lunes, 15 de noviembre de 2010

La existencia de la Existencia (diálogos eleáticos, I)

Diálogo entre un sabio y venerable maestro de la ciudad de Elea, y un discípulo realmente deseoso de comprender.

-¿Puedes repetirme, maestro, qué es eso de que sólo la Existencia existe?
-¿Qué te parece a ti que es existir, o ser, en el sentido pleno de esta palabra?
-¿Qué es la Existencia? En cierto modo, me parece, es algo que no se puede pensar de una manera determinada, o sea, que es inconceptualizable, como de diversas maneras han dicho diversos filósofos.
-¿Por qué han pensado eso?
-Porque cualquier predicado o concepto con que intentásemos entenderla, cualquier esencia, lo cualificaría de manera determinada, por contraste con lo diferente, pero no parece que pueda haber nada que contraste con la Existencia. Todo existe, y lo que no existe es nada. Así que la Existencia no parece que pueda ser una característica de las cosas.
-Muy bien, pero…
-Pero, por otra parte, de alguna manera tiene que ser pensable, puesto que hablamos de ella y creo que tiene sentido que lo hagamos. ¿O no tiene sentido decir que tal o cual cosa, existe?
-Casi lo que parece que no tiene sentido es decir cualquier otra cosa. Date cuenta, además, de que también hablamos de lo que no existe, así que cierto contraste sí que tenemos que admitir que tiene.
-Desde luego. Si hablásemos sólo de lo que existe… no hablaríamos de nada.
-Seguramente.
-A lo mejor, entonces, pienso a veces, hay que definir el existir como aquella característica que no se reduce a ninguna otra característica, pero sin la cual las demás características son realmente nada. Porque creo que hay que mantener por todos los medios que lo que no existe no tiene características.
-Eso creo yo.
-Entonces, aunque no podamos definirla concretamente, podemos entendernos diciendo que existir es “ser algo”, algo independiente de que lo estemos concibiendo o no, y algo individual y autónomo.
-De acuerdo, si no nos ponemos tiquis-miquis.
-Ahora: ¿hay algo que es la Existencia misma, es decir, una cosa con esas características que digo, algo individual y autónomo, que es Existir, algo que merezca un sustantivo para él o ella solo, y a ser posible un sustantivo propio? Creo que eso es lo que preguntas o afirmas tú: que además de que existan cosas, o, más bien, en lugar de que existan cosas, lo que existe es sólo la Existencia, o el Ser, en el sentido más completo de la palabra.
-¿Ves alguna manera de evitarlo?
-Lo que no veo, ahora mismo, maestro, es manera de aceptarlo. Aunque, por otra parte, algo en mí quiere entenderlo para creerlo. Hay, por lo menos, una fuerte tentación (en la que he caído y caigo una y otra vez) de decir que la Existencia no es más que un concepto, o sea, un producto de la mente, o del lenguaje… ¡Esos extraños objetos que son los productos de la mente y del lenguaje!
-¡Y esos extraños objetos que son la Mente y el Lenguaje!, ¿no?
-Sí, así es. Entonces, esa tentación (que es, creo yo, el sentido común) dice, contra ti, que la Existencia es solamente un concepto (aunque, eso sí, un concepto muy especial), con el que nos referimos a todo lo que uno puede referirse de verdad, y en la medida en que es algo a lo que uno puede referirse.
-Ése es, quizás, el sentido común de los filósofos.
-Es más, maestro, se puede fácilmente llegar, tirando por ese camino, a que la Existencia no es siquiera una característica o propiedad de primer orden, es decir, que se pueda atribuir a seres con nombre propio, sino una propiedad de segundo orden, o sea, una propiedad de propiedades, un predicado de predicados: justo el predicado que dice que otro predicado, de orden menor, tiene alguna cosa por ahí que lo satisface o ejemplifica, como se suele decir.
-¿Y?
-¡Ahí!…, pero ¿dónde? ¡En la realidad! Pero es a esa realidad a la que realmente queremos referirnos con la palabra existir, o ser en sentido pleno… ¿Cómo va a ser la existencia un concepto, y de segundo orden? ¿Qué es, entonces, la realidad: es sólo un montón de propiedades, o algo más pequeño todavía…? ¿Puedes sacarme un poco de este atolladero?

-Contéstame, entonces, a dos cosas: si hay que decir que existen los conceptos o ideas (por ejemplo, lo Rojo), y si los conceptos o ideas tienen que tener (y cuánto tienen que tener) la propiedad de la que son ideas (por ejemplo, si lo Rojo es rojo o incluso absolutamente rojo). Empieza por la primera, si te parece: ¿hay que decir que existen las ideas, o sea, esos conceptos con los que entiendes todo?
-Por lo menos tengo ya claro que no se puede aceptar un “nominalismo de avestruz”, como lo ha llamado Armstrong, creo, y que otros llaman “quinear” (por el filósofo americano W. v O. Quine): si algo no puedes explicarlo, niégalo.
-Y ¿qué es lo que rechazas al rechazar esa conducta de avestruz?
-Rechazo pensar que las cosas se entienden mediante otras cosas, tales como signos o vientos, que en realidad necesitarían ellas mismas entenderse mediante conceptos. Nadie ha sido capaz de eliminar los conceptos o ideas sin asesinar al conocimiento. Tiran al niño con el agua de la bañera.
-¿Qué más fauna no te satisface?
-Pues tampoco me satisface, desde hace tiempo, eso de las palomas de la jaula que es la mente. O sea, el conceptualismo, que dice que los conceptos existen sólo en la mente.
-Como escribirá en unas decenas de años un ateniense (poniéndolo en mi boca, por cierto), cuando pensamos, pensamos algo que es. Si no, no pensamos nada. O, como digo yo mismo en mis buenos ratos: lo que se piensa y lo que es, son lo mismo (cuando se piensa, claro, no cuando se imagina uno que piensa).
-Pero, ¿no podría pensarse que un concepto no es más que la colección de cosas que lo ejemplifican? A esto los lógicos lo llaman el "axioma de extensión": un conjunto no es más que sus miembros.
-Muy bien. Pues tengo que decirte que mi evidencia quizás más fructífera (si es que estoy en lo cierto) es haber comprendido que eso es poner el carro delante de los bueyes. Porque, a no ser que tengamos ya la idea o propiedad que identifica al conjunto, no podremos identificar qué seres son miembros suyos. Y no podremos identificarlos porque para ser algo hay que tener características. Es más, para distinguir miembros de un mismo conjunto hacen falta, además de la idea que los hace iguales, tantas ideas como para hacerlos diferentes. Llama a esto, si quieres, el "axioma de intensión".
-Así que existen los conceptos, o ideas, como prefieres llamarlos, porque sin ellos no hay nada. ¿Sabes lo que dicen, los maestros que más he oído, de los que son como tú? Dicen que “hipostasiais” o sustancializais las ideas, o sea, que les dais el ser sólo porque las necesitáis en el conocer. Y eso, dicen, es el mayor pecado.
-Y ¿eres capaz de adivinar lo que podemos contestarle nosotros, los simples?
-Me figuro que se les puede pedir que propongan otro criterio ontológico, y expliquen por qué lo que necesitamos pensar no podemos afirmar que existe.
-Claro. Porque es muy cómodo decir, “esto lo uso, pero no existe”. Y el problema no es que sea cómodo, claro, sino que no haya manera de tragarlo. ¿O puede funcionar algo que no existe ni se deja traducir a algo que sí existe?
-Eso es verdad, por duro de aceptar que sea para el sentido común del filósofo. Hasta un amante de la superficie, como el sagaz Quine, dice que tenemos que aceptar como existentes aquellas cosas que, como las entidades matemáticas, no tenemos más remedio que usar en la ciencia y que no podemos reducir a otras más amadas por más superficiales. Aunque su último criterio de qué hay que aceptar como válido sea el criterio pragmático, y yo por mi parte prefiera el criterio lógico…
-Y ¿qué dice de la existencia? ¿No cree que la necesitamos y no podemos cargárnosla?
-Es complicado. Para él, creo, la existencia no es más que un cuantificador, o sea, una especie de adjetivo numeral indeterminado. O no le entiendo, o me parece del todo insatisfactorio. Pero prefiero que hablemos de tu teoría. Sigue el razonamiento.
-Está bien. Entonces, ¿podemos entender que las ideas estén pidiendo a gritos que se les reconozca la existencia?
-Pero, por otro lado, no dejan de ser seres de la oscuridad… ¿Qué ser real puede ser el que está en muchos sitios a la vez, o sea, que no es realmente un individuo, un ser concreto? Esa es la pega eterna contra vuestras ideas.
-Así es. Pero, incluso concediéndote que las ideas sean así (que no lo son) ¿conoces alguna cosa que sea un individuo como esos que buscas? ¿No has visto cómo aquellos amantes de la superficie que mencionas, cuando buscan sus individuos reales, sus átomos de realidad, se ven llevados hasta un “esto” absoluto sin duración ni extensión, un “inconceptualizable”?
-Es cierto. Incluso parecen llegar a que sólo existe una cosa, que sirve de referente último de todos los predicados… ¡A ver si va a resultar que estáis de acuerdo!
-No sería extraño. ¿No dicen que, en lo oscuro todos los gatos son pardos? Y también en la luz muy luminosa deja uno de distinguir, con las sombras, las demás cosas... Pero, por seguir por donde íbamos: nosotros, los amigos de la idea, no creemos que a ésta le falte individualidad ninguna por el hecho de ser participada por muchos, igual que, según nuestra amada metáfora, el mismo sol no deja de ser uno e indiviso porque ilumine muchos rincones.
-Te concedo eso por hoy. Sigue con lo otro.

-Ahora dime si una idea tiene que tener su propia característica: si el Rojo tiene que ser rojo, por ejemplo.
-Cualquier opción me parece peor. Si la Rojez no es roja, no sé cómo puede hacer rojas a las cosas. Si es roja, parece que nos amenaza el argumento del tercer hombre, quiero decir, del tercer rojo: de algo tienen que participar en común tanto las cosas rojas como la rojez roja.
-Sí, de lo Rojo mismo. Es que no es adecuado decir que el Rojo es rojo, sino que el Rojo es lo rojo, o el rojo mismo. El Rojo en sí es el rojo puro, y no participa de otro rojo más puro.
-Todo esto, maestro, me temo que podríamos estar un año discutiéndolo.
-Estaremos siglos discutiéndolo.
-Pero, de la misma manera, podemos darlo ahora por concedido. Dime a dónde quieres llegar, aunque lo entreveo.

-Bueno, pues, entonces, parece que hay que aceptar dos cosas. Primero, que la idea existe, porque si ella no existe, no puede hacer nada, y menos cualificar a las cosas que sí existirían. Y, segundo, que la idea tiene que tener ella misma su misma propiedad, o, mejor dicho, tiene que ser eso mismo (ella misma) en estado puro, porque, si no, tampoco podría dárselo a los demás.
-Sea.
-Y supongo que no te confunde el que la idea no se pueda imaginar, pero sí pensar.
-Otra cosa más que te concedo por ahora.
-¿Quieres tú mismo deducir de ahí qué se sigue para esa no-propiedad o super-propiedad, esa no-idea o super-idea, que es Ser o Existir?
-Creo que te corresponde sólo a ti decirlo.
-Pues se sigue que, tanto por lo primero como por lo segundo, o sea, tanto porque existe la idea, como porque la idea es la única cosa que participa plenamente o es ella misma, no sólo la Existencia existe o el Ser es, sino que es lo único que es o existe plenamente.
-Y, por supuesto, la Existencia es un individuo absoluto, aunque sea participada de manera más o menos imperfecta por los existentes… si es que los hay… A esto yo lo llamaría Argumento Ontológico.
-Curioso nombre… seguramente más correcto de lo que se imagina él mismo.
-Ahora veo tu famosa teoría, maestro: ¿qué puede haber fuera de ese ser único e individual que nos acaba de parecer que es la Existencia? Parece que nada.
-Fuera, nada; ¿y dentro…?
-¿Qué podría dividirla, a la existencia única, ni siquiera de manera analógica (o sea, con un no-ser relativo, como parece que defenderá un discípulo tuyo en el extranjero)?
-Esto no es tan fácil. Pero te sugiero que degustemos e intentemos digerir de lo que acabamos de creer haber visto.
-Creo que tendré que regurgitarlo unas cuantas veces, porque tanto los supuestos que te he concedido como lo que creo haber visto, es demasiado duro para un estómago corriente, como el mío. Pero al menos el sabor que deja es tan exquisito como el del agua.

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