Si
hay una pieza de la galería de la
Historia de la
Filosofía a la que nadie o casi nadie dudaría en calificar de
“metafísica” (también en el sentido heideggeriano de la palabra) y (pero ahora
en sentido no-heideggeriano) “ontológica”, esa es, seguramente, cierto
argumento que, en varias versiones, pretende demostrar la existencia real y
necesaria de un ser poseedor de todos los atributos positivos en grado
absoluto, un ser perfecto, un ser -en palabras de quien pasa por el descubridor
del razonamiento- mayor (y mejor) que el cual no pueda pensarse otro. Según sus
defensores medievales y modernos, en tanto que quizás en ningún otro caso
podemos inferir de la mera esencia o posibilidad (o sea, de un cúmulo de
características), la existencia real de algo, en el caso, sin embargo, de la
esencia que consiste en la síntesis o, mejor, perfecta unidad de todas las
perfecciones, la existencia se sigue necesariamente, ya que es una pura
contradicción que el ser perfecto no exista, es decir, que carezca de una, si
no la principal, de las perfecciones. Al ser perfecto o, al menos, a aquel
mayor que el cual no podemos concebir otro, si lo concebimos, lo concebimos
necesariamente como existiendo. El razonamiento parece de genética racionalista
platónica. Para Platón la perfección ideal es el único criterio de existencia,
realidad u objetividad (tomando estos términos en sentido amplio): una cosa
existe en la misma medida en que tiene perfección, y la idea de la perfección
misma (lo bueno mismo) es la que más existe (el proto ontos on) y la que da su existencia e inteligibilidad a las demás.
Quienes,
a lo largo de los siglos, han rechazado este razonamiento, lo han hecho principalmente
desde la tesis de que, al menos para nosotros, seres finitos, no hay ninguna
idea o esencia que pueda reclamar su existencia si no puede mostrársenos en o a
través de los fenómenos materiales. No basta con que tengamos una idea, por
perfecciones que esta acumule en su interior, para que tengamos necesariamente una
realidad para ella fuera de nuestra mente. Una idea no es más perfecta porque
sea idea de perfección, sino porque pueda ponerse en confrontación sensible,
material, aunque sea indirectamente (como causa) con este mundo. El ataque
clásico moderno contra este argumento, a manos de quien le puso el nombre de “ontológico”,
dice que la existencia es, para nosotros, solo una categoría o condición de
validez del discurso teórico, que tiene su otra pata necesaria en los
fenómenos. La existencia no añade nada a las propiedades “reales” de algo, sino
que indica, solo, que el objeto está “puesto” con relación a nosotros. El
“argumento ontológico” es, pues, para Kant, solo uno de esos ilusorios intentos
de la paloma de nuestro entendimiento cuando pretende volar en el vacío, es
decir, la ilusión metafísica racionalista, la confusión de los conceptos trascendentales
con cosas trascendentes.
No
recuerdo si Heidegger se refirió alguna vez al “argumento ontológico”, pero
supongo que, de haberlo hecho, lo habría colocado, también él, en el conjunto
de las obras de la
Metafísica y la Onto-teología , es decir, según él, de la
confusión de la cuestión del Ser con la del Ente supremo. Dios, el dios de los
filósofos, es “solo” el ente más alto, causa primera, presencia o parusía en
grado superlativo, Idea pura. Pero esta jerarquía, fundamentalmente unívoca
(analógica, en verdad) de los entes, olvidaría la radical diferencia que hay
entre el Ente y su Ser, la Diferencia
Ontológica. El Ser no es el fundamento de los entes, no es un
ente más, aunque sea primero. El Ser no es ente. El Ser, como el Tiempo, lo hay
(es gibt), se da. La diferencia
ontológica (entre Ser y Ente) no es, pues, la diferencia metafísica, la
diferencia de grados de ser, sino una completa heterogeneidad, que está aún por
pensar y para la que no hay un lenguaje.
En “¿Es
el argumento ontológico realmente ontológico?” (texto original “Is the Ontological Argument Ontological? The
Argument according to Anselm and its Metaphysical Interpretation according to
Kant”, Journal of the History of Philosophy,
30-2 (1992), pp. 201-218, traducción de Oscar Figueroa, Tópicos 32 (2007), 179-205) Jean-Luc Marion, sin embargo, pretende
librar a Anselmo del estigma de la metafísica. Según Marion, su argumento
no sería ontológico o metafísico, sino “agatológico-erótico”, podríamos llamarlo
(pero no es Marion quien lo llama así), no-ontológico en todo caso. A
diferencia de la forma que el argumento (este sí) ontológico presenta en
Leibniz y seguramente antes en Descartes, y que fue el objeto de la crítica de
Kant, en Anselmo no se trataría de inferir la existencia de Dios a partir de
una esencia positiva, de un concepto suyo definido (el ser necesario, por
ejemplo, en Leibniz), sino a partir, precisamente, de la imposibilidad de
conceptualizar a o poseer intelectivamente la esencia de Dios.
Para
que se pueda hablar de un argumento ontológico, dice Marion, es necesario que
se cumplan dos condiciones: (1) que se intente llegar a la existencia de Dios a
partir de un concepto de su esencia, y (2) que tal esencia se interprete como
universal e incondicionada. Pues bien, según nuestro filósofo, ninguna de las
dos condiciones se aplica al argumento de Anselmo.
En
cuanto a lo primero, Marion considera evidente que en Anselmo no se parte de (antes
bien, explícitamente se parte de lo contrario a) un concepto positivo de Dios. Anselmo
presenta el asunto, dice Marion, del todo bajo el axioma de la prioridad de la
fe, una “fe que busca al intelecto” (fides
quaerens intellectum), sí, pero en el sentido intenso de que es la fe la
que, en todo momento, conduce a la razón: “Ciertamente –cita Marion- no busco
entender para creer, sino que creo para entender. Y, en efecto, creo en esto
porque a menos de que crea no podré entender”. Para Anselmo, pues, la fe sería
el principio y horizonte último de todo entendimiento posible. La conclusión
del argumento es, también, un Dios que “habita en una luz inaccesible”. El argumento,
pues, ni en su punto de partida ni allí donde concluye hace uso de un concepto,
sino deliberadamente de un no-concepto. “Algo tal que nada más grande puede
pensarse” (id quo majus cogitari nequit o aliquid quo nihil majus cogitari possit)
hay que entenderlo, dice Marion, como expresión de la imposibilidad de pensar
ningún concepto de Dios. El concepto de Dios, en todo caso, es el concepto de
no-concepto:
“Entendido como concepto, a Dios conviene únicamente el hecho de trascender todo concepto. Apenas algo es concebible dentro de ciertos límites, irremediablemente ese objeto no podrá alcanzar a Dios. Por el contrario, el pensamiento se abre a la cuestión de Dios sólo en la medida en que se enfrenta a sus propios límites. La capacidad del pensamiento para trascender todo concepto, o mejor dicho, para experimentar los límites de su poder para pensar son la única evidencia con que se cuenta para hablar de que el pensamiento en verdad se las está viendo con la cuestión de Dios (…) Dios aparece tan pronto como el pensamiento no puede ir más allá; Dios comienza justo allí donde y cuando el pensamiento toca sus límites”.
Se
puede decir, “paradójicamente”, señala Marion (pero no tan paradójicamente, a
mi parecer, por lo que veremos más adelante), que el argumento de Anselmo tiene
un carácter crítico-trascendental, y que accede a lo trascendente negando,
precisamente, la posibilidad de una prueba trascendental. Su contenido crítico
es al menos tanto como el de Kant. En cambio, Tomás, siguiendo al
aristotelismo, permanece preso de la metafísica, malentiende el argumento de
Anselmo viendo como problema justo lo que es su virtud (o sea, que Dios no es
cognoscible a partir de conceptos quoad
nos), y las propias cinco vías tomistas son otras tantas pruebas
verdaderamente ontológicas que parten de esencias o conceptos bien definidos.
El
decurso de la argumentación de Anselmo es, entonces, este: I, se parte de un
no-concepto irrefutable (el no-concepto de Dios es irrefutable, porque si se le
entiende, como concepto de autolimitación, no hay manera de negarlo); II, ese
no-concepto, o límite del pensamiento, lleva a algo trascendente, más allá de
todo límite, a algo infinito; y, III, a ese algo solo cabe atribuirle la
existencia o realidad, pero sin pasar por el conocimiento de su esencia.
Claro
que, se hace cargo Marion, podría objetársele a ese argumento que no hay
razones para atribuir existencia a algo de lo que el entendimiento no puede
hacerse ningún concepto. Pero esto, según Marion, se responde inmediatamente
cuando advertimos que el no-concepto de límite que es el punto de partida de
Anselmo, es, no un no-concepto de mínimo de inteligibilidad, sino, al
contrario, un no-concepto de máximos. El intelecto advierte que, en su grado
máximo, aparece (conciencia de) su propio límite, lo que remite a lo
trascendente, ya sin concepto. Porque, según Anselmo según Marion, hay tres “grados
de ser”: ser solo en el intelecto, ser en el intelecto y en la realidad, y ser
o existir en realidad pero no estar en el intelecto. “Por tanto, Señor, no sólo
eres algo tal que nada más grande puede pensarse; eres además algo más grande
que lo que puede pensarse” (Ergo, Domine,
non solum es quo majus cogitari nequit, sed es quiddam majus quam cogitari
possit; Proslogion XV, 112). Es precisamente la incapacidad del intelecto
para producir la esencia de Dios, por su límite máximo, lo que lleva a inferir
a Dios.
En
cuando a 2 (es decir, acerca del carácter que se atribuye a la esencia de Dios)
el argumento de Anselmo lleva a cabo, según Marion, una segunda y más radical ruptura
del lenguaje ontológico y de la esencia, cuando convierte la expresión inicial
en esta: [id] quod nihil melius cogitari potest (Proslogion XIV, 111),
es decir, cuando sustituye el concepto cuantitativo (maius) por el cualitativo-axiológico (melius), cambiando la lógica del máximo ser por la del máximo bien.
Esto, dice Marion, nos remite inmediatamente al epékeina tees ousías de Platón (República
509b), al Bien más allá del Ser. Lo que va más allá de todo concepto no es algo
simplemente mayor, sino algo mejor, el Bien. Solo el Bien (la razón práctica)
supera al Ser (de la razón teórica).
Y esto,
a su vez, supone la necesidad de apelar al amor:
“Alcanzar el límite de nuestro poder para pensar (conforme al principio de lo máximo) equivale a esforzarse por alcanzar lo mejor a través del amor (tantum amabunt, quantum cognoscent). El amor va más allá del entendimiento porque posee la capacidad de desear aquello que no nos está dado conocer; el entendimiento, por su parte, carece de esta capacidad”.
Si lo
que se busca es conocer a Dios como melius,
esto es, como el Bien supremo, el pensamiento ni debe ni puede basarse en el
concepto (imposible) de una esencia inaccesible; antes bien debe echar mano de
su propio deseo sin ninguna otra ayuda que la de su poder infinito para amar.
Esto,
dice Marion, no condena al argumento al campo de lo irracional o “lo místico”.
Se trata solo del reconocimiento de que la trascendencia de Dios no es la del
máximo ente, que “los aspectos más fundamentales de Dios están por completo
fuera del alcance de conceptos finitos”. Anselmo, como Kant y Heidegger, habría
estado convencido de que el ser, en cuanto tal, es siempre finito.
La
postura de Anselmo tendría, por lo demás, su filiación y pedigrí filosóficos (y
teológicos, claro) en la tradición: remite, decíamos, a Platón, y también a la
expresión de Pablo “conocer la caridad hiperbólica de Cristo que sobrepasa cualquier
otro conocimiento” (Efesios 3.10)
La mayor
dificulta que subsiste para Anselmo (para el Anselmo de Jean-Luc Marion) y para
cualquier filosofía de la supremacía del amor sobre el entendimiento, como lo
es la del propio Marion, es la de si es posible desarrollar argumentos fuera de
la Metafísica :
“¿Tiene sentido admitir argumentos concluyentes y racionales sin admitir sin embargo la primacía del ser, esto es, de la metafísica, y, en consecuencia, de la lógica? ¿Hasta qué punto depende la lógica de la metafísica? ¿Cómo podría ser válido un argumento no metafísico?
Podemos concluir afirmando que por lo menos un autor estuvo convencido de que ciertos argumentos en efecto escapan al dominio de la metafísica: san Anselmo.”
****
La
lectura de Jean-Luc Marion del argumento anselmiano como argumento
no-ontológico, quiere, arrebatándola de la Metafísica, inscribir esa extraña
pieza filosófica del teólogo y monje benedictino en el pensamiento no
ontoteológico surgido o puesto en vigor con la reciente muerte de Dios y de la Metafísica. El
mismo Marion ha pensado una filosofía no-ontológica como Dios sin el Ser, y
donde el Amor es situado más allá de todo concepto. Más profunda y fundamental
que la certeza de existir (que es en la que se detiene la Metafísica ) es la de
que me aman: solo esta supera el nihilismo (El
fenómeno erótico).
No
puede negarse el interés del intento de Marion, así como su alarde de pericia
y, digámoslo también, osadía interpretativa. Desde luego, es muy legítimo dar
una lectura nueva de cualquier autor y texto, que, en lugar de alejarlo, nos
acerque a él, o le acerque a nosotros. También conocemos, no obstante, las tergiversaciones
y violencias a que este ejercicio de “apropiación” puede dar lugar. En relación
con el reseñado ejercicio de Marion, tengo reparos en dos sentidos, el
hermenéutico y el puramente filosófico. ¿Son Anselmo y, sobre todo, Platón, pensadores
no metafísicos, no ontológicos, que habrían reconocido la superioridad del amor
y la “razón práctica” sobre el intelecto, y, por tanto, serían ajenos a la confusión
del ser con la presencia y lo conceptualizable? Y, sean o no sean así esos
pensadores, ¿debemos entregarnos a esta propuesta filosófica? Empezaré aquí con
la primera cuestión, que es la menor, y dejo para otra ocasión la segunda
pregunta.
Creo,
para empezar por Anselmo, que los elementos textuales a que se atiene Marion no
apoyan suficientemente su interpretación. Dejando a un lado que varias de las
citas que escoge como ilustración ni siquiera me parece que ilustren lo que
pretende (por ejemplo, cuando, después de decir que para Anselmo el amor va más
allá del entendimiento, cita: “Desea ese único bien, que es todo bien”, lo que
de ninguna manera me parece que apoye esa tesis de prioridad; o cuando, para
ilustrar que en Anselmo la fe es quien da contenido y conduce al intelecto,
cita las famosas expresiones “fe que busca al intelecto” y “ciertamente no
busco entender para creer, sino que creo para entender. Y, en efecto, creo en
esto porque ‘a menos de que crea no podré entender”, lo que podría decir
perfectamente cualquier teólogo, por metafísico que fuese, y el propio Anselmo
diría de cualquier otro asunto, porque se trata solo de la tesis de la
prioridad de la fe sobre la razón, lo que no implica que la razón no tenga,
para estos autores, autonomía en aquello de que trata), me parece que la
interpretación general se basa en una consideración sesgada de los diversos
aspectos del pensamiento anselmiano. Dicho brevemente, me parece que Marion
insiste en las expresiones más propias de la vía negativa (negar de Dios todo
predicado para remitir a su infinitud e incomprensibilidad), e incluso cree
encontrarlas donde yo veo más bien lo contrario, y no repara en todas aquellas
expresiones propias de la vía positiva (afirmar supereminentemente de Dios todo
predicado para remitir a su plenitud de ser). La Metafísica , al menos si
se la limpia del empobrecimiento de la interpretación postmetafísica, es ambas
vías, porque es dialéctica y analógica. Y concretamente el argumento de
Anselmo, se apoya más en la vía positiva que en la negativa, la cual aparece
solo como complemento “retórico”. Veámoslo.
La
interpretación de Marion comienza con la tesis del carácter no-conceptual de la
noción que sirve de punto de partida a Anselmo (aquello mayor –mejor- que lo
cual nada puede pensarse). Este concepto del no-concepto no ofrecería un
contenido positivo, una esencia, sino solo la denuncia del límite de la
capacidad de concebir (del intelecto). Es cierto que hay un aspecto en que el
concepto del que parte Anselmo para entender a Dios es un concepto limitado, y aun
un concepto consciente de su limitación. Esto, no obstante, vale para todo
teólogo y todo filósofo, por ontológico y hasta ontologista que sea. ¿Hay
alguien que haya sostenido que tenemos una noción adecuada de lo infinito,
absoluto, omni-perfecto? Es más, la tesis de la inadecuación del concepto tiene
aplicación para toda noción de cualquier tipo de entidad, no solo de Dios.
¿Alguien ha pretendido que nuestras nociones de las cosas son plenamente adecuadas?
Por tanto, es trivial señalar el carácter limitado de toda concepción, aunque,
ciertamente, es menos trivial en el caso de Dios. Sin embargo, y esto es lo
esencial aquí, el carácter limitado de la noción humana de Dios no tiene
ninguna función lógica en el argumento (ni siquiera aparece en él), porque todo
él se apoya, al contrario, en que la noción de partida, que es la noción más
apropiada de la que disponemos para pensar a Dios (aquello mayor que lo cual
nada cabe concebir), es precisamente la más positiva de las nociones (como
diría Spinoza, lo verdaderamente limitado es lo finito). En ningún sentido creo
que pueda decirse que se trata de un no-concepto, sino, más bien, del concepto
por excelencia: Dios es lo mayor pensable (aunque también, desde la teología
negativa –que no es la del argumento- se pueda añadir que Dios excede lo
pensable, porque ambas cosas son ciertas). Aunque Marion nos pide que pensemos la
noción de Anselmo como mero no-concepto, esto sin embargo obvia la cuestión de
por qué Anselmo define a Dios como “aquello mayor que lo cual nada cabe
pensar”. Y es evidente que Anselmo sabe cómo podemos buscar ese mayor. Por
ejemplo, es mayor el que sabe que el que no, el que es libre que el que no, el
que tiene poder que el que no. Es decir, ni siquiera se trata de una noción
indeterminada, aunque se exprese de manera general, encerrando todas las
perfecciones en una. Anselmo nos pide que pensemos esa noción de manera
superlativa (no nos pide, obsérvese bien, que pensemos a Dios como “aquello que
es mayor que aquello mayor que lo cual nada puede pensarse” –eso, es cierto,
también se dirá de Dios, cuando se insista en su supereminencia, pero no es,
insisto, la noción que se toma en las premisas del argumento-; pero es que
aunque Anselmo nos hubiera pedido -lo que no hace- pensar eso –algo que excede
al mayor de los conceptos-, aún así todavía estaría entrañando un concepto
positivo de Dios, pues a él se llegaría a través de conceptos ónticos positivos).
En la interpretación de Marion falta una consideración del hecho de que Anselmo
haya usado la escalera de las propiedades que consideramos ónticamente
positivas, para superlativizarlas. Porque si el papel que tuviese la noción de
Dios en el argumento fuese meramente
no-conceptual, habría bastado e incluso sido más interesante un concepto
meramente negativo, que no se apoyase en ninguna perfección óntica. Pero es
obvio que en el maius de la noción de
Anselmo están encerradas propiedades positivas, extraídas del mundo, y que el
argumento se funda en que Dios es la positividad absoluta de esas nociones, ni
siquiera una completa trascendencia respecto de esas positividades.
Esto
significa, repito, que Marion pone toda su atención e interés en el aspecto
“apofático” o negativo del discurso filosófico-teológico, desconsiderando el
aspecto katafático o positivo. Pero desde luego Anselmo no cree que haya que
prescindir de este camino, ni siquiera cree, como hemos visto, que sea el más
apropiado para la argumentación que pretende (donde, recuérdese, intenta
demostrar racionalmente lo que ya cree por fe), porque no dice “Dios es
aquello que excede toda concepción por grande que esta sea”, sino que dice
“Dios es aquello mayor que lo cual no cabe pensar nada”, o sea, Dios es lo
máximo pensable (no lo-impensable).
Por
tanto, no hace falta ningún recurso a un amor que vaya más allá de todo
concepto, como ocurriría en un anti-intelectualista que, ciertamente, Anselmo
no es: Dios es al menos tan Entendimiento como Amor, no más lo segundo; y, a su
imagen, las criaturas. Anselmo en ningún caso nos está pidiendo que amemos lo
que es completamente inconceptualizable, sino que amemos lo más inteligible en
sí, aunque para nosotros su inteligibilidad siempre sea precaria. Nuevamente
aquí me parece evidente que la cita anselmiana de Marion en apoyo de su
interpretación (tantum amabunt, quantum
cognoscent) no apoya la idea de la superioridad del amor sobre el
conocimiento, sino más bien al contrario. Es imposible amar lo que no se conoce.
Por otra parte, el argumento de que “el amor va más allá del entendimiento
porque posee la capacidad de desear aquello que no nos está dado conocer; el
entendimiento, por su parte, carece de esta capacidad” encierra la simple
tautología de que el entendimiento no puede entender lo que no puede entender
(como implicaría una tautología análoga decir que “el entendimiento va más allá
del amor porque posee la capacidad de entender aquello que no nos es dado amar”),
lo que no permite inferir que el amor vaya más allá del intelecto.
Aún menos
aceptable me parece la interpretación del epékeina
tees ousías de República 509b, de
Platón (y que se remonta al menos a E. Lévinas). ¿Sería Platón el gran no-metafísico
de la Historia
de la Filosofía ?
Me parece que esto es incompatible con todos los textos platónicos, incluida,
por supuesto, La República , donde la Idea es ontos on, y to agathòn es
“solo” la Idea
de las Ideas, no algo más allá de las Ideas. El único o al menos principal
locus donde se apoya toda ese intento de apropiación antimetafísica de Platón,
el citado pasaje 509b, no da apoyo a lo que se pretende. ¿Quiere Platón decir
ahí que el Bien, lo Bueno en sí, está más allá de todo ser, siendo, por tanto,
completamente heterogéneo al Ser? No. Lo primero, porque Platón usa el término ousía, y no on (no dice “epékeina tou
ontos”, como habría dicho coherentemente si hubiese querido situar lo Bueno
en sí más allá de la Idea ).
De manera que es más correcto traducir, como hace, por ejemplo, Conrado Eggers
Lan en Gredos, “…el Bien no sea esencia, sino algo que se eleva más allá de la
esencia en cuanto a dignidad y a potencia” (en lugar de “no sea ser…”). Pero es
que en un pasaje poco posterior del mismo texto, hablando de esa conducción de
toda la psique hacia la luz, que es la Educación , dice Sócrates:
οὕτω σὺν ὅλῃ τῇ ψυχῇ ἐκ τοῦ γιγνομένου περιακτέον εἶναι, ἕως ἂν εἰς τὸ ὂν καὶ τοῦ ὄντος τὸ φανότατον δυνατὴ γένηται ἀνασχέσθαι θεωμένη: τοῦτο δ᾽ εἶναί φαμεν τἀγαθόν.
“apartándose de lo que nace, con el alma entera –del mismo modo que el ojo no es capaz de volverse hacia la luz, dejando la tiniebla, sino en compañía del cuerpo entero-hasta que se hallen en condiciones de afrontar la contemplación del ser e incluso de la parte más brillante del ser, que es aquello a lo que llamamos bien”. (518c traducción de Manuel Fernández-Galiano del pasaje)
“…la contemplación de lo que es y lo más luminoso de lo que es, que es lo que llamamo el Bien” (traduce Conrado Eggers Lan)
El Bien
es, pues, el más luminoso de los seres, el ser puro, no algo más allá del ser.
El
dialéctico es descrito como quien se remonta de idea en idea, hasta la idea
primera o anhipotética (511b), y en ningún momento el conocimiento del Bien es
puesto fuera de la dialéctica, fuera o más allá del cuarto segmento de la línea,
de la “visión del ser y lo inteligible” (511c), sino que, en su ascensión, el
alma alcanza, como última visión, el sol o bien (516b)
“En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas, que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.” (517b)
En
Platón hay una gradualidad ontológica que pasa de lo limitado a lo infinito o,
más bien, absoluto, sin significar por eso la absoluta heterogeneidad del exacerbado
dualismo de la filosofía moderna. Por eso, me parece que es preciso rechazar
los intentos de apropiarse al gran metafísico por parte del pensamiento
(pretendidamente) antimetafísico. Antes bien, Platón es seguramente una lectura
esencial para delatar la aporía de ese pensamiento. Pero esto es cuestión para
otro momento.
Andaba yo un poco perdido con la manera de entender la prueba ontológica por parte de Marion. Gracias por tus aclaraciones. Unas aclaraciones que, más que ser punto de llegada, abren nuevos caminos de reflexión.
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