viernes, 10 de agosto de 2012

Realidad, Mente y Materia

Hace poco copié aquí un fragmento de Roger Penrose, expresión de su “platonismo”. El otro día leí y comenté un post sobre este asunto en el blog "Neurociencia, neurocultura" (gracias al amable comentarista Masgüel, bibliógrafo y videógrafo oficial del reino). Esto me ha llevado a querer formular explícitamente mi propia posición “platónica” acerca de qué ámbitos de cosas deberíamos distinguir, en parte como contraposición con la concepción de Penrose y similares.

 Penrose cree, y ha expuesto en varios lugares, que hay tres ámbitos de cosas o de objetividad, cada uno de ellos irreducible a cualquiera de los otros:

-         el mundo de las ideas platónicas (donde habitan, por ejemplo, las entidades matemáticas, pero quizás también los valores morales y estéticos, y muchas más cosas),
-          el mundo o ámbito mental (donde viven nuestras vivencias subjetivas, los qualia, etc.)
-         y el mundo material (de todos “conocido”).

Sí, esto recuerda a los tres mundos de Popper.

En el mundo-1 (el físico) están, por ejemplo, la partitura física de la Ofrenda Musical que escribió Bach, mi CD con una interpretación de la Ofrenda Musical de Bach,  y el evento (conjunto de eventos) neurológicos o fisiológicos en general en el cerebro o cuerpo de Bach al concebir y escribir su obra, o en el mío al escucharla; en el mundo-2 (el mundo mental) está la vivencia (o cúmulo de vivencias) fenomenológica(s) que tuvo Bach al concebirla, o la que tenemos otros cuando la escuchamos; y en el mundo-3 (el de las Ideas) está La Ofrenda Musical, el objeto musical en sí, que Bach fue capaz de inteligir, pero que habita eterna o atemporalmente más allá de que Bach lo haya llegado a traer a su mente y luego al mundo (material). Entre estos tres mundos o ámbitos hay, según Penrose (y también según Popper y otros) alguna relación, causal, que es un misterio, o más bien tres misterios.

Hasta ahí el platonismo penroseano (o popperiano, o fegeano…). Tengo que confesar que este platonismo, bastante ortodoxo o exotérico, me parece que no va al fondo filosófico de la concepción platónica. En particular, ignora casi completamente o rechaza el carácter dialéctico (contradictorial) y analógico (participacional) del pensamiento filosófico, tal como yo lo veo al menos y he intentado mostrar en otras entradas o en Diálogos de Filosofía (especialmente en el diálogo tercero). Pero, en lugar de hacer la crítica directa de otros platonismos, voy a exponer, quizás demasiado sintéticamente, lo que “mi sistema” diría acerca de los ámbitos de cosas, especialmente de esos que podríamos llamar Realidad, Mente y Materia. Para ello usaré, también, el esquema diádico-tetrádico que he expuesto otras veces.

La primera o más universal o general o básica “división” ontológica que yo propondría sería la vieja dualidad entre lo que es y lo que (a)parece: entre cómo es la realidad en sí y cómo se manifiesta (entre cosa-en-sí y fenómeno, etc). A esta división la llamo división o diferencia ontológica (haciéndome eco de la expresión y la idea de Heidegger, pero con una motivación platónica, muy diferente a la suya –y a la de Derrida y su differance, por supuesto-). También podemos llamar (aunque más inapropiadamente) “trascendente” a lo que es en sí, e “inmanente” a cómo se (nos) presenta. Tenemos que distinguir entre cómo se nos presentan las cosas y cómo sean en sí mismas.

Esta primera y más básica distinción ontológica es tan necesaria como imposible.
-         Es necesaria: la realidad no se nos presenta como autosuficiente, lo dado nos parece incorrecto, equivocado, falso, “aparente”. Las apariencias engañan, lo que es no es lo que parece.
-         Es imposible: la única manera que tenemos de acceder a la realidad es por medio de lo dado. Las apariencias no pueden engañar, porque no se puede ir más allá de ellas. Lo que parece es lo que es.

Aunque ambas conclusiones tienen su verdad, ambas son también falsas o unilaterales, pese a ser “lógicamente” excluyentes. El pensamiento filosófico está “obligado” a (más bien, quiere, esa es su libertad) pensar en unidad los contrarios, sintetizar realidad y apariencia, identidad y diferencia, etc. Como dice Hegel, este es el escándalo para el entendimiento abstracto, que no puede enfrentar la contradictoriedad de lo real, aunque tampoco lo evita más que mediante la abstracción (es decir, el olvido, o pseudo-olvido, diría un psicoanalista). La realidad es y no es la apariencia. Pero la síntesis no es meramente contradictoria: lo en sí y lo que aparece guardan entre sí una relación, irreducible a univocidad y cantidad, que llamo Analogía. Desde luego, tanto Penrose como los platónicos ortodoxos y exotéricos, ignoran o rechazan la dialéctica y la analogía. Pero no así Platón, que no en vano nos dijo muchas veces que lo auténticamente verdadero no se puede decir, o se puede y no se puede.

En fin, demos por adquirido que hay una división general, en la ontología, que distingue lo que es y cómo aparece. No se trata de dos “mundos”, sino de dos modos de considerar la única realidad: ya considerada en sí, ya considerada como se aparece. Pero teniendo en cuenta que, cómo sea en sí, es algo que sabemos y no sabemos, intuimos y atisbamos, a partir de cómo se aparece (es decir, que se equivocan quienes, por falta de dialéctica y analogía, como Kant, sitúan la Cosa-en-sí en lo totalmente incógnito).

Ahora tenemos que subdividir cada uno de los ámbitos que hemos distinguido (el de lo que es y el de cómo se presenta, el de lo “trascendente” y el de lo “inmanente”):

El ámbito de lo que aparece, o de cómo se manifiesta o da la realidad (ámbito óntico, inmanente) se divide, a mi juicio, y en la forma más general, en dos:

-         Ámbito mental, sujetivo, fenomenológico, primo-personal, “interno”, donde se dan las representaciones en cuanto representaciones, los qualia, vivencias, hechos psíquicos, etc.
-         Ámbito material, “objetivo”, tercio-personal, “exterior”, el ámbito de lo representado o del referente natural de la representación, etc.

También esta división es tan necesaria como imposible.

-         Es necesaria: Lo subjetivo o fenomenológico es irreducible a material. La “vivencia” subjetiva es ineliminable sin eliminar la consciencia y, por tanto, el darse de las cosas.
-         Imposible: el fenómeno, lo dado, tiene que ser uno, y no dos.

También aquí hay que pensar dialéctio-analógicamente la identidad de lo diferente: mente y cuerpo son y no son lo mismo, son dos aspectos de lo mismo: cada fenómeno mental tiene su correlato material. El reduccionismo de lo mental está condenado a priori. Otra cosa es la necesaria labor científica de identificar las correlaciones entre lo mental-subjetivo y lo material-“objetivo”.
Ahora bien, aunque mente y materia son dos manifestaciones de lo mismo, del ser en cuanto dado o fenómeno, sin embargo el aspecto mental, subjetivo, fenomenológico, el de los qualia, etc., es “superior” al material o físico, en el sentido de que es la forma del darse en sí y para sí (la representación qua representación), mientras que lo “objetivo”-material es la forma en que lo dado se muestra exterior e inconscientemente. Cualquier investigación fisiológica o natural presupone conceptos fenomenológicos, de la consciencia, subjetivos…, ineliminables (es lo que filósofos como Nietzsche han llamado el “antropomorfismo” de la ciencia: incluso la concepción del electrón como una cosa o sustancia presupone la idea de sujeto, individuo, identidad consciente de alguna manera…). Ese “antropomorfismo” inevitable no es más que la ineliminabilidad de lo mental.

Hasta aquí tenemos los tres ámbitos de Popper-Penrose: lo Real (trascendente, en-sí, atemporal e inespacial…), lo Mental y lo Material. Como se ve, la diferencia e irreducibilidad entre lo Real (las Ideas) y los otros dos ámbitos, la diferencia “ontológica”, es diferente, más radical, más básica, que la diferencia e irreducibilidad entre lo Mental y lo Material, que es una diferencia en el seno de lo inmanente, una diferencia “óntica”, no ontológica.

El ámbito de lo real o en-sí (el ideal o nouménico) también debe ser "dividido". La división que propongo (y que no desarrollaré en este momento) es la división entre Sustancia y Esencia:

-         Sustancia: es lo-que-es, en sí mismo.
-         Esencia: es lo-que-es en su concebibilidad, en su inteligibilidad.

Una cosa es, antes que nada y en sí-misma, una sustancia, una unidad (mónada), pero cada sustancia es, respecto de las demás, de esta o aquella manera. Toda cosa es un quod (est) y un quid, un que-es y un qué-es, por usar la terminología de Boecio.

Esta división es paralela a la división Mente / Material, de modo que la Sustancialidad es al ámbito del Ser-en-sí (de lo “trascendente”) lo que la Mente es al ámbito del Ser como aparece (de lo inmanente), y la Esencia es a la realidad en-sí lo que lo Material es a la realidad tal como aparece: su expresión. No desarrollaré esto en este momento.

Según esto la estructura ontológica general que propongo, ateniendome al esquema tetrádico de Platón, es la siguiente:

1)      Lo que es (el ser, en-sí): la Idea o Ser, que se divide en
    11) Sustancia (lo que es en-sí, en sí mismo)
    12) La esencia (lo en-sí en cuanto inteligible).
2)      Lo que aparece (el ente, el fenómeno, lo dado), que se divide en
    21) Lo Mental: lo dado en sí mismo, “interiormente”
    22) Lo Material o físico: lo dado en su perceptibilidad, “exteriormente”.
 
Cada uno de esos cuatro ámbitos es, a su vez, divisible de la misma manera. En otra entrada presentaré lo que propongo como cuadro general lo más completo posible del sistema de conceptos de la ontología.

Este esquema, por cierto, puede ser aceptado independientemente del importe ontológico que uno le de a cada ámbito. Incluso el más reduccionista de los ontólogos puede y tiene que aceptar una pluralidad de ámbitos al menos como dato gnoseológico, aunque sostenga que esa pluralidad no debe ser traslada a la realidad. De hecho, por razones que no repetiré aquí, yo abogaría por un reduccionismo total que sostiene que todos los ámbitos distinguidos se reducen, en último término, al ámbito de lo que es, y dentro de él, al de la sustancia una.

6 comentarios:

  1. No hay nada más antiplatónico, a decir verdad, que el concepto de qualia porque, ¿acaso existe a lo largo de nuestra existencia una sola experiencia ab-so-lu-ta-men-te idéntica a alguna otra?

    Por eso mismo los qualia son Heráclito y su agua irreversible mientras que Platón es Parménides y su holismo extremo, ¿cómo conjugar ambos? Si mal no te llevo entendiendo hasta ahora, Juan Antonio, tu respuesta es con la Analogía pero ¿cómo comprender cualquier analogía sin recurrir a su vez a otra analogía? "Parecidos de familia" no es más que una analogía, me espetas a mi y a Wittgenstein primero pero, insisto, ¿puedes huir de cualquier analogía para entender la analogía?

    Dirás, si mal no te llevo leyendo, que entender ciertos conceptos NO demanda esfuerzos aditivos como el uso de analogías, o sea, que ciertos conceptos como el de Analogía es fulmíneo e instántaneo pero ese (este sí, auténtico) rosseanismo filosófico violenta el carácter siempre relacional de cualquier comprensión y al hacerlo invalida el holismo, la unitariedad del Todo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Héctor,
      efectivamente los qualia están tan sometidos al tiempo como los fenómenos materiales (no más, pero tampoco menos), y en ese sentido "no haya nada más antiplatónico", es decir, los qualia, desde luego, no son las Ideas. Pero los qualia son los eventos mentales en los que se realizan, como en lo metarial, las ideas. Es más, en los qualia es, de entre los ámbitos de lo contingente, donde más directamente se "materializan" o mentalizan las Ideas (las cosas-en-sí). En lo material, solo de forma mediata, via mental.
      El problema de cómo lo pasajero, aunque sea primopersonal, participa o realiza lo atemporal es el eterno problema de lo universal y lo particular, etc. La respuesta platónica es que los eventos contingentes (tanto mentales como materiales, pero, ya digo, más privilegiadamente los mentales) son imagen o participación de la Idea. A esta participación se le llama analogía.
      En cuanto a la analogía platónica frente a los aires de familia el problema del wittgensteinismo no es que "aire de familia" sea una analogía a diferencia de la participación: no. La diferencia está en que la analogía wittgensteiniana (como la posmoderna, etc) toma como paradigma lo múltiple, mientras que la platónica, al contrario, hace depender lo múltiple de lo uno. Es la diferencia entre irracionalismo y racionalismo.
      El platónico no dirá que tiene un acceso directo a ninguna idea (todo nuestro conocimiento, incluso el más intuitivo, es una participación -lo que no quiere decir que no las haya más o menos cercanas a la Cosa) sino que dirá que ciertas nociones son más nucleares que otras, ocupan un lugar racionalmente prioritario en el sistema, y no pueden ser, por tanto, ni reducidas ni hechas dependientes de las que son racionalmente inferiores. Nuestra concepción, por ejemplo, de la Lógica (de la identidad, etc) es perfectible, pero solo mediante sublimación de lo mismo, no yendo a un lugar heterogéneo ni reduciendo lo lógico a natural (como quiere el naturalismo)

      Eliminar
    2. Claro pero ese contraste de lo múltiple hacia lo uno frente lo uno hacia lo múltiple es la misma diferencia entre una perspectiva abajo-arriba y otra arriba-abajo, es decir, no es una opción que, a priori, se sepa cuál hay que escoger, de hecho, nada hay más abajo y a pie de campo que los qualia.

      Hay un cuento del hard sci-fi writer Greg Egan, "Motivos para ser feliz" incluido en su libro de cuentos Luminoso, en donde (resumiendo con trazos gruesos, ojo) a un pobre hombre le tienen que extirpar casi medio cerebro por culpa de un tumor y quedándose, entre otras amputaciones, sin la capacidad de segregar leu encefalina sin la cual una persona es incapaz de sentir plácer ante nada ni nadie. Trataré de ser breve. Como el cuento es ciencia-ficción pues resulta que pueden inocularle por todos esos agujeros de gusano horadados en su cerebro por culpa de la operación una experimental suerte de espuma, a efectos prácticos una prótesis, gracias a la cual el sujeto volverá a poder rellenar de interacciones químicas su cerebro y volver a sentir plácer y todo tipo de qualias que había perdido desde su anterior situación de depresión terminal.

      Voy terminando. Lo que pasa es que como la espuma, digamos, baila con cualquier neurona que le gatille, pues resulta que todo le gusta a nuestro protagonista, desde Mozart hasta la Macarena, y le gusta, además, a niveles de extenuantes de satisfacción. Claro, el chaval no tiene sentido del gusto ni personalidad ni, en definitiva, instinto de la belleza (nótese aquí qué valioso pasadizo se nos abre para reflexionar sobre el instinto de lo bello y su necesaria educación). Pero por cierto, eso le pasa con las mujeres, la comida, etcétera.

      Termino ya. En serio. La solución que finalmente tienen que hacer es provocar una ruptura asimétrica en la interacción de esa prótesis espumosa (no me resisto a comentar el hecho de que, en realidad, desde nuestra misma concepción, nuestras conexiones sinápticas van reforzándose entre sí pero también muriendo y estas muertes, por cierto, y al principio, suceden de forma azarosa -con todas las implicancias que tiene esto para nuestra identidad) mediante el artificio de configurar paramétricamente esa espuma con los valores medios de unos taitantos mil muertos cuyo alumbrado general cerebral había sido mapeado, pero no sólo eso, sino que al protagonista se le da un instrumento para poder fijar de forma escalar -del uno al diez- el plácer que quiere sentir ante un estímulo sensorial (cuántas veces no habremos deseado que eso nos gustase menos, o más) y así poder configurarse una personalidad menos agotadoramente sobreexcitada.

      Siento de veras la chapa pero creo que ya está repartidas las piezas en el tablero: ¿de veras crees que se podría fijar una personalidad coherente y heterógenea (no solo que gustase de un tipo de cosas), es decir, ni esquizofrénica ni provinciana, sólo mediante la fijación racional de unos valores escalares a las impresiones qualia?

      Es lo que trato de hacer ver, que no, que es imposible, que en realidad el protagonista sólo podría esculpir la prótesis/espuma por la mera friccióncon cada experiencia encontrada, o sea, madurando, que es como hacemos todos pero porque las escalas son demasiado macroscópicas como para la neurocirujía existencial que requiere nuestro instinto de lo bello, en realidad, y por seguir con la ciencia ficción, las emociones y qualia son nanorrobotos que suplen la muyo más grande, y por tanto para este ámbito inopertante, tecnología de las palabras o Ideas.

      Eliminar
    3. Héctor,

      a lo primero: qué tipo de analogía debemos preferir, si e pluribus unum o ex uni plures (digamos) es simplemente cuestión de racionalidad: es una exigencia de la propia racionalidad la mayor unidad de lo múltiple (en eso consiste, por ejemplo, la ciencia). Lo que nos propone el wittgensteinanismo es el irracionalismo, ¡como algo que tenemos que aceptar racionalmente! La cuestión ¿por qué habrían de ser las cosas racionales? es imposible para el conocimiento raiconal, porque es su postulado fundamental. Más allá no hay posible alguno, nada concebible: los límites de la lógica son los límites del mundo (Wittgenstein -si bien, I-)

      A lo segundo: es que no hay que confundir el que exista una medida ideal de las emociones como de todo con que cualquier o siquiera algún sujeto humano las conozca. El platonismo no consiste en decir que poseemos clara y concisamente las ideas, sino en que nuestro conocimiento, que es esencialmente normativo -es decir, que puede ir a mejor (y a peor)- tiene necesariamente un referente perfecto.
      El personaje que dices elegiría, claro está, un esquema emotivo convencional (lo más parecido al que tenía antes o tienen los demás). Por supuesto, si se queda congelado ahí, será emocionalmente deficitario (pero lo sería mucho más si hubiese elegido el esquema emocional de un gusano o de un termostato); pero, si puede evolucionar emocionalmente, evolucionará integrando pluralidad en orden.

      Eliminar
    4. si puede evolucionar emocionalmente, evolucionará integrando pluralidad en orden

      En efecto, eso es lo que quería decirte, ahora, dos cosas, uno, para mi tal evolución es un equilibrio asimétrico donde potenciar un factor, orden, disminuye el otro, heterogeneidad, y viceversa y por eso debe existir situaciones que sean las que incentiven uno u otro equilibrio (prueba de ello es que, a diferencia de lo que proponen mayormente las religiones orientales, no existe una personalidad que sirva igual para un ámbito que el otro, para ser estadista (con toda su carga proactiva) que teórico (con toda su necesaria calma digestiva), y dos, el gran quid es averiguar cómo evolucionar emocinalmente "integrando pluralidad en orden", es decir, ¿se puede hacer exclusivamente teorizando? (Me refiero idealmente, por supuesto, quiero decir, imaginemos una especie alienígena: podría ser educada meramente instrucción mediante...como siempre, el dilema de Mary vuelve a salir a la palestra en una discusión con Platón)

      Eliminar
    5. potenciar un factor, orden, disminuye el otro, heterogeneidad

      Potenciar el orden solo disminuye la pluralidad meramente extensa (es decir, la pluralidad de homogéneos), aumentando la pluralidad de heterogéneos o intensional (jerarquía). El Todo se transorfma de un todo inorgánico (un "batiburrillo" sin "orden ni concierto") en un todo orgánico y sistémico (¡toma ya!)

      ¿se puede hacer exclusivamente teorizando?

      Obviamente, no .En alguna entrada dedicada a esto del arte defendía que el arte tiene su propia autonomía. La relación entre conceptuación e imaginación, en el arte, es enriquecedora, pero el concepto no sustituye a la imagen. Sólo en un plano absoltuo o ideal, convergen concepto e imagen (a favor, asimétricamente, del primero -aunque este también se transforma, de abstracto en individual, como dice Hegel-), y se puede decir que las imágenes no existen.

      Eliminar