Hemos propuesto distinguir, en principio, entre dos
alcances del ateísmo (absoluto y restringido) y dos ámbitos desde los que ser
ateo (el religioso y el filosófico). Habría, entonces, al menos cuatro formas
de ateísmo:
- el ateísmo religioso amplio, rechazo religioso –no filosófico, ni científico- de cualquier tipo de religiosidad,
- ateísmo religioso restringido (rechazo religioso de cualquier religiosidad trascendente –o, en general, de un tipo de religiosidad, pero no de toda religiosidad-);
- ateísmo filosófico amplio, la tesis filosófica de la inexistencia de cualquier ente o propiedad divina o sagrada
- y ateísmo filosófico restringido, o tesis filosófica de la inexistencia de un dios trascendente (o, mucho menos habitualmente, de un cierto tipo de supuesta entidad sagrada)
Luego se pondrá en discusión este esquema. De
momento, suponiéndolo relativamente útil, preguntémonos cómo es ser ateo de cada una de esas
formas, si es que es posible serlo en todas, o en alguna de ellas siquiera).
¿Es posible el ateísmo religioso, esto es, una
religiosidad atea? Ahora bien, podría replicarse: ¿es posible otro ateísmo que
el religioso? ¿No es el ateísmo una actitud propia e intransferiblemente
religiosa, lo mismo que el escepticismo no puede ser más que una posición
epistemológica, o lo mismo que el conjunto vacío es un conjunto y la nada es un
concepto, por “bastardo” que sea?
Ronald Dworkin ha argumentado, en efecto, que no es
posible ningún escepticismo externo: la metaética (incluso la más relativista o
la más negadora de la ética) es parte de la propia ética, la metametafísica (incluso
la más deflacionista de la metafísica) es parte de la metafísica, etc., pues
una proposición ética (metafísica, etc.), o su negación, solo puede deducirse
de otras proposiciones sujetas a la misma axiología. Esta sería la “ley de
Hume”, según la llama Dworkin, ¡pero Hume la utilizó, paradójicamente, con
fines escépticos! Dworkin, en cambio, deduce de ella que no es posible un
escepticismo radical (ya Donald Davidson, siguiendo a Wittgenstein, había
sostenido algo parecido respecto del escepticismo teorético al menos: cualquier
falsedad requiere un contexto de verdad, no podemos estar equivocados en todo).
Aunque estamos acostumbramos a diversos intentos de
reducción, eliminación, deconstrucción… desde un ámbito aparentemente exterior
a lo que se pretende reducir, eliminar, deconstruir…, sin embargo, cuando se
trata de ámbitos axiológicos (y no de asuntos parciales) esto se manifiesta una
y otra vez aporético. Así, la deconstrucción es consciente de que la metafísica
no se supera, pues la propia deconstrucción, en cuanto intenta ser un
desmontaje de las categorías metafísicas desde dentro (pues desde fuera sería
vacua), permanece anclada en categorías metafísicas. De manera semejante, el
cristianismo solo puede deconstruirse, según Jean-Luc Nancy, desde el propio cristianismo,
lo que, según Derrida, significa que el cristianismo no es, al fin y al cabo,
superado en ese ejercicio.
Si aceptásemos esta línea de razonamiento,
tendríamos que concluir que el ateísmo solo es posible propiamente como una
forma de teísmo, pero, a la vez y por eso, un ateísmo radical o absoluto
estaría en contradicción consigo mismo. Siempre sería posible, al menos en
principio, un ateísmo religioso o religiosidad atea restringidos, como es
posible un escepticismo parcial o una metafísica que rechace parte de la
metafísica. Cualquier religiosidad naturalista o inmanentista es atea en un
sentido restringido, al menos desde el punto de vista trascendentista (de la
misma manera, la religiosidad trascendente puede ser vista –aunque ello es,
interesantemente, mucho menos corriente- como un “ateísmo” o mala religiosidad,
en sentido restringido, por parte de quienes sostengan una religiosidad
inmanentista. Como diremos luego, tal vez esta sea la manera más caritativa de
entender el ateísmo de Nietzsche, y, desde luego, el de Marx). Si esas formas
de religiosidad no trascendente fallasen, sería por razones ulteriores, que
exigirían una profundización religiosa. No vamos a detenernos ahora en esta
cuestión (por interesante que sea). Volvamos a la posibilidad del ateísmo
absoluto.
Que el ateísmo solo pueda ser una actitud religiosa,
es la otra cara (o la cruz) de la tesis de que el teísmo auténtico no tiene
nada que ver con el “dios de los filósofos”. Es la postura de muchos teólogos,
sobre todo entre los protestantes, para quienes el misterio de Dios, el “dios
vivo” de la fe (ese que con tanto patetismo descubrió Pascal, y que ha probado ser
tan contagioso modernamente), es incluso algo diametralmente opuesto al presunto
dios de la ontología (el Ser). También es la postura de los teólogos “postmodernos”,
como Jean-Luc Marion (Dios sin el ser), y, desde luego, del padre Heidegger
(“si alguna vez escribiese una teología, a lo que me siento tentado, la palabra
ser no aparecería por ningún lado”, dijo. Y, como dice Derrida en Cómo no hablar, esta es precisamente su
teología [la de Heidegger]).
Pensemos un poco más en lo dicho hasta aquí. Si la
religiosidad consiste esencialmente en una cierta capacidad o “sensibilidad” (sunsus religionis, sensus divinitatis) para con un tipo específico e inconfundible de datum (el fenómeno religioso, el darse
lo sagrado, etc.), solo puede ser creyente quien, con esa sensibilidad
despierta, recibe tal datum, y solo
puede ser ateo quien, teniendo también la sensibilidad adecuada, sin embargo no
recibe ese dato. La religiosidad atea en su alcance amplio o total se daría
cuando los sujetos con sensibilidad religiosa perdiesen toda o no tuviesen
ninguna actitud religiosa positiva, no tuviesen ninguna fe, o, más bien, tuviesen
fe en ninguna cosa. Tendrían la capacidad de tener fe, pero esta capacidad no
encontraría objeto alguno en su dominio. Esto sería análogo a que las personas
tuviesen la capacidad de la visión pero no hubiera nada que ver (porque se
fuese o no hubiese llegado nunca la luz, por ejemplo). O sería equivalente a la
extinción del arte porque los sujetos dejasen de tener la actitud propiamente
estética.
Pero, tal como un ciego no puede opinar sobre el
color de esa macha, o de si se ha ido la luz o no; y de la misma manera en que
quien carece de sensibilidad estética no puede opinar si hay cosas bellas y
dignas de entusiasmar, así quien se sitúa (o está) fuera de la vivencialidad
religiosa, del sensus religionis, no
podrá ser propiamente ateo, o podrá serlo, a lo sumo, de la manera equívoca e
irrelevante en la que el ciego puede decir que no hay ahí ninguna mancha de
color o no hay luz, o el asténico puede desestimar el arte.
Ahora bien, ¿no es un hecho que la gente pierde la fe, toda
la fe? ¿Qué significa eso? Quien pierde la fe ¿pierde la capacidad de tener fe?,
¿pierde, por decirlo así, la fideidad?, ¿o bien justamente la condición
imprescindible para haber perdido la fe, es conservar (quizás más viva que
nunca) la capacidad de fe? (¿no dijo Machado que quien desespera espera?). Por
tanto, habríamos de concluir que el ateísmo es siempre un ateísmo restringido,
esto es, que niega alguna forma (por amplia que sea) de religiosidad, pero no
toda ni la fundamental. Así habría que entender la presunta arreligiosidad
moderna, si queremos ser hermenéuticamente caritativos con sus ponentes. No es
que mucha gente haya abandonado toda actitud o “sensibilidad” religiosa, sino
que han abandonado determinadas formas de ella, por ejemplo, todas aquellas que
sitúan el sentido en algo externo a esta vida o este mundo, etc.
No obstante, incluso si lo que el ateo “pierde” (o
de lo que se libera) es (de) la capacidad de tener fe, de tomar algo por
sagrado, es decir, si el ateísmo pretende ser un situarse fuera de la fe, para
rechazarla, es muy dudoso que, así entendido, el ateísmo pruebe el ateísmo, tal
como, decíamos, el hecho de que hubiese personas que perdiesen la visión, o que
abandonasen o perdiesen la actitud estética y pudieran prescindir de todo arte
en sus vidas, no probaría que quienes sí conservan la vista o necesitan arte
estén en algún error o inflación psíquica. Un ateísmo con más pretensiones, con
auténticas pretensiones, necesitaría probar la “imposibilidad”, la ilusoriedad,
o, al menos, la impertinencia de la actitud religiosa positiva (teísta), esto
es, que la mejor actitud posible es el
rechazo de toda religiosidad. Y eso exige nada menos que un criterio superior,
capaz de dirimir si la religiosidad es “deseable” o no, “verdadera” o no, digna
de entusiasmo o no. ¿Existe un ámbito tal, desde el que juzgar a la
religiosidad, entre todas las otras cosas?
Un problema, al respecto, es que la religiosidad,
aunque comparte aspectos de lo que significa deseable o verdadero o digno de
entusiasmo en otros ámbitos (en el de la racionalidad práctica, la racionalidad
teorética, la sensibilidad estética), tiene o pretende tener también sus
propios criterios, su propio modo de “verdad”, su propio modo de validez. Quizá
quien pierde la fe, o no la encuentra por ningún lado, cae o habita en una
pobreza de sensibilidad, acaso inducida por la posible confusión de lo
religioso con todos esos otros ámbitos con los que parcialmente se solapa.
Cuando, “por ejemplo”, Nietzsche parece hacer un
juicio a la religiosidad, apela a criterios presuntamente superiores como la “verdad”
(la religión sería ilusión, confusión, antropomorfismo…) y, sobre todo, la
“vida”, la aptitud vitalista (la religión sería perniciosa, morbosa, contravital).
Pero puede plantearse la duda de si esos criterios a los que acude Nietzsche
son “preferibles” (¿desde qué otra criteriología?) a los criterios del
creyente, de su vivencia. También puede plantearse, como decíamos más arriba,
si en realidad Nietzsche está atacando a la religiosidad en total o bien
solamente a la religiosidad trascendente, a la del tras-mundo. Muchas de sus
expresiones alientan esta interpretación. Tal vez son solo sus expresiones más
exotéricas, pero es dudoso que su trasfondo esotérico logre salvar algo
parecido a algún criterio desde el que dirimir la bondad, deseabilidad, verdad…
de cosa alguna.
Pero ¿hay que aceptar que existe una sensibilidad
específicamente religiosa (la de la espiritualidad, etc.), que algunas personas
no poseen o tienen adormecida?
(continúa)
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