Si la Filosofía, a
diferencia del Arte y de la Ética, es teoría y busca la Verdad, y, a diferencia
de la Ciencia, busca lo Absoluto, lo anhipotético, la condición incondicional
de posibilidad… ¿qué tiene que ver con esa otra actividad propia de un ser
inteligente que es la Religiosidad? ¿No “busca” esta, también, lo Absoluto, el
sentido radical de la existencia? ¿Qué tiene que ver el “dios de los filósofos”
con el del creyente? ¿Tiene el término ‘Dios’ un lugar en la Filosofía?
Pero, habrá que empezar
preguntándose, ¿qué hay que entender por religiosidad?, es decir, ¿qué noción
de lo religioso es interesante, histórica y conceptualmente?
Porque
daremos aquí por hecho que hay, pese (gracias) a sus diversas expresiones, algo
único y muy relevante que es “lo religioso”, y que existe desde que hay, y allí
donde hay, humanos, marcando de manera esencial su existencia -si bien, según
cada cultura, más o menos mezclado con los otros aspectos de la vida-, de forma
que no sería absurdo definir al humano como “animal religioso”.
La religiosidad se
define por lo sacro o sagrado; “lo numinoso”, si se quiere. Pero ¿qué es lo
sagrado o lo numinoso? Como todas las ideas fundacionales de un “ámbito trascendental”
(lo bello, lo correcto, etc.), es, en un sentido, imposible definir esto. Quien
no lo entienda ya, no lo entenderá por mucho que intentemos iluminarlo. Sin
embargo, también es claro que tenemos que poder iluminarlo.
Como puede hacerse para
caracterizar a la filosofía, lo sagrado puede caracterizarse, dialécticamente,
respecto de lo natural. Lo sagrado es no-natural, si bien a la vez está en
cualquier humano, es de su “naturaleza”, de su naturaleza innatural. No es que
la religiosidad sea nihilista respecto del valor del mundo (como no lo son el
arte ni la política porque “idealicen” y denuncien la fealdad y maldad del
mundo): al contrario, de hecho, ninguna religiosidad lo es, aunque siempre lo
son algunas vías o posiciones extremas (que solo pueden existir, sin embargo,
dentro de una religión global). Toda religiosidad completa, por trascendentista
que sea, contiene una intensa y esencial dialéctica entre la plena sacralidad
de la naturaleza, como encarnación, manifestación o, al menos, producto que es
de lo divino, y su total falta de valor y sentido en sí misma, si se le
descuenta el elemento sacro o numinoso. La religiosidad supone la insuficiencia
radical de la condición “natural”, mundana, “arrojada”… del hombre, su
necesidad (y la de todas las cosas) de una asistencia y una “salvación”
sobrenatural; pero también supone la sacralidad del ser humano, y de todas las
cosas. Aun cuando se trate de una religiosidad “puramente” naturalista o
trascendentistamente “minimal”, será religiosidad porque la sacralidad marcará
las cosas con un valor absoluto, que no es su propia fenomenicidad natural:
incluso si todas y solo las cosas naturales son consideradas sagradas (lo que,
en cierto modo, es propio de cualquier religiosidad pero, en un sentido
directo, no es verdadera seguramente de ninguna) lo son, no por el hecho de
estar dadas, sino porque lo dado está marcado como sagrado. Y siempre es
posible retirar ese don (o ese reconocimiento) a la naturaleza.
El ateísmo, al menos en
cierto sentido del término, es también una posición religiosa, una manera de
religiosidad, tal como el escepticismo es una postura epistemológica, el
nihilismo una postura ontológica y el apoliticismo una postura política. Y,
desde luego, son religiosidades las religiosidades más inmanentistas, aunque a
veces se las considere, desde la influencia de las religiones más trascendentistas,
como a-religiosas o anti-religiosas. O, si se quiere, digamos que un inmanentismo
religioso radical será el grado cero de la religiosidad.
Quizás
ese caso mínimo es el del budismo o parte de él, que se pretende una
religiosidad completamente inmanentista, hasta el punto de que la sacralidad
habita en la vacuidad y nihilidad última de todos los fenómenos, en la
accidentalidad radical. Sin embargo, lo que hace del budismo algo diferente a
un naturalismo ateo o un materialismo radical es el carácter de sacralidad que
reconoce en las cosas. Por otra parte, ese inmanentismo radical no es propio de
la religiosidad popular dentro del budismo, sino una postura muy elitista y
gnóstica dentro de él.
A-religiosidad radical
lo sería solo no creer en que nada
sea sagrado, es decir, que nada, absolutamente nada, tiene sentido ni valor
absoluto: un nihilismo negativo radical de fe. Muchas formas de presunta
a-religiosidad sitúan todo sentido y valor en el hombre. Esto, como señaló
Nietzsche, no es más que “secularización” de la religiosidad, “humanismo”. Sin
embargo, la propia Voluntad de Poder es una religiosidad, la de un dios que
supiera bailar, aunque ahí lo sagrado esté situado en la sustancia
infinitesimal o puntual del ahora.
Quizás
el esoterismo de Nietzsche (como parece insinuar en algunas notas póstumas: en
realidad, no hay voluntad alguna) sea verdaderamente ateo. En ese caso, todas
las predicaciones salvíficas de Zaratustra serían puro exoterismo (y esto no
dejaría de ser coherente con la idea de que no existe el futuro). Pero, si
rechazamos esto como, por lo menos, unilateral (¿se puede escribir una sola
palabra desde la simple creencia, sin contrapartida ni dialéctica, de que todo
carece de sentido y no hay nadie para dárselo?), digamos que la reconciliación
que el eterno retorno de lo mismo pretende con lo dado no es ninguna forma de
arreligiosidad sino todo lo contrario.
Pero, si respecto de su
objeto la religiosidad consiste en la sacralidad de las cosas, ¿qué la caracteriza
respecto del sujeto? La religiosidad es una convicción plena, una fe. La fe no
es ni una mera creencia de tipo teórico, ni un sentimiento ni una decisión. Es
todas esas cosas, en el modo religioso. La creencia religiosa no es teoría (ni
filosofía ni ciencia) sino más bien del mismo terreno epistemológico del que lo
son las creencias cotidianas sobre las cosas del mundo, aunque referida a una
objetualidad radicalmente diferente (pero no separable); el sentimiento
religioso no es gusto (como en lo estético) sino más del tipo de las emociones
vitales cotidianas (dolor, miedo, alegría…); las prescripciones y los actos
religiosos (rituales…) no son eminentemente morales ni políticos, sino más del
tipo de los actos domésticos y cotidianos (como recoger la mesa, pintar las
flechas), o del tipo de los actos colectivos (como hacer una parada militar),
pero son actos sacralizados, marcados por un valor sobrehumano. En estas
comparaciones o “como”s, no es que esos actos no religiosos hayan sido “antes”,
históricamente, y hayan servido de modelo a los actos religiosos. Más atrás lo
que había era una indistinción entre esos actos y su religiosidad.
Aunque quizás todo
humano sea religioso (al menos en algún instante de su vida), hay personas que
se dedican específicamente (“profesionalmente”) a la religión, como hay quienes
se dedican específicamente a la filosofía, al arte, a la política… aunque la
filosofía, el arte, la política… sean propias de todo humano. La capacidad, la
habilidad y el genio propiamente religiosos no son reducibles a otras
capacidades, habilidades o (formas del) genio. El hombre o la mujer religiosos
(desde los avatares o hijos de Dios, los profetas y pitonisas hasta la última
escala del ayudante en los oficios) tienen una inspiración sagrada, de la que emana
su autoridad religiosa. Son capaces, o se sienten y creen capaces y son vistos
como siendo capaces, en un grado u otro, de “ver”, comunicar y gestionar de
manera más directa que los demás, lo sagrado. Hablan “como quien tiene
autoridad”, y así son reconocidos, entre ellos mismos y por el resto de la
sociedad en general. Este genio no es la inspiración artística (no es
principalmente una Imaginación o un buen Gusto), no es una mera fuerza de
voluntad o voluntad de poder, no es un saber teórico, es una fuerza y
“sabiduría” propiamente religiosa, es decir, de posesión del sentido auténtico
de las cosas. Su autoridad se percibe a sí misma, y es percibida, como superior
a las demás: juzga sin ser juzgado. A partir de ella parece capaz, también, de
hablar con autoridad sobre el arte,
la moral, la filosofía…
La religiosidad es algo
“vivencial” e inefable, que no puede entenderse desde fuera, porque no es solo
ni principalmente cuestión de entenderse. Pensar, por ejemplo, que puede
compararse una teorización científico-antropológica o filosófica de lo
religioso con lo religioso mismo, o incluso que, de alguna manera, el sentido
de lo religioso puede “reducirse” a su teorización científica o filosófica más
algún rasgo completamente subjetivo y despreciable, es tan absolutamente
inadecuado (y tan absurdo) como pensar que la vivencia musical o la acción
moral o el enamoramiento se pueden comparar o incluso reducir a sus
teorizaciones sociológicas, psicológicas, filosóficas. Incluso si la
religiosidad (a diferencia, presuntamente, de la ciencia o la filosofía o la
política) fuese una pura imaginería irreal (cosa que estaría por “demostrar”),
siempre sería cierto que lo religioso (como lo estético, etc.) solo pueden
entenderse realmente desde dentro. Ni desde solo la ciencia, ni desde el arte,
ni desde la política ni desde la filosofía, ni desde solo todas ellas juntas,
puede entenderse lo religioso. El trance, en el que uno es poseído por las
fuerzas divinas, solo puede entenderlo quienes entran en trance y quienes lo
contemplan y lo viven como auténtico trance. Entenderlo es, en un esencial
sentido, irreduciblemente vivirlo como tal. Ese acontecimiento tiene su propio
criterio.
“Otra cosa” diferente
es si ese hecho es “real”, científicamente objetivo…, es decir, si cabe en
otras criteriologías. Aunque, por supuesto -como discutiré en otra entrada-,
esto no es simplemente “otra cosa”, sino precisamente la dialéctica que lo
religioso guardará con otras (formas de) validez: tal como el artista no puede
ser ajeno a la filosofía o las ciencias acerca del arte, tampoco lo puede ser
el hombre religioso, e incluso más, porque la religiosidad no se pretende
extraña a la verdad, a la bondad, a la belleza. Pero esto solo puede hacerse
desde el respeto a la autonomía de la vivencia religiosa, que no es, en sí, ni
filosofía, ni arte, ni política ni ciencia…, aunque es implícita y dialécticamente
todas esas cosas. Como el arte no pierde un ápice de su valor porque se diga
que es “irreal” o no verídico (cosa que, realmente, carece de sentido), así la
religiosidad no deja de tener todo su valor porque se diga que es indemostrable
o falsa (cosa que también carece de verdadero sentido, aunque menos y de manera
diferente que en el arte, como veremos).
La religiosidad impregna
todos los aspectos de la vida. No se limita a ser una parte de alguno de ellos,
de, por ejemplo, los que hemos llamado “ámbitos trascendentales” (del arte, de
la política, del saber), ni se limita siquiera a ser un mero ámbito completo de
la vida humana (como lo son el arte, la política o el saber), sino que es,
digamos, una manera completa de tomar el ser: hay en ella un aspecto cognitivo
(la fe), un aspecto práctico (la oración, el ritual), un aspecto estético (la
fruición y sus modos, también la angustia…). No hay ninguna función del
lenguaje que sea específicamente la propia de la religiosidad, pero las abarca
a todas. Es, desde luego, más amplia que la ciencia: el científico, aunque, por
supuesto, en cuanto científico no puede admitir ningún elemento religioso más
que de manera indirecta (heurística, como inspiración) y tiene que rechazar
como falsas o infundadas las aserciones “positivas” del religioso, en cuanto
ser racional puede, sin embargo, tener alguna religiosidad, aunque sea alguna
manera de religiosidad naturalista. Es más amplia también que el arte, aunque
el criterio estético sea totalmente autónomo respecto de cualquier creencia
religiosa y solo admita de ella influencias indirectas (como motivos e
inspiración), y aunque la religiosidad de un artista, en cuanto persona (y la
del no artista), puede ser una religiosidad esteticista. Y hay un sentido en
que es más amplia que la filosofía, puesto que esta no abarca directamente
todos los aspectos de la vida sino que es primordialmente teórica, y, en cierto
modo, se puede decir que un filósofo, en cuanto persona y no en cuanto “mero”
filósofo, tendrá alguna manera de religiosidad, aunque sea la del ateísmo (si
bien aquí la relación es a la vez más cercana y alejada y conflictiva, y, por
eso, más interesante, que en los demás casos).
Ver religiosidad por
todas partes no significa la trivialización del problema de la religiosidad (Tampoco
decir que en todo hay, en alguna medida, arte, o en todo hay cierta ciencia y
técnica, o filosofía, significa trivializar el arte o la ciencia o la filosofía).
El debate si religiosidad sí o religiosidad no es un debate pequeño, abstracto,
propio de quien no ha entendido bien el carácter holístico de las auténticas
ideas. El problema denso que queda es: aceptando que toda actividad humana implique
de alguna manera religiosidad (como contiene arte, política, ciencia,
filosofía…) ¿qué hace ahí lo religioso? Abordaremos esto desde la perspectiva
de su dialéctica con nuestro asunto, o sea, la filosofía.
Pero, obviamente, no es
la filosofía la única que es radicalmente heterogénea a, y, en cierto sentido
esencial, incompatible con la religiosidad (aunque, por ello, en otro sentido,
aspectos de lo mismo). Cualquier otro de los ámbitos trascendentales de actividad
humana, lo son. El arte, por ejemplo, es incompatible con ser parte de la
religiosidad, como siervo suyo: los criterios estéticos no son los religiosos,
y cuando la religiosidad ha querido imponer o prescribir al artista lo que
tiene que hacer, ha entrado en conflicto con su autonomía de artista. Tampoco
es la ética sencillamente compatible, ni mucho menos idéntica a la
religiosidad. Aunque a veces se concibe a las religiones como mera o
esencialmente sistemas éticos, esto no es cierto. Más bien podría ser todo lo
contrario, que sea imposible conservar la autonomía moral si está uno sometido
a “mandamientos” positivos, que se salve la pregunta del qué debo hacer bajo la
presión de la pregunta qué me cabe esperar, como mostró Kant. La religiosidad, en
cuanto código positivo de leyes, solo puede prescribir acciones sin carácter
moral directo: sacrificios, es decir, propiamente, actos de fe. La religiosidad
puede, muy bien, recomendar también una conducta ética, pero la ética ni
necesita ni puede soportar esa recomendación: se basta a sí misma.
En cuanto al conflicto
de la religiosidad con la ciencia, todo el mundo hoy sabe algo de él. Si bien,
según decíamos, la religiosidad, en cuanto a su aspecto meramente veritativo,
es parcialmente independiente de la ciencia, pues se ocupa de asuntos
“sobrenaturales”, sin embargo la religiosidad no puede dejar de hacer, en todo
momento, aserciones positivas, de al menos dos tipos esenciales, y es en ellas
donde se plantea el conflicto. Por un lado, en cuanto a la realidad objetiva
del mundo, la creencia, en cada momento, se representa el mundo de una manera.
Pero la ciencia natural siempre disuelve esas maneras primitivas de describir y
representarse el mundo. ¿Qué puede hacer, entonces, la religiosidad? Si se
aferra a la intelección literal del mensaje religioso trasmitido, como si fuese
una autoridad en asuntos naturales, está totalmente condenada a fracasar. La
creencia religiosa no trata del dato, sino del sentido y valor del dato.
Confundir ambas cosas es fetichismo. La creencia religiosa debería admitir a
priori que no sabe nada del mundo natural, aunque quizás lo “sepa” todo sobre
su sentido y valor. Pero ¿cómo puede uno creer en sentidos y valores sin
encarnarlos concretamente en algo? Ahora bien, encarnarlos concretamente en
algo no es igual que encarnarlo concretamente en esto.
El segundo aspecto, más
crítico, en que el conocimiento científico problematiza a la religiosidad, es
el de la propia naturaleza del objeto sagrado (el tótem, el fetiche, el libro
sagrado…). La ciencia da una respuesta exhaustiva al “origen” natural de ese
objeto, con todas sus contingencias y caprichos del azar, con sus
manipulaciones y errores de trasmisión. ¿Cómo puede eso tener un origen
sobrenatural?, ¿qué significaría eso? Sin embargo, ese origen sobrenatural, asunto de la religiosidad, es
un origen en cuanto al sentido y valor, del que la ciencia no puede decir lo
más mínimo. Por supuesto, esto es completamente dialéctico, porque ese sentido absoluto se da "encarnado" en un objeto absolutamente contingente.
La dialéctica más
radical, no obstante, la guarda la religiosidad con la filosofía. De ello se trata aquí.
Buenas Juan Antonio,
ResponderEliminarComo siempre, un artículo denso y estimulante.
Unas dudas, unas dudas a propósito del inmanentismo radical de (ciertas) escuelas budistas, ¿no podría decirse lo mismo de la teología apofática de Pseudo Dionisio o Maestro Eckhart? Lo que me interesa de estos autores, razón por los que (torpemente) los traigo a colación, es que se les acostumbra a considerar como descendientes de Platón, el ambiguo bautizo de neoplatónico. Como lector atento de Platón, Juan Antonio, ¿podrías explicarme esta extraña herencia o, más bien y como sospecho, los inmanentistas (la escuela de Kyoto, Dioniosio, Nagarjuna, etc.) son teólogos radicalmente distintos de la modalidad occidental, o sea, platónica?
Buenas, Héctor,
Eliminar¡qué agradable verte otra vez! Efectivamente, hay muchos que interpretan a Eckhart e incluso a Dionisio como dices, como semejantes a los filósofos japoneses zen. Al propio Heidegger se le ha interpretado desde esos parámetros, y él mismo dio pie a ello, tanto en sus habituales alusiones al debido diálogo con Oriente, como en una frase que se le atribuye tras leer a Suzuki: "eso es lo que llevo toda mi vida queriendo decir".
A mí no me cabe apenas duda de que estas místicas inmanentistas no son "platónicas". El platonismo es una mística de lo Uno y Trascendente, mientras que el inmanentismo es, al contrario, una "mística" de la Nada y lo Inmanente. En Grecia hubo análogos a ese "budismo", por ejemplo en los escépticos (de hecho, existe la tesis histórica de que Nagaryuna tomó su filosofía del pirronismo, llevado por Alejandro).
Otra cosa distinta es en lo que se refiere a Dioniso y Eckhart. No tengo tan claro que sean no-platónicos. En especial, Dionisio, con su tesis de la doble teología, apofática y katafática, utiliza a menudo el lenguaje de lo Super-esencial para referirse a Dios, (no a la nada). La terminología negativa la utiliza solo como vía de remoción, aunque es verdad que dice que la vía negativa es superior a la katafática. Tengo mis fuertes dudas, pero me inclino a pensar que Dionisio es un platónico, heredero de Plotino y Proclo. Y lo mismo diría de Eckhart, aunque aquí con más dudas todavía, porque, efectivamente, este místico, junto a un lenguaje de lo Uno, usa muchas veces el lenguaje de la Nada.
La cuestión, diría yo, es si estos autores, cuando usan la terminología de la negación, incluso sustantivada (Dios es la Nada) lo hacen, por usar los términos escolásticos, en el uso categoremático o sincategoremático de la negación, es decir, si es solo una negación secundaria que apunta a una afirmación sustantiva de lo Uno inefable, o bien realmente se refieren a la realidad última como conpletamente inmanente, como materia, como nada.
Un abrazo
Conste que no he dejado de leerte aunque no siempre he encontrado un hueco donde meter la cuña de mi comentario. Si ha sido el caso, un poco tangencialmente, es porque recién leí justamente a Pseudo Dionisio y a Eckhart...y me parece polémica su adhesión a Platón.
ResponderEliminarMe hubiera gustado saber qué pensaría Platón de las palabras de Pseudo Dionisio cuando dice que cuando uno intenta subir desde las cosas de abajo hasta lo Sumo, a medida que suben comienza a faltarle palabras y cuando ha terminado ya la subida se quedará totalmente sin palabras y se unirá completamente con el Inefable.
Sobre todo porque, no sé si precipitadamente, yo asocio a Platón con la Idea de que la realidad es omniefable.
Otra cosa es Eckhart, ciertamente. Se le asocia como una suerte de síntesis o bisagra entre el vacío nihilista de Nietszch y Heiddegger, y el Budismo que pregona la preeminencia del Vacío, sí, pero que no es una pura negatividad. En especial me parece muy intrigante el concepto (modélico) que Eckhart tiene del pobre de espíritu:
He dicho (...) que el hombre debiera de estar vacío de todas las cosas y obras, exteriores e interiores, de forma que pudiera ser un auténtico lugar de Dios, en donde Dios pudiera actuar.(...). Si el hombre se mantiene libre de todas las criaturas y de Dios y de sí mismo, pero se halla tan en sí mismo, todavía, que Dios encuentra en él un lugar para actuarm entonces decimos que ese hombre no es pobre según la pobreza más extrema. Pues Dios NO busca para sus obras que el hombre tenga un lugar en sí mismo, en donde Dios pueda actuar: la pobreza de espíritu es cuando el hombre permanece tan libre de Dios y de todas sus obras que, si Dios quiere actuar en el alma, sea él mismo el lugar en donde quiera actuar, y eso lo hace con agrado. Pues cuando Dios encuentra al hombre tan pobre, entonces actúa y el hombre sufre a Dios en sí mismo; Dios es un lugar propio para sus obras gracias al hecho de que Dios es alguien que obra en sí mismo. En esta pobreza reencuentra el hombre el ser eterno que él ya había sido y que ahora es que será para siempre.
En el fondo, ese "Dios" de Eckhart permite una traducción al "Tao" de los taoístas, si no estoy pecando de cierta creatividad herméneutica y en cierto modo la idea del texto citado (perdón por su largura) se podría asemejar a lo dicho por ti en este blog, en concreto en su sección de máximas, cuando comentas aquello de que <>. O al menos cuando te leía esa idea me acordé de este mismo texto que te he citado de Eckhart pues su opacidad yo, al menos, la ilumino así.
Ahora bie, y aquí empiezan las divergencias de Platón con Eckhart (o el taoísmo o, incluso, tu propio texto) precisamente porque dicha visión es instántanea y no sostenible en el tiempo, NO consiste en una percpeción verbal cuyo envoltorio, por definición, es atemporal: si yo verbalizo el "rojo", al dato perceptivo que de cobertura la palabra "rojo", lo podré reconvocar cada vez que tenga a mano la palabra "rojo"...pero justamente la auténtica realidad (el Tao, el Dios de Eckhart, el Uno, etc.) tiene que ser enfrentado con, digamos, las manos vacías, de lo contrario, se estará todavía en la heteregoneidad.
Por supuesto, puede que esté leyendo mal a todos.
p.d: Un librito, breve pero eficaz, que anuda todas las referencias heidegerianas a propósito de Oriente es <a href="http://www.amazon.es/gp/product/8425423147/ref=oh_details_o06_s00_i02?ie=UTF8&psc=1>éste</a>. Me gustó mucho...aunque no resuelva gran cosa, no se remanga en sus análisis, vaya, sin más parece un listado anécdotico pero para mi de interés.
Vaya! Releyendo el comentario veo que no se citó bien un texto justamente de tu blog cuando digo: "se podría asemejar a lo dicho por ti en este blog, en concreto en su sección de máximas, cuando comentas aquello de que" y quise continuar con:
ResponderEliminar"La aptitud filosófica es la capacidad de mantenerse en el estado mental en que las cosas más contrarias se muestran como siendo lo mismo en el mismo instante."
y todo lo que sigue, por cierto.
Platón dice ambas cosas, que lo Sumo (el Uno-Bien-Belleza) es omniefable ("el más brillante de los seres", dice en un pasaje del libro VII de Rep.) pero también algo que está "más allá de la esencia (epekeina tes usías).. Platón es consciente de la dialéctica: lo Uno puro que encierra intensivamente el todo, es a la vez lo más efable (se dice a sí mismo, no hay nada más racional) y lo no-efable. Todo el diálogo Parménides es una exposición de esta dialéctica, si no me equivoco.
EliminarEn cuanto a Dionisio, junto a esos pasajes de teología negativa que citas, y que, en efecto, insiste en ellos, hay también la vía positiva o katafática, en la que habla de ese sumo como Superesencialidad, etc. Todo esto fue bastante sistematizado después por Escoto Eriúgena.
Es dificil interpretar a qué "mística" (si inmanentista o trascendentista) hay que asociar a cada autor y cada pasaje suyo. Quizás sea bueno utilizar términos clave. Por ejemplo, las místicas racionalistas, de origen "griego", tienen una connotación verticalista (arriba, ascenso, por encima...), "logicista" (hablan del Logos, etc) y monista (hablan del Uno) y sustancialistas-esencialistas (rechazan todo lo accidental). En cambio, las místicas inmanentistas como el zen, son más horizontalistas o, incluso, inferioristas (hablan de lo que subyace, del más acá -no más allá-) nihilistas (Nada, Vacuidad...) y accidentalista (deconstruyen toda sustancia y esencia)
Gracias por la referencia. Un abrazo