jueves, 26 de mayo de 2011

Qué no es Filosofía IV (intermedio)



Kant (por empezar por algún sitio) nos quiso abrir los ojos para hacernos ver que la Metafísica es una ilusión (“trascendental”, eso sí), porque, en verdad, no hay más que a priori subjetivos (trascendentales, eso sí);

Tras la aparente recaída idealista (aunque incluso Hegel dio por bien muerta la “metafísica dogmática”, y si acusó a Kant de algo es de ser todavía defensor del pensamiento “abstracto”, y no concreto e individual) Feuerbach nos quiso abrir los ojos para hacernos ver que la metafísica idealista es una ilusión, una proyección del alienado Hombre humano, porque, en verdad, no hay más que eso, sujetos humanos más o menos alienados;

Pero poco después Marx nos quiso abrir los ojos para hacernos ver que la metafísica humanista es una ilusión, porque, en verdad, no hay más que relaciones materiales de Trabajo Alienado, de la que todas las ideologías (excepto, es de suponer, el marxismo) son algo así como vapores inevitables;

Pero algo después, Nietzsche, con un nuevo impulso, nos quiso abrir los ojos para hacernos ver que tanto los a priori kantianos como las utopías socialistas son “metafísica”, idealismo, porque, en verdad, no hay más que voluntad de poder en el ahora. Todos los grandes conceptos (Ser, Sustancia, Fin, Forma, Yo, Hombre, Trabajo…) son creaciones completamente contingentes (excepto, es de suponer, Voluntad de Poder, Superhombre, Devenir…), y toda metafísica es un producto de la voluntad débil (excepto, es de suponer, la metafísica de la Voluntad de Retorno);

Pero algo después, Heidegger nos quiso abrir los ojos para hacernos ver que el propio Nietzsche (y también el positivismo anglosajón) son todavía Metafísica, la última y, en cierto sentido, más pobre forma de ella, porque, en verdad, no hay más que momentos “historiales”. La Metafísica es algo propio de occidente, y que ha llegado a su fin;

Pero algo después Derrida y otros nos quisieron hacer ver que el mismo Heidegger era presa de la Metafísica, del lenguaje de los fundamentos y esencias, porque, en verdad, no hay más que un juego de diferencias, sin sustancia ni fundamento.

Algo después, Rorty nos quiso hacer ver que el propio Derrida peca de vez en cuando, y cae en la Metafísica, cuando dice cosas como que la Diferance es más antigua, etc., porque, en verdad, no hay más que consensos o convenciones (excepto, es de suponer, la verdad de que todo es consenso);

En el mundo anglosajón, por su parte, el positivismo lógico y Wittgenstein, nos quisieron abrir los ojos par hacernos ver que todo el representacionismo antiguo, incluido el empirismo clásico, es metafísico, porque, en verdad, no hay más que lenguaje. Por lo demás, el positivismo seguía siendo válido: toda proposición no empírica o no tautológico-vacía era simplemente sin-sentido (excepto, es de suponer, la propia tesis positivista);

Pero algo después los filósofos del lenguaje natural y de los usos no veritativos del lenguaje (con el segundo Wittgenstein), nos hicieron ver que el positivismo era metafísico, y que, en verdad, hay múltiples e irreducibles juegos de lenguaje, en particular la filosofía no es un juego de verdades y falsedades (excepto, es de suponer, la filosofía de estos filósofos antimetafísicos);
...

Desgraciadamente, cada vez más jóvenes trasnochados, “prekantianos”, “escolásticos”, etc…, están hartos de oír la misma historia, y dedican su inteligencia a la Metafísica, con todas las letras. ¡Y esto ocurre en los países anglosajones, sobre todo! (¡No, si va a tener razón Heidegger, en que son unos mentes-blandas!).

Hoy, esa historia de (auto)denegaciones de la Metafísica, cada vez se puede ver más como algo completamente desencaminado y completamente improductivo. Fue, además, desde el punto de vista histórico-sociológico, el pensamiento propio de una sociedad de mercaderes, para la que solo “hay” dos tipos de cosas: lo que se puede pesar y vender (que es de lo que hay conocimiento, y cuyos gestores son los científicos), y lo que tiene “otro” valor (que es de lo que hay que tener fe, y cuyos gestores son los sacerdotes).

¿Estaremos descubriendo, ahora, que la renovación de la dignidad humana equivale a la renovación de la Metafísica, es decir, del tratamiento racional de la esencia de las cosas?

jueves, 5 de mayo de 2011

Qué no es Filosofía, III: juego no veritativo

¿Qué es la Filosofía?, nos estamos preguntando. Pero seguramente, dicen algunos, ya nos hemos equivocado con la pregunta, concretamente con el “qué”: habríamos caído en la ilusión de que hay una esencia, un “lo que es” la Filosofía, y que es cometido de la misma filosofía encontrar las esencias, incluida la suya. Pero ¿y si la pregunta correcta es, más bien, qué función o uso de las palabras es filosófico, y resulta que la filosofía no es una actividad principalmente teórica, sino de otro tipo (expresiva o náutica, por ejemplo), otro juego de lenguaje, no veritativo?




Como en las discusiones anteriores, no nos interesa ahora cierta versión de esta tesis: aquella que dice que la filosofía es actividad antes que teoría porque TODO es actividad antes que teoría. Al principio fue la acción; el significado es el uso... Son lemas de nuestro tiempo. Esta tesis (dejando a un lado si es “verdadera” o no –o si es útil o no-) es, por una parte, una tesis metafísica (no lingüística o de cualquier otra ciencia, como creen los ingenuos, ni “meramente” lingüístico-trascendental, como creen Wittgenstein y otros), y, por otra parte, no afecta sólo a la filosofía, que es de lo que estamos intentando encontrar los límites y la definición.

Para nuestro asunto, nos interesa una tesis que sostenga que:



  • hay cosas (proposiciones, juicios, pensamientos…) que son genuina, fundamental e irreduciblemente teóricos, es decir, en los que su principal naturaleza, o su “esencia”, es atenerse a criterios puramente teoréticos y ser calificables de Verdaderos o Falsos (por ejemplo, sería verdadero o falso que hay pingüinos en la Antártida, y esto no es reducible, de manera esencial, a otra “función del lenguaje”), pero

  • la filosofía no es una de esas cosas cuya naturaleza es esencialmente teórica, sino algún otro tipo de actividad, un uso del lenguaje diferente al teorético.

Hay que darse cuenta de que, si esta tesis fuese verdadera, la inmensa mayoría de las personas (filósofos o no) habrían estado siempre y están aún en una completa ilusión al respecto. Esto no tiene, en principio, nada de malo. Puede encontrarse analogías en casi todos los terrenos de la actividad humana. Aunque la analogía no es completa, porque, en los otros casos hay un ámbito desde el que evaluar la ilusión y corregirla. Pero ¿desde dónde se corrige la ilusión (trascendental) que sería la filosofía?

Porque lo que fundamentalmente hay que advertir es que, si esta tesis (que la filosofía es una actividad no específicamente ni principalmente teórica), si esta tesis, digo, fuese verdadera, no sería verdadera; o, más en general: si esta tesis fuese válida, no sería válida.


¿Qué tipo de tesis es esta: “las proposiciones filosóficas no son ni verdaderas ni falsas, sino que carecen de sentido (teórico): son otro juego de lenguaje, otra actividad, no dedicada a la verdad”? Es, evidentemente, una tesis filosófica. Entonces, esta tesis ¿es verdadera o falsa, o carece de sentido? Si es verdadera, carece de sentido. Si es válida, es inválida.

¿Por qué, preguntamos, la Filosofía no había de ser, según han creído todos los que la han practicado siempre, un “juego teórico”, aspirante a ciertas verdades? ¿Qué tengo que tener para ser un juego teórico? ¿De dónde han deducido los modernos destructores de la biblioteca de Alejandría (así creyó Wittgenstein que se le recordaría) que la filosofía no es un juego de lenguaje dedicado a la verdad?

Según unos (con el Tractatus –aunque ignorando la “parte no escrita”, e incluso algunas sentencias sí escritas-) se deduce de que una proposición filosófica no es ni una proposición fáctica ni una proposición tautológica. La respuesta a esto la dieron positivistas de segunda hornada (con Wittgenstein segundo, esta vez) descubriendo que no hay proposiciones puramente fácticas ni proposiciones puramente tautológicas: incluso la metafísica (y la mitología) resultaba indemarcable de la ciencia. Menos mal, porque resulta que la propia tesis positivista “ingenua” no es ni una proposición “fáctica” (en ningún sentido) ni una tautología.

Aun así, no había por qué dejar de ser metafilosóficamente positivista (es decir, intentar sacar a la Filosofía del ámbito de las búsquedas de verdades), con una personalidad, eso sí, algo más compleja. Todavía se podía sostener que el juego de lenguaje de la verdad se define por una regla muy concreta, a saber: someterse al tribunal de la utilidad, entendiendo por tal la posibilidad de manipulación empírico-material. Con esto ya sí sería posible mantener a raya a dioses homéricos y a mortales platónicos. Afortunadamente para dioses y héroes, desgraciadamente para amantes de la verdad sin pretensiones, esta nueva versión es tan contradictoria como la primera. La aserción pragmatista no es principalmente pragmática, sino veritativa: aspira a la verdad, no meramente a ser usada. No logra salir del juego de lenguaje veritativo de la filosofía.

Y es que la imagen wittgensteiniana de que la filosofía podría ser una escalera que hay que arrojar una vez que se ha subido por ella, por más gracia que tenga, es una imagen desafortunada. ¿Por qué habría que deshacerse de una escalera, si está en buen uso? Y ¿cómo hemos podido servirnos de ella si es inservible? Realmente uno no puede decir que ha subido por una escalera que resultaba ser un fantasma: ¿ha escapado del embrujo mediante una brujería?

La Filosofía, es decir, el conjunto de preguntas acerca de la realidad y valor último de las cosas, sigue siendo, legítimamente, una actividad teórica, es decir, que aspira a ser verdadera o falsa, en el sentido pleno de estas palabras, y sin ser reducible a otro “juego de lenguaje”.