miércoles, 8 de enero de 2014

Especulaciones sobre el futuro de las maneras de hacer filosofía, I

Sigue habiendo algo que todo el mundo sabría identificar como filosofía. ¿Seguirá habiéndolo? ¿Cómo? ¿Qué futuro le cabe a la Filosofía? Más en concreto, ¿hay una unidad de la Filosofía, o es una idea o pseudo-idea en desintegración? Las siguientes especulaciones no tienen que ver con la historia, ni con la profecía, salvo como tópicos para filosofar, para filosofar, concretamente, acerca de la filosofía (pero filosofar acerca de la filosofía no es tan narcisista como hacer, por ejemplo, historia de la historiografía: la filosofía es más esencialmente autorreferente, casi puro “pensamiento del pensamiento”, como el dios de Aristóteles).

Como se sabe, existen hoy dos grandes maneras de hacer filosofía, que se llevan la parte del león, y varias otras intermedias. Por una lado está la “filosofía continental”, fenomenológico-hermenéutica; por otro, la “filosofía anglosajona” o analítica. Ambas corrientes van infiltrándose, cada vez más, la una en el terreno sobre el que florece la otra: ya no es rara la buena bibliografía hermenéutica en inglés, ni la analítica en alemán y francés. Tampoco faltan intentos de acercamiento, ni denuncias de problemas de identidad e incluso oficios de difuntos, sobre todo dentro de la filosofía analítica y sobre todo respecto de sí misma (por ejemplo Aaron Preston Analytic Philosophy, the History of an Illusion, Continuum Studies in Philosophy, 2010). Pero nada de esto ha favorecido apenas la “contaminación” o el mestizaje, y los dos caminos siguen vivos por separado, con muchas dudas de que sea posible algún contacto no superficial entre ellos, un intercambio de argumentos, un verdadero diálogo. ¿Es que hablan de cosas diferentes? ¿No tienen nada esencial en común? Mi parecer es que hablan fundamentalmente de lo mismo de maneras solo relativamente diferentes, aunque, eso sí, muy diferentes dentro de esa relatividad.

¿De qué maneras diferentes hablan de lo mismo? La raíz de la diferencia en sus maneras de abordar los problemas filosóficos se puede describir de forma sencilla diciendo que, mientras que la filosofía analítica se inspira en o imita el método de las ciencias físico-matemáticas, la filosofía hermenéutica, por su parte, remeda el método filológico-histórico o de las “ciencias humanas” en general. La primera, parte metodológicamente de las nociones más simples e inmediatas desde el punto de vista tanto lógico como fenoménico-externo o “natural”. Adopta un naturalismo y reduccionismo metodológico, o navaja de Occam desde el más-acá: tratemos de explicarlo todo con los menos elementos no-naturales posibles (y, entre los naturales, elijamos los de menor nivel de complejidad); intentemos conformarnos con la extensión o univocidad semántica, evitando la connotación y la intensión. No por ello el pensador analítico  concluye siempre en un naturalismo metafísico, pero cuando acaba en alguna forma de no-naturalismo (lo que viene ocurriendo cada vez más a menudo), eso se percibe, en el mundo analítico, como una sorpresa, algo que “no debería haber acabado así”.

La filosofía hermenéutica, en cambio, intenta pasar por algo así como historiografía e interpretación literaria. Los términos que usamos en cualquier campo semántico, incluida la ciencia –nos recuerdan-, están cargados de connotaciones o resonancias culturales, históricas, psicológicas, subconscientes…, una vez se atiende a las cuales, se sitúa a cada “verdad” en su contexto y deja de ser neutral y atemporal. Hay aquí, obviamente, una irresistible tendencia a concluir en alguna forma de relativismo o constructivismo (historicismo, culturalismo) y a la vaporización de la verdad y su reducción a retórica. Pocos hermenéuticos evitan estas conclusiones, y menos aún se entregan a señalar los límites de la interpretación (una de las pocas excepciones que conozco es Más allá de la interpretación, de G. Vattimo, Paidós 1995). No hay más que interpretaciones, dijo Nietzsche. Pero ¿esto mismo no será entonces solo una interpretación?

La fenomenología es, en cierto modo, una manera intermedia de filosofar, y ello porque su referente científico es esa ciencia intermedia o de dudosa ubicación que es la psicología: una especie de Psicología introspeccionista “a lo divino” o a lo trascendental, eso es originariamente la Fenomenología (Husserl). Algo parecido puede decirse de los filósofos de Frankfurt respecto de la sociología. La fenomenología, no obstante, pronto se mezcló con la hermenéutica, por obra, sobre todo, de Heidegger, y no es fácil encontrar fenomenólogos puros (quizás M. Henry o J-L Marion). Si Frege y Husserl aún hablaban un lenguaje bastante común, sus respectivos descendientes cada vez se hicieron más “de ciencias” o “de letras”.

Por supuesto, volviendo a las dos grandes vías, analíticos y hermenéuticos, ambos se engañan en la medida en que creen que lo que hacen es ciencia. Lo que hacen los “filósofos del Lenguaje” no es lingüística, ni lógica, ni ciencia natural muy general: no espera ser falsado ni permite análisis “lógicos” alternativos e incompatibles; lo que hacen los hermenéuticos no es crítica textual ni historia: no espera ser deconstruida su propia deconstrucción, y sí pretende anunciarnos alguna verdad ahistórica. Ese engaño común no es casual: una de las pocas cosas que ambas metodologías filosóficas tienen, en cuanto metodologías, en común, es el intento de huir de la Metafísica y simular ser ciencia. Pero, mientras que en los continentales, la “muerte de Dios” es una tesis pseudo-histórica, en el positivismo anglosajón el “sinsentido de la metafísica” es una tesis pseudo-científico-natural o pseudo-lógica. Son dos formas del cientificismo. Esto apunta directamente a aquello Mismo de lo que ambas tratan pese a sí, y de lo que hablaré más adelante (en la siguiente entrada). Por decirlo rápidamente desde ya, a las filosofías analítica y hermenéutica es la Metafísica lo que las une: en lo que se refiere a sus métodos, el deseo de evitarla; y en cuanto a sus contenidos, la inevitabilidad de tenerla (o ser tenidos por ella).

Si quisiéramos acercar las dos maneras de hacer filosofía, podríamos empezar por buscar, por tanto, cómo relacionar estrechamente ambos tipos de ciencias, naturales y humanas. Hay intentos de ello, reconociendo, por parte de los unos, el papel que la interpretación tiene en el lenguaje de la ciencia natural o naturalista en general (piénsese en D. Davidson, por ejemplo) o la incorrección del viejo reduccionismo; y, por parte de los otros, aunque menos, el reconocimiento del momento más puramente referencial de todo lenguaje, y el anclaje pragmático de los signos (razón última del principio de verificabilidad de las ciencias empíricas). Pero, como decía, no se puede hablar de un verdadero diálogo filosófico entre unos y otros.

Podría imaginarse que este acercamiento sería más fácil desde filosofías que se quisieran parecer a ciencias intermedias (como la etología, desde el lado de lo naturalista, o la psicología, viniendo desde las humanidades). Sin embargo, el problema se traslada al interior de esas propias ciencias, a cómo definirlas y tratarlas. Ellas sufren internamente la tensión de esas dos fuerzas contrapuestas: el afán de cuantificación estricta y la necesidad de no matar lo que se pretende conocer. El problema profundo para la posibilidad de acercamiento de ambas maneras de filosofar parece estar, pues, en el problema de en qué manera ciencia natural y ciencia hermenéutico-historiográfica son aproximables o conjugables. ¿No serán, acaso, maneras irreconciliables de abordar la realidad, e incluso de abordar realidades irreconciliables?

Alguien dirá que, puesto que alguna vez hubo un filosofar que no era ni “de ciencias” ni “de letras” (el de todos los grandes clásicos, desde Platón y Aristóteles a Kant y Hegel –aunque ya se viese en cada uno un sesgo más naturalista o más hermenéutico-), debería ser posible volver a pensar filosóficamente sin esos manierismos. Pero hay que tener en cuenta que nunca las ciencias, tanto las naturales como las “humanas”, fueron tan conscientes de sus especificidades respectivas. Tanto el rigor analítico-naturalístico como la consciencia hermenéutica han crecido mucho, en sentidos opuestos, y no se puede sencillamente volver atrás. Con razón un filósofo analítico se queja de la falta de pulcritud matemática o claridad, de la ambigüedad y elusividad, cuando no del (al menos aparente) oscurantismo con que escriben muchos filósofos continentales. Pero con la misma razón estos se maravillan de la ingenuidad y “virginidad” histórico-literaria y política de los filósofos analíticos. Ninguna de las dos percepciones carece de razón, pero las dos yerran si creen que es tan sencillo como ignorar el otro . Lo deseable es una síntesis que supere las unilateralidades. Más que nadie, la filosofía tiene que proponer una concepción integral, haciéndose cargo de la dialéctica ahí presente, y, desde luego, considerando una adquisición tanto el desarrollo analítico como el hermenéutico.

Pero ¿cuál es esa dialéctica ahí presente? ¿Es la dialéctica propia de la relación entre lo natural y lo cultural, entre lo cuantitativo y lo cualitativo, entre lo mecánico y lo pensante? Aunque es muy tentadora, yo creo que no es exactamente esa las dialéctica aquí presente, sino una algo más pobre y confusa. Lo que hace, también, que sea más difícil de desenredar.

Intentemos un acercamiento “platónico”. ¿Qué diría Platón de esto? Se le podría interpretar así: puesto que la poesía está dos veces alejada de la dialéctica, es desde la matemática (que está a un solo paso) desde donde más nos conviene partir: no entre aquí quien no sepa geometría. Platón sería entonces, junto a Aristóteles y otros muchos de los grandes, más afín al espíritu de la actual filosofía analítica (en cambio, Hegel y, sobre todo, Nietzsche, con su idea de que el arte es el momento creativo, estaría más cerca del hacer continental). Sin embargo, esa sería tanto una pobre interpretación de Platón (y seguramente también de Hegel) como una malinterpretación de la diferencia entre filosofía analítica y hermenéutica.

Creo que esa diferencia es en buena medida un falso dilema: ni el análisis extensional y naturalista-mecanicista es el mejor paradigma de la Ciencia (con Platón y Aristóteles, pienso que hay modelos mejores para la Naturaleza, como el biológico o el simbólico) ni las ciencias humanas son lo mismo que la retórica, aunque la mayoría de los filósofos analíticos y de los hermenéuticos crean sendas cosas. Si es así, la filosofía hermenéutica debería tomarse más en serio la profundidad potencial de las ciencias de lo humano y lo espiritual, desentendiéndose de lo que hay en ella de retórica pretendidamente libre del peso de la verdad; y la filosofía analítica tendría que tomarse más en serio el “racionalismo” de la Ciencia, desprendiéndose, en cambio, de su naturalismo mecanicista y reductivo. Quizás así se podría caminar a una síntesis de las ciencias.


Pero ahí no habría acabado el proceso de acercamiento entre las diversas maneras de hacer filosofía: ahí no habría hecho más que empezar. Todavía ambas maneras de hacer filosofía tendrían que desprenderse de su cientificismo, y reconocer que son filosofía y que, por eso, tratan de algo que está más allá del alcance de la ciencia, más allá de la física y de la historiografía: que son Metafísica.

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