Al respecto de los esbozos de mi proyectado ensayo en torno a la Ética de Spinoza (y quizás en previsión de que no encuentre fuerzas para acabar de redactarlo), expondré aquí sintéticamente algo de lo que constituye el contencioso principal que yo tengo con este filósofo. Me refiero a su tratamiento de la axiología o axi-ontología, en las proposiciones y apéndice finales de la parte I, en los que Spinoza rechaza las ideas de Bien y Mal (también las de Belleza o Armonía…), Finalidad y Libertad (entendida como potencia de elegir uno entre dos caminos). Hablaré “solo” de sus tesis sobre el Bien y el Mal y sobre la Finalidad.
Me parece el indudable corazón de la filosofía spinozista, y la de mayor relevancia cultural para el pensamiento moderno, pues es una concepción tan fuerte como temprana del famoso “desencantamiento del mundo”, es decir, del diagnóstico que reduce a puros antropomorfismo y superstición toda concepción según la cual el mundo, con el hombre en el centro, posee un sentido o valor objetivo, bajo una divinidad providencial. Si Spinoza tiene razón, la felicidad humana tiene que ser posible, e incluso deseable, una vez que nos hemos desprendido de esas telarañas del sentido, la finalidad, el valor… Desde luego, Nietzsche hizo bien en reconocer ahí un alma gemela. Para mí, en cambio (y creo que en cierto aspecto también para Nietzsche) este pensamiento, tras su apariencia noblemente humilde, constituye una enfermedad, la enfermedad occidental moderna por excelencia. Pero no seré tan cretino como para objetar lo “perniciosa” que sería una posible verdad (como, sin embargo, deberíamos hacer si nos tomamos en serio que tras las teorías lo que subyace y debe subyacer es una determinada actitud-aptitud ante la vida, a la que la “verdad” debería estar sometida). Creo que no es solo una cosmovisión enferma, sino también una cosmovisión falsa (y es lo uno porque es lo otro).
¿Cómo “deconstruye” Spinoza las nociones “supersticiosas” de
Bien y Mal, y de Finalidad? Mediante las siguientes tesis-premisas:
- Dios, o sea, la Naturaleza o Realidad, es omnipotente (pues nada la limita).
- Por ser omnipotente, es pleni-productiva (pues una naturaleza produce cuanto puede)
- De aquí se sigue que, cuanto es posible, es real, necesariamente real, esto es, que no “existe” nada meramente posible.
- Pero cuanto es posible es cuanto es concebible por un entendimiento infinito, es decir (parece que hemos de entender) cuanto no es contradictorio.
- Por Perfección “entiendo lo mismo que por” Realidad.
- Por tanto, cuanto existe es perfecto en el único modo en que puede serlo, es decir, porque es cuanto podía y tenía que ser.
- De modo que el mal no existe
- Y, en consecuencia, no existe la dualidad Bien – Mal con que nos figuramos clasificadas a las cosas de acuerdo con nuestros ficticios pareceres.
- La Naturaleza es omnipotente
- Por tanto, crea cuanto puede
- Y nada le falta
- Pero quien actúa por un fin, actúa por algo que le falta
- Por tanto, la Naturaleza no actúa por un fin
- Sino que todo ocurre por necesidad y como lógicamente debe
- Por tanto, la concepción humana de que Dios actúa por un fin es una ilusión
- Esta ilusión es un antropomorfismo, dado que nosotros (nos representamos como que) actuamos por fines
- En verdad, tampoco nuestros actos suceden por fines sino por causas determinadas que desconocemos.
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A continuación expondré tres cosas: primero, unas
consecuencias que parecen seguirse de esas tesis y que son teoréticamente y
éticamente destructivas, y quizás incluso contradictorias con otras tesis de Spinoza;
en segundo lugar, la semblanza de una alternativa “leibniziana”; en tercer
lugar ofreceré la semblanza de otra concepción, ni spinozista ni leibniziana (o
quizás algo de ambas), por la que me inclinaría yo, al menos polémicamente.
Comencemos, pues, por las consecuencias negativas que me
suscita ese cúmulo de tesis (en verdad, menciono solo dos, pero hay otras):
- Si necesariamente ocurre cuanto es posible (hoy podríamos expresar esto mediante el realismo de Lewis de los mundos posibles, según el cual, todo lo que es posible y no vemos ocurrir en “este” mundo, ocurre realmente en otro; Spinoza seguramente no aceptaría tal cosa, pero tendría que aceptar un equivalente, según el cual, por ejemplo, cuanto es posible o lógicamente concebible, ocurre en algún lugar del espacio o/y del tiempo), entonces no es posible predecir absolutamente nada, esto es, no es posible creer racionalmente en ninguna ley de la naturaleza, pues cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento, con tal de que no sea contradictoria. Así, la tesis de la omnipotencia divina, no restringida por ningún parámetro distinto a la mera no-contradicción, parece conducir al mismo escepticismo al que conduce el acausalismo o contingentismo de Hume, lo que es lógico, pues en nada se diferencia de un absoluto contingentismo un necesitarismo absoluto en el que debe ocurrir cuanto es no-contradictorio. Esto hace imposible racionalmente la ciencia (la reduce a un acto de fe o superstición), y, con ella, toda una ética que se quiera fundar en el conocimiento y previsión de las cosas (como pretende Spinoza). No veo cómo escapar a esta consecuencia. Spinoza no ha explicado cómo deben seguirse los órdenes de las causas a partir de una causa pleni-productiva. Cualquier restricción que hubiera introducido, para garantizar la razonabilidad de la creencia en regularidades legaliformes, habría sobre-saturado su concepto de lo “concebible por un intelecto infinito” que no opera por fines ni por criterios morales, estéticos, etc. La ciencia es razonable bajo un postulado “antrópico” (por laxo que sea, y aunque sea un “como si”). No obstante, esta conclusión no es en sí misma una objeción contra aquellas tesis.
- Una consecuencia éticamente poco agradable es que, si es como dice Spinoza, entonces, en el infinito ocurrir del mundo, en algún lugar de Dios o la Naturaleza, existe la costumbre de hervir a los bebés y comérselos, y esto ni es intrínsecamente malo ni va contra la perfección divina. Pero ya sabemos que las consecuencias desagradables tampoco son una objeción.
- Dejo aparte una cuestión que es, sin embargo, fundamental: ¿por qué Spinoza restringe la omnipotencia divina a lo no-contradictorio? Puestos a afirmar la omnipotencia de la Naturaleza, sería más lógico aceptar, con Descartes y los teólogos menos racionalistas, que Dios podría haber pensado y querido lo contradictorio, pues toda otra hipótesis supone imponerle a él nuestras limitaciones intelectuales. Así, Nietzsche afirmó la irracionalidad del devenir.
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¿Cuál es la alternativa “leibniziana” o “clásica” contra
aquellas tesis de Spinoza? Supone matizar algunas de ellas y rechazar otras:
- Dios es omnipotente, pues nada la limita, SÍ, pero
- Ser omnipotente NO implica (al menos, en todos los sentidos) la pleni-productividad, pues una naturaleza, cuanto más perfecta o potente es, NO produce cuanto puede sino cuanto considera MEJOR o más perfecto.
- De aquí se sigue que NO cuanto es posible es real, esto es, que existe lo “meramente” posible, pero existe “solo” en la propia mente divina, como una posibilidad que es MEJOR no realizar.
- -Por Perfección “entiendo lo mismo que por” Realidad, SÍ,
- Y SÍ, de ello se sigue que cuanto existe es perfecto en cuanto que es cuanto podía y tenía que ser,
- Pero de aquí NO SE SIGUE EN ABSOLUTO que el mal no existe en ningún sentido, puesto que una cosa es objetivamente mala en cuanto carece de ciertas perfecciones, especialmente si son perfecciones que PUEDE alcanzar, es decir, que le corresponderían de acuerdo a cierta especie a la que pertenece, por ejemplo, a la especie Hombre (pertenencia que el propio Spinoza acepta para el Hombre si –dice con desparpajo- queremos poder enunciar una ética: pero ¿quién quiere tal cosa, si tiene que pagar el precio de usar una noción ficticia?)
- Y, en consecuencia, existe la dualidad Bien – Mal, que debe guiar nuestros actos, como guía el acto creativo de Dios.
Respecto de la Finalidad, la concepción “leibniziana” seguiría,
de nuevo, un proceso argumentativo análogo:
- Dios es omnipotente, SÍ
- Y nada le falta, SÍ
- Pero NO ES VERDAD QUE quien actúa por un fin, actúa por algo que le falta; antes bien, proponerse fines es ordenar las cosas de acuerdo con parámetros axiológicos que denotan mayor potencia que el simple acto de crear cuanto es posible.
- Y cuanto más potente es una entidad, mayor es la consideración que tiene del fin, al cual se ordenan los medios (y esto no significa que cada acto pueda ser, por otro lado, también fin en sí mismo y no “mero medio”; ni significa que Dios no pueda crearlo todo en el mismo instante, aunque ordenándolo para que se desenvuelva de determinada manera, como hace el compositor de una sonata)
- Por tanto, Dios (la Naturaleza o Realidad absoluta) actúa máximamente por un fin, no porque le falte nada (insistamos), sino precisamente porque posee es máximamente racional, lo que implica establecer ORDEN
- También las entidades finitas actúan por fines, aunque de forma limitada e imperfecta.
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Por último, una alternativa no (completamente) “leibniziana”
(ni completamente no spinozista) a la concepción spinozista:
- Dios, o sea, la Naturaleza o Realidad, es omnipotente, SÍ
- Y, SÍ, por ser omnipotente, es pleni-productiva
- De aquí se sigue, SÍ (contra Leibniz o el pensamiento clásico), que cuanto es posible es real, esto es, que no “existe” nada meramente posible, que todo cuanto es posible.
- INCLUSO, SÍ: cuanto es posible es cuanto es concebible por un entendimiento infinito, es decir, cuanto no es contradictorio.
Pero aquí se introduce la divergencia fundamental (y el
lector debe poner toda su atención en este momento). La cuestión es “¿qué es lo
que debemos pensar como concebible por un entendimiento infinito, o por
no-contradictorio?”:
- Es contradictoria, afirmamos, la idea de un ente que no busca su perfeccionamiento, esto es, su mayor realidad. Esto rectifica una tesis fundamental de Spinoza, según la cual todo ente tiene el conatus o la tendencia natural a permanecer en el ser (ya que por sí mismo, por su propia realidad, no hay nada que lo determine a no ser). Pero esta tesis del conatus de permanencia es insuficiente, porque:
- la naturaleza más propia de un ente es la ACCIÓN (como el propio Spinoza acepta)
- Pero la Acción no se define como la mera constancia en un estado (esto es “supervivencia”), sino que solo puede definirse (por contraposición tanto a la Pasión como a un estado cona(c)tivamente neutro) como el paso a una mayor perfección (como también acepta Spinoza), por tanto, por pura lógica, un ente no tiende solo a permanecer en el ser sino a mejorar.
- De aquí se sigue que la teleología (la orientación de un suceso, en cuanto que Acción, hacia mayor realidad o perfección) y la axiología fuerte (es decir, el principio de que para cada ente hay objetivamente algo que es mejor y algo que es peor, esto es, propicio o contrario a su naturaleza por pura lógica) es un supuesto necesario de la explicación lógica de la realidad.
- De modo que, aunque en cierto sentido todo está bien, también es cierto (con Leibniz) que todo puede ser mejor, pues una entidad es algo “vectorial”, digamos, orientado hacia un “atractor” que es el Bien.
- Lo mismo vale para la Belleza o la Armonía: son propiedades objetivas, tanto del mundo como de cada una de sus partes.
La teleología y la axiología no solo no chocan con la
ontología, sino que son caras del mismo poliedro.
Por otra parte, nunca he logrado ver por qué el teleologismo
sería un antropomorfismo pero el mecanicismo no lo sería. El mecanicismo es,
desde luego, un mecano-morfismo, pero esta no es más que la manera en que el
hombre ve a la naturaleza por analogía con cierta parte de su conducta: la más
básica e inconsciente. El antropomorfismo es inevitable, pero no equivale al
relativismo o al subjetivismo (al menos en el mal sentido de la palabra), lo
mismo que la inevitabilidad de medir los fenómenos físicos desde un sistema de
referencia concreto no impide hacerse una idea universal de ellos.
La omnipotencia de la Naturaleza, su radical
omni-productividad, consiste en la creación del mayor orden posible, es decir,
del mayor SENTIDO. Como dijo Platón, to agathón es la idea de todas las ideas,
de la cual todas reciben la realidad y la inteligibilidad. He aquí un
pensamiento de ninguna manera supersticioso (por cierto, hay que recordar que
en el cosmos absolutamente teleológico de Platón los hombres no son el personaje
central, y más bien son “marionetas de los dioses”) tiene que corregir el
enfermo pensamiento de que nuestra esperanza reside en “intentar” ser felices
en un mundo sin sentido ni bien ni belleza (un intento que, por lo demás, no
podemos hacer, puesto que todo ocurre de manera mecánicamente necesaria).