domingo, 19 de junio de 2011

¿Qué es Filosofía?, I. Dialéctica.

Dejando atrás todas las metafilosofías deflacionistas, la concepción “fuerte”, hiperracionalista (contra toda moda) que pretendo defender, aunque puede expresarse sencillamente diciendo que la Filosofía es la búsqueda de una comprensión completa, total o absoluta de la realidad, seguramente resultará más convincente (o, al menos, menos inadmisible) si se la aborda de una manera negativa (o “dialéctica”): discutiendo el problema de la “demarcación” entre Filosofía y Ciencia.

La definición “mínima” de filosofía, de la que partimos, es esta: “la filosofía es teoría acerca de la naturaleza última o fundamental de la realidad”. Cuando nos hacemos preguntas filosóficas, nos preguntamos por cómo son en el fondo (o, al menos, por cómo no tenemos más remedio que concebir) las cosas, más allá de nuestras representaciones habituales de ellas. Queremos un conocimiento lo más pleno y completo posible, un conocimiento absoluto, un conocimiento de la esencia. ¿Qué es la Existencia (el ser, en su sentido más pleno)? ¿Qué es la Vida? ¿Qué es la Saber?, etc.

Pero ¿no nos proporciona ya la Ciencia un conocimiento lo más total y claro posible (dadas nuestras características, nuestra “esencia”)? Si por Ciencia entendemos ese género de conocimiento que normalmente llamamos así, la respuesta es No: la Ciencia no proporciona el tipo de conocimiento ideal en completad y claridad (otra cosa es si nos tenemos que conformar con algo menos que con lo ideal). ¿Por qué? Antes tenemos que determinar qué es Ciencia.

Ciencia, en sentido amplio, es un saber racional de las leyes que rigen los fenómenos.

Entendemos por fenómenos todo hecho o cosa caracterizados por darse en el espacio y en el tiempo. Los fenómenos son representaciones “indexadas”, cuyo contenido se ubica en un aquí y ahora. Se sigue que los fenómenos son, en sí mismos, contingentes (aunque puedan ser “necesitados” –hechos necesarios- por las “leyes naturales”).

Pero los fenómenos nos son conocidos racionalmente sólo en la medida en que se ajustan o responden a conceptos y leyes, es decir, a representaciones exentas de índices espaciales y temporales. En realidad, nadie ha sabido encontrar un “hecho” concreto, pelado y mondado, que no esté constituido en todos sus puntos por nociones inconcretas. No hay representación sin conceptos, ni más representación que la constituida por conceptos.

La Ciencia es la búsqueda de patrones conceptuales y legaliformes que “expliquen” los fenómenos, de manera que estos aparezcan como consecuencias necesarias, o simple implementación, de los conceptos y leyes propuestos por la ciencia.

Por supuesto, hay una irreducible inconmensurabilidad entre los fenómenos por un lado, y los conceptos y leyes por otro. Todo concepto y toda ley van infinitamente más allá que cualquier número de fenómenos. Ningún concepto puede reducirse a una mera extensión de sus implementaciones. Incluso es misterioso cómo podemos poner en relación una representación espacio-temporal con un concepto abstracto. El papel de intermediario hay que atribuírselo a la imaginación, pero esto no elimina el misterio, quizá incluso lo multiplica.

La ciencia, en conjunto, es decir, la interrelación de fenómenos y leyes, es y tiende a ser, en la mayor medida posible, un todo sistemático, es decir, una totalidad “anterior a las partes”, donde la unidad, propia de conceptos y leyes, predomina sobre la multiplicidad de fenómenos. Unas “partes” del sistema son superiores a otras en nivel de abstracción y legalidad. En el caso ideal, el “estado final” de la Ciencia, se trataría de un todo “completamente” sistemático, es decir, donde todas las partes estarían sometidas a legislación y, entre las leyes, hubiese el mayor grado posible de sistematicidad, orden o jerarquía y el menor grado posible de mera yuxtaposición y de desconexión. Por eso, si la Física, por ejemplo, puede conseguir reducirlo todo a fórmulas sobre un único elemento (energía, materia…), mejor; de la misma manera, la matemática soñará con tener una rama fundamental, lo más sistemática y simple posible, de la que se deduzcan todas las demás.

Por cierto, la matemática la consideramos parte del resto de la ciencia, es decir, relativa a los fenómenos (y no algo puramente “analítico”). Según Aristóteles, la matemática abstrae de lo corpóreo todo lo cualitativo para quedarse con lo meramente cuantitativo. Kant la considera la ciencia del espacio y el tiempo, es decir, de la forma a priori de la sensibilidad. Podemos aceptar también esta descripción, descontando su elemento subjetivista. O, mejor aún, como lo describió Platón, la Matemática es, sin más, la ciencia o dianoia, es decir, la actividad racional mixta o “impura”, que extrae su objeto de los fenómenos, del ámbito del devenir y las “imágenes”.

Según la hemos definido, la Ciencia es, necesariamente, un pensamiento articulado e hipotético:

-Articulado quiere decir que consta de elementos irreducibles últimos (“categoriales”, podríamos llamarlos), que son los que la caracterizan como un sistema. La principal articulación de la Ciencia es la dualidad Formal / Material, o, en otros términos, Sintaxis / Semántica, Analítico / Sintético, etc. Esta articulación se da en todos los niveles: a nivel semántico (entre sincategoremas y categoremas), a nivel sintáctico o proposicional (entre onoma y rhema, es decir, elemento sustantivo-referencial y elemento predicativo), a nivel supraproposicional (entre elementos formales y materiales de cualquier inferencia). La Ciencia, en cuanto tal no puede analizar, deconstruir o dialectizar estas articulaciones: la constituyen.

-Hipotético. Una “hipótesis” es una proposición cuya verdad, aunque no plenamente evidente, se postula como medio para explicar otras verdades lógicamente “inferiores”. Una “hipótesis máximamente general” es una hipótesis inevaluable desde otro sistema de hipótesis lógicamente “anteriores” o superiores. La Ciencia, en cuanto tal (en su exposición sistemática o “contexto de justificación”) se basa en hipótesis máximamente generales a partir de las cuales intenta, deductivamente, salvar los fenómenos (y las hipótesis intermedias). Las principales hipótesis de las que parte la ciencia son, precisamente, que la realidad tiene un aspecto formal (lógico y matemático) y otro material; que las leyes (lo formal) explican deductivamente los hechos contingentes (la creencia en la regularidad de la naturaleza), etc. La Ciencia, en cuanto tal, no puede evaluar esas hipótesis sumamente generales, porque le son constitutivas. No hay una solución matemática al problema ontológico de lo matemático, ni una solución biológica al problema filosófico de la vida, etc. Por lo que la Ciencia tiene necesidad de partir de hipótesis es porque su objetivo es “explicar” racionalmente los fenómenos, es decir, la realidad de lo espacio-temporal. Se trata de “salvar las apariencias”.

La concepción de la Filosofía como protociencia o ciencia primera o más universal, se basa en ese modelo de conocimiento, articulado e hipotético.
Pero hay un tipo de pensamiento, racional y dialéctico, que no acepta el carácter último articulado de la realidad ni la irreducibilidad de lo hipotético, sino que pretende una comprensión absolutamente unitaria y anhipotética de la realidad. A esto es a lo que debemos llamar más propiamente filosofía, o Dialéctica, practicada con mayor o menor consciencia por todos los filósofos, y no sólo en occidente ni desde Grecia. Se trata de una actividad teórica claramente (aunque no absolutamente) heterogénea a la ciencia. Reconocemos a un filósofo cuando encontramos ese pensamiento dialéctico que “busca” una comprensión absoluta, anhipotética, de la realidad. (Dejo para otro momento el asunto de si esta pretensión no es más que ilusoria: estoy intentando definir sustantivamente la Filosofía, no probar que es realizable).

La filosofía como Dialéctica tiene como objetivo salvar exclusivamente la exigencia de la razón, es decir, la unidad, identidad, universalidad y necesidad. Aquello de donde la Ciencia (y la filosofía que se identifica con ella) tomaba su punto de partida más universal, es decir, las articulaciones e hipótesis, para deducir de ahí las hipótesis menos universales hasta llegar a los fenómenos, es lo que la dialéctica toma como “dato”. La filosofía, que no quiere dar nada por supuesto o inanalizado, no puede aceptar como dado el carácter articulado e hipotético del conocimiento. Desde un punto de vista estrictamente racional, esas articulaciones e hipótesis son insatisfactorias. No es racionalmente satisfactorio que la realidad conste de dos (o más) elementos heterogéneos e irreducibles, ni que la base de todo nuestro conocimiento sea menos que absolutamente clara y evidente.
La Dialéctica, en cuanto racionalismo “intransigente”, no encuentra tanto problema en salvar el fenómeno. Al fin y al cabo, incluso afirmar que todo lo que vemos es pura ilusión, es una buena manera de salvarlo.


-Considera, pues, ahora de qué modo hay que dividir el segmento de lo inteligible.
-¿Cómo?
-De modo que el alma se vea obligada a buscar la una de las partes sirviéndose, como de imágenes, de aquellas cosas que antes eran imitadas , partiendo de hipótesis y encaminándose así, no hacia el principio, sino hacia la conclusión; y la segunda, partiendo también de una hipótesis, pero para llegar a un principio no hipotético y llevando a cabo su investigación con la sola ayuda de las ideas tomadas en sí mismas y sin valerse de las imágenes a que en la búsqueda de aquello recurría
. (Platón, La República 510-b)

sábado, 11 de junio de 2011

Qué (creo que) no es Filosofía, VI: Ciencia primera (segunda parte)

¿Es la Filosofía (especialmente la ontología y la metafísica) la Ciencia primera, la parte más general y “fundamental” de la Ciencia? Voy a argumentar por qué no me parece que esta tesis metafilosófica llegue al fondo del asunto, aunque, eso sí, se aproxime más que cualquier otra alternativa que yo conozca, exceptuando una concepción “dialéctica” en sentido “platónico”.

La concepción que discuto es, por ejemplo y sobre todo, la aristotélica, aunque, en lo esencial, es la de todas aquellas filosofías de la filosofía que la ven como un auténtico saber (o, al menos, una indagación o búsqueda teórica legítima), continua con la (o, mejor, el resto de la) Ciencia, de los principios, elementos o aspectos últimos (o primeros) de toda realidad, de todo ser, del “ser en cuanto ser”. La Ciencia, en general, es conocimiento de los principios y causas de los hechos y cosas, pero, mientras las ciencias particulares se dedican a un ámbito específico de entes o de hechos, la “ciencia primera” o Metafísica está especializada en lo universal. El saber forma una unidad (aunque no unívoca), y entre sus diferentes partes hay una jerarquía: unos saberes son más generales y fundamentales que otros. Un saber es saber, una ciencia es ciencia, en la medida en que está justificado racionalmente, o sea, en la medida en que conoce las “causas y principios”. Quien conoce las causas y los principios, conoce, en cierto modo, lo inferior. (Por supuesto, también es verdad que con sólo el conocimiento de lo general no tenemos el dominio de lo concreto, como le gusta al agricultor o al mecánico de taller recordarle al ingeniero.). La “sabiduría primera”, se ocupa de las partes más universales de toda ciencia y de cada ciencia:


  • De la Ciencia en general: la Filosofía trata de ideas muy generales y fundamentales, como Esencia, Sustancia, Causa, etc., que están presentes en toda ciencia, pero no son objeto de ninguna en concreto. ¿Qué es Ser? ¿En qué tipos o categorías se divide?, ¿Qué es la Existencia, la Esencia…?, etc. Este es el tema de la Ontología o Metafísica general.

  • De cada ciencia: los problemas más generales y fundamentales de cada ciencia se llaman “Filosofía de…” (la Naturaleza –de la Física-, de la Vida –de la Biología-, de la Mente, de la Ciencia…). Esto es asunto de las metafísicas especiales o específicas.
Pero, dirá quizás alguno, ¿por qué llamar “filosofía” a eso, como si fuese otra actividad distinta a la ciencia? ¿No es preferible decir que lo que llamamos Filosofía de la Física es, realmente, Física de un nivel teórico muy abstracto, y que lo que llamamos Filosofía en general es, realmente, Ciencia en un nivel teórico muy abstracto? Sí, y no. Depende de cómo se entienda eso. Sí (y era el uso antiguo), si se entiende que la ciencia no es mera propuesta de hipótesis, generadas de alguna manera “inductiva”, acerca de un presunto conjunto específico de hechos dados, sino que, en verdad, la ciencia, toda la ciencia y cada ciencia, tiene ciertos contenidos fundamentales y a priori, que delimitan su objeto y su método (o el Objeto y Método, en general). Por supuesto, hay que aceptar cierta retroalimentación, cierta “dialéctica”, entre a priori y a posteriori, pero no hay que incurrir en la ingenuidad de creer que todo posible saber queda agotado por las ciencias particulares y, menos aún, que no hay elementos irreduciblemente a priori o metafísicos en todo conocimiento. El problema de cómo determinar si lo que vemos es real, o el de si existen los números, son problemas genuinos más allá de la óptica y la matemática.


Una metafísica como la aristotélica, por ejemplo, está siempre empeñada en explicar y salvar los fenómenos. Lo que pasa es que, para las cuestiones más generales o “trascendentales” (omniabarcantes), lo que se necesita de los hechos es muy poca cosa, a saber, lo que todos ellos tienen de más general. Por ejemplo, para Aristóteles es un punto de partida (como se encarga de remarcar) el hecho de que hay cambio o movimiento. Una teoría que no explique este hecho o proto-hecho (como, a su juicio, pasa con el parmenideismo o el pitagorismo) no puede ser una buena teoría. De la misma forma, los razonamientos de Tomás de Aquino parten de hechos como que hay (se puede observar) orden en la naturaleza, hay tendencias o finalidades, etc.

La Filosofía se ocupa, entonces, de los más ¿general, fundamental…? ¿Es lo mismo una cosa que otra? No es casualidad o simple cuestión de estilo que Aristóteles se exprese habitualmente diciendo que debemos buscar “las causas y principios” de las cosas. Para Aristóteles, la dualidad más importante, y por tanto aquella cuya ignorancia es la confusión más grave, es la de lo General con lo Fundamental, la de lo Genérico con lo Primero, o, como lo describe a veces, la de lo lógicamente primero (lo más extenso y general) con la de lo ontológicamente primero. Todo racionalismo (desde Parménides a Platón, pasando por Pitágoras) consiste, cree él, en esa confusión de lo lógico con lo ontológico, de lo general con lo fundamental, del principio con la causa. Una cosa es tener la prioridad lógica (como es el caso de los géneros, ideas y números) y otra tener la prioridad ontológica (que es propio de lo realmente individual). Los racionalistas hipostasian lo lógico, como si todo aquello que necesitamos para el conocimiento fuese atribuible tal cual a la realidad. Así, eliminan la naturaleza o el movimiento.

Siglos después, Kant creerá lo mismo respecto del racionalismo moderno (pero Hegel llamará Lógica a su ontología formal). Y, durante el siglo XX esta aporía ha seguido inspirando a todos los intentos (como el de Russell-Quine) de no confundir lo que necesitamos en el ámbito de los predicados, con lo que tenemos que referir a la realidad mediante los deícticos y cuantificadores. Pero el problema sigue ahí.

Por supuesto, si gente tan inteligente como Parménides cayó y cae en esa confusión entre lo Universal y lo Primero, si hay quien puede confundir a Dios con el Género sumo, es que es una confusión interesante. De hecho es muy difícil desenredarla. Aristóteles no la deja un momento, porque a él mismo no le deja dormir. Prácticamente todas las aporías que lista al principio de su “Metafísica” (o “ciencia que buscamos”, según dice a menudo) tratan de eso. Podría decirse que es la aporética en sí. ¿Qué es más fundamental, lo Universal o lo Individual?, ¿qué tiene la prioridad ontológica?, ¿qué diferencia hay entre la Lógica y la Metafísica, entre el Género y la Sustancia…? Si no hay conocimiento sin universalidad y si tenemos un mejor conocimiento cuanto más universal es, entonces la filosofía primera tendría que tratar de lo que abarca a todo lo demás. Y ¿no son los términos más generales, los de la lógica, los únicos que abarcan a todas las ciencias? Pero, sin embargo, lo lógico ¿no es, en cierto modo, lo más vacío, lo que no tiene (pleno) carácter ontológico…? ¿De qué tiene que ocuparse quien pretenda saber lo más esencial de toda realidad?

De hecho Aristóteles llega a la conclusión de que la Ciencia primera tiene que tratar de ambas cosas, de lo más general y de lo más fundamental o primero, juntándolos completamente pero sin confundirlos:


  • Por el camino de lo más general llegamos al concepto sumamente genérico (transcategorial, aunque no-unívoco), de Ser; y al primer y más universal principio lógico, el principio de no-contradicción, que rige para todo tipo de saber, y es, por eso, propiamente objeto de la Filosofía (que tiene que refutar a quienes, como Protágoras o los heracliteos, niegan ese soberano principio). En este sentido, la Ciencia primera es la ciencia de lo más general: la Ontología.

  • Por el camino de lo causalmente primero, sin embargo, se llega a otro lado: a Dios, causa inmóvil de todo cambio. En este sentido, la Ciencia primera es la ciencia del individuo más autónomo: la Teología.
A medio camino entre la total generalidad de la lógica (del principio de no-contradicción) y la total causalidad (de Dios) están los problemas de las categorías, de la esencia, de la finalidad, etc.

La escolástica reproducirá esa dualidad metafísica (que Heidegger llamó onto-teología) en la distinción entre ens generalis y ens realissimum. El ser es tanto lo más universal e inmediato (todo lo que vemos, todo lo que hay, es ser) como lo más individual y particular, lo más profundo de cada ser, especialmente en aquel ser en que se identifican la esencia con la existencia.

En resumen, la Ciencia primera, de los primeros principios y causas, lo es en dos sentidos o aspectos de ser “primero”, en el de la generalidad o universalidad, por un lado, y en el de la individualidad y autonomía, por otro. Y es así porque la propia realidad debe ser analizada con esa dualidad última e irreducible.
La otra dualidad, del todo solidaria con esa, es la dualidad que la Metafísica aristotélica atribuye a todo ser: toda cosa es un “compuesto” (synolon) de Forma (Idea) y Materia. La forma es el aspecto intensional, no reducible a homogeneidad; la materia es el aspecto extensional, homogéneo, cuantitativo, de toda cosa natural. Sin uno de esos dos aspectos, no puede entenderse el movimiento, ni el conocimiento, ni nada de lo que afecta a la naturaleza.

La dualidad universal / primero, lógico / ontológico, forma / materia, etc., es la respuesta última que esta filosofía tiene que ofrecer, tanto de las cosas como, consecuentemente, de la propia filosofía. Pero esta no es una respuesta completamente satisfactoria desde el punto de vista de la razón. Si bien puede que salve el fenómeno, no salva, sin embargo, las exigencias racionales, que buscan una unidad absoluta en la explicación. ¿Cómo puede la identidad de las cosas, y de cada cosa, consistir en un “compuesto”, en un dúo, por muy estrecha que sea la mezcla? ¿Es una cosa, cada cosa (y también, esa única cosa que es la realidad) algo irreduciblemente dividido? La identidad no queda salvada con un compuesto.
Tampoco queda explicada la relación entre los dos elementos últimos de todo: entre lo individual (completamente uno e indivisible, individuo) y lo general (uno infinitamente divisible en cuanto repetible); entre la Forma o Idea, y la Materia. Si nos obstinamos en pensar radicalmente esos elementos últimos, acabamos viendo en ellos una dialéctica completa: lo máximamente Universal (la Idea) se confunde con lo máximamente Individual. Lo uno e indivisible, es a la vez el particular y el universal. Lo puro Idéntico es lo máximamente diferente.

La concepción de la Filosofía como ciencia primera no está dispuesta a llegar a este grado de “análisis” o reflexión. Se queda en la postulación de los dos principios o elementos o aspectos últimos de todo ser, sin reparar en su mutua identidad y diferencia. En esto, realmente, hace como el resto de la ciencia: intenta salvar los fenómenos mediante la postulación de los principios formales mínimos necesarios.

Creo que hay ciertos factores que condicionan y limitan esta concepción de lo que es la filosofía (y la realidad en general):


  • Parte de un respeto absoluto a la exigencia de no-contradicción. No quiere aceptar la, al menos relativa, contradictoriedad de la realidad, la dialéctica. Es “lógico”, desde luego: no hay pensamiento en la absoluta contradicción.

  • Y parte, también, de un respeto absoluto de los “fenómenos”, o, mejor dicho, del fenómeno por excelencia: el cambio. La metafísica como ciencia primera se niega a negar el mundo, la naturaleza, como parece obligado a hacer un racionalismo intransigente.

Pero esa metafísica, entendida como ciencia primera, es decir, como postulación de los menos elementos últimos necesarios para salvar los fenómenos, quizá no consigue salvar ni la lógica ni los propios fenómenos. La aceptación de elementos últimos irreducibles de la única y misma realidad no es menos aporética y dialéctica que lo que intenta evitar. En especial, la filosofía como ciencia no sabrá decidirse nunca entre lo universal, entendido como máximamente general, y lo primero y máximamente individual. Siendo los máximos contrarios, idea y materia, intensión y extensión, están absolutamente imbricados en todo ser y en cada ser.
Y, en cuanto a los fenómenos ¿quedan realmente salvados? Por una parte, cualquier explicación que reduzca a elementos ideales, inertes, eternos… el cambio, podrá ser vista como una completa traición a los fenómenos, que son absolutamente contingentes y temporales; por otra parte, los fenómenos son muy fáciles de salvar: incluso negarlos como mera ilusión, los salva, tanto al menos como cualquier otra “reducción”.

Más allá de esta concepción de la Filosofía como ciencia primera, la concepción que propongo ( intentaré exponer en próximas entradas) supone:



  • una mayor heterogeneidad entre Ciencia y Filosofía.

  • un mayor ámbito para la Filosofía. De hecho, la filosofía no sería un saber sobre una parte (la más general, la más principal…) de la realidad, sino una manera, distinta de la ciencia, de considerar toda y cada realidad.

martes, 7 de junio de 2011

Qué (creo que) no es Filosofía, V: Ciencia primera



Infinitamente más cerca de la verdad que todas las meta-filosofías anteriores está, a mi parecer, la que cree que la Filosofía es ciencia (en sentido amplio, es decir, teoría acerca de cómo son y, sobre todo, qué son las cosas) y lo que la individúa dentro del género Ciencia es “solo” su carácter completamente universal. En este sentido, podría considerarse a la Filosofía como Ciencia Primera, en cuanto trata de las ideas (trascendentales) que “abarcan” a todas las demás, las de las ciencias “específicas”.

Esta es la concepción aristotélica y de muchos otros pensadores a lo largo de la historia, sobre todo antes de la plaga positivista (hoy que esa plaga se va extinguiendo lentamente, se vive un renacimiento del aristotelismo, que casi solamente había pervivido, aunque con gran rigor intelectual, en la despreciada pero inapreciable neoescolástica), pero, pese a lo que se piensa a menudo, es también la concepción de las metafísicas materialistas (como el atomismo, etc.). Para justificar esto, haré un excurso acerca de cómo entiende la ciencia el aristotelismo, y qué le diferencia de la “ciencia moderna”.

La ciencia antigua (Aristóteles incluido) pretendía, por supuesto, apoyarse en y salvar los fenómenos. La diferencia aquí con la ciencia post-galileana está más en el grado de sistematicidad y de rigor en las observaciones empíricas que en el tópico pero falso desprecio antiguo por los datos frente a la menos verídica dependencia absoluta de ellos en la ciencia moderna. Y ambas, tanto la ciencia antigua como la moderna, buscan unos conceptos y unos principios (o leyes) universales, lo más simples y sistemáticos posibles, en que encajen los fenómenos. Aquí la diferencia fundamental radica en que, mientras el aristotelismo creía irreducibles las formas cualitativas de especies naturales (desde la forma Fuego a la forma Caballo), la ciencia moderna (como ya antiguamente intentaron los atomistas), parte del postulado de que todas las cualidades se pueden dividir en primarias y secundarias, y las primarias, que son las cualidades matemáticas o geométricas (en sentido cada vez más abstracto, con el paso de los siglos) son las fundamentales, las únicas verdaderamente “reales” (el lenguaje con el que está escrita la naturaleza), de modo que las cualidades secundarias deben ser reducidas a aquellas. Las propiedades “matemáticas”, cuantitativas, son más “precisas” que las propiedades cualitativas de las “formas sustanciales”, y eso las hace tan codiciables (al menos técnicamente, porque lo que es desde otros puntos de vista –como el de poetas y algunos filósofos- esas reducciones, suele decirse, tiran al niño con el agua de la bañera). La ciencia moderna ha avanzado bajo ese postulado matematicista, hasta encontrarse hoy, en la física fundamental, con cuatro “fuerzas” y una noción completamente universal, la energía, a partir de las cuales, por mera combinación matemática, puede “reducir” todos los demás conceptos, de la física básica primero, y de las otras ciencias naturales, de forma mediata. Está por ver si el proyecto es posible (y cuando digo “por ver” no me refiero a que se pruebe con la práctica, sino a si es intrínsecamente consistente un proyecto así). Llegaríamos, por ese camino, a un estado final de la ciencia en que, idealmente, hay un solo concepto cualitativo (digamos “energía”, o un equivalente más abstracto todavía) y el resto son formas matemáticas. O, mejor aún, si, como a veces insinúa algún físico que otro, podemos sacar todo lo cualitativo a partir de meras formas o (super-)simetrías matemáticas.

Pero todo esto no importa para lo que estamos discutiendo, porque tanto el aristotelismo como el “mecanicismo” (por llamar así al proyecto matematicista que acabo de describir) son metafísicas, en el sentido de que responden a lo que Aristóteles le adjudicaba a la sabiduría primera: ser la ciencia del ser en cuanto ser y las propiedades que le corresponden. O sea, preguntarse qué define en general a toda entidad, cuáles son las categorías últimas (o primeras) de toda realidad, etc. Si Aristóteles sostenía que la naturaleza última de todo ente, es un “compuesto” de acto y potencia, siendo el acto la forma, y habiendo tantas formas como especies naturales más algunas especies inmateriales que explicasen el movimiento de lo material, el mecanicismo es la metafísica que sostiene que la naturaleza última de todo es una sustancia o “cosa” (materia, energía, etc.) regida por leyes o formas meramente cuantitativas, es decir, matemáticas. O, si uno se pone muy “pitagórico”, el matematicismo es la metafísica que dice que la naturaleza última (“el ser en cuanto ser”) es número.

La metafísica aristotélica, además del mecanicismo (o reduccionismo matematicista) rechazaba también el materialismo, porque, sostenía, no sólo no son reducibles las formas a materia, sino que también la causa individual y real de todos los movimientos o cambios, tiene que ser irreduciblemente inmaterial. Por eso sostenía Aristóteles que hay tres ciencias fundamentales, la Física (la del ámbito de lo materializado), la Matemática (la del ámbito de lo separable por abstracción, aunque no separado realmente) y la Teología (la del ámbito de lo realmente separado). Y la ciencia primera (lo que después se llamó “metafísica”) las debía abarcar a todas. Pero en lo que coinciden aristotélicos y mecanicistas (entre otros) es en creer que la realidad tiene una constitución última que es la que ellos sostienen, y que esta ciencia es la más fundamental o universal, porque trata de las características de todos los seres. Podemos llamarla “metafísica”, en cuanto no se reduce a ciencia física, sino que la fundamenta teóricamente (incluso en el caso en que la tesis metafísica sea que no hay más realidad que la realidad física: insistamos, el materialismo es una metafísica, no una teoría física), o podemos llamarla, si eso resulta menos ofensivo, Ontología.

Aunque una visión así de la filosofía (como ciencia del ser en general) me resulta mucho más convincente que cualquier “deconstrucción” metafílosófica (lingüicismo, conceptualismo, etc.), no creo que llegue completamente al fondo del asunto. En próximas entradas intentaré justificar por qué y ofrecer “mi” alternativa, inspirada en la teoría de Platón sobre lo que es la dialéctica.