugar a otra cosa
que ella (el absoluto es Logos), no tendría necesidad de la fe. Si la fe es
necesaria para los seres racionales, lo es solo en cuanto estos son finitos, y
esa fe no es fe en la racionalidad, sino fe en el sentido último. La fe se
tiene, propiamente, por defecto. Cuando no se ve esto, y se cree que la fe es
absolutamente positiva, se cae en el oscurantismo y el fanatismo.
Puede decirse que razón
y fe son los dos lados de la misma contingencia de tener lo absoluto. La única
forma en que un ser finito puede saber (creer) es tomando algo finito, un
fenómeno, como absoluto, como capaz de remitir a lo absoluto. La creencia
religiosa consiste en datualizar la idea, mientras que la filosofía consiste en
idealizar el dato. Ambas atienden a un “verbo encarnado”, pero la filosofía,
como verbo, y la religión como encarnado.
La religiosidad
considera que una cosa completamente singular, e incluso minúscula está marcada por lo divino. El objeto del
ritual, por ejemplo, es literalmente Dios mismo. ¿Puede una cosa singular ser
portadora de lo Absoluto? Al menos, así cree el amor, en una de sus
manifestaciones si no en todas. Y también lo reconoce la Filosofía
dialéctico-analógica. El Uno-todo está en cada cosa, si bien no en todas en la
misma medida en cualquier situación. Pero la elección de lo singular material
divino es dada por la fe.
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Algunos creen que, lo mismo que hubo épocas puramente religiosas (sin Filosofía), puede
concebirse una época sin religiosidad, como ya hay personas que no hacen
aparentemente ningún uso de ella en toda su vida. Quizás venga un día una época
puramente técnica, o estética… Creo que esto es una concepción simplista. En cualquier caso lo que se vive hoy en Europa es un retorno a la religiosidad, que estuvo ligeramente amenazada
por la ahora moribunda Ilustración naturalista. Hoy es mucho más fácil imaginar un
mundo sin Filosofía e incluso sin Ciencia (una Europa hundida en la “barbarie”
y la medievalización –donde, consta efectivamente, la religiosidad sobrevive,
casi a solas-) que una Europa sin religión. La misma tesis de la muerte de
Dios, presuntamente un enorme evento del último pensamiento moderno, ha sido
interpretada, más bien, como una tesis teológica positiva, que solo mataría al "dios de la metafísica" (es decir, a lo que ya habría sido un cadáver desde su
origen, un “ídolo”) para dejar el sitio despejado a la auténtica religiosidad,
no-metafísica, no idolátrica, irracionalista, luterana. El problema hoy es, más
bien, si la religión, en su modo más fideista y unilateral, no acabará tragando a las demás cosas. Si la civilización
europea está efectivamente en su final -cosa que, no obstante, no veo nada claro-, esta sería una perspectiva
realista.
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En tanto los hombres no
tengan un saber perfecto, una justicia perfecta, no tendrán "más remedio" que
creer aquello que aún no ven pero esperan. Pero siempre tendrán, más aún, el deber de
cuestionarlo racionalmente todo, sobre todo eso.
La cuestión de Sócrates
a Eutifrón (¿lo que los dioses mandan, lo mandan porque es bueno, o es bueno
porque lo mandan?) no tiene una solución unilateral. Por supuesto, “lo mandan
porque es bueno”, es decir, la validez absoluta no tiene la forma de la
arbitrariedad o la contingencia, que va unida al carácter antropomórfico de las
figuras divinas (aunque sean el Hijo de Dios). Pero, ¿qué es lo bueno, para
nosotros los mortales? ¿No está “más allá de toda comprensión y de toda
esencia”? Si es así, ¿quién puede considerarse en su posesión? Cualquier atisbo
de ello solo puede ser una “teofanía” (una “agatofanía”), y siempre tendrá, por
dialéctica que sea, algo de dogmático e imaginativo. Como lo expresó Tomás
de Aquino, fue preciso que se diese revelación a los hombres porque ni todos
ellos pueden dedicarse a la Filosofía ni ninguno de ellos la posee
completamente, pero todos necesitan irremediablemente sentido y salvación. Pero el filósofo tiene filosofía como Descartes tenía una moral
provisional o una convicción “moral” en que el mundo es real cuando aún no lo
sabemos realmente.
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