martes, 9 de octubre de 2012

Lo vivo, lo muerto, el sueño y el Logos. Heráclito, la oscuridad luminosa



ἀθάνατοι θνητοί, θνητοὶ ἀθάνατοι. ζῶντες τὸν ἐκείνων θάνατον, τὸν δὲ ἐκείνων βίον τεθνεῶτες. (D-K 62)

“Inmortales mortales, mortales inmortales: viviendo la muerte de aquellos, la vida de aquellos muriendo”.

Una traducción un poco más carnosa, pero peor:

“Los inmortales son mortales, y los mortales son inmortales. Los  unos viven (de, mediante) la muerte de los otros, los otros mueren (de) la vida de los unos”.

Todo el mundo, o más bien la mayoría, “sabe” lo que significa “vivir la vida”. También la mayoría podría estar dispuesta a decir que uno muere la muerte. Pero uno no es Heráclito por pensar y decir lo que puede decir la mayoría, sino por pensar lo que podría pensar cualquiera si se hiciese eco de lo que, aunque es común o universal, apenas es comprendido por nadie. Ese uno en el que somos todos, aunque vivimos como si tuviésemos nuestro mundo propio, es el Logos. Y Logos, contra la creencia de los más, dice eso: que los inmortales, mortales, y los mortales, inmortales, pues viven unos la muerte de los otros, y los otros mueren la vida de los unos. ¿Se puede entender lo que dice Logos? Es necesario entenderlo.

Además de vivir la vida, se puede vivir la muerte, y morir la vida. Podemos usar el verbo “vivir” de forma intransitiva (“yo vivo” = estoy o soy (un) vivo), o de forma transitiva “yo vivo una aventura”, o “vivo la vida”. Lo mismo tenemos que hacer con la muerte: yo muero; y también “yo muero – algo”, si es que soy el mismo el que vive y muere.

(Hay quienes piensan que todo esto se evita si consideramos expresiones como “yo muero” como meras trampas del lenguaje y nos limitamos a hablar el lenguaje “auténtico”, el que, presuntamente, habla el “pueblo” –y tenemos, de paso, la fe del carbonero-. Esto es falso, además de inmoral. Es falso que el problema de la identidad y la muerte –qué soy, cómo es que permanezco y desaparezco- desaparezca si me prescribo no hablar de él; y es inmoral, deshonesto, pretender disolver en lugar de afrontar los problemas dialécticos. Por lo demás, apela a una autenticidad pueblerina y un carbonero que no existe más que en su cobarde deseo de evitar la dialéctica: la gente, aunque no comprenda el logos, es dialéctica, metafísica. Aquí no haremos caso a esos intentos sofistas de evitar “lo que nunca se esconde”, como decía el mismo Heráclito).

Los mortales viven la vida, pero se mueren, y entonces no viven la muerte. Solo un inmortal puede vivir la muerte (pues sigue ahí, vivo, cuando está la muerte). Vive, es verdad, la muerte de los mortales, no la suya: vive lo otro: la muerte, que no es algo propio suyo…
Los inmortales viven la vida, pero no se mueren, así que no saben o no pueden morir la vida. Solo alguien mortal puede morir la vida, pues muere de verdad, acaba, cuando la vida está. Es verdad que mueren la vida de los mortales, no la suya…

Pero, puesto que uno es aquello que uno vive (más aún, quizás, en el caso de los inmortales, cuyas vivencias son plenas), los inmortales  (identidades puras y permanentes síes), al vivir la muerte de los mortales (de aquellos que caen siempre en la diferencia, en el no), son a la vez mortales (mueren con ellos, mueren en ellos, mueren mediante ellos, mueren de su muerte continuamente –sin dejar de ser inmortales, sino precisamente porque lo son-); pero, por eso mismo, también, hacen a los mortales inmortales.
Uno es también aquello que uno muere (uno no puede morir aquello que no es). Como solo los mortales son capaces de morir la vida de los inmortales (la continua renovación de la vida de los inmortales, mediante la muerte continua que estos viven de los mortales), los mortales son inmortales, y los inmortales mortales.

Lo inmortal vive (y, por tanto, muere) de la muerte continua: le es esencial el cambio constante, en el cual lo divino permanece; lo mortal vive (y muere) de la  vida continua, de lo que siempre permanece. Lo inmortal, lo que es siempre idéntico, existe en la diferencia continua: “cambiando descansa” ( . . . μεταβάλλον ἀναπαύεται. 84 a). Lo mortal, lo que siempre difiere, existe en la persistente identidad. La lucha de los contrarios es la armonía:

πόλεμος πάντων μὲν πατήρ ἐστι, πάντων δὲ βασιλεύς, καὶ τοὺς μὲν θεοὺς ἔδειξε τοὺς δὲ ἀνθρώπους, τοὺς μὲν δούλους ἐποίησε τοὺς δὲ ἐλευθέρους. (D-K 53)

“Guerra es padre de todas las cosas, de todas es rey, y a unos ha señalado como dioses y a otros como hombres, a unos ha hecho esclavos y a otros libres”. 

Y uno es todo, y todo es uno:

συναλλάξιες ὅλα καὶ οὐχ ὅλα, συμφερόμενον διαφερόμενον, συνᾶιδον διᾶιδον, καὶ ἐκ πάντων ἓν καὶ ἐξ ἑνὸς πάντα. (D-K 10)

"Uniones todo y no todo, coincidente y diferente, concordante y discordante, y a partir de todo uno, y a partir de uno todo".

τῶι οὖν τόξωι ὄνομα βίος, ἔργον δὲ θάνατος D-K 48 El nombre del arco es Vida (bíos), pero su acción es muerte.

Como lo vivo es lo mismo que lo muerto, uno se cambia en otro y el otro en uno:

ταὐτὸ ζῶν καὶ τεθνηκὸς καὶ ἐγρηγορὸς καὶ καθεῦδον καὶ νέον καὶ γηραιόν· τάδε γὰρ μεταπεσόντα ἐκεῖνά ἐστι κἀκεῖνα πάλιν μεταπεσόντα ταῦτα. (D-K 88)

“Lo mismo vivo y muerto, y despierto y dormido, y joven y viejo: pues estos se transforman en aquellos y aquellos, a la inversa, se transforman en estos”.

Lo vivo se convierte en muerto. ¿Cómo puede, lo que es, lo que está vivo, lo que tiene identidad, convertirse en muerte, aniquilarse? Esto es tan difícil de concebir que, para evitarlo, pensamos o bien que nuestra identidad no muere (es ese inmortal que vive la muerte, y no la muere), o bien que no teníamos realmente identidad, sino que nuestra individualidad es algo aparente, epifenoménica, y solo hay una sustancia única (la materia, la energía…) que sufre los cambios, pero no muere nunca. ¿Entonces todo el cambio es pura apariencia (puesto que no hay cambio si toda diferencia es, en verdad, aparente)?
Pero más difícil que entender eso (que lo que vive, muera, que lo que sea, deje de ser), más difícil todavía es entender que lo muerto pase a la vida. Sin embargo, hay que aceptar que así es (al menos, tanto como haya que aceptar que lo vivo muerte): también lo muerto se transforma en vivo, pues lo que está vivo no lo estaba antes, así que no existía, más que en el reino de la muerte. De lo inerte ha salido la vida. Esto es tan difícil de entender que preferimos pensar o bien que lo vivo ya preexistía, siempre, y solo ha pasado a manifestarse, o bien que la vida es una apariencia, y en verdad todo es inercia, muerte.
Sin embargo, para entender el cosmos, con su cambio eternamente permanente y su permanencia constantemente cambiante, hay que aceptar las dos cosas. Lo vivo, muere, lo muerto, vive. Al fin y al cabo:

ψυχρὰ θέρεται, θερμὰ ψύχεται, ὑγρὰ αὐαίνεται, καρφαλέα νοτίζεται. (126)

“Lo frío se calienta, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo árido se humedece”

Esto, que no nos llama la atención por ser lo más obvio, es lo más sorprendente e imposible. Lo “inesperado”, lo “increíble”. Para el Logos, vida y muerte son lo mismo, sin dejar de ser (precisamente por que son) contrarios.

εἰ μὴ γὰρ Διονύσωι πομπὴν ἐποιεῦντο καὶ ὕμνεον ἆισμα αἰδοίοισιν, ἀναιδέστατα εἴργασται· ωὑτὸς δὲ Ἀίδης καὶ Διόνυσος, ὅτεωι μαίνονται καὶ ληναΐζουσιν.D-K 15

“Pues si no hiciesen procesión en honor a Dionisos y entonasen himnos fálicos, actuarían muy vergonzosamente. Pero lo mismo es Hades y Dionisos, por quien enloquecen y hacen bacanales”.

                                                 *          *          *


ἀνθώπους μένει ἀποθανόντας, ἅσσα οὐκ ἔλπονται οὐδὲ δοκέουσιν. (D-K 27)

“A los hombres les aguarda al morir cuanto no esperan ni creen”.

“les aguarda lo que no esperan”: Pero ya vimos que si no se espera lo inesperado, no se lo encuentra. Hay que esperar lo inesperado, y así llega. En la muerte es donde se encuentra lo inesperado, que es, en realidad, lo que hay que esperar.

“les aguarda lo que no creen”: Creer (dokein, doxa) es ya en Heráclito (diga lo que diga Heidegger) lo que no es saber, lo que no es comprender el logos único; creer es vivir como en un mundo propio: οὐ γὰρ φρονέουσι τοιαῦτα πολλοί, ὁκόσοι ἐγκυρεῦσιν, οὐδὲ μαθόντες γινώσκουσιν, ἑωυτοῖσι δὲ δοκέουσι. (D-K 17) “Pues no piensan los más las cosas que se les presentan, ni enseñándoselas las conocen, pero ellos, para sí mismos, creen que sí (las comprenden)”.

Por tanto, en la muerte aguarda lo que no es creencia, es decir, espera el saber.

Pero ¿qué puede ser eso, lo inesperado esperable, lo no creído sabible? Lo que la gente, la mayoría, ni espera ni cree; lo que, en su vivir soñando, como ebrios, no comprenden. Creen que lo muerto, puesto que es lo contrario que lo vivo, no es lo mismo que lo vivo. Creen que lo vivo, puesto que es lo mismo que lo vivo, no pueden ser lo mismo que lo muerto. Pero eso es solo creencia, sueño. Si uno “despierta”, con el Logos común, descubre la muerte, como lo mismo que la vida; si uno está adormecido, con la mayoría, con el “sentido común”, ve sueños:

θάνατός ἐστιν ὁκόσα ἐγερθέντες ὁρέομεν, ὁκόσα δὲ εὕδοντες ὕπνος. D-K 21

“Muerte es cuanto, despiertos, vemos; cuanto dormidos, sueño”.

Esto nos permite entender uno de los fragmentos más intensos y “difíciles” del libro del oscuro Heráclito:

ἄνθρωπος ἐν εὐφρόνηι φάος ἅπτεται ἑωυτῶι ἀποθανὼν ἀποσβεσθεὶς [ὄψεις]. ζῶν δὲ ἅπτεται τεθνεῶτος εὕδων, ἐγρηγορὼς ἅπτεται εὕδοντος. D-K 26

“Un hombre, en la noche una luz enciende para sí, muerto, apagado(s los ojos); vivo, cuando duerme, toca al muerto; despierto, toca al durmiente”.

(cerrados los ojos –“ojos” lo añaden los editores, no está en los códices; en cambio, eliminan “muerto”, como si fuese una glosa-)

Sin estar muy seguro, podría interpretarse así: cuando uno muere o se apaga, enciende una luz para sí: descubre lo inesperado, lo increíble, el Logos, la identidad de los contrarios, que en su creencia vulgar, en su soñar que llamaba estar vivo, intentó mantener separados (Anaximadro dijo que cada cosa paga la injusticia que cometió al salir de ápeiron, de lo sin límites).
Cuando uno se duerme, olvida las diferencias y separaciones ilusorias, y entra en contacto o “toca” la muerte, que es, en su forma radical, lo mismo que la vida: el Logos único, siempre idéntico y diferente a la vez; en cambio, cuando uno está despierto (lo que creemos estar despiertos) entramos en contacto con un sueño, con los zombis, con la idiotez de cada uno, que no es capaz de ver que todo es uno y lo mismo.
Como si dijésemos que, al apagar la luz, entramos en contacto con la verdadera luz, donde blanco puro y negro puro son lo mismo: ciegan de pura luz. Mientras que, cuando damos la luz de la bombilla, o la del sol, que son luces penumbrosas, distinguimos muchos colores “diferentes”, que en realidad son menos diferentes y, por tanto, menos idénticos, que las luces puras, blanco y negro.


τοῖς ἐγρηγορόσιν ἕνα καὶ κοινὸν κόσμον εἶναι, (τῶν δὲ κοιμωμένων ἕκαστον εἰς ἴδιον ἀποστρέφεσθαι). D-K 89

“Para los despiertos, uno y común universo hay, pero cuando se duermen, cada uno vuelve al suyo propio”

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