viernes, 27 de mayo de 2016

El ateísmo como religiosidad (Cómo es ser ateo, VI)

Hemos propuesto distinguir, en principio, entre dos alcances del ateísmo (absoluto y restringido) y dos ámbitos desde los que ser ateo (el religioso y el filosófico). Habría, entonces, al menos cuatro formas de ateísmo:

  • el ateísmo religioso amplio, rechazo religioso –no filosófico, ni científico- de cualquier tipo de religiosidad,
  • ateísmo religioso restringido (rechazo religioso de cualquier religiosidad trascendente –o, en general, de un tipo de religiosidad, pero no de toda religiosidad-);
  • ateísmo filosófico amplio, la tesis filosófica de la inexistencia de cualquier ente o propiedad divina o sagrada
  • y ateísmo filosófico restringido, o tesis filosófica de la inexistencia de un dios trascendente (o, mucho menos habitualmente, de un cierto tipo de supuesta entidad sagrada)

Luego se pondrá en discusión este esquema. De momento, suponiéndolo relativamente útil, preguntémonos cómo es ser ateo de cada una de esas formas, si es que es posible serlo en todas, o en alguna de ellas siquiera).

¿Es posible el ateísmo religioso, esto es, una religiosidad atea? Ahora bien, podría replicarse: ¿es posible otro ateísmo que el religioso? ¿No es el ateísmo una actitud propia e intransferiblemente religiosa, lo mismo que el escepticismo no puede ser más que una posición epistemológica, o lo mismo que el conjunto vacío es un conjunto y la nada es un concepto, por “bastardo” que sea?

Ronald Dworkin ha argumentado, en efecto, que no es posible ningún escepticismo externo: la metaética (incluso la más relativista o la más negadora de la ética) es parte de la propia ética, la metametafísica (incluso la más deflacionista de la metafísica) es parte de la metafísica, etc., pues una proposición ética (metafísica, etc.), o su negación, solo puede deducirse de otras proposiciones sujetas a la misma axiología. Esta sería la “ley de Hume”, según la llama Dworkin, ¡pero Hume la utilizó, paradójicamente, con fines escépticos! Dworkin, en cambio, deduce de ella que no es posible un escepticismo radical (ya Donald Davidson, siguiendo a Wittgenstein, había sostenido algo parecido respecto del escepticismo teorético al menos: cualquier falsedad requiere un contexto de verdad, no podemos estar equivocados en  todo).

Aunque estamos acostumbramos a diversos intentos de reducción, eliminación, deconstrucción… desde un ámbito aparentemente exterior a lo que se pretende reducir, eliminar, deconstruir…, sin embargo, cuando se trata de ámbitos axiológicos (y no de asuntos parciales) esto se manifiesta una y otra vez aporético. Así, la deconstrucción es consciente de que la metafísica no se supera, pues la propia deconstrucción, en cuanto intenta ser un desmontaje de las categorías metafísicas desde dentro (pues desde fuera sería vacua), permanece anclada en categorías metafísicas. De manera semejante, el cristianismo solo puede deconstruirse, según Jean-Luc Nancy, desde el propio cristianismo, lo que, según Derrida, significa que el cristianismo no es, al fin y al cabo, superado en ese ejercicio.

Si aceptásemos esta línea de razonamiento, tendríamos que concluir que el ateísmo solo es posible propiamente como una forma de teísmo, pero, a la vez y por eso, un ateísmo radical o absoluto estaría en contradicción consigo mismo. Siempre sería posible, al menos en principio, un ateísmo religioso o religiosidad atea restringidos, como es posible un escepticismo parcial o una metafísica que rechace parte de la metafísica. Cualquier religiosidad naturalista o inmanentista es atea en un sentido restringido, al menos desde el punto de vista trascendentista (de la misma manera, la religiosidad trascendente puede ser vista –aunque ello es, interesantemente, mucho menos corriente- como un “ateísmo” o mala religiosidad, en sentido restringido, por parte de quienes sostengan una religiosidad inmanentista. Como diremos luego, tal vez esta sea la manera más caritativa de entender el ateísmo de Nietzsche, y, desde luego, el de Marx). Si esas formas de religiosidad no trascendente fallasen, sería por razones ulteriores, que exigirían una profundización religiosa. No vamos a detenernos ahora en esta cuestión (por interesante que sea). Volvamos a la posibilidad del ateísmo absoluto.

Que el ateísmo solo pueda ser una actitud religiosa, es la otra cara (o la cruz) de la tesis de que el teísmo auténtico no tiene nada que ver con el “dios de los filósofos”. Es la postura de muchos teólogos, sobre todo entre los protestantes, para quienes el misterio de Dios, el “dios vivo” de la fe (ese que con tanto patetismo descubrió Pascal, y que ha probado ser tan contagioso modernamente), es incluso algo diametralmente opuesto al presunto dios de la ontología (el Ser). También es la postura de los teólogos “postmodernos”, como Jean-Luc Marion (Dios sin el ser), y, desde luego, del padre Heidegger (“si alguna vez escribiese una teología, a lo que me siento tentado, la palabra ser no aparecería por ningún lado”, dijo. Y, como dice Derrida en Cómo no hablar, esta es precisamente su teología [la de Heidegger]).

Pensemos un poco más en lo dicho hasta aquí. Si la religiosidad consiste esencialmente en una cierta capacidad o “sensibilidad” (sunsus religionis, sensus divinitatis) para con un tipo específico e inconfundible de datum (el fenómeno religioso, el darse lo sagrado, etc.), solo puede ser creyente quien, con esa sensibilidad despierta, recibe tal datum, y solo puede ser ateo quien, teniendo también la sensibilidad adecuada, sin embargo no recibe ese dato. La religiosidad atea en su alcance amplio o total se daría cuando los sujetos con sensibilidad religiosa perdiesen toda o no tuviesen ninguna actitud religiosa positiva, no tuviesen ninguna fe, o, más bien, tuviesen fe en ninguna cosa. Tendrían la capacidad de tener fe, pero esta capacidad no encontraría objeto alguno en su dominio. Esto sería análogo a que las personas tuviesen la capacidad de la visión pero no hubiera nada que ver (porque se fuese o no hubiese llegado nunca la luz, por ejemplo). O sería equivalente a la extinción del arte porque los sujetos dejasen de tener la actitud propiamente estética.

Pero, tal como un ciego no puede opinar sobre el color de esa macha, o de si se ha ido la luz o no; y de la misma manera en que quien carece de sensibilidad estética no puede opinar si hay cosas bellas y dignas de entusiasmar, así quien se sitúa (o está) fuera de la vivencialidad religiosa, del sensus religionis, no podrá ser propiamente ateo, o podrá serlo, a lo sumo, de la manera equívoca e irrelevante en la que el ciego puede decir que no hay ahí ninguna mancha de color o no hay luz, o el asténico puede desestimar el arte.

Ahora bien, ¿no es un hecho que la gente pierde la fe, toda la fe? ¿Qué significa eso? Quien pierde la fe ¿pierde la capacidad de tener fe?, ¿pierde, por decirlo así, la fideidad?, ¿o bien justamente la condición imprescindible para haber perdido la fe, es conservar (quizás más viva que nunca) la capacidad de fe? (¿no dijo Machado que quien desespera espera?). Por tanto, habríamos de concluir que el ateísmo es siempre un ateísmo restringido, esto es, que niega alguna forma (por amplia que sea) de religiosidad, pero no toda ni la fundamental. Así habría que entender la presunta arreligiosidad moderna, si queremos ser hermenéuticamente caritativos con sus ponentes. No es que mucha gente haya abandonado toda actitud o “sensibilidad” religiosa, sino que han abandonado determinadas formas de ella, por ejemplo, todas aquellas que sitúan el sentido en algo externo a esta vida o este mundo, etc.

No obstante, incluso si lo que el ateo “pierde” (o de lo que se libera) es (de) la capacidad de tener fe, de tomar algo por sagrado, es decir, si el ateísmo pretende ser un situarse fuera de la fe, para rechazarla, es muy dudoso que, así entendido, el ateísmo pruebe el ateísmo, tal como, decíamos, el hecho de que hubiese personas que perdiesen la visión, o que abandonasen o perdiesen la actitud estética y pudieran prescindir de todo arte en sus vidas, no probaría que quienes sí conservan la vista o necesitan arte estén en algún error o inflación psíquica. Un ateísmo con más pretensiones, con auténticas pretensiones, necesitaría probar la “imposibilidad”, la ilusoriedad, o, al menos, la impertinencia de la actitud religiosa positiva (teísta), esto es, que la mejor actitud posible es el rechazo de toda religiosidad. Y eso exige nada menos que un criterio superior, capaz de dirimir si la religiosidad es “deseable” o no, “verdadera” o no, digna de entusiasmo o no. ¿Existe un ámbito tal, desde el que juzgar a la religiosidad, entre todas las otras cosas?

Un problema, al respecto, es que la religiosidad, aunque comparte aspectos de lo que significa deseable o verdadero o digno de entusiasmo en otros ámbitos (en el de la racionalidad práctica, la racionalidad teorética, la sensibilidad estética), tiene o pretende tener también sus propios criterios, su propio modo de “verdad”, su propio modo de validez. Quizá quien pierde la fe, o no la encuentra por ningún lado, cae o habita en una pobreza de sensibilidad, acaso inducida por la posible confusión de lo religioso con todos esos otros ámbitos con los que parcialmente se solapa.

Cuando, “por ejemplo”, Nietzsche parece hacer un juicio a la religiosidad, apela a criterios presuntamente superiores como la “verdad” (la religión sería ilusión, confusión, antropomorfismo…) y, sobre todo, la “vida”, la aptitud vitalista (la religión sería perniciosa, morbosa, contravital). Pero puede plantearse la duda de si esos criterios a los que acude Nietzsche son “preferibles” (¿desde qué otra criteriología?) a los criterios del creyente, de su vivencia. También puede plantearse, como decíamos más arriba, si en realidad Nietzsche está atacando a la religiosidad en total o bien solamente a la religiosidad trascendente, a la del tras-mundo. Muchas de sus expresiones alientan esta interpretación. Tal vez son solo sus expresiones más exotéricas, pero es dudoso que su trasfondo esotérico logre salvar algo parecido a algún criterio desde el que dirimir la bondad, deseabilidad, verdad… de cosa alguna.

Pero ¿hay que aceptar que existe una sensibilidad específicamente religiosa (la de la espiritualidad, etc.), que algunas personas no poseen o tienen adormecida?

(continúa)

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