sábado, 4 de agosto de 2012

Justicia e interés (fragmentos de Diálogos de Filosofía)


Continuación del cuarto diálogo de Diálogos de Filosofía, en el punto en que se quedó en la entrada anterior. Un socrático Maestro interroga a una kantiana Andrea:

M.–Pues allá voy, con el cuchillo lo más afilado que pueda. Pero lo que quiero aclarar de momento es una cuestión muy vieja, aunque en los últimos siglos ha vuelto a estar de moda, como sabes. Me refiero a algo que se discute en un pequeño diálogo de Platón (o algún imitador suyo), el titulado Minos, y es lo siguiente: ¿no dicen algunos expertos en leyes que la ley es solo la ley escrita?
Andrea.–Eso puede malentenderse. Lo que dicen algunos, la mayoría de los modernos estudiosos de jurisprudencia (por lo menos hasta hace algún tiempo, y yo creo que sigue siendo opinión muy extendida entre ellos), es que la mejor manera de estudiar el derecho, y la moral también, es recurriendo a los hechos, o sea, a las instituciones de la ley y principalmente las leyes escritas, si las hay. Igual que, pongamos por caso, la mejor manera de hacer psicología es observar la conducta, puesto que el alma, si existe, no parece observable directamente.
M.–Quieren decir que es una estrategia científica...
Andrea.–Sí, un método.
M.–¿Y en qué sentido no debe entenderse que la ley es lo escrito?
Andrea.–Para mí, al menos, en el sentido en que no se puede decir que un texto escrito obligue a nadie a algo.
M.–Claro, porque es absurdo decir que hay que cumplir una norma porque está escrita en un papel o firmada por no sé quién.
Andrea.–Eso es. Aunque no te niego que hay quienes creen que no hay otro sitio a donde acudir. Creo que habría que distinguir dos discusiones.Una es la de si la mejor manera de conocer la ley es recurrir a los hechos o no. Y otro asunto, mucho más lioso, es si existe siquiera algo parecido a una ley, es decir, a una verdadera obligación. Porque una cosa es decir que los hombres suelen hacer tal o cual cosa, o que en el código legal se dice que se debe actuar así, y otra muy diferente, decir que deben hacerlo. O sea, no hay que confundir lo que es describir y estudiar las leyes que existen, con establecerlas o prescribirlas.
Lo primero puede hacerlo el científico, lo segundo solo puede hacerlo quien tenga autoridad. Ya digo que hay quienes piensan que no hay más ley que la escrita o proclamada de alguna forma, pero eso, como hemos hablado otras veces, lleva a absurdos. Por ejemplo, cuando se cambia la ley principal (una constitución) porque se la considera injusta, no solo se estaría cometiendo injusticia, por incumplir la ley, sino cayendo en un absurdo, porque no habría forma de decir que la ley establecida es injusta. Pero ¿por qué va a ser justa la que decidió no sé quien, que, además, lo hizo sin respetar la anterior?
M.–Recuerdo que un alumno mío escribió, en un ejercicio, que Sócrates había sido ajusticiado injustamente.
Andrea.–Eso es, eso tiene sentido si con “injustamente” te refieres a la norma más universal de justicia. Cuando tu querido Sócrates, en su defensa, aconseja a los jueces que no se dejen convencer por sentimientos, y les advierte de que no cometerá una indignidad, como traer implorando a su mujer y sus hijos, ni aunque se la pidan los propios jueces, se pone por encima de estos, los está juzgando. Y, como sabes, a mí no me tienes que convencer, porque yo creo que lo que hace justa a la Ley es que esté escrita en la Conciencia. Lo escrito en papel es solo la plasmación de eso.
A.–Andrea, no veo por qué si la Ley está en la Conciencia tiene más poder para obligar que si está escrita en un papel.
Andrea.–Cuando digo Conciencia quiero decir Voluntad. Solo la Voluntad obliga y puede ser obligada, ¿no crees? Me refiero a obligada para un ser libre, no como decimos que una piedra cae obligatoriamente: esto es una metáfora.
A.–Te entiendo.
M.–De acuerdo, Andrea. Pero eso, según lo veo yo y ya te he dicho otras veces, tampoco está libre de problemas. Por ejemplo, y para empezar: ¿de qué conciencia y voluntad estás hablando? No creo que hables de la conciencia de cada uno, de cada individuo, porque tampoco creo que pienses que coincidan todos, ni que, en caso contrario, valga cualquier opinión.
Andrea.–Bueno, hay ciertas normas muy básicas en que coinciden todas las personas, como decía Beatriz con lo del arte, pero en este caso...
M.–... no pueden no coincidir...
Andrea.–... salvo que sean irracionales, es decir, que no sean personas.
M.–Muy bien. Entonces dices que podemos juzgar, todos y cada uno, las leyes de un estado o de una civilización, o incluso de toda la humanidad habida hasta ahora.
Andrea.–Veo que me voy metiendo en donde no sé salir, pero sí, diré eso.
M.–Eres muy valiente, y con sensatez.
Andrea.–De todas formas, es conveniente distinguir entre ley moral y ley política. La ley política debes cumplirla.
M.–¿Cuando entre en conflicto con tu conciencia y tu razón?
Andrea.–Hay razones para cumplir la ley política, incluso cuando entre en conflicto con tu conciencia, al menos hasta cierto límite.
M.–¿Razones morales, o políticas?
Andrea.–Razones morales, es verdad.
M.–Al fin y al cabo, ¿las leyes políticas son algo más que la institucionalización de leyes morales comúnmente aceptadas?
Andrea.–No termino de estar de acuerdo con eso. Pero acepto que, si hubiese conflicto, y en último extremo, hay que sacrificar la ley política a la ley moral.
M.–Luego solo por motivos morales hay que cumplir las normas, no por miedo a los hombres ni a los dioses. Eso creo yo que es lo que muestra el diálogo llamado Critón, en el que Sócrates, pocos días antes de su ajusticiamiento injusto, convence a su amigo de que no es lícito (y quiere decir lícito en general, sin distinguir entre moral y política), huir de la Ley, por injusta que parezca. Mucho tiempo me trajo a mal traer este diálogo, y aún me trae. Desde luego, como dice Sócrates con toda su sorna, el amigo no debería lamentar tanto que te condenen injustamente como si la condena fuese merecida. Pero ¿por qué no huir cuando para uno es manifiesto que la ley que lo condena es injusta? Ahora creo comprenderlo. Si es una ley moral no hacer fuerza a nadie, ni devolver mal por mal, ni incumplir las promesas, ni mentir y destruir la amistad... Pero no me parece tan sencillo. En fin, digamos que hay una ley que nos obliga a respetar las leyes.
Andrea.–Sabes hacer un chiste de todo. Pero sí, es lógico que la primera ley se establezca a sí misma ¿no?
M.–Y la Ley no acepta condiciones.
Andrea.–Desde luego, eso es la esencia de la Ley.
M.–Supongamos que cumplir la Ley nos obliga a sacrificar toda vida en la tierra.
Andrea.–Hágase justicia y perezca el mundo. Porque, te pregunto yo, supón que mediante una mentira puedes salvar tu vida, o incluso la de todos. ¿Crees que merece la pena seguir vivo?
M.–No se puede, pues, preguntar para qué sirve la Ley.
Andrea.–No. La Justicia es un fin en sí misma. El único fin, incluso.
Beatriz.–Eso es una buena ley para esclavos.
Andrea.–No, precisamente es la única ley libre, porque no se somete a nada.
Beatriz.–Sí, puede que la propia Ley de la que hablas sea libre, ella, pero los que están sujetos a ella no lo son en absoluto, sus intereses no cuentan.
Andrea.–Bueno, aunque estoy dando a entender todo el rato que la Ley es lo contrario al Interés (como decías tú del arte), para hablar correctamente y no dar lugar a malentendidos sería mejor decir que la Ley sí responde a un interés, al interés propio de un ser moral. Podría decirse que en el conflicto de intereses entre lo particular por un lado, y lo racional y universal, por otro, un ser racional elegirá, claro está, lo segundo. Elegirá la dignidad a la felicidad, incluso a la vida. Es tan obligatorio para una persona respetar la justicia como lo es respetar la lógica, si es que es racional y se comporta como tal.
M.–Bueno. Y dejando aparte, por ahora, el asunto de quiénes tienen acceso a esa conciencia y qué pasa con los que no son capaces de verlo, ¿qué es lo que hay en la Conciencia moral de las personas?
Andrea.–Creo que cualquiera que piense sin prejuicios lo sabe desde niño. Todo el mundo sabe que debe respetar la Ley, sin atender a sus intereses privados, y que la principal ley es la Igualdad. Dos personas no pueden ser tratadas de forma distinta en la misma situación, por ningún motivo. Todas las personas son iguales, y tienen los mismos derechos y deberes.
M.–¿Y qué dice, más concretamente, esa ley?
Andrea.–Una ley así no prescribe cosas particulares. Es, como dicen algunos, la forma de las demás leyes. Como en la lógica. ¿Qué conocimientos concretos puedes deducir de los principios lógicos? Ninguno, pero todas tus creencias deben respetar la lógica.
M.–De acuerdo. ¿Y no está también, en la conciencia de todos, el principio de que hay que buscar la Felicidad?
Andrea.–No es lo mismo. La búsqueda de la Felicidad no me parece justificable, al menos si entra en conflicto con el respeto de lo Justo, porque lo Justo es algo universal, pero la Felicidad es algo subjetivo.
M.–Me parece bien que compares la Moral con el Conocimiento, pero comparémoslos del todo. En el Conocimiento hay una ley muy general que dice que no hay que contradecirse. Es, como has dicho, una condición que todo conocimiento debe cumplir, pero que al parecer no nos dice ni puede decirnos nada concreto. Pero, además, hay otro principio que dice que hay que explicar los hechos, lo que vemos. Estos hechos ¿entran en conflicto con la lógica, o más bien la complementan y le dan contenido? Aquí hay disparidad de opiniones. Y lo mismo veo yo en el tema de lo Bueno y lo Justo. Los que hacen depender toda justicia de los sentimientos de Placer y Felicidad se parecen a los que, en el asunto del Conocimiento, quieren sacarlo todo de la Experiencia. Como he discutido otras veces contigo, y también contigo estos días, parece imposible conseguir así conocimiento alguno.
Andrea.–En esto estoy totalmente de acuerdo contigo. No habría ley alguna si dependiese de lo que a uno le apetezca en cada momento.
M.–Pero los otros, los que decís que la Justicia no tiene nada que ver con los gustos, ¿no os parecéis a los que, en el Conocimiento, dicen que la Lógica es autosuficiente? Os veis obligados a negar todo valor a cualquier deseo de felicidad, y esto es muy extraño. Por eso otros creen que debemos hacer una especie de mezcla (aunque no sea a partes iguales) de Razón y Sensación, o, en nuestro asunto, de lo Justo y lo Feliz.
Andrea.–Tal vez. Lo que no puede aceptarse es que los gustos o el deseo de felicidad contradigan a los principios justos, que son los mismos para todos.
M.–Está bien. Pero, que una misma norma se concrete de formas diferentes, no hace que pierda su unidad, ¿no? Más bien, al contrario. Precisamente si exigimos a todos lo mismo, sin tener en cuenta su caso, estaremos aplicando desigualmente la Ley, y entonces la Justicia será injusta.
Andrea.–Eso no contradice lo que digo. Lo que no puede ser es que no compartan todos el mismo principio, la igualdad ante la Ley. En las mismas circunstancias, dos personas deben tener que actuar igual. Por supuesto, hay que tener en cuenta todas las circunstancias.
M.–Vamos a ver, entonces, algo que quedó pendiente: ¿no forma parte de las circunstancias que una persona no tenga educación moral, o que disfrute con lo que otros consideramos feo e indigno?
Andrea.–Creo, como dije antes, que cualquier persona, por inculta que sea, sabe bien que es injusto tratar de forma desigual a otro, igual que sabe razonar con lógica, o más aún.
M.–Supongamos, sin embargo, que alguien parezca no comportarse de acuerdo con esa conciencia moral que todos compartimos. ¿Qué debe hacer, y qué debe hacerse con él?
Andrea.–Debe cumplir la Ley y obligársele a que la cumpla. Siempre, repito otra vez, que no sea un enajenado, o un animal o un objeto.
M.–Luego, si es persona, tendrá que obedecer, por la fuerza.
Andrea.–Por la fuerza de la Ley.
M.–¿Crees que es posible obedecer a la fuerza?
Beatriz.–No sé si es posible, pero sucede a todas horas.
M.–Pues yo creo que es imposible. Pero suponiendo que, como dices, ocurra y que incluso sea posible, ¿crees, Andrea, que es justo obedecer y hacer obedecer a la fuerza?
Andrea.–Claro que es justo, aunque, desde luego, sea preferible que se actúe por conciencia, libremente.
M.–¿Y eso es así tanto en la política como en la moral, en las dos se da el uso de la fuerza, y de forma justa o correcta?
Andrea.–En las dos, creo yo, porque aunque en la política la fuerza, lo que se llama coerción, es más evidente, en la moral existe una especie de coerción propia, como los sentimientos de arrepentimiento o autoestima, castigo y premio mucho más duros que los externos, aunque también hay castigos y premios éticos externos, como el desprecio
o la admiración de los demás.
M.–Así que es justo obedecer a la fuerza.
Andrea.–Así es.
M.–Pero entonces ¿por qué objetabas tú a Beatriz que ponga como criterio de su vida el placer?
Andrea.–¿Por qué dices eso? Te he oído a veces esta objeción, pero no termino de grabarla en mi mente.
M.–Cuando decimos que la Ley obligará por la fuerza si es preciso, ¿no nos referimos al daño con que se amenaza a uno, o el premio que se le promete?
Andrea.–Sí.
M.–Pero reconocerás, creo, que este recurso solo funciona si uno quiere, a toda costa, evitar el dolor o recibir la recompensa que prevé. ¿Y no actúa entonces de manera inmoral y esclava, según tú, ya que cumple la Ley solo por el miedo, o en el mejor de los casos (aunque a esto se recurre mucho menos en política) por la esperanza del premio, en lugar de por respeto a la Justicia?
Andrea.–Sí, él actúa inmoralmente…
M.–Pero todos salimos beneficiados. Tenemos así el milagro del egoísmo inteligente, o inteligentísimo. Y la cosa está tan bien hecha, por la naturaleza misma, que la mejor forma de ser egoísta es ser altruista, así que todos salimos ganando en este valle de lágrimas. La mayor virtud nace de la suma de los pequeños vicios privados, como el espacio se forma con la suma de ceros.
Andrea.–Aunque lo dices en tono de burla, estás describiendo lo que muchos consideran la esencia misma de la Política.

4 comentarios:

  1. Déjame que me salga de esta conversación para volver a introducirm en ella -te lo prometo-, y déjame que me salga con un preámbulo aparentemente irrelevante, a saber, en informática se entiende por nivel de granularidad -de grueso a fino, de abstracto a específico- el grado de detalle habido en los esquemas lógicos con que se estructuran los datos (v.gr: El registro de un cliente de una clínica veterinaria se podría detallar con campos como un código para el primer apellido, un nº de cuenta bancaria, una dirección, un teléfono, el nombre y sus correspondientes apellidos) de forma que en una granularidad muy gruesa se optimiza el uso de recursos computacionales al ser de menor volumen la información utilizada, pero por el otro lado, también se arriesga la consistencia entre los datos al contrario que con gradientes más finos de granularidad, o sea y por volver ahora sí al tema que nos ocupa y hacerlo mediante una interrogación: ¿cómo puede configurarse (escriturarse) una Ley que, a la vez, se aplica a un extenso campo de situaciones (privilegios de la granularidad gruesa) pero también sea capaz de abstraer o cribar justo las diferencias irrelevantes que hacen heterogéneas esas situaciones (privilegios de la granularidad fina)?

    Mi continua impresión es que la Ley sirve para situaciones gruesas como el robo o el fraude (donde aún así debe haber un juez que defina los términos implicados para ver si hay correspondencia válida con el grueso de una Ley) y la moral sirve para situaciones concretas donde hacer descender conductas desde paradigmas gruesos de comportamiento es como cazar moscas con una bazoca (pienso en cualquier discusión de pareja donde no hay ninguna ley que reparta la culpabilidad para un solo bando).

    O sea, y termino, mi parecer es que, por la propia compleja naturaleza de la realidad, la relación dialéctica de moral y Ley está en constante muda como cualquier otra institució, por cierto, como el lenguaje, como cuando por evolución histórica de los acontecimientos despedazamos un hiperónimo en múltiples hipónimos o como cuando, al revés, agruparmos una variedad de hipónimos en un solo hiperónimo, y la etimología da cuenta de estos inevitables vaivenes.

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  2. Héctor,
    creo que hay que separar dos cuestiones:

    -La diferencia de grano grueso o fino, que se aplica a la Ley ética y política, igual que a cualquier tipo de ley: en este asuto creo que hay que ver que el grado de granularidad que sea conveniente elegir en cada contexto no supone que haya ninguna incompatibilidad con un grano más fino. Pasa como con el uso de los infinitésismos: no necesitamos la misma precisión para hacer la rueda de un carro que para hacer un rodamiento minúsculo, pero la razón de la circunferencia no es una en un caso y otra en otro. Igual, en la ley política, para ciertas cosas es mecesario concretar hasta cierto punto, lo que no quiere decir que no se pudiera concretar a un nivel menor. Lo mismo pasa, en general ,con el lneguaje, que solidifica como elementos mórficos ciertos elementos muy generales y recurrentes, y deja a la semántica el resto, pero siempre podría formalizarse más la semántica, ad infinitum.

    -Otro asunto es el de la dinámica o cambio de la ley. Aquí, como en la ciencia, la necesidad de cambio se debe a que no tenemos una ley que se ajuste perfectamente (ni mucho menos) al ideal, sea ético-político sea científico, por eso nuestra situación ético-política, como científica, es coyuntural. Pero eso no quiere decir que pueda tirar para cualquier lado: hay un "atractor" único, que es supone la perfección en ambos terrenos. La ciencia alcanzaría su perfección cuando sintetizase la mayor unidad (lógica) con la mayor o total cantidad de fenómenos albergados, es decir, en el sistema ideal. Lo mismo pasa con la política, alcanzaría su perfección cuando sintelizase justicia y felicidad.

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    1. Respondo a tus dos comentarios:
      1-no necesitamos la misma precisión para hacer la rueda de un carro que para hacer un rodamiento minúsculo, pero la razón de la circunferencia no es una en un caso y otra en otro

      A veces es así, es cierto, pero otras veces las estructuras conceptuales de un nivel y otro cambian (por eso yo NO soy reduccionista y creo que en ciertos niveles, ciertas otras reglas) y así, por ejemplo, si yo quiero cartografíar o reconocer la costa de Inglaterra desde la perspectiva espacial, me basta hacer uso de figuras euclídeas con sus ángulos y líneas rectas, ahora, a pie de campo, con un mapa en la mano, más vale que la línea aparecida sea fractal pues de lo contrario pueda acabar con el coche abajo de un despeñadero, es decir, es como el cubo de Necker: no siempre se pueden simultanear las dos vistas y los conceptos en uno no valen en el otro, o por seguir la analogía de la Ley, si yo miro desde la perspectiva de un juez, puede encontrar culpable a un sujeto, no obstante, si lo miro desde una perspectiva más cercana, en primera persona incluso, puede encontrarme con un delincuente que no tuvo otra salida: ¿cuál es la perspectiva adecuada? Ambas en mi opinión y ahí lo difícil de la moral.

      2-La ciencia alcanzaría su perfección cuando sintetizase la mayor unidad (lógica) con la mayor o total cantidad de fenómenos albergados, es decir, en el sistema ideal

      El único sistema ideal, empero -y esto debe quedar claro para un holista-, es la TOE, o sea, un marco que explicara al detalle toOodos los hechos acontecidos...y me temo que tal estructura es imposible de aprehender para nuestra finita mente y de ahí, digamos, nuestro pensamiento episódico, es decir, no puedo verlo todo a la vez, así que hagamos un repaso secuencial y en cada ocasión y circunstancia, un escenario concreto.

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    2. Héctor, comparto tu no-reduccionismo, lo que quiere decir que estructuras conceptuales de un ámbito no sean reducibles a las de otro, pero esto no implica ningún problema para lo que hablamos. En la moral habrá ámbitos conceptuales irreducibles, pero habrá leyes generales que definen a todo hecho moral (como las leyes lógicas definen a todo posible ámbito teorético). De todas maneras mi no-reduccionismo es sui generis (porque soy un reduccionista ad formas), pero no lo discuto ahora.

      Nuestra mente finita no comprende la teoría total, pero nuestra mente infinita sí: tenemos ambos aspectos. Un alumno de mi instituto le dijo una vez a su profa: "maehtra, a veceh entiendo lo del infinito". Tenía razón :)

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