martes, 3 de octubre de 2017

El lugar de la Filosofía en la Educación, IV: la filosofía como pensamiento analógico

Esta entrada es continuación de esta serie. Nos estamos preguntando por el lugar de la Filosofía en la Educación. Para eso, nos preguntamos primero (por cierto, filosóficamente, como es inevitable) qué es la filosofía. Hasta aquí, y partiendo de la “definición” tradicional y básica de la filosofía como búsqueda de una concepción racional absoluta acerca de la realidad, hemos llegado a una cierta caracterización de la filosofía como dialéctica. Continuamos desarrollando esta cuestión (que hemos tratado también en el libro De la filosofía como dialéctica y analogía, Ápeiron, 2015)

La Filosofía es dialéctica[1]. Pero ¿es solo dialéctica?, es decir, ¿es solo el juego de los contrarios, en su mutua confrontación e implicación?, ¿es solo un círculo? Nuestra respuesta a esta cuestión es no. La dialéctica es condición necesaria pero no suficiente para que haya filosofía en su plenitud. Hay concepciones filosóficas pre-dialécticas (dialécticas inconscientemente o a su pesar), concepciones consciente “pero meramente” dialécticas y concepciones trans-dialécticas, es decir, que se hacen cargo de la dialéctica de la realidad, y la consideran irreducible, pero no creen que ello sea todo.

Para esto es preciso plantearse el carácter de la relación entre los dos elementos de la dialéctica, entre lo uno y lo otro, lo idéntico y lo diferente, la idea y el fenómeno, el ser y el ente… Si se quiere, se trata de pensar la “diferencia ontológica” o filosófica o trascendental en general. Y la cuestión aquí es si la relación entre los dos elementos polares de toda realidad es una relación de univocidad-equivocidad, o bien una relación irreducible a ello, una relación analógica. Nuevamente, esto es algo de lo que se puede ser o no consciente, pero que no es en ningún caso evitable.

¿Qué significan los términos “univocidad” y “equivocidad”, y por qué los hemos presentado unidos? ¿Qué significa “analogía”? Aunque son términos tomados de la filosofía del lenguaje (de todos los tiempos), en realidad tienen un sentido totalmente amplio o trascendental. La univocidad, en el sentido que aquí la tomamos, es la relación entre dos cosas tal que su pertenencia a un mismo género lo es absolutamente en la misma medida o grado. En realidad, el término “unívoco” se aplica al género que englobaría a ambas cosas. “Ser”, por ejemplo, será unívoco si todos los seres o entes lo son en igual grado y aspecto. Derivadamente podemos decir, entonces, que los entes son unívocos unos con otros si su relación con la propiedad de ser entes (el Ser) es unívoca. La equivocidad, al contrario, será la propiedad de un concepto o una clase tal que sus miembros no tengan nada en común. Si “ser” es equívoco, entonces los diversos seres o tipos de seres no son seres por un concepto único, por algo que todos compartan.

Ahora bien, univocidad y equivocidad son las dos caras de la misma moneda. La univocidad, en sí misma, elimina toda diferencia: en aquello en que dos cosas son unívocamente ejemplares de una propiedad, son indiscernibles, no son dos cosas. La equivocidad, a la inversa, hace imposible e inconcebible unidad alguna. Aunque univocidad y equivocidad están en dialéctica entre sí (son contrarias pero cada una implica en sí misma a la otra, pues nada es la univocidad si no es relativamente equívoca, y nada es la equivocidad si no es relativamente unívoca), ellas mismas no salvan la unidad y la pluralidad que necesita la dialéctica o, simplemente, el pensamiento. Por eso univocidad y equivocidad deben ser puestas juntas. La alternativa a ello es alguna forma de pensamiento analógico.

Como se deduce de la exposición que hemos hecho del esquema dialéctico del Parménides, entre los dos elementos de la contradicción (lo Uno y lo Múltiple, lo Mismo y lo Otro, lo Necesario y lo Contingente, la Idea y el Fenómeno…) no hay una relación de mera implicación mutua o co-pertenencia o identidad en la diferencia. Entre ellos hay también una asimetría, una diferencia en las diferencias: la manera en que lo Uno o la Idea es diferente de lo Otro, es diferente de la manera en que lo Otro o Fenómeno es diferente de lo Uno o la Idea. Hay una diferencia en (de) la diferencia. La negación de lo Uno (o segunda subhipótesis) tenía como consecuencia, no, como en el caso de la afirmación (primera subhipótesis), tanto la doble negación como la doble afirmación de las propiedades contrarias, sino que todo ello sucedía en el modo de la apariencia o fenomenicidad (no del conocimiento), dado partía del supuesto de que la unidad no existe. A esta asimetría dentro de la dialéctica la llamamos Analogía. La Analogía sería la relación fundamental de la realidad, tal como es concebida por la filosofía, es decir, por un pensamiento que aspira a la totalidad y la absolutidad desde su mezcla de finitud.

Ahora bien, nuevamente hay una dialéctica acerca de la analogía. De entre las filosofías que son conscientes del carácter analógico o no-unívoco del pensamiento filosófico, unas son analogistas hacia lo Uno, y otras lo son hacia lo Otro. Podemos llamar a las primeras, analogistas propiamente dichas, y a las segundas, filosofías katalogistas, es decir, defensoras de la “relación hacia abajo”. También entre ellas habrá una posición extrema y una moderada.

¿Entonces, quedamos atrapados nuevamente en la dialéctica? En un sentido, sí: la dialéctica es irrebasable. Sin embargo, eso sería, paradójicamente, una posición unilateral: la de que la dialéctica es la última palabra. Ahora bien, en la dialéctica entre dialéctica y analogía, esto es, entre mera dialéctica y trans-dialéctica, queda abierta la posibilidad y también la necesidad, de que la analogía vaya más allá de la mera dialéctica.

La argumentación para decidirse por una posición analógica o katalógica es plenamente racional. La filosofía analógica se funda en el argumento de que la aporética de lo Uno no es tan destructiva como la aporética de lo Otro. De hecho, las posiciones katalogistas son posiciones, ellas mismas, irracionalistas.

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Decíamos al principio que la Filosofía tiene para algunos, además del valor crítico, un valor más sustantivo. Si identificábamos la crítica con la dialéctica, no es la dialéctica ya la que pueda aportar esa sustancia, pues la dialéctica es “solo” el juego de las aporías. Pero si, más allá de la dialéctica aunque sin borrarla, el filósofo pretende señalar una respuesta, una concepción de las cosas que no sea la de la mera circularidad de contradicciones, esto solo puede hacerlo mediante aquel ingrediente que señala una diferencia o asimetría en los polos de la dialéctica. Esto es –según acabamos de defender-, la Analogía; sea una analogía de lo Uno, sea la katalogía que nos indica lo “absolutamente Otro”.

Según recordábamos en la introducción, hoy resulta sumamente polémico que la educación pública tenga derecho a (no digamos obligación de) proporcionar una concepción moral. Se dice que vivimos en una sociedad pluralista, ajena a cualquier concepción moral. Si se tratase de buscar el mayor consenso para una defensa de la Filosofía, sin duda deberíamos limitarnos a su carácter dialéctico, y en el sentido menos duro de este.



[1] Lo que sigue es un desarrollo específico de cómo concebimos la dialéctica. Esto no tiene un importe tan directo en nuestra discusión, por eso lo añadimos como una glosa:
Concretamente creemos que la dialéctica tiene una determinada estructura, que está presentada de manera paradigmática en el Parménides de Platón. Según ese “esquema” del “juego de las hipótesis” (que en adelante usaremos recurrentemente, con más o menos explicitud, para organizar las diferentes posiciones filosóficas respecto de cada asunto que tratemos), existen, para cada problema, dos posiciones generales y cuatro específicas, según la combinación de los dos elementos que polarmente constituyen cada dialéctica. Cada una de esas posiciones tiene, a la vez, dos aporías-tipo, una por relación a cada elemento de la dialéctica.
Tal como lo muestra el ejercicio del Parménides, si nos planteamos, “por ejemplo”, la hipótesis de lo Uno, es decir, por la mismidad de toda cosa, nos enfrentamos, principalmente, a dos tesis contrarias: que es uno y que no es uno, es decir, que lo uno existe, que la realidad es absolutamente una, etc., y que no existe ni lo es. Cada una de estas dos subhipótesis se encuentra, a su vez, con dos vías, según cada uno de los contrarios. El esquema completo del desarrollo de toda la hipótesis, con sus aporías propias, es este:
1 [primera subhipótesis] Si es uno, entonces:
11lo uno es uno, absolutamente uno, es decir, indivisible, sin composición alguna, y entonces
            111[primera consecuencia aporética respecto de lo uno: doble negación] lo uno mismo no es múltiple, pero, entonces, no tiene partes ni tiene característica alguna, incluida la del ser y ser-cognoscible, y es, pues, inefable (no es ni esto ni lo otro); este desarrollo concluye en dos negaciones, en un ni… ni…
            112 [primera consecuencia aporética respecto de lo otro: doble negación] lo múltiple no participa de lo absolutamente uno, y entonces lo múltiple tampoco tiene ninguna característica y es, pues, incognoscible (ni esto ni lo otro)
12 lo uno es o existe, es decir, participa del ser, y entonces,
            121 [segunda consecuencia aporética respecto de lo uno: doble afirmación] lo uno contiene multiplicidad, no es absoluta o indivisiblemente uno, sino totalidad, y entonces posee las propiedades contrarias a la vez (es esto y lo otro, tanto esto como lo otro)
            122 [segunda consecuencia aporética respecto de lo otro: doble afirmación] lo múltiple participa de lo uno, y entonces posee las pro piedades contrarias a la vez (es esto y lo otro)
2 [segunda subhipótesis] Si no es uno (si lo uno no es o existe), entonces:
            21 lo uno-que-no-es, es, no obstante, algo, pues lo mencionamos y pensamos, y entonces
                        211 [primera consecuencia aporética respecto de lo uno: doble afirmación] lo uno tiene las propiedades contrarias, es y no es, es tanto esto como lo otro, es y no es cognoscible (¡aunque todo ello en el modo solo de la apariencia, puesto que lo uno no es!)
                        212 [primera consecuencia aporética respecto de lo otro: doble afirmación] lo otro o múltiple participa de ese uno que es y no es, y, por tanto, hay de lo múltiple cierto fenómeno o apariencia, de esto y de lo contrario.
            22 lo uno no es en absoluto, y entonces
                        221 [segunda consecuencia aporética respecto de lo uno: doble negación] lo uno no posee ninguna propiedad, no es ni esto ni lo otro, ni lo parece siquiera.
                        222  [segunda consecuencia aporética respecto de lo otro: doble negación] lo otro y múltiple no posee ninguna propiedad ni lo parece siquiera.
Este esquema, según creemos, subyace a cualquier pregunta filosófica. “Basta” con sustituir los términos “uno” y “otro” del ejemplo por el par dialéctico de que se trate, y obtendremos las principales posiciones filosóficas unilaterales que se pueden sostener acerca de ese asunto[1]. La historia de la filosofía sería la historia de los pensadores dando vueltas a este esquema o, más bien, transitando por él (sin saberlo claramente).

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