sábado, 11 de enero de 2014

Especulaciones sobre el futuro de las maneras de hacer filosofía, II: la denegación heideggeriana de la Metafísica

Todas las maneras de hacer filosofía, decía en la entrada anterior, tratan de lo mismo (por eso son filosofías) aunque de maneras diferentes (por eso son varias). En concreto, la manera analítica (“anglosajona”) y la manera fenomenológico-hermenéutica (“continental”) de abordar los problemas filosóficos son tan diferentes porque la una se inspira en o imita el método de las ciencias físico-matemáticas y, la otra, el de las “ciencias humanas” o “letras”. Esta diferencia no es despreciable, y se basa en una dualidad, ella misma, filosóficamente importante, aunque quizás no en la más importante de las dualidades o esquemas que puedan dividir los modos de filosofar. Hay algo que ambas vías tienen en común, tanto por lo que se refiere a sus metodologías como en su objeto o contenido, y es algo respecto de lo que se mantienen en una tensa relación de simultáneos deseo de evitación e inevitabilidad, aunque apenas sean conscientes de ello: ese algo es la Metafísica. Ambas vías intentan dejarla atrás, se declaran “postmetafísicas”. Creen ser, respectivamente, ciencia matemático-natural (muy general) y crítica textual. Pero se engañan: son Metafísica. Sus métodos son los mismos que los de la metafísica, aunque sofisticados o especializados en uno u otro sentido: reflexión, necesariamente dialéctica, sobre lo absoluto, sobre el Ser o alguna de sus epifanías (el Lenguaje, el Texto…)

Qué método usamos está en completa interdependencia con el objeto de que tratamos: cada objeto tiene su modo de ser conocido. No se puede tratar el objeto de la Ciencia Natural con el método matemático, o con el metafísico, o con el religioso…; no se puede tratar el objeto de la Metafísica con el método de la Ciencia Natural, o con el de la Matemática o el del Arte… Las diferentes maneras de hacer filosofía son maneras diferentes de hacer lo mismo, Metafísica, tanto por su método fundamental como por su objeto. También la filosofía analítica y la continental. Pero, para ver esto claramente, es necesario recordar qué es Metafísica, liberándola de caracterizaciones reductoras y perniciosas. Por ejemplo y especialmente, la heideggeriana. A ello dedicaré esta entrada.

Cuando los aristotélicos llamaron Metafísica a lo que Aristóteles llamaba saber o ciencia primeros (dejemos de momento entre paréntesis a Platón), se referían, como su maestro, al asunto del ser en cuanto ser y las propiedades que le corresponden en cuanto tal: no el ser natural, el ser lógico, el ser tal o cual…, sino el ser en general. Tan general que abarcaba y “trascendía” (o, quizás sería hoy mejor decir, adoptando una terminología kantiana, “era trascendental a”) todas las categorías de cosas, por heterogéneas que fuesen. La cuestión primera (en orden de reflexión) era, precisamente, si Ser tiene varios sentidos, cuántos y cuáles, y qué relación (qué Diferencia, pero también qué dependencia) había entre los diversos sentidos de ser. Como se sabe, la respuesta aristotélica es que el ser se dice en varios sentidos, pero no de manera equívoca, sino por relación a uno, la ousía o entidad o “sustancia” (como bastante inadecuadamente se tradujo en latín), es decir, el ser plenamente individual y autónomo, que “ni se predica de ni se da en otro”, sino del que se predican y en el que se dan los otros modos de decir “es”. Solo después de estas tesis sumamente generales o “abstractas” (la no-univocidad del Ser, y la prioridad del ser concreto y sustantivo), solo después de este análisis trascendental, venía el estudio, más concreto, de la interioridad de la usía o entidad o sustancia, donde Aristóteles creía descubrir que, puesto que tenemos que salvar el fenómeno por excelencia, es decir, el Cambio, toda sustancia se constituye e individúa por relación a él, y eso quiere decir, por relación al dúo energeia-dynamis, acto-potencia. Y solo como una parte de la teoría de la usía o entidad o sustancia (como mínimo en tercer o cuarto lugar, por tanto), venía el asunto de la sustancia inmóvil, de Dios, así como la de la Cosmología y la Biología (donde se incluía a la Psique).

Ninguna de esas etapas de la reflexión Metafísica puede ser obviada cuando se habla de qué es la Metafísica. Ni la teoría de la sustancia ni la teoría del motor inmóvil son toda la metafísica ni siquiera su consecuencia tautológica. La meditación sumamente general acerca del sentido o sentidos del Ser podía haber dado otro resultado (el univocismo, el equivocismo –por ejemplo, el equivocismo Ser / Ente-); también la meditación, segunda, acerca de la prioridad de la sustancia podría haber dado otro resultado (un accidentalismo de sabor “budista”, por ejemplo), incluso supuesto ya el resultado aristotélico a la anterior y más general cuestión; la meditación, tercera, acerca de la naturaleza de la usía (su articulación acto-potencia) tampoco tenía necesariamente que arrojar ese resultado al que llega Aristóteles; y tampoco, en fin, el asunto de la sustancia principal tenía que concluir en esa existencia de una entidad primera y motor inmóvil (es posible defender el naturalismo y el ateísmo, como una postura más dentro de la teología filosófica). En cierto modo, la cuestión del ser-individual-absolutamente-primero o Dios, era un asunto casi más de la Física que de la Metafísica. En realidad, es un asunto de (una de las áreas de) la Metafísica “especial”.

La Metafísica no es, pues, un saber de lo trascendente ni de la entidad o sustancia, sino, primeramente, de lo trascendental, es decir, de las condiciones de posibilidad de los entes, del Ser en general. Fuera de la Metafísica, entendida en ese sentido general y propio, solo hay no-filosofía: Ciencia, Arte, Religión… Nos desencamina completamente entender Metafísica, como hace Heidegger, en el sentido estrecho de búsqueda del Ente causalmente u ónticamente primero y olvido del Ser, o como una confusión “onto-teológica”. Nada en la Metafísica general aristotélica tiene que ver con una prioridad del Ente sobre el Ser, ni con una presunta reducción del Ente a Presencia. No existía en la Metafísica una confusión Onto-teológica: existían un problema ontológico y, después, un problema teológico, debido a las dos nociones de ser primero que irremediablemente encontraba la reflexión ontológica o metafísica: el ser como lo más universal y el ser como lo más individual y concreto. Lo que hace el propio Heidegger, en sus análisis sobre la diferencia Ser – Ente, lo que él llama Ontología, no es algo de tipo diferente a lo que los aristotélicos llamaban Metafísica y los wolfianos “Ontología general”, aunque Heidegger concluya de manera diferente y, sobre todo, use un método muy distinto, inspirado, como decíamos, en la crítica literaria y en la etimología especulativa. Por tanto, insisto, no veo razones para aceptar la caracterización heideggeriana de la Metafísica ni la tesis de su final. La filosofía fue siempre, y sigue siendo en Heidegger y sus herederos, Metafísica, es decir, consideración del ser en cuanto ser y de sus articulaciones fundamentales.

¿Quiere esto decir que hay que volver a la terminología aristotélica, y que Heidegger no ha aportado algo y hasta mucho a la Filosofía, es decir, a la Metafísica? No. No es necesario ni posible quedar atrapado en el mismo antiguo modo de decir lo casi indecible, y Heidegger es un importante metafísico (como lo fueron Nietzsche y Kant según el propio Heidegger). Todas esas reconsideraciones del problema filosófico han sido iluminadoras, en buena medida precisamente porque han renovado (parcialmente) los términos, ya solidificados y gastados, aunque a veces esto nos lleve, erróneamente, a ver mucha más profundidad relativa en lo actual que en lo viejo e induzca al filósofo a creerse haciendo algo totalmente nuevo, sobre todo en tiempos tan ansiosos de hacer historia y preocupados por deshacerse de lo escolástico como son los tiempos modernos.

En concreto, Heidegger nos ha propuesto una Ontología o Metafísica General que insiste profundamente en la heterogeneidad o diferencia entre los entes y el ser, entre las cosas que son y el (hecho de) que sean, de manera semejante al Wittgenstein del Tractatus. También nos ha ofrecido Heidegger una Metafísica Especial, renovación original de la vieja Antropología filosófica, en que el ente destinado al ser (el Dasein) es definido de varios modos existencialistas o “existenciarios”, tales como la de ser que se hace cargo de la muerte, ser capaz de angustia y aburrimiento, ser con historia… Pero, aunque Heidegger haya expresado estas tesis metafísicas en grandes y oraculares expresiones, y ello nos haya ayudado a pensar o, mejor, repensar el mismo asunto metafísico, nos conviene también no perder de vista que lo que ha hecho Heidegger no está más-allá de la Metafísica, sino en su interior. Solo así es posible un verdadero diálogo con los otros metafísicos, diálogo que queda imposibilitado si no nos situamos en un terreno común (por abstracto que sea), o si creemos nosotros estar en un terreno abierto al que ellos no accedieron (de manera parecida a como los gentiles precristianos no tuvieron acceso a la revelación).

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