viernes, 28 de mayo de 2010

Pensamientos del pasado siglo XX

Si uno quiere pensar con los pies en el tiempo, en la "historia", tiene que mirar con perspectiva amplia lo que ha pasado. Siendo conformistas, limitémonos al pensamiento del pasado siglo XX.

¿Qué nos han dejado todas las filosofías del siglo pasado (al menos todas las que fueran tenidas por presentes entonces)? Ni siquiera nos suena paradójico decir que casi todas ellas, con más o menos valentía, han dado la buena-nueva de la muerte de la filosofía (o, con más diplomacia, de la "sólo la Metafísica"). Pero quizás por eso (imaginemos a los principales juristas decir que se ha llegado a la muerte o al “final” de la justicia, o a un político legislando el final de la política, o a un artista creando la obra titulada “se acabó el arte”), quizás porque no suene ni paradójico eso, decía, hay que mirarlo con más cuidado, o mirarlo otra vez. En todo caso, quien quiera evaluar lo que ha pasado, no tendrá más remedio que pensar un poco en ello. Curiosamente, esa es la única manera de mantener aún vivas de alguna forma las filosofías del final de la filosofía. Porque, en realidad, son pasado, como todo el mundo sabe.
Voy a escribir, a lo largo de una serie de entradas, algunas cosas sobre esa(s) filosofía(s), las del siglo XX.

Por supuesto, si son pasado eso no es en cuanto filsoofías (las filosofías son "eternas)", sino como fenómenos a los que les toca entrar o salir de escena en la "historia". En otros tiempos serán otra vez llamadas a encarnarse.

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Hagamos, antes de nada, un recuento muy general de ellas. Si seguimos creyendo en que mediante conceptos podemos entender las cosas, quizás lleguemos a reconocer unas cuantas especies de filosofías del final de la filosofía.

Esta taxonomía no es fácil porque ciertas especies, siendo morfológicamente la misma, se han adaptado a diferentes ambientes o “nacionalidades”. Pero, con buena voluntad, podemos ignorar esas dificultades
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Toda una especie, multiforme y muy adaptativa, empezó con la inocente idea económica de que las ideas tenían que servir para algo. De ahí se pasa fácilmente (siempre que uno se salte el problema de qué es servir, y qué es para algo) a que toda cosa que no sirve para algo no es idea. A la gran mayoría no le costó mucho dar un paso (infinito) más, y aceptar que lo único que sirve para algo es la tecnología (o, en términos más nobiliarios, la "ciencia").
¿Para qué sirve, entonces, la Filosofía? Siendo caritativos, para “aclarar” conceptos muy pero que muy generales o vacíos. Aunque... ¿esto no lo tienen que hacer las propias ciencias? Sí, sería deseable, por coherencia y economía... Todo lo que puede saberse, pues, es "científico". El problema de para qué vale todo lo que vale para algo, el tema del sentido de la vida y esas cosas, no puede saberse, porque no es científico, es decir, porque no funciona técnicamente, porque... “no sirve para nada”. Aquí fermenta el dualismo de hechos y valores, a cuáles más misteriosos.
Otros supieron darse cuenta de que, pese a no servir para nada, ese tipo de preguntas (metafísicas, "místicas") son las que decidían para qué sirve todo lo que sirve para algo, o sea, lo técnico. Pero, habiendo aceptado para asuntos de conocimiento el método pragmático-técnico de que no existe lo que no puede producir una modificación "material" (y dando por descontado que las ideologías no producen tales modificaciones, porque las que las producen son, en verdad, otras materias, de color más grisaceo), no se podía aceptar que ninguna otra cosa fuese conocimiento.

Otra especie del género Filosofía-del-siglo-pasado reconoce proceder, como los griegos procedían de Heracles, del profeta Nietzsche. Éste hombre “descubrió” la falacia metafísica (que pretendía deducir que existe una esencia verdadera e inmutable de las cosas, a partir de nuestra cobarde necesidad de congelar el futuro). Coincidiendo con el pragmatismo, su "genealogía" y "psicología", descubrió que tras toda teoría se esconde un deseo, que el conocimiento es sólo la marioneta ventrílocua a la que mueve una voluntad. Esto dejaba desnudas a todas las metafísicas o búsquedas de esencias (excepción hecha de la metafísica según la cual la esencia de todo es sólo Voluntad de Poder). A partir de ahora, la única filosofía posible sería que no hay filosofía (o que hay una de la cual no he conocido a nadie que haya sabido hacerse una idea comunicable).

Otros, formados en las terribles escuelas de “humanidades” de Alemania, descubrieron que la Filosofía (y todo, por tanto) tiene una historia, sobre todo una historia… Aunque, desde luego, no hay que entender ‘historia’ en el sentido vulgar, metafísico…, como si supiésemos qué es el tiempo y qué forma tiene (¿en qué sentido hay que entender Historia, o Tiempo? También esto es un misterio sujeto a la historia). Según estos expertos en literatura, Aristóteles y Kant, por ejemplo, no estaban hablando de lo mismo, de algo así como el problema del ser. No, estaban hablando de, o más bien “mostrando” su, propia manera de estar en la “historia”. Lo que sí tenían Aristóteles y Kant es una misma amnesia, la del ser, que se ocultaba al hacerse presente, y para llegar al cual (o dejar que se presente y se “de”) hay que abandonar toda lógica, toda metafísica. Tampoco he encontrado a nadie que haya comprendido cómo es ese otro acceso al ser, y como se cura el haberse olvidado hasta del olvido.

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No hace falta seguir. Las otras filosofías vivas el pasado siglo eran variantes de esas especies. ¿Qué tienen todas estas especies en común?

En primer lugar, su anti-intelectualismo. Su irracionalismo en lo que se refiere a lo fundamental, a lo valioso, a lo "trascendente" o, al menos, trascendental.

Uno podría creer (muchos lo que creen) que lo que tienen en común, casi todos ellos, es haber abandonado del todo la ensoñación de cualquier otro mundo. Pero esto es bastante ingenuo. Concedamos (pero no otorguemos) que Nietzsche sí que haya llevado a cabo esa proeza. Respecto de los demás (al menos, de los que tenían algo en el cerebro) es un gran engaño creerlo.

Wittgenstein dijo que lo que no había escrito porque no se podía, era justo lo más importante, lo ético-estético-místico: el sentido de las cosas (realmente tampoco podía escribir lo que sí escribió, como él mismo reconoció, pero esto no encontró tan grave malversarlo, al fin y al cabo se trataba de simple conocimiento, no de decisión). En realidad, él fue el más locuaz. Si alguien cree, por ejemplo, que los “positivistas”, viejos y nuevos, no tenían su corazoncito para Dios, está muy equivocado (que mire en sus biografías).

Todos (cada uno lo mejor que pudo) llevaron a la práctica teórica la teoría luterana de callar sobre lo sagrado.

Se sabe que Wittgenstein era débil, blando. Un positivista duro, honesto, no dice que lo místico es un sinsentido, pero interesante; lo que no puede decirse, tampoco puede silbarse.

También Heidegger flaquea a veces, con sus grietas por las que aparece el Dios, con Lutero llevándole de la mano. (¿Será que los anglos son más fuertes que los germanos?)

Así que no ha sido el rechazo de lo “trascendente”, sino el rechazo de su cognoscibilidad, lo que han compartido todos los filósofos del siglo XX.

Pero, en segundo lugar, el rechazo del intelecto, de la razón teórica, de lo “griego”, debía ir acompañado, lógicamente, por una veneración de su otro u otra. Y ¿quién era ese o esa? La Voluntad, claro, que ya fue la protagonista y vencedora de los últimos debates escolásticos, y que tiene la prioridad kantiana, fichteana, schellingiana, schopenhaueriana, marxista, nietzscheana, americana… (no se si se me olvida alguno). "Al principio fue la acción". ¿De qué filósofo de los últimos doscientos años no es lema este lema?

Lo único común, quizás, a las filosofías del remoto pasado reciente son, creo yo, su anti-intelectualismo o irracionalismo, y su voluntarismo.

(Por tanto, si uno quiere ser nuevo y original, y avanzar un poco en la historia, ya sabe contra qué tiene que luchar y qué tiene que defender.
A mí, modestamente, también me gustaría pronosticar y predicar un final, y un principio. Predico el final del final de la filosofía, y el principio de su renovación. Es algo que ya todo el mundo sabe, desde luego, pero que casi nadie ha oído).

Wittgenstein escribió, con orgullo, que si se le recordaba (estos condicionales le dan a uno la posteridad, son “realizativos”) sería de manera semejante a quien quemó la biblioteca de Alejandría. ¿Era un pirómano? También él, más tarde, nos pidió que nos fijásemos en el uso y los modos de vida, y no en los significados y las teorías. Nietzsche había pretendido algo similar, pero con un arma blanca. Todo eso es ya "historia", pasado. Esos grandes predicadores del final de la filosofía han pasado a la galería, y así se han hecho eternos. La Historia no se ha acabado, ni ha acabado la Metafísica, ni la Razón... Era sólo una vía de la Razón, de la Metafísica, de la Historia, la que hablaba en ellos. Pero ¿qué "errores" contenía esa vía?

jueves, 27 de mayo de 2010

Filosofía dialéctico-analógica.

Resumiendo nuestra propuesta, nuestra filosofía:

Filosofía es amor al saber. Pero ¿saber qué?, ¿saber cómo? Saberlo todo de una manera total o absoluta. Filosofía es el deseo de un conocimiento y comprensión plena.

Cuando el Pensamiento intenta un conocimiento pleno y absoluto, en el que todo sea “claro y distinto”, en que nada se de por supuesto y nada sea “inconsciente”, se encuentra con dos aspectos fundamentales de toda realidad, al menos de toda realidad pensable. El Todo es una “síntesis” de Uno y Múltiple. El Todo, en el sentido más absoluto, es la “mezcla” completa de esos elementos.

Si, de alguna manera, esos elementos quedasen separados, la realidad no tendría unidad, y hablar de Todo sería imposible. Pero hasta quienes dicen que, en verdad, no se puede hablar de Todo, entienden perfectamente los dos aspectos de la realidad. Y cualquier cosa es un Todo de esos elementos. Si no se puede hablar de todo, no se puede hablar de nada.

Esos elementos, Unidad y Multiplicidad, Identidad y Diferencia (y sus epifanías, Forma y Materia, Ley y Hecho, Acto y Potencia…) son contrarios, son ideas que, de manera inmediata (al menos, para nuestro pensamiento relativo o finito) se constituyen o “definen” excluyendo al otro: lo absolutamente uno e indivisible no puede tolerar pluralidad alguna; lo absolutamente diferente no acepta la identidad. Pero, al mismo tiempo, se definen uno gracias al otro: la unidad pura no es comprensible si no es mediante un pensamiento articulado, compuesto, complejo… múltiple; la multiplicidad no es entendible si carece de unidad e identidad.
Este juego de contradicciones es la dialéctica.

De esta dialéctica apenas tiene consciencia el pensamiento “natural”, y el pensamiento científico se constituye dándola por resuelta, partiendo de una idea de Totalidad como Sistema, en la que los elementos de identidad y alteridad quedan irreducidos, aunque el discurso pretende ser unívoco y completo sobre la realidad. Así, la ciencia, o pensamiento dianoético, “avanza”, pero no accede a la “esencia” de las cosas, a la estructura última del ser. La Filosofía, en cambio, busca justo lo contrario, aclarar los supuestos últimos o primeros, las ideas fundamentales de todo ser, incluido el pensamiento (y, dentro de él, ese modo que es el pensamiento científico). Así, queda “encerrada” en el laberinto dialéctico, afirmando cada una de las vías dialécticas, y negando las otras, alternativamente.

Pero la dialéctica no es, como “parece”, el punto final de la Filosofía, ni el Pensamiento es sólo un juego simétrico de lo Uno y lo Otro, porque esos elementos de toda realidad no son iguales en realidad, en prioridad, en cognoscibilidad. No puede haber pensamiento basado en la pura simetría.
Entre Unidad y Pluralidad, entre Identidad y Diferencia, hay una desigualdad fundamental, e irreducible a univocidad o equivocidad. A la comprensión de esa “asimetría” fundamental e irreducible entre lo Uno y lo Otro, la llamamos Analogía. Todo pensamiento filosófico es, además de dialéctico, analógico, lo sea con mayor o menor consciencia.

Las filosofías trascendentistas, consideran a lo Uno, la Forma, el Acto, como la realidad fundamental e irreducible, y a lo Múltiple, Materia, Potencia… como análogo a aquello. Las filosofías inmanentistas toman por fundamental lo Otro, lo Múltiple, Diferente, Potencial… y creen a lo Uno una sombra, análoga, de esa naturaleza básica. Pero si la realidad no puede ser simétrica, debe haber una Analogía más fundamental que las otras.

Aunque todas las vías dialécticas, tanto las que parten de afirmar como básico lo Uno e idéntico como las que parte de lo Múltiple y la Diferencia, parecen igualmente necesarias (y a la vez, sin embargo, contradictorias y aporéticas), en realidad el Pensamiento encuentra una diferencia entre ellas, entre la afirmación de lo Uno e Idéntico y la de lo Múltiple y Diferente:
Lo Uno y auto-idéntico no es contradictorio o aporético en sí mismo, sino en su manifestación, incluida esa que es la Representación, por más pura que sea, del Pensamiento (al menos del pensamiento finito o “Humano”). Lo Otro, en cambio, es intrínsecamente contradictorio, y el Pensamiento no puede ni representarlo ni postularlo como su referente puro, más allá de la representación. Lo Otro no sale de la aporía de la Representación, que es la identidad de los contrarios. No está más allá, sino más acá.

De entre las diversas vías dialécticas es, por tanto, el monismo o trascendentalismo o racionalismo (en el sentido más amplio de estas palabras) el “más” verdadero, el punto de vista absolutamente verdadero, y los otros son relativamente verdaderos (“menos” verdaderos) en la medida en que se alejan de aquel.

Por supuesto, este resultado es el resultado de la Razón, así que es “circular”, en el sentido de que es la Razón la que se auto-justifica, después de haberse supuesto a sí misma. Esto es verdad. Pero eso significa que no hay discurso racional posible contra la razón, como sin embargo pretenden las vías irracionalistas.
Si el irracionalismo tiene alguna defensa posible, no es en el terreno de la propia razón. En este terreno ni siquiera puede expresarse sin contradicción, y no puede demostrar la contradicción pura del racionalismo, sino “sólo” su inefabilidad cuando pretende afirmar la unidad y trascendencia del ser, más allá de toda representación. El racionalismo necesita, para ser coherente, reconocer la dialéctica y analogía de todo pensamiento finito, como el humano.

Podríamos llamar, pues, a esta filosofía, racionalismo dialéctico-analógico:

  • racionalismo en el sentido más universal de Razón (Logos), entendido como exigencia de Unidad (y sus epifanías: universalidad, “necesidad”…)
  • dialéctico en el sentido antiguo (no en el moderno, kantiano-hegeliano), es decir, diádico, no triádico.
  • analógico en el sentido más absoluto de esta idea, es decir, afectando a toda idea y a todo elemento de toda idea: analogía absoluta.

Según esta filosofía, toda filosofía es verdadera, aunque unas sean más verdaderas que otras; ninguna es falsa, aunque unas sean menos verdaderas que otras. El monismo trascendente racionalista es la posición absolutamente verdadera, aunque sea relativamente falsa; las otras vías filosóficas son relativamente verdaderas, y, en términos absolutos, falsas (no verdaderas). Lo que esta filosofía rechaza lo más completamente que se puede es el nihilismo, es decir, la afirmación absoluta de lo Otro, del No-ser, la negación absoluta de lo Uno, de la Identidad. El nihilismo no es absolutamente falso, es sólo la más alejada de la verdad absoluta entre las diversas vías dialécticas, su verdad es “infinitesimal”.

Este sistema dialéctico-analógico hay que aplicarlo a toda Idea, es decir, a toda realidad considerada filosóficamente. Para eso, además de tener el esquema dialéctico-analógico general, será necesario reconocer qué Ideas ocupan qué lugares en un sistema de las Ideas filosóficas.
Una manera sistemática de proceder expondría todas las vías dialécticas, con sus virtudes y problemas propios, y haría ver cómo una de ellas, la racionalista, es analógicamente más verdadera que las otras.

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¿En qué sentido es esta perspectiva filosófica una “solución”?, y ¿a qué problema? ¿Qué valor tiene?
Como debe hacer toda filosofía, esta filosofía puede, quizás, darnos una “nueva” forma de ver las cosas, o, más bien, renovar una vieja o perenne manera de ver las cosas. Puede hacernos comprender cómo es posible que todo sea Uno y a la vez todo sea Plural, Igual y Diferente, aunque, también al mismo tiempo, todo sea más bien Uno que Múltiple, más bien lo Mismo que Diferente.

Desde la antigüedad los filósofos formularon en términos de lo Uno y lo Múltiple el tema del Pensamiento y la Realidad, y situaron el Amor y el Bien en la Unidad, y, en la Pluralidad, el Odio y la Destrucción, el Mal, la negación de realidad. Los pensadores de la alteridad, en cambio, han reivindicado una ética de lo Otro, y denunciado la ética logocéntrica del racionalismo. Lo que hay de verdad en esto, habría que decir, es que lo Otro no puede ser excluido y negado, como hace el pensamiento no-dialéctico-analógico, sino que es la expresión necesaria de lo Uno. Pero lo Otro ni puede ser puesto como “más antiguo que la identidad” ni como simultáneo absoluto (unívoco-equívoco). Lo Otro no desaparece en lo Uno, porque lo Uno no excluye lo Otro, sino que lo incluye, no negándolo, sino “comprendiéndolo”.

Pero esto exige un pensamiento que piense positivamente la alteridad, y sea capaz de aceptar la identidad de los contrarios, aunque comprenda, también, que es una Identidad Analógica, no la falsa identidad de la univocidad, ni la falsa pluralidad de la equivocidad.

Algo común a todo o casi todo pensamiento filosófico, a toda manera de ver las cosas, ha sido, hasta ahora, una actitud “negativa”, “polémica”. Esto ha sido así porque los pensadores nunca han aceptado de verdad la posibilidad y necesidad de un pensamiento auténticamente dialéctico, en que los contrarios fuesen lo mismo (y no lo mismo, a la vez), y han rechazado las vías que menos prometedoras les parecían, intentando negarlas completamente, aniquilarlas.
Precisamente, y para paradoja, esa actitud “psicológica” de rechazo, que en el mejor de los casos (el de los “partidarios del bien”) se ha dedicado a luchar contra el no-ser, contra lo otro, le ha dado demasiada entidad a lo Otro. Así ha creado las ideas de Mal positivo, de Culpa, basadas en la creencia de la realidad plena del no-ser, de la diferencia.
Y en los pensamientos en que mejor se ha asumido la dialéctica, se ha llegado en cambio, por falta de analogía, a la indiscriminación de bien y mal. “Para el dios todo es bueno y justo”. Y eso es así desde una perspectiva absoluta, pero inefable; desde una perspectiva relativa, como la que necesariamente tenemos que asumir junto con la absoluta, tenemos que creer más verdaderas ciertas verdades, y valorar más unas cosas que otras.

Deberíamos aprender a mirar la Diferencia como positiva, como no radicalmente contraria, sino como radicalmente complementaria, pero por eso mismo, asimétrica, absorbida por la unidad y la identidad.
Tendríamos que ejercitar nuestro pensamiento para comprender la multiplicidad de las cosas como compatible con la unidad de todo. Este pensamiento es la analogía.

Perderíamos, entonces, la justificación para pensar que existir, actuar, pensar… son existir, actuar o pensar contra, que las “esencias” se definen por negación de las otras. Viendo en lo Otro el aspecto relativo de lo Mismo, viendo en el no-ser sólo la perspectiva relativa de lo que, en verdad, es ser, eliminamos la negatividad de lo negativo sin eliminar su “productividad”, su trabajo, su creación.

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Otra forma de expresar todo esto es en términos de lo relativo y lo absoluto. ¿Qué relación hay entre absoluto y relativo? ¿Se excluyen?
Es común pensar que la relatividad de las cosas excluye lo absoluto: si lo verdadero y lo falso, lo bueno y malo, lo bello y lo feo… es relativo a la perspectiva (“perspectivismo”, inmanentismo) entonces no puede haber nada verdadero, bueno y bello en términos absolutos. Por supuesto, la historia de la filosofía es la historia de las demostraciones de que ambas cosas, la perspectiva absoluta y la relativa, son necesarias e ineliminables, aunque, a la vez, incomprensibles.
Al contrario, hay que defender que sólo puede haber perspectivas relativas si hay lo absoluto, y que lo absoluto sólo se expresa en las diferentes perspectivas. Si no hay una forma absoluta, aunque inefable, de la Verdad, no pueden ser verdaderas tampoco las perspectivas relativas; si no hay una idea absoluta del Bien, no hay perspectivas del bien. Pero, precisamente si hay una Verdad o un Bien absolutos, tiene que contextualizarse y particularizarse absolutamente, así que nunca puede ser un conocimiento el mismo para diferentes perspectivas, ni pueden valorar igual las cosas dos seres, precisamente porque la misma cosa no puede verse igual desde diferentes lugares.

Una comparación: el hecho de que cada espectador físico esté en su propio sistema de referencia no implica que no exista una medida absoluta de lo físico: justo al contrario, es la realidad absoluta la que permite traducir de un sistema de referencia a otro; no habría puntos de referencia si no hubiera una referencia, ni hay perspectivas de nada.

Así, en cierta forma puede decirse que es verdad que “cada uno es la medida de todas las cosas”, que todo es relativo, que todo es perspectiva, y, a la vez, que hay una verdad absoluta, que se refleja en todas las perspectivas. Pero la perspectiva absoluta (la de la Razón) sirve de norma a las demás, y el cambio de perspectiva debe caminar a la identificación con la perspectiva absoluta, en el asunto de la Verdad, y también en el del Bien y en el de la Belleza.

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Muchos (todos, quizás) rechazaréis esta perspectiva. Dejando aparte los que, simplemente, lo harán por “sencillez” mental, otros muchos lo harán por motivos “racionales”. Los problemas de esta teoría son su aire “místico” y que, como toda filosofía, en un sentido “natural” deja las cosas como están.

En cuanto al “misticismo”, en el sentido en que este pensamiento es místico, lo es como todo pensamiento que quiera ir al fondo de las cosas, más allá de lo ya sabido. En ese sentido, es siempre algo “para todos y para nadie”. ¿A quién le va a preocupar que sea algo místico? A quien eso le preocupe, con seguridad no puede asumir esta filosofía.

En cuanto a lo de dejar las cosas como están, la filosofía deja siempre las cosas concretas como están, pero a la vez las cambia absolutamente, porque cambia el sentido de todas ellas, y sólo la filosofía les puede encontrar sentido, o dar sentido. Sólo lo que cambia completamente las cosas las deja como están. Los cambios concretos, en verdad dejan todo como estaba: la “sustancia” permanece, cambia el accidente.

domingo, 23 de mayo de 2010

Filosofía como analogía

Según hemos defendido en "Filosofía como dialéctica", todo Pensamiento consta de elementos contrarios: Unidad y Pluralidad, Identidad y Diferencia, Forma y Materia, Razón y Fenómeno, Ley y Hecho
Al hecho de que no podamos pensar sin esas categorías, lo podemos llamar la Finitud del Pensamiento “Humano”.

Cuando intentamos comprender la realidad de una manera absoluta, sin dar nada por supuesto o impensado, es decir, cuando hacemos Filosofía, nos vemos llevados a pensar en la “naturaleza” y la relación de esos elementos últimos (o primeros), lo Uno y lo Otro.

El “juego” de estos dos aspectos, su combinación, es la Dialéctica, que puede adoptar cuatro formas, divididas de dos en dos, según se fije en un elemento o el otro, y lo haga de forma absoluta o de forma relativa.
Esto mantiene al Pensamiento en un “círculo” o “laberinto” en el que ninguno de los caminos parece prevalecer. Todos ellos tienen sus razones y son verdaderos de algún modo, y, a la vez, todos ellos son aporéticos. La Filosofía se muestra, así, como una lucha eterna sin cuartel, que nadie puede ganar ni abandonar, porque es al mismo tiempo una misión imposible y necesaria.
Siempre se discutirá sobre la esencia última de las cosas, y siempre el partidario de la Idea, de lo Uno, de lo Idéntico... dirá que el devenir, el fenómeno, es en sí inconsistente e ingonoscible, y por tanto, para nosotros, irreal; y siempre el inmanentista dirá que no podemos representarnos nada trascendente, idéntico, uno...; y siempre algunos intentarán encontrar una solución que salve ambas cosas. Mientras la Filosofía sigue atrapada en esa dialéctica, otras formas de pensamiento, más parciales, darán resultados y aparecerán como más útiles, aunque siga siendo un misterio, visto desde ellas, qué cosas son útiles y por que: cuál es el sentido de las cosas.

Pero queremos defender que ese círculo o laberinto de la dialéctica no es la última palabra del Pensamiento. No todo camino dialéctico vale lo mismo, ni todo es igual de verdadero (y falso). La lucha es, más bien, la de los Titanes contra los Olímpicos.

Para “resolver” la dialéctica hay que comprender la verdadera relación última que guardan entre sí los dos aspectos o elementos de la realidad pensable, lo Uno y lo Otro. Sostenemos que la relación entre ellos es la Analogía, en el sentido más hondo de esta palabra.
Hay que deshacerse de la representación de que los elementos de toda realidad son igual de esenciales, necesarios, y, por tanto, igual de aporéticos. Entre ellos hay una asimetría esencial, hay Analogía.

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La Analogía es la “esencia” del Pensamiento, al menos del Pensamiento que pretende conocer las cosas de un modo completo y absoluto, es decir, de la Filosofía.

Pero para comprender la Analogía, en su sentido profundo, se requiere un pensamiento “anormal”, no natural, “ilógico”…, si por lógico, normal y natural entendemos la perspectiva abstracta, parcial y relativa, del pensamiento cotidiano o incluso del pensamiento sistemático de la ciencia. Estos modos de pensamiento, rehuyendo la contradicción, asumen inconscientemente la existencia de los dos aspectos del Pensamiento y la Realidad, y la consideran no problemática, o, más bien, no se paran a considerar si es o no problemática. En ese sentido la Analogía es no-natural (sobre-natural, en realidad).

Aún así, el carácter problemático de la visión natural se manifiesta constantemente, como angustia y otros estados de ánimo, y en su versión sistemática, como crisis de fundamentos y problemas “filosóficos” en general.

Pero, en otro sentido, la Analogía es lo más “natural”, si se sigue el camino del pensamiento absoluto, que se haga cargo del asunto y piense a fondo la relación entre los elementos más absolutos del pensamiento y la realidad (al menos de la realidad pensable): la Unidad y la Multiplicidad, la Identidad y la Diferencia, la Forma y la Materia, la Ley y el Fenómeno.

Para estar en condiciones de entender qué es y por qué es necesaria la Analogía, es imprescindible tener presente el problema filosófico, la dialéctica del Pensamiento. Repitámoslo:
-que lo Uno en sí mismo, lo indivisible, es incompatible con cualquier composición o pluralidad, y eso la hace impensable para cualquier pensamiento articulado, es decir, para cualquier pensamiento no “místico”; aunque, al mismo tiempo, nada es pensable sin suponer la unidad. Y algo equivalente puede decirse de lo Múltiple.
-que, en otros términos, la Identidad pura excluye cualquier diferencia, y la Diferencia debe excluir cualquier identidad, que no puede comprenderse la identidad pura, ni la pura diferencia. Y, sin embargo, no puede haber entidad sin identidad ni entidad sin diferencia.


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¿Cómo puede el Pensamiento humano comprender de alguna manera esas ideas, la identidad pura y la pura diferencia? ¿Qué es Analogía?

Si tiene que superar la aporética de la identidad y la diferencia, de lo uno y lo múltiple, la Analogía no puede ser ni unidad ni multiplicidad, ni identidad ni diferencia, ni se reducirá siquiera de forma mediata a ningún modo de identidad o diferencia, de unidad o multiplicidad. En otros términos, como se ha dicho a lo largo de la tradición, la relación entre lo Uno y lo Otro, la relación de los absolutos Contrarios, no puede ser Unívoca ni Equívoca, ni reducible a univocidad o equivocidad.

-La relación unívoca es aquella en la que los términos tienen en el mismo sentido la propiedad bajo la que son unívocos. La propiedad está de forma idéntica en los unívocos. Estos son equivalentes , su relación es simétrica en todos los sentidos.
Si llamamos ‘ser’ a la propiedad más universal, la univocidad de los elementos o "categorías" máximas (Unidad y Multiplicidad, Identidad y Diferencia, Forma y Materia…), significaría que son seres o cosas en el mismo sentido de ‘ser’.

La univocidad no puede explicar la diversidad de los términos. Si dos cosas son diversas, deben ser no-unívocas en algún sentido. En todos aquellos sentidos o propiedades en que haya univocidad, habrá identidad, indiscernibilidad.
No puede haber ninguna característica absolutamente unívoca. La univocidad sólo puede ser en aspectos parciales, dando por supuesta alguna no-univocidad.

-La equivocidad, al contrario, es la relación en que los términos tienen en "sentidos" absolutamente diferentes la propiedad bajo la que son equívocos. La equivocidad, en realidad, hace a los términos completamente irrelacionables. En aquello en que dos cosas tienen una propiedad equívoca, son tan absolutamente diversas que no se relacionan.
Si ‘ser’, por ejemplo, fuese equívoco, las categorías máximas, que sólo compartiesen el ser, serían impensables bajo un concepto común. Esta equivocidad significaría que no podemos referirnos de ninguna manera al Todo. Las diversas categorías con que pensamos las cosas, no tendrían nada (racional) en común. La ontología carecería de sentido.
Pero eso afectaría a todos los niveles del conocimiento, porque no habría una Lógica de todas las categorías (o la lógica sería totalmente ajena a lo real).
No puede haber, pues, nada absolutamente equívoco.

En resumen, como dice el viejo razonamiento: si ‘ser’ es unívoco, los seres no pueden diferir en el ser. Deberán diferir, entonces, en el no-ser. Pero ¿puede haber no-ser, si ser es unívoco? Ese elemento de alteridad, el no-, que diferenciaría a los seres ¿participará de la identidad del ser, o será totalmente ajeno al ser? Si particia, unívocamente, del ser, no es diferenciable. Y si es ajeno al ser, equívoco, no podrá hacer inteligible la pluralidad de los seres.

Univocidad y equivocidad son, en realidad, dos caras de lo mismo, del pensamiento que toma por fundamental la relación simétrica básica, la igualdad, aunque una de ellas, la univocidad, se fija en el elemento de igualdad, y la otra, en el de la diferencia. Pero en ambos casos Identidad y Diferencia son a la vez completamente diferentes y, por eso mismo, completamente idénticos (son exactamente igual de diferentes el uno del otro, y eso los constituye a los dos por igual: ninguno tiene la prioridad en ningún sentido, porque en ese caso habría una asimetría que rompería la univocidad).
Tanto la univocidad como la equivocidad sólo pueden ser hechos parciales, y deben basarse en otra relación que diferencie e identifique a la vez, sin a la vez confundir ni separar. Por tanto, un pensamiento univocista-equivocista es un pensamiento abstracto, que deja fuera algo esencial para la realidad.

La Analogía, el modo en que pensamos realmente (aunque inconscientemente, por lo general), es un pensamiento no univocista – equivocista, es un pensamiento irreducible a simetría y a cantidad, es decir, a simple composición de Uno y Otro, donde Uno y Otro son términos equipolentes. Es un pensamiento no-métrico, no-cuantificable… es un pensamiento “extralógico” o “supralógico”.

Toda Filosofía, al hacerse cargo de manera absoluta de la realidad, es, consciente o inconscientemente, analógica.

Para expresar la “anormalidad” o ilogicidad de la Analogía, el filósofo debe recurrir a un lenguaje filosófico, que podríamos llamar Ironía, que manifieste la pobreza de la univocidad (y su perenne sombra, la equivocidad). El lenguaje filosófico “ni afirma ni niega, da señales”, como dice Heráclito que hace Apolo.


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Pero la Analogía, como la Dialéctica, puede entenderse de diferentes formas (analógicas, ellas mismas, entre sí: “la analogía es analógica”), según se entienda la asimetría entre los elementos. Hay tantas concepciones de la analogía filosófica como vías de la dialéctica: distinguimos cuatro tipos, dos tipos basados en la Unidad e Identidad, y dos tipos basados en la Multiplicidad y Diferencia.

1.- Una forma general de analogía toma como esencial el elemento de la unidad y la identidad. Lo múltiple, lo diferente, es análogo a lo uno, participa de ello. Podemos llamar a esto Analogismo racionalista.

11.- En su forma extrema o “pura”, propio de las filosofía que niegan toda multiplicidad, el Pensamiento tiene que relacionar de alguna manera lo absolutamente real, lo Uno, con lo aparente o ilusorio, lo Múltiple. Al mismo tiempo que lo niega, debe reconocerlo. Lo Uno es lo real pero inefable para el lenguaje “normal”, y lo Múltiple es lo irreal y realmente innombrable, aunque es lo que está presente en todo el lenguaje normal. Aunque esta vía niega lo múltiple, de alguna manera se refiere a ello. Lo múltiple, de alguna manera es y no es.

12.- La forma dualista o “moderada” del racionalismo, asume que lo Uno y lo Otro son y no son, pero es lo Uno, la Identidad, la Forma… lo que es plenamente real, mientras que lo Múltiple, lo Diferente, la Materia… es lo que participa de lo primero, es análogo a ello. Los seres son y no son ser. Sólo el ser uno puro e idéntico es ser en sentido absoluto. Es la forma lo que hace a la sustancia ser lo que es.

2.- La otra forma general de analogismo (analogismo inmanentista) es el propio de las vías que toman como elemento “esencial” de la realidad lo Múltiple, lo Diferente, lo Otro, y ven a lo Uno como secundario.

21.- En su forma moderada o dualista, se entiende a la Unidad e Identidad, a la Forma, como emanando de y siendo análoga a lo Múltiple y Diverso, teniendo una “cierta” realidad, menor que la de lo inmanente y múltiple.

22.- En su forma extrema, en que el Pensamiento niega toda unidad, identidad, forma, ley… en la realidad, la Analogía tiene, sin embargo, que relacionar de alguna forma eso Uno que es una ficción, con lo Múltiple, que es la “verdadera realidad”. Lo Uno es algo así como un fantasma o, más bien, espectro de lo múltiple.

La analogía, pues, no es propia sólo de las filosofías dualistas, en las que ninguno de los dos elementos es negado. En cierto modo, en esas vías dualistas la analogía es más blanda. En cuanto aceptan cierta realidad de los dos elementos, el trabajo de la analogía es menor que infinito.
Comparemos, por ejemplo, el analogismo aristotélico con el analogismo eleata o el deconstruccionista. Puede pensarse que en Parménides no hay analogía, sino pura y simple univocidad. En ese caso, que un eleata mencione lo múltiple, o incluso se refiera a su ser único con un lenguaje articulado, como no tiene más remedio que hacerlo, supondría una pura contradicción. Pero esto no atiende siquiera al texto de Parménides. La verdad de la Unidad absoluta de lo real es puesta en boca de la diosa, la que, dirigiéndose al poeta-filósofo, le dice también que los mortales (entre los que habrá que incluir, desde luego, al propio visionario “Parménides”) no pueden entender sin lo Otro. Es como si Parménides nos estuviese diciendo, la verdad, que es la unidad absoluta, yo no puedo decirla sin traicionarla.
Algo similar (análogo), aunque completamente inverso a lo que le pasa a Parménides, le pasa a un pensamiento como el de Nietzsche. También él, para negar toda unidad, sustancia, fin… necesita recurrir al propio lenguaje de la unidad, la sustancia, el fin.
Tanto en Parménides como en Nietzsche, el pensamiento tiene que ser analógico, pero sometido a una gran presión, puesto que pretende al mismo tiempo negar y salvar lo absolutamente otro.
Comparado con ello, el analogismo aristotélico-tomista es menos tenso, casi equivalente a la noción de orden, aunque un orden incuantificable: no se puede reducir lo Otro y Múltiple a Uno más Uno.

Si entre las formas de la analogía hay analogía, debe haber entre ellas también una asimetría radical e irreducible. Pero ¿cuál de las formas de la Analogía es la principal, el analogado primero? Es decir, ¿hacia dónde pende la asimetría que necesariamente debe haber entre las vías dialécticas, para que no caigan en la univocidad - equivocidad? En la relación entre lo Uno y lo Otro, ¿en qué sentido se da principalmente la dependencia o asimetría?

Aquí nuestra tesis es que lo Otro depende de lo Uno en una forma en que lo Uno no depende de lo Otro. Lo Uno es absolutamente real, lo Otro es relativamente real.

Una vez más, la idea está de manera paradigmática en Platón. No podemos pensar lo Otro absoluto, el puro no-ser. Lo Otro es un Ser relativo, la Diferencia no está fuera del Ser, sino que está contenida en el ser, pero no según una relación unívoca o cuantificable, sino de forma analógica.

Si recordamos las vías de la dialéctica, veremos que las aporías de la que afirma de manera absoluta la Unidad (el monismo o trascendentalismo o racionalismo extremo), son que, por un lado, no salvan el ser de lo otro (el fenómeno, lo múltiple), y, por otro, lo uno mismo es irrepresentable e inexpresable, porque en cuanto intentamos representarlo lo hacemos múltiple. Por su parte, la vía inmanentista, la que privilegia lo Otro, no salva, por un lado, el hecho de que hay forma o identidad en las cosas, y es, por otro lado, auto-contradictoria, pues no puede pensarse el fenómeno puro, lo absolutamente otro, sin presuponer la razón y la unidad.
¿Son iguales ambas aporéticas? No. La aporética de lo Uno no se debe a la Unidad misma, ni es pura contradicción: lo Uno en sí mismo no es intrínsecamente contradictorio, porque no implica los contrarios. Es su expresión o representación en el Pensamiento (finito, humano) lo que cae en la aporética de los dos elementos. Concebimos que lo absolutamente uno y puramente idéntico no necesita, para ser, diferir de lo diferente: si no existiese otra cosa que lo Uno, sería incomprensible, pero no inexistente. El que lo puramente idéntico se diferencie de lo Otro es una propiedad secundaria suya, no su “esencia”.
En cambio, lo Otro es intrínsecamente contradictorio, porque no hay Pluralidad y Diferencia concebible sin Unidad e Identidad. No es sólo que no sea pensable Multiplicidad sin Unidad, Diferencia sin Identidad, es que no puede pensarse que exista Multiplicidad sin Alteridad.

Aquí la réplica inmanentista dice que todo eso (que lo Uno en sí mismo no es contradictorio sino sólo impensable e inefable, mientras que lo Otro en sí mismo es contradictorio), es sólo cosa del pensamiento, de la razón. Sólo para la razón lo otro es intrínsecamente contradictorio, porque la razón postula la unidad e identidad, y no sabe vivir sin ella.
Es cierto, respondemos, pero ¿qué es la realidad más allá de toda pensabilidad?
Esto significa que, si nos mantenemos en el ámbito racional, es el racionalismo el que puede defenderse, (reconociendo, eso sí, la dialéctica y analogía en sí mismo). Quien quiera rechazar esto no debe sólo ir más allá del pensamiento mediante el pensamiento, sino situarse completamente fuera del pensamiento racional.

En cierto sentido toda filosofía debe “ir más allá” del Pensamiento.

-El racionalismo requiere ir más allá de la razón sólo en el sentido en que no es la razón misma (al menos, la razón compleja, articulada, dialéctica) la que puede ser absoluta: la realidad pura no es “pensamiento del pensamiento”.
Pero en otro sentido el racionalismo absoluto, el monismo, no va más allá de la razón, porque el pensamiento de que Todo es Uno es completamente racional, no supone una contradicción en el objeto. Así que el racionalismo puede decir que el pensamiento es y no es lo real. El pensamiento puede pensar lo real, como algo más allá de él, como su referente u objeto. Lo que no puede es confundir a su objeto con su propia “representación” de ese objeto (entiéndanse todos estos términos en su sentido más fundamental).

-Sin embargo, el inmanentista pretende ir más allá de la razón no sólo en el sentido de que no sea la Razón misma la realidad, sino también en el sentido en que de ninguna manera puede haber razón de ese “realidad” de lo Otro puro. No apunta más allá sino fuera, y en un sentido radical de fuera, más aún, en un sentido equívoco.

Quien nos diga que la realidad no es accesible a la razón, debe decirnos qué es esa realidad y qué modo de acceso hay para ella.

jueves, 20 de mayo de 2010

Filosofía como dialéctica

La Filosofía que subyace a estas páginas es la siguiente:

Las cosas (la realidad, los hechos…), en la medida en que se las puede pensar, tienen siempre dos aspectos o elementos muy generales, que son, entre sí, contrarios y complementarios a la vez:

-Por un lado, toda realidad pensable tiene unidad e identidad: toda cosa es unitaria, e idéntica, consigo misma y con las demás;

-Por otro lado, todo tiene el otro aspecto, el de la pluralidad y la diferencia: toda cosa es múltiple, y diversa, a las demás y a sí misma.


En la propia constitución del Pensamiento, al menos tal como lo entendemos, están presentes esos dos elementos o aspectos. Todo pensamiento completo, todo Conocimiento, debe:

-salvar la unidad, la identidad…, la Ley

-salvar la pluralidad, la diferencia…, el Fenómeno.


Ninguno de estos dos aspectos o elementos puede faltar, ninguno de ellos es suficiente para que podamos pensar algo, y, por tanto, para que haya algo reconocible como real.
Pero, a la vez, esos dos aspectos de toda realidad, Unidad y Multiplicidad, Identidad y Diferencia, en fin, lo Uno y lo Otro, son contrarios, los máximos contrarios que se pueda pensar. Todas las demás contrariedades, que también están presentes en las cosas, como Forma y Materia, Orden y Caos, Ley y Fenómeno…, pueden entenderse como epifanías de aquellos.


Ambos elementos de la realidad, complementarios y contrarios, aparecen también, si se piensa a fondo la naturaleza de las cosas, como necesarios e incompatibles a la vez, aunque en un modo de pensamiento parcial y no totalmente reflexivo, no se repare en esa incompatibilidad y esa necesidad.

Son incompatibles:

-Si se intenta pensar la unidad pura, la pura identidad, habrá que concebirla como totalmente indivisible, sin ninguna composición. Si hay composición o pluralidad, no hay verdadera unidad. La unidad pura repele cualquier pluralidad.
Y tampoco puede entenderse una presunta menos exigente unidad “impura”, que fuera una especie de compuesto de uno y múltiple, porque se supone que siempre debe ser aislable el elemento unitario de ese complejo.

-De manera análoga, si se intenta pensar la pluralidad en sí misma, habrá que concebirla sin ninguna unidad. Lo múltiple, en sí mismo, excluye toda unidad.
Y tampoco podemos pensar una multiplicidad impura, porque también aquí debe ser posible aislar cada elemento del concepto complejo.

Pero, a la vez, necesitamos los dos elementos para concebir cualquier cosa, incluidas la misma unidad y la propia pluralidad:

-no puede concebirse algo absolutamente indivisible y auto-idéntico, sin composición ni diferencia alguna. Cualquier pensamiento parece conllevar diferencias, como la división entre aquello de que se habla o piensa (el referente, el “objeto”, en sentido lo más lato posible) y el hablar o pensar sobre ello; o como su esencia (lo que es) y su existencia o ser (que es).

-no puede, tampoco, concebirse algo absolutamente múltiple. Nada puede concebirse sin una unidad que la encierre, sin una identidad propia, por ligera que sea.

Cuando el Pensamiento intenta ser completo o absoluto, es decir, pensar la constitución “íntima” de las cosas, inevitablemente “cae” (o “asciende”, más bien) en esta dialéctica.
La Dialéctica es, según la entendemos, el Pensamiento de la Identidad y Diferencia de los Contrarios.

El Pensamiento humano (al menos, tal como yo puedo concebirlo) no puede prescindir de esos dos elementos. A este hecho podemos llamarlo la Finitud del Pensamiento Humano.

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Nuestro Pensamiento recorre todas las posibles vías que esa dualidad natural implica:

-Atendiendo, por una parte, a la ley o principio que le obliga a salvar la Unidad, la Identidad, la Ley…, el Pensamiento busca reducir y, al final, eliminar, lo múltiple, lo diferente, el fenómeno.

-Pero atendiendo, a la vez, al principio que le exige salvar lo múltiple, lo diverso, el fenómeno…, el Pensamiento busca, en sentido contrario, negar la unidad, la identidad, la ley.

-Y, a la vez, atendiendo a ambos principios, el Pensamiento intenta conjugar y compatibilizar los dos elementos, ya haciendo surgir, “deductivamente”, lo múltiple a partir de lo uno, ya pretendiendo que emerja, “inductivamente”, lo uno a partir de lo múltiple.

Hay un tipo de Pensamiento que evita la dialéctica negándose a pensar la realidad de forma absoluta. Este pensamiento, relativo o parcial, que podemos llamar con el término platónico ‘dianoia’ y asimilar a lo que llamamos “ciencia”, supone ambos aspectos de la realidad, la Unidad y la Pluralidad, la Ley y el Fenómeno, la Forma y la Materia, pero lo hace de manera inconsciente, es decir, sin pensar sus propios supuestos o “hipótesis” dialécticas. Este pensamiento dianoético busca, como estado último, una sistematización total, es decir, una descripción legaliforme de los fenómenos, de lo dado. En ese estado final, el Todo o Sistema es una síntesis de lo Uno y lo Otro, donde los dos elementos deben estar del todo intrincados y, al mismo tiempo, completamente separados.

Cuando se pregunta uno qué relación guardan forma y materia, ley y fenómeno, analítico y sintético…, no hay más remedio que hacerse filósofo, es decir, dialéctico. Y lo mismo pasa si se pregunta uno por la validez del propio conocimiento científico o dianoético.

La tesis que sostiene que el único conocimiento posible (al menos para un pensamiento finito como el “nuestro”) es el conocimiento científico o dianoético, no es una tesis científica sino filosófica, ya que hace afirmaciones absolutas y trasfenoménicas (normativas) sobre el todo, incluido él mismo.

La dialéctica (tal y como la expone, creemos, Platón por boca de Parménides en el Parménides) tiene la siguiente estructura, resultado de la “combinación” de los dos elementos o aspectos de la realidad:

-Hay dos vías generales del Pensamiento, según atienda a la Unidad e Identidad, o bien a la Pluralidad y Diferencia.

-Cada una de esas dos vías se bifurca en dos, según el papel que juegue el otro elemento: ya se le intente negar radicalmente, ya se le intente hacer de alguna manera compatible, derivable del elemento tomado como principal.

Surgen así cuatro vías del Pensamiento dialéctico. Cada una de ellas equivale a una de las principales teorías filosóficas parciales.

Simbolizamos esas diferentes vías dialécticas como 11, 12, 21 y 22, y a las dos ramas generales, como 1 y 2.

Las podemos exponer de la siguiente forma, acompañadas de sus dificultades o “aporías” propias:

1.- Una vía general atiende, principalmente, a la Unidad e Identidad, y entiende la realidad como lo que posee unidad e identidad. Podemos llamarla (entendiendo los términos en el sentido más general y menos idiosincrásico posible) Trascendentalismo, Racionalismo, etc. Según el papel que otorgue al otro elemento, el de la Alteridad y la Pluralidad, puede adoptar dos formas:

11. En una de sus formas, el Pensamiento, en su búsqueda de la unidad e identidad absoluta, afirma, como lo único pensable y auténticamente real, la unidad pura, idéntica sólo a sí misma. Lo Otro, lo Múltiple, es lo contradictorio e impensable, y, por tanto, ilusorio o aparente. Podríamos llamar a este camino, Monismo, Trascendentalismo o Racionalismo absolutos.
Las aporías de esta vía del Pensamiento son:

-no “salva el fenómeno”, no explica lo múltiple y diferente, sólo lo niega, lo condena como “apariencia”, pero al negarlo no lo explica.

-no salva a la propia unidad o razón, porque no hay manera de entender lo Uno puro sin lo múltiple y diverso. Cualquier pretensión de pensarlo incurre en contradicción o inefabilidad, pues tiene que diferenciar a la cosa misma de su pensamiento y su expresión. Esta tesis, pues, al negar lo Otro, se contradice al expresarse.

12. La segunda vía, que podríamos llamar Trascendentalismo o Racionalismo dualista o “moderado”, da aún el papel principal de la realidad al elemento de Unidad e Identidad, pero, intentando evitar las aporías anteriores, afirma que, además de lo Uno e Idéntico, existe, de alguna manera, también lo Múltiple y Diverso. Esto, lo fenoménico, emana de lo Uno puro e idéntico.
Las aporías de esta vía son las siguientes:

-no salva el fenómeno: no puede sacarse lo múltiple de lo uno, la materia de la forma, lo diverso de lo idéntico. A partir de la pura identidad no hay “razón” para la diversidad. Lo Otro aparece como una especie de “milagro”, irreduciblemente irracional.

-No se salva la consistencia, porque si Uno y Múltiple, Identidad y Diferencia, son de alguna forma reales ambos, entonces se dan los puros contrarios. Sólo un bicéfalo, dijo Parménides, pueden pensar lo totalmente diverso, siendo él uno. Y lo parcialmente diverso no es más que un compuesto de lo totalmente idéntico y lo totalmente diverso. Si no es pensable lo diverso, no es pensable nada. Un Todo no es Unidad.

2. El otro camino general que sigue el Pensamiento al intentar pensar las cosas de manera absoluta, consiste en afirmar lo múltiple, la Diferencia, y considerar a la Unidad e Identidad como secundaria, o incluso nula o ficticia. Podemos llamar a esta segunda rama de la dialéctica Inmanentismo, Fenomenismo, Naturalismo, Materialismo…, entendiendo todos estos términos en el sentido más general posible. Hay dos maneras de defender esta opción:

21. Una de ellas, aunque da prioridad al elemento de lo Otro, de lo Diferente y Múltiple, no niega completamente la realidad de la Unidad y la Identidad, como única forma de salvar el conocimiento (al menos, el racional -si es que hay otro-). Lo Uno emerge de, surge de, “superviene” a… lo Múltiple, a lo Material…. Podemos llamar a esta vía Inmanentismo “moderado” o dualista.
Las aporías de esta opción, similares a las de la vía 12, son:

-no hay manera de extraer unidad a partir de lo múltiple, forma a partir de la materia, ley a partir de los hechos. Es un puro milagro, un imposible, sacar de donde no hay. Todas las formas de inmanentismos que intentan salvar la legalidad de lo real, incurren en la "falacia naturalista", la falacia de la inducción, etc. No puede extraerse el orden, lo normativo, a partir de los hechos, de lo “descriptivo”.

-no salva la propia consistencia de la teoría, porque ambos elementos, unidad y multiplicidad, ley y fenómeno, forma y materia… constituyen una unidad, no una auténtica pluralidad. No hay pluralidad alguna sin unidad que la abarque y preceda.

22. La última vía del Pensamiento dialéctico, lo que podríamos llamar inmanentismo absoluto, afirma la Multiplicidad y Diferencia radical de la “realidad”. La Unidad y la Identidad no existen, son puras ficciones.
Las aporías de este camino son:

-no salva el “hecho de la razón”, el que se da la unidad y la identidad, el Pensamiento racional. Tal como el monismo racionalista niega el fenómeno, el pluralismo irracionalista niega la unidad, la ley, la forma. Pero negarla no la elimina.

-no salva su propia consistencia. Al expresarse se auto-contradice. El pensamiento de la pura pluralidad, de la diferencia, del fenómeno puro, no puede expresarse sin unidad e identidad, sin ley.


Estas son las diferentes vías que el Pensamiento sigue cuando pretende pensar de forma completa o absoluta una realidad. Ninguna de ellas es “falsa”, todas tienen su necesidad, y deben ser verdaderas de alguna forma.

Podría pensarse en una alternativa más (3), similar a 12 y 21, pero “neutral”, en la que los dos elementos tendrían la misma consideración: un dualismo radical. Esta alternativa no resuelve nada, y, por razones que tienen que ver con lo que diremos después sobre la Analogía, la consideramos una opción imposible, “abstracta”, en el sentido de que no piensa los términos, Unidad y Pluralidad, a fondo, atendiendo a su fundamental asimetría.

Esta dialéctica afecta a cualquier Idea, porque de todo puede pretenderse un pensamiento completo y absoluto, aunque es más visible en las nociones más genéricas, y se hace más confusa e intrincada cuando se trata de conceptos muy específicos y donde se mezclan muchas cuestiones diversas.
Lo que distingue al Pensamiento Dialéctico (Filosófico) del Pensamiento Dianoético (Científico) no es, creemos, el “objeto”, sino la manera de intentar conocerlo, absoluta en un caso, y relativa y parcial en el otro.

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Aunque todo pensamiento filosófico es dialéctico, los filósofos, buscando coherencia e identidad, rehuyendo la asunción de los contrarios, han optado normalmente por “especializarse” en una sola de esas vías, y rechazar las otras. Desde la posición adoptada, se han dedicado a señalar las aporías de las vías restantes y a defender como pueden las de la suya propia. El precio que han pagado por esa “coherencia” monogámica, es haber sido parciales, no lograr “ver” el reverso de su tesis, ver negativamente todo otro pensamiento. Pocos de ellos han sido conscientes de que el Pensamiento filosófico es necesaria y positivamente dialéctico. Platón, si nuestra interpretación es correcta, ha sido plenamente consciente de esa dialéctica y de su estructura exacta.

Queremos sostener que la Filosofía, si toma conciencia plena de su carácter propio, debe abandonar la pretensión reduccionista de afirmar una sola de las vías dialécticas a costa de las otras. El Pensamiento Filosófico, que es el más completo que posee el hombre, tiene que asumir los contrarios como algo positivo, no negativo, como verdadero, no como falso.

Pero ¿cómo puede ser que la contrariedad no sea negativa y destructiva del pensamiento racional pleno? Para comprender esto hay que pensar a fondo la relación entre esos dos elementos o aspectos de la realidad pensable, y reparar en que la Dialéctica no es la “última palabra” de la Filosofía, del Pensamiento con pretensiones de absoluto. La otra cara de este Pensamiento es la Analogía.