viernes, 23 de junio de 2017

Del abismo infinitesimal entre el filósofo y el científico

Muchos filósofos han desarrollado sus especulaciones filosóficas a partir de, por analogía con, o, a veces, incluso (con la pretensión de estar trabajando) en continuidad con alguna ciencia específica. Descartes creía estar extendiendo la matemática a las raíces del árbol de la ciencia; Hume decía estar haciendo lo mismo que Newton, pero aplicado al ser humano, y algo parecido puede decirse de Kant; Marx pensaba estar haciendo economía e historia; Nietzsche, filología y psicología; los filósofos analíticos del Lenguaje, lingüística o lógica; los filósofos hermenéuticos del lenguaje, hermenéutica lingüística o historia; Foucault creía hacer literalmente ciencia: cierta historia y “arqueología” del saber; otros creyeron hacer sociología; incluso de los antiguos se dice que, por ejemplo, Platón (como Pitágoras) se apoyaba en las matemáticas, mientras que Aristóteles filosofaría a partir de la biología…

Es más, muchos de ellos han creído o se cree de ellos que su concreta concepción filosófica depende o emana de una concreta teoría científica, de modo que, si sucediese que esta teoría científica fuese superada o se mostrase científicamente errónea, en esa medida debería venirse abajo aquella teoría filosófica que dependía de ella. Así, la existencia de números infinitos habría acabado con la escuela pitagórica, el mecanicismo y el evolucionismo biológico serían la muerte del aristotelismo, las matemáticas no euclídeas acabarían con la filosofía trascendental de Kant, la superación de las teorías económicas del siglo XIX refutaría a Marx, etc.

Es, efectivamente, un hecho que muchos (si no todos los) filósofos han especulado a partir de una ciencia específica, y que hay una estrecha afinidad entre cada filosofía y ciertas hipótesis científicas concretas. Sin embargo, debe considerarse como un hecho, tan innegable como el anterior, que ninguna superación o refutación de una teoría científica afecta intrínsecamente a la filosofía que, presuntamente, dependía de ella. Sea lo que sea que ocurre en la historia de la matemática, siempre hay contemporáneamente matemáticos con inclinaciones filosóficas platónicas frente a otros con inclinaciones nominalistas;  sea lo que sea lo que ocurre en el desarrollo de la física, siempre hay pitagóricos, mecanicistas, biologistas… de la física; sea lo que sea lo que ocurre en el desarrollo de la economía, siempre hay economistas y filósofos de la economía más liberales y más marxistas; no importa en absoluto, para las tesis de Nietzsche, si la tragedia griega tuvo el origen que él creía; las geometrías no-euclídeas no suponen el más mínimo contratiempo para le teoría de la idealidad del espacio y el tiempo; el “análisis” de los filósofos del lenguaje no se ve afectado por el análisis lingüístico de los filólogos ni por el trabajo de los lógicos (pues también esta una ciencia autónoma, más allá o más acá de la metafísica que algunos confundieron con ella). Lo único que queda refutado, con cada uno de esos cambios de teoría científica, es la afirmación de tal o cual concepción filosófica era continuidad y dependía de tal o cual hipótesis científica.

¿Qué puede decirse en el sentido inverso? Los científicos, sobre todo los de los últimos siglos, están preocupados por los filósofos bastante menos que estos por ellos: nacieron o renacieron, según el tópico, reivindicando su autonomía respecto de la “reina” (o tirana) del saber y, muy razonablemente, les interesa ante todo que sus antiguos tutores no metan las manos en su mesa y su laboratorio. Pero, en la medida en que algunos de ellos dicen ser conscientes de que detrás de toda teoría científica hay una concepción filosófica e incluso metafísica, se puede decir lo mismo: los argumentos que puedan dirigirse contra esta o aquella teoría filosófica, dejan intacto el valor de las teorías científicas que pretendían depender de ellas. La física cuántica no da apoyo alguno a ningún idealismo o dualismo ni a ningún materialismo, a ningún libertarismo ni determinismo; las teorías económicas, en la medida en que son ciencia, no dan ningún apoyo especial a ni a la ideología capitalista ni a la comunista; las diversas teorías de lógica formal no ponen en cuestión el carácter fuerte ni el débil de la noción de existencia... Y es una confusión (una muy tentadora confusión, o una “ilusión inevitable”, si se quiere decir con Kant) pretender otra cosa. Como dijera Wittgenstein, la filosofía lo deja todo como estaba. Aunque, a la vez, lo transforma todo: transforma el todo. Puede decirse que la filosofía es aquello que deja todos los problemas científicos (y prácticos, y técnicos, y cotidianos) exactamente como estaban. Igualmente, demarca a la ciencia (y a la técnica) dejar los problemas filosóficos exactamente intactos.

¿Por qué esto es así? Porque Ciencia y Filosofía son, en un aspecto esencial, dos “saberes” heterogéneos. En realidad, ni siquiera se les puede llamar unívocamente saberes. La filosofía es la especulación racional acerca de lo absoluto y lo infinito, mientras que la ciencia es saber de lo relativo, de lo delimitado, de lo “dado”. No se pueden separar los términos de cada sintagma: de lo absoluto solo hay especulación, no saber; el saber lo hay solo de lo relativo. Es un fenómeno, y es por tanto relativo, determinado, enmarcado en una estructura a priori indiscutida e impensada, y es por ello objeto de saber (y de error), que la luz se mueve a trescientos mil quilómetros por segundo o que se comporta tanto como onda como haz de partículas. Pero no es un fenómeno, algo determinable, ni objeto, por tanto, de posible saber, la naturaleza absoluta de la luz, si es solo una ilusión o no…; es objeto de saber el balance de costes de cualquier proceso económico, pero es inasequible a cualquier saber el carácter de justo o injusto de cualquier reparto de trabajo….

La condición de la ciencia es que sus hipótesis no se refieran a ningún absoluto. Gracias a esa condición, la ciencia funciona perfectamente: salva los fenómenos, esto es, salva lo relativo. Ni siquiera es preciso que funcione eternamente: cualquiera de las constantes cosmológicas podrían variar radicalmente (pasar a cero o a infinito), cualquier “ley” científica podría dejar de cumplirse, no importa: la ciencia nunca prometió tener verdades absolutas, sino solo hipótesis, ni se comprometió ni podía comprometerse nunca con la afirmación de que “la naturaleza” estuviese gobernada por leyes eternas, ni que fuesen vigentes, siquiera, por un segundo: todo eso pertenece a su impensable. Eso sí, en el marco de la hipótesis, la ciencia asegura certezas absolutas acerca de lo relativo. La condición de la filosofía, en cambio, es que nada sea una hipótesis, o, más  bien, como dice Platón, que las hipótesis sean eso, hipótesis, es decir, certezas meramente relativas, absolutamente relativas, de las que hay que buscar la absoluta necesidad, lo anhipotético.

Si esto es así, ciencia y filosofía son actividades heterogéneas, que no pueden molestarse la una a la otra. Sin embargo, esto es solo uno de los momentos de la dialéctica: el de la separación. En el Parménides, Parménides nos enseña que, si se toma a la cosa en sí misma o en absoluto (a lo Uno, por “ejemplo”), ella no participa de ninguna otra característica que ella misma, está “más allá de la esencia”, podríamos decir. Y esto vale para cada cosa, y también para la filosofía misma, y ejemplarmente también: tomada en sí misma, la especulación que busca lo absoluto no depende ni participa de ninguna preocupación relativa, es completamente autónoma y vuelta hacia sí, como el dios de Aristóteles. Y así resulta inefable. Pero, a la vez, la cosa es, se da, aparece como mundo, múltiple y relativo, y, entonces, participa de los contrarios a la vez: es finito e infinito, igual y diferente tanto a y de sí como a y de su otro… De la misma manera, la especulación de lo absoluto se da como saber relativo, y, por tanto e inevitablemente, participa de los contrarios. La especulación de lo absoluto no se da más que mostrándose en lo relativo. Por eso, cuanto mayor y mejor sea el conocimiento relativo, mejor puede expresarse la especulación.

¿Cuál es, entonces, la relación de la filosofía con la ciencia (y las demás prácticas de lo finito), si, por una parte es absolutamente heterogénea con ella(s), pero, por otra parte, solo a través de ella(s), inextricablemente mezclada con ella(s) puede darse la filosofía?

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