Ya se ha publicado, y el próximo 6 de noviembre a
las 19.00h presentaremos en Meta Librería, mi De la Filosofía como Dialéctica y Analogía, cuidadosamente editado por Ápeiron ediciones. Me acompañarán ese día Roberto Vivero, Víctor Bemúdez Torres y Luis
Martínez de Velasco.
El libro, en el que he estado trabajando estos
últimos años, tiene la intención de presentar una propuesta filosófica, “mi”
propuesta filosófica, relativamente original (lo que no significa lo mismo que “novedosa”,
como tiende a confundir la última modernidad), a la que, a falta de algo mejor,
suelo llamar “racionalismo dialéctico-analógico”.
Aunque esta propuesta tiene un carácter sistemático
(toda concepción filosófica, incluidas las más contrarias al sistema, lo
tienen, aunque a veces implícita e inconscientemente), he preferido, para
evitar confusiones e incomprensiones innecesarias, presentarla desde solo un
asunto filosófico, a modo de ejemplo, si bien de ejemplo ejemplar. Ese asunto es
el de la propia Filosofía. ¿Qué es la Filosofía? Tal pregunta, según me entrego
a intentar justificar en el capítulo preliminar del libro, parece hoy más
pertinente que en quizá cualquier otro momento de la historia del pensamiento,
porque hoy más que nunca “la” Filosofía (si es que aún puede hablarse de ella
en singular, como estarán dispuestos a negar muchos) sufre (o goza) una crisis
de identidad, o crisis existencial, radical: no sabe qué es, ni sabe
siquiera si existe o si tiene derecho a seguir existiendo. Dividida desde hace tiempo en dos continentes
(analítico y fenomenológico-hermenéutico) que parecen flotar en sentidos
contrarios, de modo que están cortadas casi todas las vías de comunicación
entre ellos; anunciando una y otra vez, sobre todo desde el segundo de esos continentes,
su propio acabamiento (mientras en el otro, para más contrariedad, se consolida
un retorno a la forma más clásica de ella, la Metafísica)… lo extraño no es que
los gobiernos tiendan a minimizarla en los currículos educativos, en aras de la
tecnociencia y cierta religiosidad del carbonero, sino que todavía haya quienes
la defiendan, empezando por los propios profesores de Filosofía.
Pero, quien está en una crisis de identidad, o
existencial, es quien más debe y mejor puede responder a la pregunta por su
identidad y existencia, porque es, también, quien vive más conscientemente. Si
la Filosofía ha sido siempre (y esto mismo puede ser ya su “definición”) la más
autorreferente de las ocupaciones humanas (desde el “yo me he buscado a mí
mismo” o el “conócete a ti mismo”), esta autoconsciencia es ella el tema principal
ahora, después de toda una historia de constante lucha entre los Titanes y los
Dioses (según dice Platón en El Sofista),
que, si puede llevar a la misología en un primer momento, pone las condiciones,
también, para una mayor auto-comprensión.
El capítulo preliminar concluye con dos notas en que
se intenta justificar por qué este libro no pertenece al género de la
“Filosofía del Lenguaje” ni al de “Historia de la Filosofía” (o “Filosofía de
la Historia de la Filosofía”):
lingüicismo e historicismo son dos reduccionismos que acaban confundiendo
el instrumento con el objeto y llegan erróneamente a creer que los problemas
filosóficos se resuelven o disuelven mediante análisis gramaticales o
textuales, como si esos mismos análisis no estuvieran cargados de presupuestos
metafísicos.
El resto, o cuerpo del ensayo, se divide en dos
capítulos en los que se trata, respectivamente, de la Filosofía en sí misma (y
para sí misma), y de la Filosofía en su relación con “sus otros”, esto es, con
aquellos “ámbitos trascendentales” de la actividad humana con los que, por su
absoluta proximidad, más puede ella confundirse y más es imprescindible que se
distinga: el Arte, lo Ético-político, la Ciencia y la Religiosidad.
¿Qué es, entonces, la Filosofía, según ella misma
según este ensayo? Se parte de una caracterización básica, tan antigua como
insustituible, según la cual la Filosofía es el intento de un saber absoluto de
la realidad, un conocimiento (de lo) fundamental y sin supuestos. Pues bien, la
primera parte de la tesis de este ensayo es que una actividad tal es
necesariamente dialéctica, en el
sentido preciso en que es expuesto por Platón en el Parménides, esto es, que en ella el pensamiento se ve obligado a
afirmar la completa inter-implicación de los contrarios, de lo Uno y lo
Múltiple, de lo Idéntico y lo Diferente, de lo Que es y lo que Aparece…, en un
esquema diádico-tetrádico (no triádico, como en la dialéctica moderna) que
resulta de la combinación de cada uno de los dos elementos de la realidad,
tomados tanto respecto de sí mismos como respecto de su otro. La
unidad-identidad, si quiere ser absolutamente una e indivisible, aparece como
ininteligible o inefable (pues solo a través de lo otro podemos pensarla y
decirla, al menos los mortales), y no salva el fenómeno de lo múltiple.
Entonces la razón se ve llevada a pensar una unidad que se exprese en o deje
participar por el elemento otro, múltiple… Pero no consigue evadir las aporías,
pues no se salva así la auténtica unidad de la realidad ni explica cómo surge
lo otro a partir de lo uno-primero. Ante este “fracaso” de las filosofías de la
unidad-identidad, tanto en su versión absoluta como en la relativa, el
pensamiento se ve impelido a afirmar la prioridad de lo Otro, de lo Múltiple,
de la Inmanencia… En una de sus versiones, intenta salvar la unidad como una
especie de fenómeno emergido de lo múltiple pero imprescindible para que haya
lógica en las cosas. Tampoco esta vía consigue satisfacer a la razón, pues una
unidad dependiente de lo múltiple no puede cumplir el papel de universalidad
estricta que el pensamiento requiere; además, no se entiende cómo puede
producirse auténtica unidad y necesidad a partir de lo múltiple y contingente.
Parece más consecuente, entonces, volverse hacia un inmanentismo, pluralismo e
irracionalismo radical, un pensamiento de la diferencia que se dedica solo a
deconstruir cuanto parezca conservar algo de unidad. Sin embargo, esta vía
(“postmoderna”) es aún más insatisfactoria que las otras, como vía de
conocimiento al menos: no salva el fenómeno de la unidad, ni se salva a sí
misma, pues es el intento de defender racionalmente (necesaria,
universalmente…) la irracionalidad y contingencia absoluta. Los diversos
“sistemas” filosóficos unilaterales siguen uno de estos cuatro caminos,
viviendo cada uno de las aporías de los otros y muriendo de las suyas propias.
Así la Filosofía aparece como ese famoso campo de batalla sin cuartel. El
primer paso hacia la comprensión dialéctica se da, según nuestro ensayo, cuando
el pensamiento, consciente de ese “juego de las hipótesis”, ve que la verdad no
está en ninguno de los caminos aislados sino en el todo. Solo el pensamiento
unilateral o abstracto quiere a toda costa evitar la “contradicción” real. La
Filosofía es dialéctica, aunque a veces lo ignore.
Sin embargo, ese no es el último paso. La Dialéctica
mantiene al pensamiento en un círculo aporético, en un laberinto. El paso
ulterior en la comprensión filosófica ocurriría cuando advertimos que los dos
elementos fundamentales del pensamiento (y de la realidad en cuanto
cognoscible), no se inter-implican ni mediante una relación de univocidad (lo
uno y lo otro como géneros equivalentes de un género universal), ni, menos aún,
mediante una relación de equivocidad (lo uno y lo otro como conceptos
irrelacionables): la relación esencial de la Realidad o Ser solo puede ser una
relación “asimétrica”, intensional, irreducible a los conceptos extensionales
de género y especie, todo y parte... Esa relación, a la que Platón llama
Participación y que expresa mediante todos los recursos analógicos del Lenguaje
(la ironía, el “mito”, la simbología onomástica y toponímica, la
meta-narración…), no es inteligible a partir de otra cosa que ella misma. Según
ella, todo es absolutamente uno sin por ello dejar de ser múltiple. Pero,
mientras que la unidad-identidad es absoluta, la pluralidad y diferencia, el
no-ser… solo son relativos, lo que no significa que sean irreales (como se
empeña en pensar el pensamiento adialéctico y ananalógico). La Historia de la
Filosofía es, antes que la historia del “olvido del ser”, la historia del
cuasi-olvido o cuasi-consciencia de la Analogía. Si la Dialéctica es la Guerra
y el Laberinto, la Analogía es el Amor, que convierte la guerra en
complementariedad y armonía. Este es el principio axiológico fundamental y más
general: unidad de lo múltiple, “hen,
panta”, que dijo Heráclito, sin negación –insistamos- de la multiplicidad y
diferencia.
El segundo capítulo analiza la relación que la
Filosofía guardaría con sus otros propios. Se trata, desde luego, de una
relación dialéctica y analógica: la Filosofía es y no es lo mismo que el Arte,
que la Ético-política, que la Ciencia, que la Religiosidad. Cada uno de estos
sus otros comparte con ella algo esencial, pero es también esencialmente algo
diferente: el Arte y la Ético-política son lo mismo que la Filosofía en cuanto
que las axiologías estética y ética (belleza, bien) son aspectos del mismo
criterio axiológico general que la Filosofía expresa como búsqueda teórica (de
la verdad). Pero el Arte se dirige esencialmente a la Imaginación y la Emoción,
y lo Ético-Político a la voluntad: no son fundamentalmente cognitivos. La
Ciencia, en cambio, sí es, como la Filosofía, actividad cognitiva, teoría,
búsqueda de la Verdad. Pero la Ciencia funciona y progresa gracias a que da por
supuestos sus fundamentos, e ignora las preguntas absolutas que conducen a la
dialéctica y la analogía en sentido fuerte. Por último, la Religiosidad tiene,
como la Filosofía, una sed de absoluto, y abarca todos los terrenos de la
actividad humana (arte, ético-política, ciencia…) sin confundirse con ninguna.
Pero la Religiosidad toma lo absoluto como un dato y, por tanto, como dogma, en
tanto la Filosofía debe someter a crítica incluso el dato absoluto, lo que no
la coloca en una situación menos aporética que la de la Religiosidad: si esta
parece la soberbia de saber positivo de lo absoluto, lo paga quedándose en
“mera” creencia (doxa): por contra, la Filosofía paga su humildad de mero
querer-saber con la soberbia de sentirse capaz de someter a juicio a la
realidad en sus fundamentos.
De
la Filosofía como Dialéctica y Analogía, en fin, quiere abrir,
mediante el simple ejercicio de la especulación filosófica, una posibilidad de
renovación de la Filosofía y, con ella, de los aspectos todavía tenidos por más
constitutivos de la existencia humana.
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Una nota acerca del libro puede leerse en los Apuntes de la revista Estudios de Filosofía de Ápeiron
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Una nota acerca del libro puede leerse en los Apuntes de la revista Estudios de Filosofía de Ápeiron
SALUDOS:
ResponderEliminarEstimado, en qué consistió exactamente la pederastia en la antigua Grecia? hace poco hablaba con un filósofo que me dijo que en el banquete de Platón no hay ningún texto que nos lleve afirmar el amor ideal entre varones, y que este tipo de amor era cada vez más rechazado en las elites cultas, y solo les quedaba sublimarlas intelectualmente como es el caso de Platón. Según esta persona el amor que se discute en el banquete está lejos de ser el amor físico hacia el efebo. Entonces, cuál era el rol del efebo griego? Su belleza solo era inicio de un ascenso dialectico hacia algo inteligible? No había “eros” hacia el efebo?
Por ejemplo, que hay de cierto en que Sócrates se turbo al observar la túnica abierta de Càrmides? O que tuvo como amante a Alcìbiades?
Estimado anónimo, sin ser esa mi especialidad, te doy lo que sé al respecto, especialmente en lo que se deduce de la obra de Platón.
EliminarLa pederastia era habitual y bien vista (o no mal vista) entre los ciudadanos griegos libres (también en los ciudadanos cultos de Roma, como reflejan tantos epigramas de Catulo,Marcial, etc.). En cuanto a los diálogos platónicos la situación es la siguiente:
- Sócrates se encuentra a menudo en escenas en las que varios jóvenes mantienen entre ellos relaciones amorosas. Por ejemplo, y significativamente, en el Lisis o sobre el amor.
-Efectivamente, hay un ambiente erótico en torno a Sócrates y los jóvenes que le rodean.
-Pero, según la versión de Platón, Sócrates rechaza ese tipo de relaciones: Alcibíades, por ejemplo, confiesa en el Banquete que intentó por todos los medios llevar a la cama a Sócrates pero este se mostró siempre como un témpano.
-En el Banquete hay dos personajes que defienden la superioridad del amor entre varones: Pausanias y Aristófanes (el comediógrafo). Pero no tienen por qué representar la opinión de Platón.
-De hecho, Platón considera prácticamente vergonzosasesas prácticas, aunque no porque sean entre varones, sino por ser sexuales, pues también aborrece la inclinación al sexo heterosexual.
Como bien dices, el eros físico era para Platón solo el primer y más pobre escalón en el ascenso del alma en busca de la belleza
Un cordial saludo
estimado Juan Antonio
ResponderEliminarQue hay de cierto que Socrates tenia un poder de fascinacion dialogando con los muchachos?, ¡que tenia su "verbo" que acercaba a los jovenes a escucharlo? ¡se puede considerar eso "oratoria"? ? porque los muchachos?
En realidad Sócrates conversaba con varones de todas las edades (no aparece dialogando nunca con una mujer, que yo recuerde), pero parecía tener una especial fascinación por los jóvenes. En Grecia estaba "institucionalizada" la pederastia, mediante la cual se suponía que el joven recibía los valores del adulto mientras este obtenía placer del joven (algo parecido se encuentra en diversas culturas "primitivas"). Pero Sócrates da un cariz distinto a esta institución, puesto que, como se insiste en varios diálogos de Platón (en Alcibíades, en Banquete...( Sócrates estaba interesado en el alma y no en el cuerpo del joven, y era inasequible a todo intento sexual. Un cordial saludo
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